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Chapter 14 - Capítulo 14: El Huracán Trevor

El aire en la mansión De Santa se volvió denso. Amanda estaba pálida, sus ojos fijos en Michael. "Trevor... ¿aquí? ¿Estás loco, Michael? Después de todo lo que pasó, después de North Yankton... ¿Cómo puedes invitar a ese maniaco a nuestra casa?" Su voz era un susurro de horror.

Michael se acercó a ella, poniendo una mano en su hombro. "Escúchame, Amanda. No tengo opción. Él sabe que estoy vivo, sabe dónde estoy. Intentar huir solo lo enfurecería más. Y si viene con ira, es mejor que venga a mi territorio, bajo mis reglas. No voy a permitir que la historia se repita. Esta vez, voy a tener el control."

Amanda se soltó de él, la angustia evidente en su rostro. "¡¿Control?! ¿Con Trevor? Es como intentar controlar un huracán, Michael. ¡Es un psicópata!"

"Lo sé", dijo Michael, su voz firme. "Pero este huracán va a estrellarse contra una pared de calma. Y necesito que me ayudes con eso. Necesito que los niños estén seguros. Nadie debe estar aquí cuando él llegue."

Amanda miró a los niños, que, ajenos a la tensión que se cocinaba, seguían en sus habitaciones. "Pero... ¿a dónde irán? No puedo simplemente mandarlos a la calle."

"Llama a tu madre, a tu hermana, a un amigo. Inventa una excusa", sugirió Michael. "Una cena familiar, una emergencia. Lo que sea. Solo por unas horas. Y tú también deberías irte. Yo me encargaré de él."

Amanda lo miró fijamente. Había algo en los ojos de Michael que la detuvo. No era la arrogancia de antaño, sino una determinación fría y calculadora que la asustaba y, extrañamente, la tranquilizaba a la vez. El hombre que estaba viendo era diferente.

"Bien", dijo Amanda, con voz temblorosa. "Pero si algo sale mal, Michael, te juro..."

"Nada saldrá mal, Amanda. Te lo prometo", interrumpió Michael, su mirada firme.

Rápidamente, Amanda organizó que Tracey y Jimmy fueran a casa de una tía. Los niños, aunque un poco confundidos por la repentina prisa, no protestaron demasiado, emocionados con la idea de una "fiesta sorpresa". Cuando se fueron, la mansión se sintió extrañamente silenciosa. Michael se aseguró de que todas las puertas estuvieran cerradas, pero no bloqueadas. Quería que Trevor entrara, pero en sus términos.

Se dirigió al salón, tomó asiento en su sillón favorito y esperó. Su respiración era profunda y controlada. Repasaba mentalmente sus puntos clave: calma inquebrantable, prioridad en su familia (aunque estuvieran ausentes, eran su motor), y observación de Trevor para redirigir su energía.

No pasó mucho tiempo. El silencio fue roto por el inconfundible chirrido de los neumáticos de una camioneta vieja deteniéndose bruscamente frente a la mansión. Luego, el golpe de una puerta abriéndose y el sonido de pisadas pesadas. La puerta principal, que Michael había dejado sin seguro, se abrió de una patada, golpeando la pared.

Y ahí estaba. Trevor Philips. Más grande, más salvaje y más furioso de lo que Michael recordaba. Su ropa sucia, su cabello revuelto, sus ojos inyectados en sangre y una barba de varios días solo aumentaban su aura de caos. Entró como un tornado, barriendo el lujoso mobiliario con la mirada, sus puños apretados.

"¡MICHAEL!", rugió Trevor, su voz haciendo temblar los cristales. Sus ojos se fijaron en Michael, sentado con calma en el sillón.

Michael levantó la vista lentamente, una expresión de ligera melancolía en su rostro. "Hola, Trevor. Me alegra que hayas venido. Toma asiento. ¿Quieres un café? ¿O quizás algo más fuerte? Tengo buen whisky."

La oferta de hospitalidad hizo que Trevor se detuviera en seco, el rugido atrapado en su garganta. Su cerebro, siempre en busca de un conflicto directo, no sabía cómo procesar esta calma inquebrantable. Parpadeó, como si no pudiera creer lo que veían sus ojos.

"¡¿Whisky?! ¡¿Me ofreces whisky?! ¡Te di por muerto, bastardo! ¡Te lloré! ¡Y tú estabas aquí, viviendo como un maldito millonario de mierda!", la voz de Trevor era una mezcla de furia, traición y un dolor palpable. Dio un paso amenazante hacia Michael, sus músculos tensos, listo para atacar.

"Siéntate, Trevor", dijo Michael, su voz aún un tono por debajo de la de Trevor, pero con una autoridad inquebrantable. No era una sugerencia. Era una orden. "Estamos en mi casa. Y vamos a hablar. Con calma. La verdad de lo que pasó en North Yankton. Y todo lo demás. Pero no lo haremos a gritos, ni con golpes. No aquí."

Trevor vaciló, la furia luchando contra la extraña calma de Michael. Era una dinámica que no había experimentado en años. Él esperaba la confrontación, la pelea, la explosión. La pasividad calculada de Michael lo desarmó más que cualquier grito. Finalmente, con un resoplido furioso, Trevor se dejó caer en el sofá frente a Michael, sus ojos sin apartarse ni un instante de él. Su cuerpo, sin embargo, estaba tenso, listo para saltar en cualquier momento.

Michael sabía que la conversación sería larga y brutal. El huracán había llegado, pero esta vez, Michael estaba listo.

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