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Chapter 33 - Capitulo 32: Primera Confrontación

*SOFIA*

Mi cuerpo entero se tensó al ver a mi madre parada ahí, mirándome con esos ojos inquisitivos que siempre había usado cuando descubría que estaba en problemas. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. No por miedo, sino porque simplemente no estaba preparada para esto.

Esto no debía pasar así.

Respiré hondo, intentando calmar el torbellino de pensamientos en mi cabeza.

"¿Mamá... qué haces aquí?" pregunté, mi voz sonó un poco más aguda de lo que me hubiera gustado.

Mi madre entrecerró los ojos y descruzó los brazos, dando un par de pasos hacia nosotros.

"Podría preguntarte lo mismo, Sofía", respondió con ese tono frío y afilado que solo usaba cuando estaba analizándome. "¿Vienes saliendo de un hotel con un hombre... a esta hora?"

Cerré los ojos por un segundo, mordiéndome el interior de la mejilla. Sí, definitivamente estaba juzgándome.

"Eso no es importante", dije rápidamente, tratando de ganar algo de tiempo mientras pensaba en cómo explicar esto sin que pareciera lo que claramente era.

Daniel, que hasta ahora había permanecido en silencio, carraspeó suavemente a mi lado. Su presencia me daba algo de seguridad, pero también sentí un leve tirón en mi mano cuando él me soltó.

¿En serio iba a dejarme sola en esto?

"Buenos días, señora", saludó con su tono educado y tranquilo, extendiendo una mano. "Soy Daniel, un gusto conocerla."

"Daniel..."

El aire se volvió espeso en el momento en que mi madre repitió su nombre, con un tono tan cortante que me hizo sentir como si un peso enorme cayera sobre mis hombros.

"Así que tú eres ese hombre que la ha traído loca desde hace un tiempo", dijo, su voz llena de desdén, casi como si estuviera saboreando cada palabra, como si tratara de martillar su juicio en el aire.

La vi desde el rincón de mi visión, sus ojos fríos y calculadores recorriendo a Daniel, observando cada detalle de su presencia. No era el tipo de mirada que uno podría esperar de una madre que conoce al novio de su hija. Era más bien una mirada evaluadora, llena de recelo y juicio.

"¿Un hotel? ¿A esta hora de la mañana?" La desaprobación en su tono era palpable. "¿Y qué se supone que debo pensar, Sofía? ¿Qué esto es normal?"

Daniel intentó mantener la calma, pero no pude evitar sentir cómo la tensión aumentaba en su cuerpo.

"Señora, entiendo que esto le sorprenda, pero Sofía y yo estamos... comenzando algo importante", dijo, su tono respetuoso, pero no sin una pizca de incomodidad. "Y lo que sucedió anoche no fue un error, fue algo que ambos quisimos."

Mi madre no se inmutó. No se movió ni un centímetro, ni una fracción de su postura rígida. Su mirada seguía clavada en Daniel como si tratara de leerlo, desgarrarlo, descubrir cada mínima mentira que pudiera estar ocultando.

"¡¿De verdad?!", dijo, un poco más alto de lo que había esperado. "¿Y qué pasa con tu ropa, Sofía? ¿Por qué tienes la camisa de él? ¿No es un poco tarde para que te haya dejado ir con algo tan... claro?"

Mi rostro ardió.

No podía responder, no sabía cómo. Mi madre siempre había sido así: crítica, dura, con la habilidad de hacerte sentir que todo lo que haces está mal.

"Es solo ropa, mamá", murmuró, tratando de suavizar la situación, aunque sentía el peso de sus palabras como una losa en mi pecho. Pero ella no estaba dispuesta a soltarme tan fácilmente.

"Y así que ahora tienes una relación con él", continuó, casi como si estuviera sacando conclusiones apresuradas. "¿Y qué esperas que haga con esto? ¿Qué soy, una tonta que se va a tragar tus excusas?"

La presión de la conversación era insoportable. Mi madre era todo lo que yo no quería ser. Fría, severa, implacable. Y ahora, frente a mí, sentía que me estaba sometiendo a una prueba de la que no podría salir airosa.

Daniel, que hasta ese momento había permanecido tranquilo, visiblemente incómodo, pero decidido, decidió interrumpir de nuevo.

"Señora, no quiero que me malinterprete", comenzó, "pero no he venido a causar problemas. Sólo quiero aclararle que Sofía y yo estamos juntos. Esto no es una aventura, es una relación que estamos construyendo."

Mi madre no mostró ninguna señal de suavizarse. Su expresión seguía siendo tan fría como siempre, su voz afilada como una daga.

"¿Y eso qué significa para ti, eh?" dijo, clavando la mirada en Daniel. "¿Qué tipo de hombre eres tú? ¿Crees que puedes andar con mi hija, tratarla de esa manera... y todo se va a resolver con palabras bonitas?"

Mi corazón latió con fuerza, y por un segundo pensé que iba a explotar en pedazos. Lo que mi madre decía era tan... violento, tan lleno de juicio, que me hizo sentir una mezcla de rabia y desesperación.

"Esto no es un juego", continuó mi madre, mirando a Daniel con una intensidad que me hizo temer por lo que pudiera decir a continuación. "¿Por qué no me cuentas qué esperas de todo esto? Porque de lo que veo, estás jugando con una persona que no tiene idea de lo que realmente quiere."

Lo que más me dolió de todo eso fue que, de alguna manera, tenía razón. Mi madre siempre decía lo que pensaba sin filtros, y aunque no me gustara, muchas veces sus palabras tocaban un punto real.

"Solo quiero hacer feliz a Sofía", dijo Daniel, con firmeza en su voz, aunque podía sentir la incomodidad en cada palabra. "Y si eso significa tener que soportar este tipo de conversaciones, lo haré. Pero no puedo cambiar lo que ya es real."

Mi madre observó sus palabras, mordiéndose el labio inferior, claramente incómoda con lo que acababa de escuchar. No estaba acostumbrada a que alguien la desafiara, a que alguien se mantuviera firme en sus propias creencias, sin dejarse arrastrar por su manera de ver el mundo.

De repente, el ambiente se tensó aún más.

"Entonces, supongo que vas a seguir aquí, ¿no?" dijo mi madre, con una mirada que no podía distinguir entre aceptación o rechazo. "Qué agradable. Sólo quiero que lo tengas claro, Sofía, y que él lo entienda también: nada en esta vida es fácil, y si vas a meterte en algo, tendrás que enfrentarte a las consecuencias. Y no quiero que me vengas con más excusas."

Esas palabras me golpearon más de lo que quise admitir. Mi madre no entendía, nunca lo haría. No entendía lo que sentía, lo que buscaba en este momento con Daniel. No entendía lo que era estar tan profundamente enamorada.

El silencio se instaló en el aire entre los tres, una calma tensa que casi podía sentirse como una barrera invisible. La mirada de mi madre era inquebrantable, y Daniel no cedía, aunque sabía que las palabras de mi madre no eran fáciles de enfrentar. Yo solo quería que la tierra me tragara, deseaba que esto fuera diferente, que pudiera presentarlo de otra manera, pero no sabía cómo. Mi mente corría en círculos, buscando una forma de hacerle entender a mi madre lo que estaba sucediendo, pero las palabras no venían.

El viento ligero de la mañana agitaba las hojas de los árboles cercanos, como si el mundo tratara de hacerme ver que todo seguiría adelante, que nada se quedaría detenido por lo que estaba ocurriendo aquí y ahora. Pero, por dentro, me sentía atrapada, atrapada entre mi amor por Daniel y el deseo de ser aceptada por mi madre, entre la necesidad de ser feliz y el miedo a que todo se desmoronara.

"Lo que tú quieras pensar sobre esto es asunto tuyo, Sofía", dijo mi madre, con una expresión que mezclaba desdén y cansancio. "Pero déjame decirte algo: si vas a hacer esto, vas a tener que enfrentarte a las consecuencias. No me vengas con excusas sobre lo que 'quieres' o lo que 'necesitas'. La vida no es tan sencilla."

Mis manos estaban sudando, mis pensamientos tambaleaban. ¿Por qué no podía simplemente aceptarlo? ¿Por qué no podía ver que esto era real, que mi relación con Daniel no era una fase, no algo que desaparecería con el tiempo?

"Yo entiendo, señora", dijo Daniel, su tono firme pero respetuoso. "Y sé que esto no es fácil de aceptar, pero lo que Sofía y yo tenemos es real. Y estamos comprometidos con lo que estamos construyendo. No es solo algo pasajero."

Mi madre lo miró, evaluando cada palabra con un ojo crítico. Me sentí como si estuviera esperando el momento perfecto para hacer su movimiento, para destrozar cualquier intento de acercamiento que pudiera surgir entre nosotros.

"Entiendo perfectamente, Daniel", dijo mi madre, su voz más fría que nunca. "Pero lo que tienes que entender tú, es que no soy una tonta. Si crees que puedes llevarte a mi hija a un hotel a esta hora y pretender que todo está bien, entonces estás completamente equivocado."

Daniel frunció el ceño, pero mantuvo la calma. Mi madre no podía ver más allá de su propia concepción de lo correcto, y eso me dolía más de lo que quería admitir.

"Lo que está pasando aquí no es lo que pensabas", continuó mi madre, mirando a Daniel con una intensidad que lo hacía retroceder, aunque él no lo mostraba. "Y si crees que vas a tratar a Sofía como si fuera cualquier chica, te vas a equivocar. Nadie juega con ella."

El silencio volvió a reinar entre nosotros, y sentí el peso de las palabras de mi madre como una losa sobre mis hombros. Pero, por dentro, me rebelaba contra ellas. ¿Por qué no podía aceptarlo? ¿Por qué mi madre no podía ver más allá de su propio ego, de sus propios prejuicios?

"Vamos, Sofía", dijo finalmente mi madre, su tono más autoritario que nunca. "Tienes que pensar en lo que realmente quieres. Y no en lo que él te está diciendo, ni en lo que los demás quieren. Tienes que hacer lo que sea mejor para ti. Lo que sea que eso signifique."

Era la misma conversación de siempre. La misma presión, la misma exigencia. Mi madre no entendía, nunca lo haría.

Mi mirada se encontró con la de Daniel, y por un breve momento, todo se desvaneció. El mundo desapareció. Solo estábamos él y yo. Sabía que las palabras de mi madre no iban a cambiar lo que sentía, no iban a cambiar lo que habíamos comenzado a construir.

"No importa lo que diga ella", susurró Daniel, con una firmeza que me hizo sonreír a pesar de la tensión. "Lo que importa es lo que nosotros queramos, Sofía."

Esas palabras fueron todo lo que necesité para sentir que el peso de la situación comenzaba a aligerarse. No me importaba lo que pensara mi madre. Ya no. Lo que importaba era lo que Daniel y yo estábamos dispuestos a vivir, lo que estábamos dispuestos a construir. Y aunque la situación con mi madre no fuera ideal, su desaprobación no podía detenernos.

"Te quiero", susurró Daniel, apretando suavemente mi mano, una promesa silenciosa de que nada cambiaría lo que sentíamos el uno por el otro.

Mi madre, viéndonos, parecía dudar por un segundo, tal vez preguntándose si nuestras palabras eran en serio. Pero no dijo nada más. No le importaba, no en ese momento. Y, por alguna razón, eso me dio una extraña sensación de alivio.

"Nos vamos, Sofía", dijo mi madre, y con un gesto casi autoritario, comenzó a caminar hacia su coche.

Mientras la veía alejarse, tomé una profunda respiración.

Sabía que mí madre no parecía dispuesta a ceder, pero yo tampoco. No podía creer lo que estaba escuchando. Mi corazón latía con fuerza, golpeando mi pecho como si quisiera escapar de mí. Sentía esa presión constante que venía de ella, de su juicio, de su control, como si nada de lo que yo hacía fuera suficiente, como si mi vida estuviera marcada por su deseo de controlarme. Pero esa mañana, algo había cambiado dentro de mí. Estaba harta de vivir a la sombra de sus expectativas, harta de que mi felicidad dependiera de lo que ella pensara.

"Nos vamos, Sofía", repitió mi madre, su voz más dura esta vez, mientras se dirigía hacia su coche con un paso firme, como si no hubiera lugar a dudas.

Pero yo no me moví. Me quedé allí, mirando sus ojos fríos y calculadores, esa mirada que había temido durante años. Pero ahora, algo dentro de mí ardía, y no iba a retroceder.

"No me voy", dije, mi voz firme, desafiando la autoridad de mi madre por primera vez en mucho tiempo. Sentía una mezcla de miedo y liberación, como si estuviera cruzando una línea que ya no podía deshacer.

Ella se detuvo en seco, girando lentamente para mirarme, como si no hubiera entendido bien lo que acababa de escuchar.

"¿Qué has dicho?", preguntó, su tono de incredulidad se mezclaba con enojo.

"Que no me voy", repetí con más fuerza, mis palabras fluyendo con una determinación que ni yo misma sabía que tenía. "No te voy a seguir."

El aire se volvió espeso, y pude ver cómo la ira comenzaba a dibujarse en su rostro. Me sentí como si estuviera atrapada entre dos mundos: el de su control y el de mi libertad. Pero ya no podía seguir viviendo bajo su yugo.

"¡Eso no lo permitiré!", dijo mi madre, su voz ahora tan fría que parecía cortar el aire. "O vienes conmigo, o habrá consecuencias. No creas que te vas a salir con la tuya. Y cuando tu padre se entere de tu desobediencia, lo lamentarás."

La amenaza flotaba en el aire, pero ya no me asustaba. No me importaba lo que me dijera. Mi mente estaba clara.

"¿Consecuencias?", respondí, sin poder evitar una sonrisa sarcástica. "¿De qué me estás hablando? ¿De dinero? Si es eso lo que quieres hacer, adelante. Yo trabajo y gano mi propio dinero. No necesito nada de ustedes."

La verdad me brotó con más facilidad de lo que esperaba. Ya no era esa niña que temía el castigo de su madre, la que se acobardaba ante la idea de perder la aprobación de su padre. Ya no. Había algo dentro de mí que había cambiado, algo que me decía que tenía derecho a vivir mi vida de la manera que elegía.

Mi madre me miró, furiosa. Dio un paso hacia mí, como si creyera que sus palabras aún tendrían poder sobre mí. Pero yo no me moví, no me intimidaba más.

"¿Eso es lo que piensas, Sofía?", dijo, su tono lleno de veneno. "¿Crees que puedes romper con todo y salirte con la tuya? No tienes ni idea de lo que estás diciendo. Lo que estás haciendo es destruirte a ti misma."

Pude ver cómo sus ojos se llenaban de furia, y algo en su mirada me hizo sentir por un segundo, solo por un segundo, que lo que estaba haciendo era un error. Pero ese sentimiento desapareció rápidamente. Ya había tomado mi decisión, y no iba a dar marcha atrás.

"No me importa lo que pienses, madre", le respondí, mi voz aún firme. "No necesito tu aprobación. No más."

Mis palabras resonaron en el aire como un golpe. Y vi la expresión de mi madre cambiar, aunque no sé si era de sorpresa o de algo más oscuro, como si no pudiera entender cómo su hija se había convertido en alguien tan... independiente.

Mi madre dio un paso hacia mí, más enfadada que nunca, su rostro tan tenso como una cuerda a punto de romperse. Podía ver la ira ardiendo en sus ojos, pero esta vez no me echaba atrás. No iba a ceder, no importa cuánto me presionara. Sin embargo, cuando su mirada se desvió hacia Daniel, algo cambió en el aire.

Él no dijo una palabra, pero se interpuso entre nosotros, poniéndose de pie con una calma que contrastaba con la tormenta de emociones que había entre mi madre y yo. Su presencia era imponente, su postura firme y confiada, como si él mismo fuera la pared contra la que mi madre se chocaría.

Vi cómo su rostro se endurecía, y algo en su mirada, esa mezcla de desafío y autoridad, me hizo sentir una extraña sensación de seguridad. Era la mirada que conocía, la que siempre veía cuando Daniel estaba a punto de actuar, cuando no tenía miedo de enfrentarse a quien fuera, sin importar las consecuencias.

Mi madre, que siempre había tenido esa manera de ser tan rígida y controladora, pareció vacilar por un segundo. La furia en sus ojos titubeó, y sus pasos se hicieron más lentos. Fue un momento fugaz, pero noté que algo en su interior había cambiado, como si, de alguna manera, su poder ya no tuviera la misma fuerza sobre mí, no cuando Daniel estaba a mi lado.

Él no dijo nada, pero sus ojos, fijos en los de mi madre, decían todo. Sabía que lo que había logrado con su presencia era más poderoso que cualquier palabra. Había un respeto en su mirada que incluso mi madre parecía reconocer. En ese instante, me di cuenta de que, aunque siempre había pensado que mi madre era la que controlaba todo, había algo en la forma en que Daniel se comportaba, algo tan seguro, tan firme, que incluso mi madre dudaba, aunque fuera por un instante, de sus amenazas.

Ella levantó la barbilla, como si intentara recuperar el control de la situación, pero su gesto era más de una mujer que estaba evaluando las circunstancias, que intentaba decidir si tenía alguna forma de continuar con sus demandas o si algo más grande la estaba frenando.

"Este no es tu lugar, Daniel", dijo mi madre, tratando de mantener su tono autoritario, aunque ya no era tan seguro como antes. "Deberías saber tu lugar."

Daniel la miró fijamente, sin parpadear, su rostro inmutable. "Lo sé muy bien", respondió con voz baja, pero cargada de una autoridad que hizo que mi madre retrocediera un paso sin quererlo. "Pero ella no está sola. Y no te voy a permitir que la presiones más."

El silencio que siguió fue pesado. Nadie se movió, pero la atmósfera había cambiado. La tensión era palpable, como si cualquier palabra fuera a romper la frágil calma que se había instalado entre los tres. Mi madre, que siempre había estado tan segura de sí misma, se encontraba frente a alguien que no la temía, alguien que no solo estaba dispuesto a enfrentarla, sino que, con su simple presencia, había puesto en duda su poder.

Finalmente, mi madre suspiro, frustrada, y, tras un largo momento de vacilación, miró a Daniel una vez más, como si estuviera decidiendo si valía la pena seguir luchando contra él o si debía retirarse por el bien de la imagen que había querido mantener. Sus ojos brillaban con furia, pero algo en su postura había cambiado. Ya no estaba tan segura de su victoria.

"Este no es el final de esto", dijo finalmente, con una voz tensa, aún llena de ira, pero también de dudas. "No te equivoques, Sofía. No dejes que esto te haga pensar que tienes el control."

Yo la miré sin miedo, con la misma determinación que había sentido antes. "No lo tengo, madre", respondí, mi voz tranquila, pero firme. "Pero sí tengo el derecho de elegir mi vida. Y hoy he elegido no seguir tus reglas."

Con un último vistazo de desaprobación, mi madre se dio la vuelta y, sin otra palabra, se alejó, entrando en su coche y cerrando la puerta con un golpe sordo. Aunque su postura era altiva, su marcha vacilante dejaba claro que algo había cambiado, algo que ni ella misma podía controlar.

Cuando el coche se alejó, me quedé allí, respirando profundamente, sintiendo el peso de lo que acababa de suceder. Había cruzado una línea, una que nunca pensé que me atrevería a cruzar, pero lo había hecho. Y al mirar a Daniel, vi que él estaba ahí, a mi lado, no con una sonrisa triunfante, sino con una mirada de apoyo que me hizo sentir más segura que nunca.

"Gracias", le dije, mi voz suave pero llena de gratitud.

"No tienes que agradecerme", respondió él, tomando mi mano. "Lo haría por ti, siempre."

Nos quedamos allí por un momento, observando cómo el coche de mi madre se alejaba, sabiendo que, por fin, estaba tomando el control de mi vida, no solo en sus ojos, sino también en los míos. Y aunque no sabía qué venía después, sabía que ya no estaba sola.

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