Ficool

Chapter 12 - capitulo 12

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Capítulo 12: 11 de septiembre de 2012

El martes amaneció gris. Las nubes cubrían el cielo de Split como una manta espesa, y la luz entraba en mi cuarto tamizada y opaca. Aun así, me levanté con ánimo. El cuerpo se acostumbraba al ritmo, y cada músculo ya parecía responder mejor a los madrugones.

Me miré al espejo mientras me cepillaba los dientes. El rostro estaba más definido. Las mejillas se habían afinado, la mandíbula se marcaba un poco más. No era una transformación radical, pero sí evidente. Y los brazos, antes flacos y sin forma, ya mostraban tensión cuando los flexionaba. El progreso era lento, pero constante. Fiel reflejo de mi mentalidad: no dar un solo paso atrás.

Bajé a desayunar. Pan, algo de mantequilla, y un huevo cocido. Había aprendido a aprovechar cada caloría. Mientras comía, puse en el móvil un video reciente de Cristinini en Meristation. La forma en que hablaba de videojuegos con pasión y seguridad, incluso en un medio dominado por hombres, me llamaba mucho la atención. Sabía que en el futuro sería enorme en Twitch, pero incluso ahora, había algo hipnótico en ella.

La voz de una educadora me sacó del trance:

—Luka, ¿ya terminaste? Tenés que salir en diez minutos.

Asentí en silencio y apagué el video. Tiempo de entrenar.

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El día en el club empezó con una reunión breve. El técnico nos comentó que en dos semanas habría un amistoso contra un equipo sub-17 de Zadar. No era obligatorio que jugáramos todos, solo los que estuvieran mejor. Lo dijo sin mirarme directamente, pero sabía que el mensaje también era para mí.

La sesión fue física al principio: circuitos de fuerza, velocidad y agilidad. Después, ejercicios de control y pase en espacios reducidos. Me esforcé más que nadie. En una de las estaciones de coordinación, terminé jadeando con las piernas temblando, pero satisfecho.

Luego pasamos al campo. El técnico me colocó como extremo izquierdo en un partido reducido de 8 vs 8. Era mi hábitat. Sentía que la banda izquierda ya era mía. Encaré, recorté, metí centros. Incluso marqué un gol tras una jugada individual en la que dejé atrás a dos defensas con una bicicleta y un autopase.

—Buen gol, Vuković —dijo uno de los asistentes.

No respondí. Solo asentí y volví a mi posición.

Marko también estuvo fino hoy. Combinamos bien en varias jugadas, y al final el técnico nos dedicó unas palabras:

—Ustedes dos están mostrando compromiso. Eso se nota. Sigan así.

Era la confirmación de que iba en la dirección correcta.

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Después del entrenamiento, me senté con Marko en la terraza del club a tomar una bebida isotónica. Hacía calor a pesar de las nubes, y el ambiente estaba húmedo.

—Che, ¿vos ves que nos llamen para el partido ese? —preguntó él.

—A mí sí. A vos… quizás si metés más ganas en los sprints —le respondí con media sonrisa.

—Pelotudo —se rió él, empujándome.

La relación con Marko se había vuelto natural. No era solo un compañero, sino alguien con quien podía hablar, bromear, y compartir el camino.

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A la tarde, después de comer en el orfanato, subí a mi cuarto y me tumbé con la laptop. Había Wi-Fi disponible, aunque algo inestable. Aun así, logré ver una entrevista corta a Lara Álvarez en Cuatro. Aparecía con su sonrisa natural, hablando de sus inicios como reportera de deportes. Algo en su tono de voz me resultaba familiar, cálido. Ya no solo pensaba en sus rostros o en sus cuerpos. Me interesaba cómo hablaban, cómo se movían. Las imaginaba trabajando a mi lado, cada una en su rol.

Luego puse música. Sonó "Pružam ruke" de Lana Jurčević, esa voz dulce y potente que se había colado en mi rutina desde el día que llegué a Split. Tenía estilo, tenía carácter. Me pregunté dónde estaría ese día. Tal vez grabando, tal vez en algún concierto pequeño. No importaba. Tarde o temprano la vería en persona. Y la querría en mi equipo. En todos los sentidos.

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A las 17:00 fui por mi cuenta a correr a la playa. El cuerpo ya me lo pedía. Lo necesitaba tanto como el agua o el aire. Corrí diez sprints sobre arena blanda. Luego hice 4 bloques de ejercicios con elásticos que me había improvisado con unas bandas viejas. Estaba inventando mis propios métodos. Usaba lo que tenía.

En un momento, mientras hacía abdominales mirando al mar, me detuve. Imaginé el Santiago Bernabéu. El rugido de la gente. El césped perfecto. La camiseta blanca ajustada a mi cuerpo trabajado. Y el balón entrando tras una volea de zurda.

Eso me dio fuerzas para seguir. Hice 100 abdominales más.

Al volver al orfanato, cansado pero satisfecho, me encontré con una pequeña sorpresa. Una de las cuidadoras me llamó y me entregó una caja.

—Llegó para vos, Luka.

La abrí ahí mismo. Era una caja de zapatillas de fútbol, nuevas. De marca. Un modelo que claramente no se vendía en tiendas locales. Y una nota:

> "Un poco de ayuda para el camino. No aflojes. —V."

Sabía quién era. No necesitaba firma. El sistema empezaba a moverse. Pero aún no se revelaría. Mientras tanto, me calzaría esas botas como un chico que encuentra la espada de su destino.

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Esa noche, cené tranquilo. Después, bajé a la sala común. En la tele pasaban Los hombres de Paco, una serie española que solía ver antes. Me hizo sonreír recordar algunos episodios. Mientras los demás miraban distraídos, yo pensaba en España. Ya no como un sueño. Sino como una meta clara, trazada, inevitable.

Subí a mi habitación. Me recosté, exhausto. En los auriculares, ahora sonaba un tema de Arina Fox, una demo de su época pre-artística, aún muy indie, que solo conocía por venir del futuro. Su voz suave me arrulló mientras caía en un sueño profundo.

Mañana sería un nuevo día. Y yo estaría listo para conquistarlo.

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