Ficool

Chapter 2 - Prologo: Libertad

Hoy era 1 de Abril, el día en que comenzaría mi primer experiencia en una escuela secundaria. Si dependiera de mí, me habría inscrito en una escuela común y corriente, una donde pudiera pasar desapercibido y llevar una rutina sin complicaciones. Pero mis circunstancias no me dieron esa opción. En su lugar, terminé aquí: rumbo a la Escuela Secundaria de Nutrición Avanzada de Tokio, una institución prestigiosa que, por alguna razón, había decidido aceptar a alguien como yo.

Me encontraba en la estación de autobuses, esperando a que llegara el transporte que me llevaría a mi nueva escuela. Mientras esperaba, mi mente hiperactiva me obligó a observar cada detalle de este nuevo entorno en el que me encontraba; cada detalle del lugar captaba mi atención, desde los anuncios gastados en las paredes hasta las conversaciones entre desconocidos que se diluían en el murmullo general.

A pesar de que la mañana apenas comenzaba, la estación ya rebosaba de actividad. Algunos pasajeros abordaban sus transportes con pasos automáticos, con la mirada ausente, como si sus cuerpos se movieran por pura inercia. Otros, más impacientes, consultaban sus teléfonos o relojes, como si cada segundo de espera fuera un desperdicio intolerable. También estaban los que caminaban a paso apresurado, sus rostros reflejando el peso de una rutina que se repetía día tras día.

Tomé asiento en una de las bancas y, casi sin darme cuenta, me dediqué a observar a los transeúntes con más atención. Un hombre de traje avanzaba con seguridad mientras escribía en su celular, sin preocuparse por el riesgo de que alguien se lo arrebatara. Supongo que ese es el lujo de vivir en un país próspero, donde la seguridad es una preocupación lejana para algunos.

A unos metros de él, una escena mucho más íntima captó mi atención. Una madre se inclinaba ligeramente para acomodarle la mochila a su hijo. Mientras lo hacía, le murmuraba algunas indicaciones, seguramente consejos para la jornada escolar. Sin embargo, el pequeño parecía más concentrado en la pantalla de su teléfono que en las palabras de su madre. Aun así, ella no mostraba impaciencia ni enojo, solo un gesto tierno y protector que hablaba de una preocupación sincera.

Una escena común, sin nada particularmente especial. Sin embargo, me quedé mirándolos por unos segundos más de lo necesario. Tal vez porque era algo que nunca había tenido en mi propia vida. No me causó tristeza ni envidia, solo fue... curioso.

Desvié la mirada antes de que mis pensamientos pudieran profundizar más de la cuenta. Al final del día, no era asunto mío.

Pasaron unos minutos más antes de que finalmente el autobús llegara. Las puertas se abrieron con un sonido mecánico y monótono. Como era el primero en la fila, subí sin demora, dejando que mi mirada recorriera el interior, analizando cada detalle.

Varias filas adelante, un grupo de adolescentes vestía el mismo uniforme que yo. Parecían de mi edad, lo que significaba que probablemente también eran estudiantes de primer año. Por un momento pensé en acercarme a ellos, pero al final decidí no hacerlo.

Desviando mi atención de esas personas, me enfoqué en buscar un asiento libre, hasta que finalmente mi mirada terminó deteniéndose en el único libre, así que sin pensarlo mucho me senté en el sin importarme que probablemente alguien mas lo quisiera.

Cuando el autobús terminó de llenarse. El conductor cerró las puertas con un chasquido hidráulico, y avanzó a un ritmo constante mientras el motor continuaba zumbando.

No parecía que hubieran muchas personas que se conocieran, así que el autobús estaba en silencio, lo cual agradecí mentalmente.

Me acomodé en mi asiento junto a la ventana y dejé que la brisa fresca acariciara mi rostro. El mundo exterior pasaba en un flujo incesante de imágenes: calles llenas de vida, personas desconocidas, edificios de todos los tamaños y colores. Todo se sentía nuevo, extraño, casi abrumador.

Era la primera vez que veía tantas cosas, que estaba realmente allí, observándolo todo con mis propios ojos, ahora podía ver todas las cosas que solo había escuchado por los libros. El cielo, la gente, los animales callejeros, los árboles meciéndose con el viento... cosas que para otros eran insignificantes, para mí eran un universo por descubrir.

No sabía qué me depararía esta nueva etapa de mi vida, pero tenía claro algo: no pensaba apartar la vista. Había demasiado por ver, demasiado por comprender.

Y estaba decidido a descubrirlo todo.

Allá afuera, la ciudad respiraba. Personas caminaban con prisa, sumergidas en sus propios pensamientos, con destinos que desconocía y vidas que jamás cruzarían la mía. Algunos iban solos, con los auriculares bien encajados en los oídos, ignorando el mundo que los rodeaba. Otros reían entre amigos o charlaban por teléfono, sus voces llenas de una despreocupación que me resultaba extraña.

Y entonces, sin darme cuenta, un pensamiento se deslizó en mi mente.

Libertad.

La palabra apareció de la nada, flotando en mi cabeza como una hoja arrastrada por el viento.

¿Qué significaba realmente ser libre?

Las personas allá afuera parecían libres. Caminaban por donde querían, elegían su ropa, decidían qué hacer con su día. Pero… ¿eso era libertad? ¿O solo una ilusión? La rutina los arrastraba igual que a cualquiera. Se levantaban cada mañana, cumplían con sus responsabilidades, regresaban a casa y repetían el ciclo al día siguiente. Atados a horarios, a trabajos, a expectativas.

Aun no conocía del todo que era la verdadera libertad, pero tal vez era poder decidir tu propio camino sin que nadie más lo dicte. Sin que las circunstancias te empujen en una dirección que nunca elegiste.

Yo nunca había tenido eso.

Desde que tenía memoria, mi vida había sido definida por otros. Nunca tuve la oportunidad de elegir mi propio destino. Nunca pude decidir qué hacer, a dónde ir, quién ser. Como un pájaro nacido en una jaula, sin siquiera saber que existía un cielo más allá de los barrotes.

Pero ahora, por primera vez, estaba aquí. Fuera de esa jaula.

¿Era esto la libertad?

No estaba seguro. Pero sí sabía algo: aunque mi vida aún estuviera llena de incertidumbre, aunque no supiera qué me esperaba en esa prestigiosa escuela… al menos, ahora tenía la oportunidad de mirar el mundo con mis propios ojos. De descubrirlo a mi manera, por lo menos tenía 3 años para hacerlo.

¿Podría cambiar? Eso era lo que me inquietaba. Sabía que, en el fondo, nunca dejaría de ser quien era: una persona retorcida, lista para hacer lo que fuera necesario por alcanzar mis propios objetivos, sin importar el precio. Esa era la naturaleza que me definía, y no sabía si sería capaz de liberarme de ella. Tal vez esa parte de mí siempre estaría ahí, como una sombra inseparable. Pero... ¿y si, por una vez, pudiese ir más allá? ¿Y si pudiera ver el mundo, sentirlo, comprenderlo de una manera distinta? Tal vez no cambiaría, pero podría experimentar el mundo que siempre me había intrigado, el que hasta ahora solo había observado a través de una ventana, en las historias de los demás.

Respiré hondo, con la esperanza de que el aire me trajera algo de claridad. Al apoyarme contra el vidrio frío de la ventana, sentí la brisa acariciar mi rostro, una caricia fugaz y fresca que me hizo sentir, por un instante, conectado con todo lo que estaba fuera de mí. Pero pronto, esa sensación se disipó.

El autobús frenó con un leve traqueteo, y aunque aún no habíamos llegado a la escuela, la parada parecía interrumpir mi monólogo interno. Varias personas se bajaron en aquella estación, entre ellas la persona que estaba sentada a mi costado. Observé cómo tomaba su maleta con rapidez y se dirigía hacia la puerta con pasos apresurados.

Pronto alguien más ocupó el asiento vacío junto a mí. Cuando levanté la vista, noté a una chica con el cabello morado atado en dos pequeñas coletas traseras, que llevaba el mismo uniforme escolar, lo que indicaba que probablemente íbamos al mismo lugar.

Por un momento dudé en si debería de iniciar una conversación, pero esto ya no era ese lugar, por lo que decidí iniciar una conversación.

''Parece que vamos a la misma escuela. Un gusto conocerte'' 

''Mm, parece que finalmente el conejo a caído en la trampa'' dijo con una voz tranquila como si su comentario no hubiera sido extraño en lo absoluto. ¿Acaso yo era el extraño?.

''Er... Mi nombre es Ayanokouji Kiyotaka, soy de la clase 1-D'' dije mientras utilizaba la máxima capacidad de mi cerebro para encontrar la forma de continuar con la conversación.

''Ya veo. Un nombre interesante para una persona interesante, Ayanokouji Kiyotaka. Morishita Ai, de la clase 1-A''

…Definitivamente me estaba perdiendo de algo, ¿Acaso esta era la forma en que hablaban el resto de estudiantes normales?

Lamentablemente no pude continuar la conversación con una persona tan interesante como Morishita Ai por el comienzo de una disputa entre seres abominables, que solo querían destruir la paz de este tranquilo mundo.

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