Mientras el autobús seguía su recorrido habitual, mi conversación con Morishita Ai fue abruptamente interrumpida por una acalorada discusión que estalló a pocos metros de nosotros. Como si el ruido se impusiera sobre nuestras palabras, ambos desviamos la atención hacia el origen del altercado.
Uno de los protagonistas era un chico corpulento, de hombros anchos y postura relajada, que ocupaba un asiento prioritario. Llevaba puesto el mismo uniforme escolar que yo, lo que indicaba que asistíamos a la misma institución, aunque nunca antes me había fijado en él. Su cabello rubio y bien peinado relucía bajo la luz artificial del autobús, y su rostro tenía un aire altivo parecido al de un aristócrata.
"Disculpe, ¿no debería ceder su asiento a esta anciana?" dijo una voz femenina.
La dueña de aquellas palabras era una mujer de cabello negro, que llevaba puesto un uniforme de oficinista.
A su lado, la anciana, de rostro arrugado y espalda ligeramente encorvada, se apoyaba en su bastón con una mirada entre tímida y cansada. Parecía incómoda ante la atención repentina, pero no dijo nada, esperando quizá que la situación se resolviera sin su intervención.
Al parecer quería hacer un lindo acto para la sociedad ayudando a la anciana. Sin embargo, la simple idea de hacer algo parecido me resultaba repulsiva. Por supuesto, no podía decir eso en voz alta. Expresar semejante pensamiento sería equivalente a firmar mi sentencia de muerte social.
"Esa es una pregunta realmente rara, señora" respondió el chico con una sonrisa arrogante que nunca abandonó su rostro, mientras se cruzaba de piernas de manera desafiante. "¿Por qué debería ofrecer mi asiento? No hay ninguna razón para que lo haga" continuó, con un tono tan condescendiente que me hizo querer involucrarme lo menos posible con ese tipo.
"Es común ofrecer los asientos a las personas mayores, además, estás ocupando un asiento prioritario" replicó la señora con la intención de hacerle cambiar de parecer, pero con la actitud de ese chico, esas palabras no podrían haber sido peores.
"¿Y yo qué gano exactamente?", respondió el chico con una sonrisa desdeñosa. "Además, los asientos prioritarios son solo eso, asientos. No tengo ninguna obligación legal de levantarme. Como un hombre joven y fuerte, no tendría inconveniente en estar de pie, pero no veo por qué debería gastar mi energía en algo tan innecesario como ayudar a alguien. Siguiendo tu lógica, ¿no deberían todos los que están sentados ofrecer su asiento?"
Mirando a mi alrededor, noté que habían tres tipos de personas: Los que fingían no oír la discusión, pero en realidad querían ver como terminaba por simple curiosidad. Los que escuchábamos sin importarnos cual sería el desenlace, y los que dudaban en si deberían de intervenir.
Sin embargo, entre todos ellos, hubo alguien que me llamó la atención. Una chica que no parecía pertenecer a ninguno de esos grupos. No era que ignorara la discusión por incomodidad o indecisión… simplemente parecía que no le interesaba en absoluto.
Vestía el mismo uniforme escolar que yo, lo que indicaba que asistíamos a la misma escuela. A pesar de la distancia, podía notar que tenía un rostro bonito. Sin embargo, incluso sin conocerla, podía decir que su personalidad era desagradable.
Mientras la discusión continuaba, mi mente se desvió hacia algo más importante. No pude evitar sentir que el chico tenía razón, al menos desde un punto de vista puramente lógico. Dejando de lado cualquier aspecto moral o ético, en realidad, nadie tiene la obligación de ayudar a los demás, ni siquiera si están en una situación crítica. La sociedad japonesa, como cualquier otra, valora más a los jóvenes saludables que a los ancianos, no porque sea justo o correcto, sino porque son los jóvenes quienes cargarán con el futuro del país. Irónicamente, ese mismo futuro terminará reemplazándolos cuando envejezcan y se vuelvan prescindibles.
"Pero tu ayuda podría ser beneficiosa para la sociedad. Además, esta pobre mujer parece estar sufriendo", insistió la señora.
Desde el principio, había sido una batalla imposible de ganar. El chico rubio no tenía ninguna razón para ceder, ni nadie podía obligarlo a hacerlo. La única forma en la que pensé que su decisión podría haber cambiado era a través de la fuerza, pero claramente aquella mujer no tenía la capacidad de someterlo.
"¿Una contribución social, dices?", replicó el chico, ahora con una mirada de burla. "Eso es algo interesante que has dicho. Ciertamente, ofrecer mi asiento podría verse como un acto positivo, pero lamentablemente para ustedes, no tengo ningún interés en 'contribuir a la sociedad'. Solo me preocupo por mí mismo, como la existencia perfecta que soy''
Con ese último comentario, el desenlace de la discusión quedó sellado. Había ganado. No porque su argumento fuera irrefutable, sino porque su arrogancia y falta de escrúpulos le daban la ventaja en un debate donde la razón no tenía tanto peso como la simple obstinación.
Lo único bueno era que yo había logrado mantenerme al margen de ese espectáculo bochornoso. Hubiera sido un verdadero dolor de cabeza que alguien me señalara y me obligara a tomar partido. Evitar convertirme en el centro de atención era mi prioridad, y, afortunadamente, la discusión finalmente parecía haber llegado a su fin.
"Lo siento", dijo la oficinista, con la voz temblorosa. Sus manos se apretaban contra su bolso, y sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. No había esperado que la situación terminara de esa manera, y ahora solo podía disculparse con la anciana, como si de alguna forma la responsabilidad fuera suya.
"N-no te preocupes, estoy bien de pie", respondió la mujer mayor, su voz cargada de resignación, como si ya se hubiera rendido ante la humillación de la escena. Parecía que las fuerzas la habían abandonado, y lo único que deseaba era terminar con esa incomodidad.
Parecía que, finalmente, todo volvería a la normalidad. Pero entonces, una "inesperada contendiente" dio un paso al frente. Una chica de cabello castaño se acercó con determinación, rompiendo el silencio con su presencia.
"Uhm, creo que la dama tiene razón" dijo, con una voz firme que rompió el pesado silencio que se había instalado.
"¿Y el nuevo retador es una chica bonita, eh?", respondió el chico rubio con una sonrisa arrogante, mirando a la joven de arriba abajo. "Parece que tengo suerte con el sexo débil", continuó, sin siquiera disimular su desdén, mientras se acomodaba en su asiento con una actitud despectiva.
La chica no pareció intimidarse. "Esta pobre anciana parece estar sufriendo. ¿No le podrías ceder tu asiento?", insistió, señalando la evidente incomodidad de la mujer mayor.
''Haha, que lindo comentario, niña bonita'' se burló el chico rubio, con una sonrisa ladina mientras se acomodaba en su asiento ''Hablas como si tuviera alguna obligación legal de ceder mi asiento, cuando hay muchas otras personas aquí que podrían hacer lo mismo. En lugar de seguir discutiendo conmigo, ¿por qué no se lo pides a alguien más?''
Su tono era burlón, cargado de desdén, como si toda la situación le resultara un simple entretenimiento. Se reclinó ligeramente, disfrutando del incómodo silencio que se extendió tras sus palabras.
Al final, dándose cuenta de que no lograría influir en el pensamiento altivo del joven rubio, la chica optó por un enfoque diferente, uno más sutil pero igualmente manipulador: recurrir a la culpa colectiva de los demás pasajeros.
"Todos, escuchen un momento. ¿Alguien podría cederle su asiento a esta señora? No importa quién sea, por favor", dijo con voz firme, como si de alguna manera apelara a un sentido común que no estaba tan presente entre los demás.
Pasaron unos minutos de incomodidad silenciosa, mientras las miradas de los pasajeros se cruzaban, pero nadie parecía estar dispuesto a dar el primer paso. La tensión en el aire se hizo más densa. La chica, con su actitud expectante, observaba a cada uno de los presentes, pero ninguno se movió.
Observé con curiosidad la reacción colectiva. Todos querían que la situación se resolviera, pero ninguno estaba dispuesto a ser el primero en actuar.
Viendo que nadie parecía querer intervenir, la chica de cabello castaño se acercó a la chica de cabello negro que parecía indiferente ante la escena.
''Umm... ¿Podrías darle tu asiento a la señora?'' explicó la chica de cabello castaño con cuidado, intentando apelar ante su posible bondad.
Lamentablemente para ella, parecía tener una personalidad igual de desagradable que la del chico narcisistas.
''No tengo ninguna razón para hacerlo'' respondió la joven de cabello negro sin siquiera molestarse en levantar la mirada. ''Yo tomé este asiento, así que no veo por qué debería dárselo a alguien más.''
Su tono era frío, carente de emoción. No hubo titubeo en sus palabras, ni una pizca de duda o culpa. Definitivamente no me cruzaré con ella.
''Bueno... ¿Alguien tiene la intención de ofrecer su asiento para la señora?'' por un momento vi como su expresión se oscureció, pero rápidamente se recompuso.
Finalmente, y como era de esperar, la presión surtió efecto. Una señora, visiblemente incómoda pero con una ligera expresión de incomodidad por su moral, se levantó de su asiento y cedió el lugar a la anciana. No fue un gesto de heroísmo ni un acto de verdadera compasión, sino un resultado predecible, casi automático, en respuesta al escrutinio de los demás. Como en una especie de coreografía social, la señora cumplió con lo que se esperaba de ella, y el joven rubio, al parecer satisfecho con la resolución de la escena, volvió a acomodarse en su asiento, como si todo hubiera quedado resuelto.
Al final, la chica había logrado lo que quería. No porque realmente hubiera ayudado a la anciana, sino porque su ego había sido alimentado, y eso, de alguna manera, la hacía sentir que había ganado. En realidad, me pregunté si alguna vez había hecho algo desinteresado, o si todo en su vida giraba en torno a la necesidad de que los demás la reconocieran como alguien "bueno" o "justo". Sin duda, sus acciones tenían una agenda oculta, y yo no podía dejar de preguntarme qué tan profundo era el vacío que trataba de llenar con esas máscaras de bondad.
''¿Que te pareció todo esto?'' todavía faltaba un rato para que llegáramos a la escuela, por lo que vi conveniente iniciar una conversación con alguien tan interesante como Morishita Ai.
