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Chapter 241 - Capítulo 85: La Cima del Odio

Los golpes de Matt llovían sobre Hitomi, una ráfaga incesante de puños y patadas que la empujaban contra el suelo, cada impacto un martillo que no solo dañaba su cuerpo, sino que agrietaba la frágil coraza de su mente; sentía el dolor, la sangre goteando de su nariz, la opresión de su pecho, la impotencia que la atenazaba, una sensación abrumadora que la arrastraba a un lugar oscuro, a un rincón de su memoria que había mantenido sellado durante años, una memoria de cuando era solo una niña, pequeña, sola, con un poder que no entendía y una sangre que nadie quería.

Su mente se proyectó a un jardín soleado en la mansión Valmorth, un lugar donde jugaba con otros niños de la misma edad, pero donde un simple empujón, una rabieta infantil, se convertía en un desastre, porque sus pequeños brazos, sin control, enviaban a otro niño a volar varios metros, y los gritos de la víctima no eran de dolor, sino de puro miedo, un miedo que se reflejaba en los rostros de sus padres, que no la miraban con ira, sino con un terror abyecto y reverencial, un terror que no era por el daño que había hecho, sino por el apellido que llevaba, por el poder que representaba, por el monstruo que, según ellos, se escondía en la mirada de una niña.

Su padre había venido corriendo, la había levantado del suelo, la había abrazado, pero la había regañado con una voz temblorosa,

"No te olvides, Hitomi. Llevas el apellido Valmorth. Eres diferente. Eres peligrosa. No puedes jugar como los demás,"

y esas palabras, esas miradas de miedo, el peso del apellido, el peso de ser "la niña Valmorth", el peso de ser un arma, se había instalado en su corazón, una espina que nunca había podido sacar.

La patada de Matt la hizo volar por el aire, su cuerpo chocó contra el suelo, un gemido de dolor escapó de sus labios, y la rabia que sentía por dentro, una rabia que no era suya, sino de su linaje, se encendió.

Nunca había pedido esto, nunca había pedido ser una Valmorth, nunca había pedido la carga de su familia, la responsabilidad de ser una Cazadora, de tener un poder que la separaba de todos, que la hacía un monstruo a los ojos de los demás, y ahora, en el suelo, con un loco desquiciado golpeándola, ese peso se hizo insoportable, pero otra voz, una voz que no había escuchado en años, una voz que había intentado reprimir, una voz que le traía dolor y rabia, volvió a su mente. 

La voz de su madre, una mujer despiadada y calculadora, la voz que le había dicho, en una fría lección, la primera y única que le había dado sobre el combate, que la vida era una jungla y que solo los más fuertes sobrevivían, y que el poder que llevaba en la sangre no era para huir, sino para dominar, para aniquilar, "Mi pequeña Hitomi, mi Lanza. Nunca te detengas a pensar. Si alguien se atreve a tocarte, si alguien te pone una mano encima, sin importar su origen, sin importar su poder, sin importar si es un villano o un héroe, si es de 'clase baja' o de 'clase alta', no pienses.

No sientas. Solo desata tu furia. Porque la furia de una Valmorth es la Cima del Poder, y la única vez que vale la pena desatarla es contra alguien que no merece vivir, contra alguien que no aporta nada a este mundo y que tiene la osadía de tocarte. Solo entonces, y solo entonces, puedes sentir la verdadera libertad," las palabras de su madre resonaron en su cabeza, una lección brutal que había intentado enterrar bajo capas de normalidad y sueños infantiles, pero ahora, en el suelo, con la sangre escurriendo por su rostro, se dio cuenta de que su madre, la bruja que la había parido, tenía razón. Había un momento para la furia. Y este era el momento.

Hitomi, con la sangre de su nariz manchando su rostro, una expresión de puro dolor y desesperación, se levantó, sus ojos, que antes habían sido un suave tono de rojo, ahora brillaban con un fuego que no era suyo, era el fuego de su linaje, la furia de los Valmorth.

Sombra, el gatito, se encogió en un rincón, temblando, como si sintiera que su dueña ya no era su dueña, sino un demonio que había despertado. Hitomi se levantó, sus ojos fijos en Matt, quien se había detenido, sorprendido por su repentino cambio. Una sonrisa de pura maldad se dibujó en sus labios.

—Gracias, bruja —susurró Hitomi, su voz un murmullo de ironía y odio—. Gracias por recordarme quién soy.

Matt, que no había escuchado las palabras de Hitomi, se rió, un sonido ruidoso y desquiciado que resonó en el pasillo, sus ojos llenos de diversión. Su presa, que había estado tan asustada, ahora estaba de pie, pero no tenía oportunidad.

—¿Qué pasa, perra? ¿Ya te cansaste de ser una perdedora? —se burló Matt, con su voz llena de desprecio, sus puños preparados para volver a la carga.

—Solo quería saber... si ya terminaste de golpearme —dijo Hitomi, su voz fría, tan fría como el hielo de un glaciar. Era una pregunta, pero no era una pregunta, era una amenaza.

La burla en el rostro de Matt se borró, reemplazada por una expresión de confusión. Antes de que pudiera responder, Hitomi se movió. No con la agilidad que había mostrado antes, sino con una velocidad que superó por mucho la velocidad de un rayo. Matt, que se había abalanzado sobre ella, se detuvo, sus ojos se abrieron de par en par. Hitomi, con un solo movimiento, le había agarrado del brazo, y con una fuerza que ni Strovel, con su super fuerza, había podido igualar, lo había arrojado contra la pared.

El cuerpo de Matt se estrelló contra el concreto, un sonido de huesos rotos que se hizo eco en el pasillo. Garra, que había estado parado al lado de Matt, se lanzó contra Hitomi, pero antes de que pudiera tocarla, una luz brillante lo rodeó.

Eran las ocho lanzas ancestrales de Hitomi. Siete salieron de su cuerpo, una detrás de la otra, una luz brillante que iluminó el pasillo, revelando la carnicería que Matt había causado, y una última lanza, que ya estaba en su mano, la Lanza de la Aurora, brillaba con una luz que era una extensión de su alma. Las lanzas, una extensión de su poder, se movieron con una rapidez inhumana. Una de ellas, con la punta afilada, se lanzó contra Garra.

Garra, que se había abalanzado sobre Hitomi, no tuvo tiempo de reaccionar. La lanza le atravesó la cabeza, la punta salió por la parte posterior de su cráneo, y el cuerpo de Garra se desplomó contra el suelo, su cerebro, un amasijo de carne y hueso, se derramó por el suelo, una masa de vísceras.

Susto, el "perro" que estaba afuera, se percató del peligro. Con un gemido de miedo, se lanzó contra Hitomi, pero antes de que pudiera tocarla, otra lanza, un rayo de luz, se lanzó contra él. Susto, que estaba en el aire, fue atravesado por la lanza en el pecho, la punta salió por la espalda, y el cuerpo de Susto se estrelló contra una pared, su corazón, todavía latiendo, se detuvo. El miedo en los ojos de Susto fue la última cosa que vio.

Hitomi, con las ocho lanzas ancestrales volando a su alrededor, una luz brillante que emanaba de su cuerpo, se detuvo, su mirada fija en el cuerpo de Susto, que había sido clavado en la pared como un insecto. No había remordimiento en su rostro.

Solo había una satisfacción fría. Había matado. Había matado por primera vez. Y no había sentido nada. Matt, que se había levantado del suelo, con su cuerpo adolorido, la miró con horror. Había visto la masacre, la velocidad, la brutalidad. Había visto la luz en los ojos de Hitomi. Ya no era una niña. Era un monstruo. Una Valmorth.

—¡¡¡Tú!!! —gritó Matt, su voz un eco de furia impotente.

—¿Qué pasa, Matt? ¿Te asusta lo que ves? —dijo Hitomi, su voz un susurro de pura maldad. —Ves lo que soy. Lo que siempre he sido. Un arma. Y tú, un cazador, un animal, te has metido con la persona equivocada.

Hitomi, con un movimiento lento y majestuoso, se elevó del suelo. Las ocho lanzas volaron a su alrededor, una corona de luz, un símbolo de su poder. La luna llena, que se había asomado por el cielo, bañó a Hitomi con su luz plateada, un halo de belleza que contrastaba con la masacre que la rodeaba.

Matt la miró, su rostro lleno de horror, y se dio cuenta de su error. Había subestimado a la Valmorth. Había pensado que era una presa fácil, una niña asustada. Pero era la Cima Desconocida del Poder. Y él, un simple cazador, no tenía ninguna oportunidad.

—Gente como tú... jamás debió nacer —dijo Hitomi, su voz un murmullo de pura frialdad, sus ojos de fuego fijos en Matt. Las ocho lanzas se movieron, una sinfonía de muerte, una danza de luz y sangre. Las lanzas se lanzaron contra Matt, una tras otra, perforando su cuerpo, una en el pecho, otra en el estómago, otra en la cabeza, otra en los brazos, otra en las piernas, cada una un dolor insoportable, cada una un grito que se ahogaba en su garganta, y el cuerpo de Matt se desplomó, una masa de carne y hueso, perforada por las lanzas. La sangre, un río de vida, se derramó por el suelo, un charco de muerte que se extendió por el pasillo.

La masacre había terminado. Hitomi, con las ocho lanzas flotando a su alrededor, la luz de la luna bañando su cuerpo, miró a su víctima, una expresión de calma en su rostro. La rabia había pasado. Solo quedaba el silencio. Y la sangre.

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