( 22/06/19)
El comunicador cobró vida en la mano de Ryuusei. Una voz, tensa pero controlada, resonó.
—Ryuusei. Volkhov. La entrada está asegurada. La oposición... neutralizada.
El líder asintió, la confirmación era lo esperado. Estaba a punto de dar la orden de que el resto del equipo se dirigiera hacia allá, pero Volkhov continuó, y hubo algo en su tono que detuvo a Ryuusei. Una nota de asombro que rara vez se colaba en la voz del Tirador Perfecto.
—Hay... hay algo más —dijo Volkhov, y Ryuusei pudo oír el sonido del viento, el crujido de la tierra bajo presión—. La base... no es lo que esperábamos. Ha emergido. Ryuusei... es una criatura. Gigantesca. Una... una tortuga.
El silencio cayó en el comunicador mientras Ryuusei procesaba las palabras. Él sabía. Tenía el mapa, el conocimiento del robo en la base de los Heraldos. Pero escuchar a Volkhov, el pragmático, describir la base como una "criatura gigantesca"... eso le dio un nuevo peso a la información.
—Entendido, Volkhov —respondió Ryuusei, su voz volviendo a su calma habitual, a pesar de la revelación—. Manténganse en posición. Vamos para allá.
Ryuusei reunió al equipo que esperaba: Aiko, Arkadi, Amber Lee, Brad, Kaira, Chad y Ezequiel. Sus rostros mostraron la pregunta no formulada.
—Volkhov aseguró la entrada —anunció Ryuusei—. Pero la base... es algo inesperado. No es una estructura normal. Ha emergido del subsuelo. Es... una Tortuga Gigante. Una criatura.
Las reacciones fueron variadas y reveladoras.
Aiko, siempre leal, asimiló la información con los ojos muy abiertos, una mezcla de sorpresa y una emoción contenida por la magnitud de lo que Ryuusei describía. Estaba lista para lo que fuera.
Arkadi, palideció ligeramente, sus ojos antiguos reflejaron una mezcla de incredulidad y una profunda, profunda conmoción. Sus labios se movieron, murmurando palabras en una lengua arcana, nombres de leyendas y mitos olvidados.
Chad soltó una carcajada corta y oscura. —¿Una base tortuga? Vaya. Esto... esto es nuevo. ¿Puedo volarla por diversión si se porta mal?
Ezequiel ladeó la cabeza, su paranoia se agudizó. —Una criatura viviente como base... ¿Eso afecta el flujo del tiempo? ¿Es... consciente?
Kaira mantuvo su serenidad exterior, pero sus ojos se estrecharon analíticamente. Una base móvil orgánica con personal militar... Las implicaciones estratégicas eran fascinantes. Y perturbadoras.
Brad y Amber Lee intercambiaron miradas, la sorpresa pragmática en sus rostros. Una base segura era buena, pero ¿una viva? Eso añadía variables inesperadas.
—Nos dirigimos hacia allá —dijo Ryuusei, ignorando (por ahora) los comentarios y preguntas.
El aire fresco y acre de los bosques de Alberta llenó sus pulmones mientras el equipo principal irrumpía en el claro donde la silueta colosal de Nora se alzaba sobre ellos, una montaña viviente de carne, roca y antigüedad. La vista, incluso después de verla desde la distancia, seguía siendo sobrecogedora.
Allí, cerca de una abertura camuflada en la vasta forma de la criatura, esperaban Volkhov, Bradley y Sylvan, sus figuras diminutas junto a la inmensidad. Los cuerpos infortunados de algunos guardias yacían inanimados en el suelo; otros, capturados vivos, estaban atados, sus ojos reflejaban un terror que iba más allá del simple miedo a la muerte.
La reunión de los dos grupos fue un momento de miradas intensas y breves palabras. Volkhov asintió a Ryuusei, confirmando la seguridad con su silencio profesional. Bradley parecía agotado pero eufórico por la misión, mientras Sylvan simplemente se mantuvo firme como un roble. Pero la atención de todos se desvió rápidamente hacia la criatura titánica.
Arkadi, sus ojos ancianos abiertos con una mezcla de asombro, reconocimiento y una profunda reverencia, se adelantó, sus pasos resonando apenas en el suelo. Esta no era solo una criatura grande. Era una raza de la que solo había leído en los susurros del lore arcano, seres pensados extintos. Su voz, una rasposa exhalación, rompió el silencio sobrecogedor.
—Son... son reales —murmuró Arkadi, más para sí mismo que para los demás, pero su voz cargada de conmoción ancestral—. Las Crónicas Terrenas no mentían... Quedaba una. Una de las Antiguas...
Se acercó a la base del cuello de Nora, la piel que parecía corteza y roca a la vez. Con una mano temblorosa, el Sabio Arcano puso su mano sobre la piel coriácea y escamosa de la Tortuga Gigante. Una energía vasta y serena, un torrente de memoria geológica y paciencia de eras, fluyó hacia él. Sintió el lento latido de un corazón colosal, la conciencia vasta y tranquila de un ser ligado a la esencia misma del planeta. Era una conexión profunda, que validaba todas las leyendas.
Arkadi retiró la mano, sus ojos brillando con la luz de la revelación. Se giró hacia Ryuusei, su rostro cargado de urgencia mística.
—Ryuusei —dijo, su voz firme—. Toca. Siente. Conecta. Esta criatura... es más que una base. Es... una guardiana.
Ryuusei, con su pragmatismo habitual luchando contra la marea de lo místico, se acercó. Miró los ojos antiguos de la Tortuga, la inmensidad bajo su mano. Lentamente, extendió la mano y puso su palma sobre la piel de la tortuga.
La conexión fue fabulosa. No solo energía, sino una resonancia que sacudió su propio ser. Sintió la antigüedad, sí, pero también una compatibilidad profunda con la naturaleza de la criatura. Era como si Nora reconociera la autoridad en él, el propósito sombrío que lo guiaba. Una conexión de líder a fortaleza, de destino a ancla. Un vínculo de mando y pertenencia que se sentía... correcto.
Ryuusei mantuvo su mano allí un momento, asimilando la magnitud de la conexión. Arkadi lo observaba con una sonrisa sabia.
—Ha esperado milenios... quizás te esperaba a ti —dijo Arkadi—. Un ser así... una de las Antiguas... merece un nombre. Tú te has conectado de una manera que pocos, si alguno, podrían. Tú debes dárselo.
Ryuusei retiró la mano, volviendo al presente, la sensación de conexión aún vibrando en él. Miró a la criatura que ahora sentía, en parte, como propia.
—Se llamará... Nora —dijo Ryuusei, la palabra resonó con una autoridad nacida de la conexión y el propósito.
Nora. La Tortuga Gigante. La Fortaleza Viviente. Nombrada por el líder de los marginados.
Pero la solemnidad fue abruptamente interrumpida. La mirada de Ryuusei cayó sobre los militares capturados. Su atención se centró en el presente brutal.
Ryuusei se acercó a los pocos soldados, con su equipo observando. Su voz, desprovista de emoción, resonó en el claro, una autoridad inquebrantable.
Ryuusei se acercó a los pocos soldados atados, su figura enmascarada proyectando una sombra fría sobre ellos. Sus ojos dorados brillaban con una autoridad desapasionada. Su voz, desprovista de toda calidez, resonó con una calma terrible.
—Han visto de lo que somos capaces aquí en los bosques de Alberta, en este año 2019 —dijo, un gesto casual hacia los cuerpos rotos de sus compañeros masacrados—. Este mundo que conocían está terminando. Pueden ser parte de lo que viene. Únanse a mi causa. A la Operación Kisaragi. O... enfrenten las consecuencias. La elección es simple.
Los soldados, atados y aterrorizados, temblaban, sus miradas fijas en la figura enmascarada, en el humanoide árbol inmóvil, en la joven con ojos serenos que controlaba mentes. La elección era clara, la amenaza palpable. Aun así, la dignidad o el puro terror instintivo impulsaron a algunos.
Aproximadamente la mitad de los militares, a pesar del miedo, encontraron una chispa de desafío.
Un sargento escupió hacia los pies de Ryuusei. "¡Nunca, monstruo!"
Otro gritó, con la voz quebrada, "¡Prefiero morir antes que unirme a tu... tu circo de fenómenos!"
Un tercero solo pudo articular un "Vete al infierno" lleno de odio impotente.
La respuesta de Ryuusei fue gélida
— Amigo mío me da risa lo que dices, hay algo que ustedes par de idiotas no saben
"Yo ya estuve en el mismísimo infierno y lo peor aún es que yo sobreviví"
Se giró hacia Chad, quien esperaba con esa sonrisa oscura y desolada. No hubo necesidad de palabras largas. Un asentimiento. Una intención compartida.
Chad asintió, la sonrisa se ensanchó ligeramente, revelando una pizca del dolor que lo consumía, pero también una aterradora disposición. "Con gusto", murmuró, una respuesta apenas audible antes de extender una mano hacia los militares desafiantes.
Su poder de explosión detonó a corta distancia, no para matar, sino para aniquilar, para borrar su existencia en un estallido de horror. Lo que siguió fue un espectáculo arrancado de las pesadillas más viles, ahora acompañado por los ecos de sus últimas palabras de desafío.
Los cuerpos de los soldados se convirtieron instantáneamente en masas de carne desgarrada y extremidades rotas. Vio cómo la onda expansiva desollaba la piel en tiras sangrientas, exponiendo la roja y húmeda pulpa de músculos y tendones debajo. Los huesos se pulverizaron con un sonido que era una mezcla horripilante de crujido seco y explosión húmeda, sus fragmentos afilados perforando la piel y saliendo disparados como metralla biológica.
El dolor en los rostros de los soldados, un segundo antes llenos de desafío o terror, se transformó en un pánico mudo, una agonía insoportable que no tuvieron tiempo de expresar antes de que sus cuerpos fueran convertidos en jirones. Vio sus bocas abrirse en gritos silenciosos mientras sus estructuras faciales colapsaban bajo la fuerza explosiva.
Los órganos internos no solo reventaron; fueron proyectados hacia afuera con la fuerza de la explosión. Vio lazos de intestino grueso y delgado, vejigas, estómagos... una cascada repulsiva de vísceras rotas y sangrantes que salpicó el suelo y a los mismos soldados restantes en un festín rojo y pardo. El aire se llenó con el hedor metálico de la sangre fresca y el olor nauseabundo de los contenidos estomacales y fecales que salieron a borbotones de los cuerpos destrozados.
Las explosiones desmembraron a los hombres en un instante. Brazos y piernas fueron arrancados de sus cuencas, cayendo con un leve sonido. Torsos humanos se redujeron a troncos mutilados, mostrando la cavidad torácica abierta, con costillas fracturadas y los restos sangrientos de pulmones y corazones aún visibles por un segundo antes de ser consumidos por nuevas micro-detonaciones. Dejando atrás solo fragmentos grotescos y sangrientos, partes irreconocibles de lo que alguna vez fueron hombres, esparcidas por el claro como desechos en un matadero.
La sangre no solo brotó; explotó en arcos violentos y macabros, creando una neblina carmesí que se asentó sobre la hierba, las hojas y los pocos afortunados (o desafortunados) que sobrevivieron al impacto inicial.
El silencio cayó, roto solo por el goteo de sangre y el crepitar persistente de la energía residual.
Los militares restantes, paralizados por el terror absoluto al ver la masacre de sus compañeros, se quedaron mudos, sus ojos fijos en los restos destrozados y en Chad. Su miedo era una cosa tangible. Sus mentes se rompieron en ese instante de horror.
Ryuusei no les dio tiempo a reaccionar, a recuperarse del impacto. Se giró hacia Kaira. Su voz, tan tranquila como siempre, contrastaba terriblemente con la escena que acababan de presenciar.
—Kaira —dijo, con una autoridad inquebrantable—. Controla sus mentes. Útiles.
Kaira asintió. Sus ojos, serenos y enfocados, se centraron en los soldados restantes, ahora indefensos ante su poder. No hubo violencia física. Solo una invasión silenciosa y total. Una oleada de control mental que rompió las voluntades restantes como cristal frágil. Los ojos de los militares perdieron el miedo, se volvieron vidriosos y vacíos, luego se llenaron de una lealtad forzada y sin alma hacia Ryuusei. Sus mentes ya no eran suyas. Ahora eran personal de la base.
Con el destino de los militares sellado de forma brutal y eficiente, el equipo se dirigió hacia la entrada de Nora. La entrada secreta se abrió, revelando un pasaje oscuro y vasto que descendía. Entraron en la Fortaleza Viviente, dejando atrás el claro ensangrentado y la vista de la tortuga colosal para sumergirse en su interior.
El interior era tan impresionante como el exterior. Vastos espacios donde lo orgánico del caparazón se fusionaba con tecnología funcional. Salas de mando, barracones sencillos, arsenales discretos. Algunos de los guardias militares, ahora bajo el control de Kaira, se movían por los pasillos, esperando órdenes.
Ryuusei comenzó la explicación mientras los guiaba brevemente por las instalaciones principales. "Esta es Nora", dijo. "La base del mapa que robé a finales de año del 2018". Una fortaleza móvil, indetectable, segura. Perfecta para nuestra Operación." Describió sus funciones básicas y sus instalaciones principales de forma concisa.
Durante un momento de pausa, mientras asimilaban la realidad de su nueva sede, Arkadi, con el conocimiento recién adquirido de su conexión y su lore arcano, compartió una mini-historia sobre la raza de las Tortugas Gigantes.
"Las Crónicas Terrenas... hablan de ellas", comenzó Arkadi, su voz baja y llena de la sabiduría de los años y la conexión recién hecha. "No eran simples bestias. Eran... fundaciones. Seres inmensos nacidos del corazón mismo del planeta en eras inmemoriales. Su propósito... proteger. Servir de anclaje a la realidad. Cada una, una fortaleza viviente, con un caparazón que podía albergar civilizaciones y una mente conectada a la esencia de la tierra. Se decía que solo respondían a un líder... a uno con un propósito lo suficientemente fuerte como para resonar con su existencia milenaria. Se creía que se habían retirado... o extinguido. Pero Nora... ella permaneció. Quizás esperando..."
Su historia añadió una capa de misticismo y propósito a Nora, confirmando que era mucho más que una base. Era un ser antiguo, legendario, ahora vinculado a su líder y sirviendo a su Operación.