El viaje de Bangkok a Michigan fue una tortura silenciosa, especialmente para Kaira. El aeropuerto era un microcosmos de olores públicos y desorden que su sensibilidad encontraba repulsivo. Su aura, generalmente tan controlada, vibraba con un rechazo apenas contenido hacia las masas.
Kaira no se quejó abiertamente, gracias a su orgullo y a la necesidad de mantener las apariencias, pero cada gesto —el modo en que se limpiaba la mano después de tocar el mostrador, el suspiro audible en la fila de seguridad— era un reproche silencioso. Bradley, con su TDAH amplificado por el encierro del avión y la proximidad a Kaira, rebotaba en su asiento, casi vibrando.
—¿Puedes quedarte quieto? —siseó Kaira en el avión, sin girar la cabeza.
—No —respondió Bradley, su voz aguda por la ansiedad—. El asiento huele a algo viejo y tú hueles a tres perfumes diferentes luchando.
Brad, sentado junto a Ryuusei, simplemente cerró los ojos y simuló estar dormido, dejando que la tensión volara por encima de su cabeza. Ryuusei, ajeno al drama sensorial, revisaba los documentos falsificados y el plan de aterrizaje.
La verdadera prueba llegó en el control de aduanas de Detroit. Ryuusei, con una calma inquebrantable, presentó los documentos. Kaira, en el momento de la verdad, se ajustó el pequeño traductor en el oído. Cuando el oficial le preguntó en inglés por el propósito de su visita, ella respondió con una compostura perfecta, gracias a la traducción instantánea, aunque su acento seguía siendo exótico.
—Vacaciones —dijo Kaira, mirando al oficial con una frialdad que forzó la calma, usando una pizca sutil de su poder—. Una escapada.
El oficial dudó un momento, sintiendo una vaga sensación de que "todo estaba bien" y que cualquier pregunta adicional sería una molestia innecesaria. No fue control mental total, fue un empujón mental sutil que Ryuusei apenas notó.
—Bienvenidos a Estados Unidos —murmuró el oficial, sellando los pasaportes.
Una vez fuera del aeropuerto, Kaira se quejó del coche de alquiler, del aire seco de Michigan y de la falta de un servicio de alta cocina decente en el camino.
El equipo se registró en un hotel de carretera sencillo y normal, tal como Ryuusei había planeado para pasar desapercibidos. Kaira inspeccionó la habitación doble que compartiría con Bradley y la cama adicional que Brad ocuparía temporalmente en el suelo.
—¿Una alfombra con el patrón de un vómito? ¿Un edredón que parece reciclado de un hospital? —Kaira se llevó la mano a la frente, teatralmente—. Ryuusei, te recuerdo que te estás asociando con un ser que aprecia la estética. Mi familia, incluso bajo mi influencia, vivía con más dignidad que esto. Es un insulto.
—Es necesario —respondió Ryuusei, desenrollando un mapa polvoriento de Michigan sobre la única mesa pequeña de la habitación—. La discreción es nuestro mejor activo. Y la dignidad no sirve para contener explosiones, Kaira.
Brad se limitó a soltar una carcajada áspera mientras usaba su poder para compactar la tierra bajo la alfombra, creando un suelo más firme para su saco de dormir improvisado.
La queja de Kaira se extinguió rápidamente al ver la seriedad con la que Ryuusei preparaba el plan.
—Chad Blake —comenzó Ryuusei, golpeando el mapa con un dedo—. Su poder es la fuerza explosiva. Un caos puro que, por lo que sabemos, deja un rastro fácil de seguir. Es un cañón humano que aún no sabe cómo apuntar.
Bradley, aún resentido por la manipulación de la piedra negra, preguntó: —¿Y cuál es el plan para capturar a un cañón? Mi velocidad no sirve si convierte el aire en dinamita.
—El plan es simple: lo inmovilizamos, lo obligamos a escuchar y lo reclutamos —dijo Ryuusei con total desapego emocional—. Brad será nuestra contención, la roca inamovible. Bradley, tu velocidad nos dará el elemento sorpresa.
Ryuusei explicó la necesidad de un área aislada, con suficiente material geológico para Brad, y la estrategia de anular las manos de Chad para evitar la ignición.
—Pero no tenemos ni idea de dónde está —señaló Kaira—. No vamos a esperar a que explote una gasolinera para encontrarlo.
—Exacto —dijo Ryuusei, mirando de reojo a Kaira y Bradley—. Y ahí es donde entráis vosotros, mis nuevos exploradores.
Ryuusei les asignó la tarea: durante las próximas doce horas, debían recorrer las zonas donde, lógicamente, un anómalo inestable con tendencias explosivas se escondería. Alrededores industriales, canteras, o quizás almacenes abandonados.
—Nuestro trabajo no es enfrentarnos a él —advirtió Ryuusei—. Es encontrar un patrón. Un lugar. Busquen chismes locales, hablen con la gente. Usen sus habilidades de manera sutil.
Miró a Kaira, enfatizando la advertencia: —Nada de controles mentales directos.
Kaira resopló. —Esta bien.
Ryuusei luego dirigió su mirada hacia Bradley.
—Bradley, tu velocidad es nuestra mejor herramienta para la recopilación de datos a gran escala. Muévete por la ciudad. No busques explosiones; busca el silencio. Lugares donde la gente no se acerca, pero que claramente han sido usados.
Finalmente, Ryuusei sonrió de una manera extrañamente reconfortante.
Kaira tomó el traductor y salió de la habitación con una zancada decidida, dirigiéndose a un café cercano para "extraer" información de manera civilizada. Bradley, con el mandato de Ryuusei resonando en su mente y la amenaza de Kaira aún fresca, se preparó para la noche, ajustando sus zapatillas y respirando profundamente.
La búsqueda de Chad Blake, El Incinerador, había comenzado en el frío, húmedo y soso entorno de Michigan.
