El regreso de Kaira Thompson al pestilente departamento alquilado fue un evento silencioso, pero la tensión que la acompañó era tan palpable como el aire húmedo. Brad ya había vuelto, con el rostro más inexpresivo de lo habitual tras ser testigo del doloroso y manipulador adiós de Kaira a su familia. Ryuusei y Bradley esperaban.
Kaira entró, cerró la puerta de golpe y arrugó la nariz. El aroma a sudor, desinfectante barato y la humedad sofocante del trópico la ofendió. Sin decir una palabra, abrió su maleta y sacó un frasco de perfume de diseño, pulverizando una nube densa y floral por toda la habitación. El dulce aroma luchó una batalla perdida contra el hedor ambiental, pero fue un acto de desafío.
—Por el amor de la higiene —masculló Kaira, acomodándose en la misma silla de plástico, cruzando sus largas piernas—. ¿En serio vamos a pasar la noche en esta pocilga? Mi apartamento, aunque era una ilusión, al menos estaba limpio.
Ryuusei la observó, imperturbable. Brad se limitó a resoplar. Bradley, por su parte, se movió, queriendo acercarse, pero la frialdad de Kaira lo inmovilizó.
—Antes de que sigamos con muestros planes de salvar el mundo —dijo Kaira, mirando directamente a Ryuusei con una profesionalidad inquebrantable—, quiero hablar de la logística. La remuneración.
Ryuusei parpadeó, la pregunta lo tomó ligeramente por sorpresa.
—¿Remuneración? —repitió.
—Sí, remuneración —replicó Kaira, con un tono ligeramente exasperado—. El sueldo. Estoy aquí porque me has obligado, pero también porque el riesgo legal de que expusieras mi poder era inaceptable. Ahora que mi familia es libre de mi control, no tengo ingresos. Si vamos a arriesgar nuestras vidas para restaurar un equilibrio que solo te importa a ti, exijo que se cubran mis gastos. Ropa, alojamiento decente, suministros... no puedo operar viviendo como una rata.
Ryuusei se tomó un momento para sopesar la petición. Nunca había considerado la idea de pagar a su equipo; la misión en sí siempre había sido la motivación. Sin embargo, Kaira representaba una mentalidad que no podía ignorar: la necesidad de estructura y compensación en un mundo cruel.
—Comprendo. Es una preocupación lógica —dijo Ryuusei—. Nunca he pensado en esto como un negocio, pero tienes un punto. Me encargaré de establecer fondos. Es posible que podamos acceder a ciertos recursos. Sí. Os daré una paga por vuestros servicios, aunque será modesta al principio. Lo prometo.
Kaira asintió, su rostro se relajó ligeramente. Había conseguido la concesión.
Su atención se desvió hacia el rincón.
—Y en cuanto al alojamiento... ¿hay un baño en esta... cueva?
Ryuusei señaló distraídamente una puerta estrecha y mal ajustada. —Sí, allí. Pero es horrible. Tiene un retrete y una ducha, pero no lo usaría si pudiera evitarlo.
Kaira apretó los labios con visible desdén.
—Pero, ¿cómo es posible? —Su voz se elevó, impregnada de indignación—. Saben que hay una chica en el grupo. Una chica que acaba de unirse a una misión de vida o muerte y esperan que yo, que soy el poder de manipulación más sutil que van a tener, me acostumbre a la suciedad. Es inaceptable. ¿No pueden al menos alquilar un lugar con plomería funcional?
Ryuusei, que estaba acostumbrado a la crudeza de su propia existencia y a la disciplina espartana, sintió un escalofrío que no era de miedo, sino de una nueva clase de incomodidad. Se dio cuenta de algo profundo sobre Kaira. No era solo control mental lo que la definía, sino un orgullo inmenso, una autoexigencia de perfección y pulcritud que chocaba con la realidad caótica de su misión.
Su orgullo es su segunda armadura. Es lo que la impulsa a controlar el caos y a hacer que su realidad sea "perfecta". Y si ese orgullo se siente desafiado, su poder es la respuesta inmediata.
La idea de enfrentarse a esa vanidad implacable le resultó, para su sorpresa, ligeramente aterradora. El control mental de Kaira no era un arma, era una herramienta para mantener su propia imagen de superioridad intacta.
Mientras Ryuusei procesaba este nuevo factor psicológico, Bradley, interpretando el silencio como una oportunidad, se acercó a Kaira con sus pies nerviosos y su sonrisa incómoda.
—Hola, Kaira. Yo... soy Bradley. Sé que nuestra primera cita fue un poco... forzada —intentó bromear, agitando su mano rápidamente—, pero me gustaría... iniciar una amistad.
Kaira lo miró de arriba abajo, su expresión tan fría que cortaba. No había una pizca de la fascinación o la coquetería que Bradley había idealizado. Solo desprecio evaluativo.
—Tú —dijo Kaira, su voz gélida—, eres un ser inferior. No sabes controlar tu poder. Tu velocidad es solo caos sin propósito. Tropezas en el aire que atraviesas. No eres un guerrero; eres un accidente.
Bradley se quedó helado, la sangre subiéndole al rostro por la humillación.
Kaira desvió la mirada hacia Brad, que estaba apoyado en la pared, escuchando con diversión cínica.
—Y tú —continuó Kaira, con el mismo tono de superioridad hacia Brad—. Solo tienes músculos, no cabeza. Eres una fuerza bruta confinada a la tierra. Un cavernícola predecible.
Brad rió ásperamente, sin ofenderse visiblemente, pero el tono le molestó. —Prefiero ser cavernícola a ser una bruja que usa su poder para conseguir un mejor champú.
Kaira ignoró el insulto y se detuvo en Ryuusei. Su expresión se suavizó ligeramente, aunque el respeto que mostró era más por el poder que por la persona.
—En cuanto a ti, Ryuusei —dijo Kaira—. A ti te tengo respeto. Al menos. No tienes miedo de ensuciarte las manos. Y eres el único aquí con una verdadera comprensión estratégica. Son mis guardaespaldas, no mis colegas.
Ryuusei asintió, aceptando el incómodo cumplido. La jerarquía se había establecido de manera brutal e inmediata.
Pasadas unas horas, con la tensión apenas disipada, Ryuusei se recordó un detalle esencial, volviendo a la pragmática del equipo.
—Necesitamos discutir la durabilidad —dijo Ryuusei, sacando de un bolsillo interno dos pequeñas bolsas de terciopelo negro. Dentro de cada una había una piedra diminuta, negra y opaca, que parecía absorber la luz—. Estas son Piedras del Caos. Las obtuve después de mi batalla con Aurion.
Explicó que las piedras contenían energía anómala concentrada y que, una vez ingeridas, se incrustaban en el sistema nervioso central, permitiendo una regeneración celular mucho más rápida, esencial para sobrevivir a ataques de alto poder.
—Kaira, Bradley —dijo Ryuusei, extendiendo las bolsas—. Deben ingerirlas ahora. Les dará una resistencia muy necesaria.
Luego, sacó dos pequeños aparatos delgados, similares a audífonos, que parecían hechos de cristal negro.
—Y estos son traductores universales de frecuencia. Aseguran que, sin importar el país al que vayamos, todos los idiomas se os traduzcan al instante a vuestra lengua materna. Son cruciales para la coordinación en el campo.
Kaira tomó su bolsa, analizó la piedra con escepticismo por un segundo y, con un movimiento limpio, la tragó. Tosiendo levemente, se colocó el auricular.
Bradley, sin embargo, retrocedió, su expresión de pánico regresando.
—¿Tragar eso? —preguntó, con voz temblorosa—. ¡No, no voy a tragar una roca extraña! ¿Y si es venenosa? ¿Y si me da un dolor de estómago permanente? Yo...
—Bradley —dijo Ryuusei con impaciencia—. Es necesario.
—¡No! ¡Tú no te das cuenta! ¡Soy hiperactivo, no necesito nada más vibrando dentro de mí! —La idea de un cuerpo aún más acelerado lo aterrorizó.
Antes de que Ryuusei pudiera intervenir, Kaira se levantó con un solo movimiento fluido. Miró a Bradley con una mezcla de aburrimiento y exasperación.
—Qué estúpido. ¿Quieres vivir o no?
Kaira extendió la mano hacia Bradley. Antes de que él pudiera activar su velocidad para escapar, el poder de Kaira lo envolvió. No fue violento; fue como ser sumergido en miel espesa. Su voluntad se rindió. Su cuerpo se inmovilizó.
—Abre la boca, inferior —ordenó Kaira, su voz monótona, despojada de emoción.
Con horror, Bradley sintió que los músculos de su rostro se contraían contra su voluntad. Su mano se levantó, tomó la piedra negra de Ryuusei y, sintiendo un nudo de miedo en la garganta, la forzó a entrar. La tragó.
El control de Kaira se disipó tan pronto como Bradley terminó de tragar. Él cayó hacia atrás sobre la cama, jadeando, volviendo en sí en un instante. El sabor metálico de la piedra aún estaba en su garganta.
—¡Tú! —gritó Bradley, levantándose de golpe, su ira era un contraste violento con su pánico habitual. Sus ojos ardían de rabia—. ¡Si vuelves a controlarme, aunque solo sea para pedirme que te traiga un puto café, voy a entrar en tu maleta y voy a quemar toda tu ropa con mi fricción! ¡Cada prenda! ¡Y luego la orinaré!
Kaira se rió, una risa corta, condescendiente y completamente carente de humor.
—Hazlo —lo desafió Kaira, dando un paso adelante, acortando la distancia. Su voz era baja, silbante—. Inténtalo. Y yo haré que nunca te levantes de esa cama. Haré que te quedes ahí, completamente consciente, observando cómo tu cuerpo se niega a obedecerte, sin poder siquiera rascarte la nariz. ¿Entendiste, velocista inútil?
La habitación se llenó de una electricidad peligrosa, no por el poder de Ryuusei, sino por la colisión de dos egos inestables. Brad observó el enfrentamiento con una sonrisa. Esto iba a ser una misión interesante.
Ryuusei suspiró, interponiéndose con su calma autoritaria, rompiendo la línea de fuego visual.
—¡Basta! —dijo Ryuusei—. No son niños. Son un equipo. Kaira, el control mental debe ser vuestro último recurso, no vuestra primera herramienta. Bradley, aprende a aceptar lo necesario. No hay tiempo para dramas.
Pasados unos minutos, ya con una calma forzada, Ryuusei se aclaró la garganta.
—Bien. Ahora que todos sois oficialmente miembros, y están equipados para la regeneración y la comunicación —dijo Ryuusei, mirando de reojo a Bradley y Kaira—. Es hora de irnos de Tailandia. Nuestro próximo objetivo está en Estados Unidos.
Ryuusei se dirigió a la pared, trazando un punto en un mapa mental.
—Nos dirigimos a Michigan. Allí vive un hombre llamado Chad Blake, un anómalo que hace explotar cosas, con un poder de fuerza y densidad superior a Brad.
Michigan. Un cambio radical desde el caos sudoroso de Bangkok. Kaira ajustó el pequeño traductor en su oído, lista para la civilización americana. Bradley, aún en estado de shock por la coerción, simplemente se limitó a asentir, su mente ya lidiando con la idea de volar a un nuevo continente y con la amenaza latente de la mujer de perfume y control mental.
