El aire en la habitación discreta que habían alquilado no olía a flores ni a tierra, sino al leve perfume persistente de Kaira, al desinfectante barato y a la densa tensión residual de la noche anterior. Kaira estaba sentada en una silla de plástico, aunque la quietud de su postura era forzada y sus ojos revelaban que estaba lejos de estar relajada. Ryuusei, Brad y Bradley la observaban, el silencio llenando los espacios incómodos entre ellos. El equipo de Ryuusei ahora tenía un cuarto miembro, pero la dinámica era tensa y frágil.
Bradley seguía inquieto. Miraba a Kaira con una mezcla turbia: asombro por su poder, culpa por el método de su "extracción" y una infatuación que ni la moralidad gris del acto ni la revelación de su poder manipulador habían logrado disipar. Brad estaba de pie, con los brazos cruzados, su expresión pragmática ligeramente tensa ante la nueva dinámica. Ryuusei, con su calma habitual, sopesaba las implicaciones de su nueva recluta.
Ryuusei se dirigió hacia una pequeña televisión polvorienta y la encendió, sintonizando un canal de noticias internacional. Era vital saber qué estaba sucediendo en el mundo que pronto tendrían que intentar equilibrar.
En la pantalla, un reportero con traje hablaba con gravedad, señalando edificios dañados. Luego, la imagen cambió a la de Aurion, el Héroe Número Uno, en una conferencia de prensa improvisada. Lucía impecable, su aura de poder palpable incluso a través de la estática. Había detenido una amenaza, salvado una ciudad de algún desastre.
La entrevista siguió el guion esperado: preguntas sobre los daños, los heridos, el heroísmo de Aurion. Pero entonces, la conversación tomó un giro interesante que Ryuusei había anticipado. El reportero, y fragmentos de entrevistas a pie de calle que se intercalaban, empezaron a tocar una fibra sensible.
"...fue otra demostración del increíble poder del Héroe Número Uno", decía el reportero. "...salvó a mi familia, es el mejor", decía una ciudadana.
Pero entonces, el tono se agriaba.
"...pero te hace pensar, ¿no?", añadía un hombre en la calle. "Tanto poder... pero al final, ¿quién logró hacerle frente? ¿Quién le dio pelea de verdad, incluso si perdió?" "Sí," asentía otra. "Solo aquel tipo. El de la máscara. El que llaman... el perdedor número uno." "Aurion es genial, sí," decía una adolescente, "pero al único que no pudo vencer, al único que se le escapó, fue a él. Al chico de la máscara rara."
Ryuusei observó la pantalla con su calma habitual. No había ira, solo una aceptación fría y total. El mundo lo recordaba. No como un salvador, no como un rival, sino como el fracaso glorioso que validaba la supremacía de Aurion. Él era la única mancha en el historial perfecto del héroe, el precio que Aurion había tenido que pagar por una victoria incompleta.
Bradley observó la pantalla, fascinado y avergonzado por Ryuusei al mismo tiempo. Ver a su líder, a su ídolo, ser etiquetado de esa manera, y ver la indiferencia con la que lo tomaba, era surrealista. Entendió que la máscara no era solo un disfraz; era una armadura contra el juicio público.
Brad soltó una risa áspera. —El perdedor número uno. Me gusta. Suena... auténtico. Mejor que Hijo del Yin y el Yang.
Ryuusei se limitó a apagar la televisión. El silencio regresó, cargado ahora con el eco de su reputación global.
—Es lo que soy para ellos —dijo Ryuusei, su voz desapasionada, como si hablara del clima—. Su contraste necesario. No es una carga, es una herramienta. Una reputación de fracaso es más útil que una de heroísmo. Nos permite movernos.
La conversación se dirigió entonces a Kaira. Ryuusei necesitaba entender su situación personal para asegurar que su reclutamiento fuera permanente.
—Kaira —dijo Ryuusei, su tono volviéndose más íntimo, pero no menos directo—. Hablaste de tu vida, de usar tu poder. ¿Hay... personas que dependan de ti? ¿Familia?
Kaira bajó la mirada por un instante, esa despreocupación ordenada cediendo a una expresión de sombría resignación. —Sí. Mi madre. Mi padre. Y mi hermana menor. Viven cerca de aquí. En un apartamento.
Hubo un silencio. Los otros miembros del equipo entendieron al instante la implicación.
—¿Los... controlabas? —preguntó Ryuusei, su voz suave pero directa.
Kaira tardó un segundo en responder, como si la palabra fuera demasiado pesada.
—Sí —respondió Kaira, su voz apenas un susurro. La confesión era su rendición total—. Desde hace... años. Desde que mi poder se manifestó de verdad. Las cosas eran... difíciles. Mi padre perdió su trabajo, mi madre estaba al borde de una crisis. Yo... yo quería que estuvieran bien. Que no sufrieran. Que no se preocuparan por el dinero, por los problemas, por mí. Hice... que quisieran lo que teníamos. Hice... que estuvieran felices. A mi manera.
Revelar la manipulación constante de las mentes de su propia familia, la subversión de su libre albedrío para crear una ilusión de paz, pesaba sobre ella. Era la aplicación más personal y moralmente compleja de su poder.
—Los obligabas a ser felices —dijo Brad, su tono no era de juicio, solo de una cruda comprensión. Su expresión era de genuino asombro ante la profundidad de la violación mental—. Creaste una familia de marionetas para ti. Joder, eso es...
—Era... la única forma que conocía de mantenernos a salvo —dijo Kaira, la desesperación asomando en sus ojos. Su poder la había aislado de la conexión real, incluso con los suyos, porque nunca podía saber si el afecto era auténtico.
—Ahora que te unes a nosotros —dijo Ryuusei, volviendo a su tono práctico—. No podrás... seguir haciéndolo. No podemos arriesgarnos a que uses tu habilidad en el equipo o en la misión. El control debe cesar.
Kaira asintió, con la mirada perdida en la pared. —Lo sé. Tienen que ser... libres. Incluso si eso significa que las cosas volverán a ser difíciles para ellos. Incluso si... si no les gusto sin mi control. Es probable que, sin el velo de mi influencia, el caos de su vida regrese. Tal vez me odien por la mentira.
Se hizo otro silencio cargado de tristeza. Era un adiós. No una separación física, sino un desmantelamiento de la realidad que ella misma había construido para ellos.
—Necesito... necesito un día —dijo Kaira, levantando la vista, suplicando—. Para ir. Para decirles... adiós. Para... para soltarlos. Y para recoger mis cosas. Debo asegurarme de que mi influencia se disipe por completo.
Ryuusei lo consideró. Era arriesgado, pero estratégicamente necesario. No podían esperar lealtad si le pedían que arrancara su vida anterior sin una despedida, por dolorosa que fuera.
—Un día —asintió Ryuusei—. Brad te acompañará de lejos. Por seguridad. Para ti, en caso de que alguien te siga. Y para ellos, en caso de que el desmantelamiento de tu poder sea inestable.
Kaira asintió con gratitud, la primera emoción auténtica que había mostrado desde su captura.
Mientras los adultos hablaban, Bradley seguía observando a Kaira. La había visto ser poderosa y aterradora, y ahora la veía ser vulnerable y triste. Su infatuación se sentía aún más confusa, una mezcla de admiración por la fuerza y pena por su dolor. Quería hablarle, decirle algo, cualquier cosa que no fuera torpe o inapropiada. Pero no sabía cómo.
Vio a Brad apartarse para ir a la ventana. Era su oportunidad. Se acercó a Brad, con los pies moviéndose nerviosamente, las palabras atascadas en su garganta.
—Oye, Brad —murmuró Bradley, su voz baja y rápida, casi inaudible—.
Brad se giró, una ceja arqueada. —¿Sí, chico rápido? ¿Qué te pica ahora?
—No —dijo Bradley, sonrojándose ligeramente—. Es que... Kaira. Quiero... quiero hablarle. Pero no sé qué decir. Soy... soy fatal en esto. Con las chicas. Y ella... ella es...
Se interrumpió, incapaz de articular la magnitud de su atracción y su torpeza combinadas.
Brad lo miró por un momento, su expresión endurecida por años de pragmatismo áspero. Había visto a demasiados jóvenes idealizar el poder y la belleza. Suspiró.
—Mira, chico —dijo Brad, su voz más baja, con la crudeza que Bradley a veces encontraba reconfortante en su honestidad—. Ella acaba de dejar a su familia en el caos porque los controló para que fueran felices. Olvídate de la belleza, concéntrate en esa verdad. Las chicas... son un puto laberinto sin mapa, y esta es un puto laberinto de espejos. No hay reglas. No hay consejos mágicos. Solo... sé tú mismo. Menos neurótico de lo habitual, si es posible.
Brad se acercó un poco, su voz más severa. —Y no intentes ser un idiota por su poder. Ella es peligrosa y acaba de hacer algo de lo que se arrepiente. Sé... decente. Escúchala. A la gente le gusta hablar de sí misma. Pero no seas un puto acosador. Y no esperes nada. Nunca esperes nada de alguien que acaba de elegir la realidad por encima de una ilusión.
Brad le dio una palmada en el hombro, un gesto inusualmente suave. —Buena suerte, chico rápido. La vas a necesitar más que con esa velocidad tuya.
Bradley asintió, absorbiendo el "consejo" crudo y sin pulir. No era la guía romántica que esperaba, pero era... real. Miró a Kaira de nuevo, sintiendo una punzada de nerviosismo.
Kaira se puso de pie. Miró a Ryuusei y asintió con resolución.
—Volveré mañana —dijo—. Con mis cosas. Lista para empezar.
Kaira caminó por las calles, el peso invisible de una familia cuyas mentes había manipulado durante años era abrumador. Al llegar a su modesto apartamento, se detuvo. Dentro, vio las siluetas de su familia, sumidos en la paz que ella les había regalado a la fuerza.
Era el final. La verdad, sin amortiguación, los destrozaría.
Se detuvo en el umbral, el rostro contraído. Sintió la punzada de la traición, pero también la necesidad de un último acto de misericordia egoísta.
Activó su poder por última vez. La energía fluyó, no como una orden de combate, sino como una sugestión suave y profunda, un último regalo que se disiparía con el tiempo, pero que les daría una transición.
Les inculcó la idea, con una convicción total: "Kaira ha conseguido un trabajo increíble en el extranjero, con una beca que siempre quiso. Estará fuera por unos años, buscando oportunidades. Están orgullosos de ella y no deben preocuparse. Ella está bien."
Su padre, que estaba leyendo, levantó la mirada con una sonrisa instantánea y fabricada. Su madre se acercó, los ojos llenos de una calidez y un orgullo falsos.
—¡Es increíble, cariño! —dijo su madre—. Siempre supimos que lo lograrías.
Su hermana pequeña se acercó corriendo. Kaira se agachó y la abrazó con una fuerza desesperada. Abrazó a su madre y a su padre, absorbiendo su amor falso por última vez. Era su último acto de control, su último acto de egoísmo disfrazado de misericordia.
—Los amo —murmuró, una verdad que ni siquiera su poder podía anular.
Tomó una maleta preempacada y salió sin mirar atrás, mientras las mentes de su familia volvían a una felicidad que pronto se enfrentaría a la dura realidad.
