Ryuusei observaba en silencio, envuelto en la sombra del callejón, mientras Brad Clayton trabajaba con una concentración total. Con movimientos lentos, precisos y casi ritualísticos, Brad moldeaba el suelo y las paredes, manipulando la tierra y la piedra como si fueran una extensión maleable de su propio cuerpo. El suelo del callejón se onduló, la piedra se ablandó hasta ser arcilla, y en el centro del espacio surgió un recinto circular de tierra compacta y piedras pulidas. No parecía una prisión, sino una plataforma ceremonial. En su núcleo, gruesas raíces de tierra formaron suaves ataduras, firmes pero cuidadosas, destinadas a inmovilizar sin causar daño.
—Listo —anunció Brad, sacudiéndose el polvo de las manos. Su control sobre la tierra era silencioso, una fuerza primordial contenida que contrastaba con su aspereza habitual.
Ryuusei asintió. Consultó el comunicador de muñeca, la pantalla parpadeó en rojo. Presionó el botón. La señal había sido enviada. Ahora, solo quedaba esperar la explosión cinética.
En otro rincón bullicioso de Bangkok, camuflado detrás de un puesto de jugos de frutas tropicales, el comunicador de Bradley vibró. La señal. Su corazón se disparó a un ritmo imposible, como si su cuerpo ya supiera lo que debía hacer, ignorando los gritos de pánico de su mente.
La ansiedad lo golpeó como una ola masiva. Su TDAH incendió su mente con mil pensamientos contradictorios: el plan, el miedo a fallar, Kaira, el terror de arruinarlo todo, la culpabilidad moral.
Okay, okay, lugar tranquilo. Agarrarla. Rápido. No asustarla más de lo necesario. Ryuusei dijo: extracción, no secuestro.
Su cuerpo respondió antes que su mente pudiera procesar la excusa. La energía vibraba bajo su piel, esperando ser liberada. Desde su escondite, localizó a Kaira: estaba sola, sentada en un banco de piedra de un pequeño parque, su expresión serena, casi nostálgica, como si estuviera a millones de kilómetros de distancia. Esa calma inquebrantable era lo que más lo intimidaba. Era la antítesis de su propio caos.
Tengo miedo. Mucho miedo, gritaba su mente en un loop incesante, pero sus piernas ya se tensaban. La resignación se había convertido en un motor.
Activó su poder.
El mundo se congeló en el tiempo. Los colores se fundieron en un espectro borroso, el sonido del tráfico se distorsionó en un zumbido grave y prolongado. Las personas eran estatuas en medio de sus actos cotidianos, con expresiones grotescas y detenidas. El aire mismo parecía volverse denso y difícil de atravesar.
Se lanzó hacia ella.
Un borrón, una sombra fugaz que no rompía el sonido, sino que subvertía el espacio-tiempo. Cruzó el parque como una chispa errante y desesperada. La vio, captó su expresión lentamente mutando de calma a una sorpresa helada, a un terror que tardaba segundos en registrarse. Extendió su mano, el miedo haciendo que su control fuera precario, y la sujetó con una firmeza forzada.
El "rapto" duró un instante para el mundo, pero fue una eternidad angustiosa para Bradley. Cada paso era un desafío a su autocontrol y a su moralidad. Sentía el latido acelerado de Kaira, el choque violento del viento en el rostro inexpresivo de ella, y el vértigo de la velocidad extrema que lo hacía sentir despegado de la realidad.
Atravesaron la ciudad como un relámpago distorsionado.
Llegaron al callejón con un golpe sordo de viento que arrastró basura y polvo. El tiempo volvió a su ritmo normal de golpe. Bradley se detuvo de manera tan brusca que casi cae, jadeando, tembloroso, la adrenalina y la culpa inundándolo. Soltó a Kaira, que aterrizó con un grito ahogado de terror y confusión.
Kaira se incorporó a medias, desorientada y furiosa. Antes de que pudiera reaccionar, Brad intervino con la precisión de un reloj.
El suelo se agitó. Las ataduras de tierra brotaron, sujetándola con firmeza por las muñecas y los tobillos. Kaira forcejeó, furiosa, la indignación brillando en sus ojos.
—¡¿Qué demonios?! —gritó, retorciéndose inútilmente—. ¡Déjenme ir! ¡Sé quiénes son! ¡Están completamente locos!
Intentó activar su poder, buscando desesperadamente mentes que controlar, buscando la firma de un policía cercano o un transeúnte. Pero el callejón estaba desierto, y las gruesas ataduras de tierra parecían absorber cualquier impulso de control mental o persuasión. Era como intentar gritar bajo el agua. Su pánico aumentó.
Bradley la miraba, paralizado. Lo había logrado, la había entregado, pero verla así, asustada, lo carcomía. La culpa era un ácido en su estómago.
Ryuusei avanzó, colocándose su Máscara. La porcelana blanca y negra relucía bajo la luz fragmentada que se colaba entre los edificios. La aparición de la máscara elevó la situación de un simple secuestro a algo ceremonial, algo de un peso mucho mayor.
—Kaira Thompson —su voz resonó profunda tras la máscara, proyectando autoridad—. Soy Ryuusei. Y sí, esto es una extracción forzada. Necesitamos hablar.
Kaira escupió las palabras, con la voz cargada de rabia: —¿Hablar? ¿Después de secuestrarme? ¡Están enfermos! ¡Tú eres el fracasado de las noticias!
—Perdí una batalla, no la guerra —corrigió Ryuusei con calma, sin inmutarse ante la burla—. Y sí, hicimos esto porque no nos diste otra opción. Usaste a inocentes como herramientas y escudos. No podíamos arriesgarnos. Necesitamos que escuches. Sin distracciones. Sin trucos. Necesitamos tu atención total.
Entonces Ryuusei habló. Le contó todo con una honestidad brutal: Aurion, la amenaza inminente de la Oscuridad, el frágil equilibrio de poder que debía protegerse. La necesidad de un equipo real, un equipo de anómalos que no pudiera ser manipulado, dividido o neutralizado fácilmente.
Kaira escuchaba, su hostilidad cediendo lentamente paso a una cautela creciente, mezclada con una fascinación inevitable. Ryuusei no estaba mintiendo. La intensidad de su narrativa era demasiado real.
Ryuusei se inclinó un poco hacia ella, su voz bajando a un tono casi confidencial.
—Y para que entiendas la seriedad de esta elección —continuó Ryuusei, su voz se mantuvo firme, sin ira, solo pragmatismo frío—, debes saber que no vinimos desprevenidos. Grabé tu interacción en el café. Tenemos pruebas visuales claras y de audio de cómo neutralizaste y controlaste a ese oficial de policía y a los civiles. Si te niegas a unirte a nosotros y te opones a nuestros objetivos, esa evidencia será entregada de inmediato a las autoridades competentes. No podemos permitir que tu habilidad de control mental quede libre y sin supervisión. Tendrías que lidiar con las consecuencias legales de secuestro y coerción, que serían muy serias en este país.
El color abandonó el rostro de Kaira. La amenaza legal y pública, el riesgo de ser expuesta, era una debilidad que su poder no podía controlar. La coerción funcionó.
—Sé que usas tu poder para protegerte, Kaira —dijo Ryuusei, volviendo al tono de persuasión, pero con un ultimátum detrás—. Para controlar un mundo que sientes caótico. Pero dime algo: si controlas a todos a tu alrededor, si obligas a todos a cumplir tu voluntad, ¿alguna vez conectas realmente con alguien? ¿Alguna vez eres verdaderamente libre?
La pregunta impactó. La profunda soledad de su existencia chocó contra la cruda realidad de la grabación. Kaira tenía que elegir entre la prisión legal o la prisión de una soledad perpetua.
Ryuusei le habló de Aurion, la amenaza inminente y la necesidad de un equipo unido.
Kaira escuchó, la hostilidad cediendo a una aceptación glacial de su realidad. Finalmente, suspiró, agotada.
—Está bien —dijo, su voz más serena—. Me uniré a ustedes.
El alivio recorrió el callejón. Bradley soltó un largo suspiro tembloroso.
—Buena elección —dijo Ryuusei, quitándose la máscara.
—Pero —añadió Kaira, señalando las ataduras—, esto... sáquenlo.
Brad movió las manos y las raíces de tierra se retiraron. Kaira se incorporó lentamente, frotándose las muñecas.
Bradley se acercó, tímidamente, su corazón aún latiendo con arrepentimiento.
Kaira le lanzó una mirada rápida. No de resentimiento. Sino de evaluación y una pizca de curiosidad.
—Así que... somos un equipo ahora —murmuró.
Ryuusei asintió.
—Sí. Y tenemos mucho por hacer.
Habían reclutado a Kaira Thompson, la flor venenosa de la manipulación. Todo gracias al valor tembloroso de un velocista, la fuerza paciente de un domador de tierra, la voluntad de hierro de Ryuusei, y la palanca de la amenaza legal.
