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Chapter 125 - Retirada y Táctica Audaz

El olor a especias y el acre gas de escape de moto se disiparon lentamente a medida que Ryuusei, Brad y Bradley se adentraban en el laberinto de calles secundarias. La sensación de ser observados se desvaneció, pero el caos controlado que Kaira Thompson había desatado permaneció grabado en sus mentes. Encontraron refugio temporal en una habitación alquilada por horas en un edificio anodino, un cubículo caliente y mal ventilado que ofrecía una privacidad básica, pero que se sentía más como una jaula.

El aire dentro seguía denso, no solo por el sofocante calor exterior, sino por la tensión que aún vibraba entre ellos. La adrenalina de la confrontación se disipaba, dejando paso al peso de la realidad de su objetivo.

Ryuusei se sentó en el borde de una cama deshecha, su postura tranquila, casi meditativa, contrastando brutalmente con la agitación apenas contenida de sus dos reclutas. Brad se recostó contra la pared, con los brazos cruzados, observando la calle a través de una ventana enrejada con una expresión de desaprobación pragmática. Bradley, incapaz de quedarse quieto, daba pequeñas vueltas nerviosas por el reducido espacio, jugueteando con los bordes de su camiseta.

—Controla a la gente como si fueran sus putos títeres —masculló Brad, rompiendo el silencio—. Viste sus ojos. Vacíos. Como si no hubiera nadie dentro. Es inquietante. Es una violación de la voluntad humana que me da escalofríos.

—Es su poder —respondió Ryuusei, su voz serena y sin juicio—. Y lo usa instintivamente cuando se siente acorralada o amenazada. No podíamos hacer nada sin arriesgarnos a herir a civiles inocentes.

—Casi me reviento la cabeza contra una mesa —murmuró Bradley, aún temblando ligeramente por el susto y la humillación de su caída—. Podía ir a mil kilómetros por hora, pero seguía tropezando.

—Tu velocidad no sirve de nada si no tienes control, Bradley —dijo Brad sin rodeos, su voz áspera—. No es un juego de correr. Es una habilidad que exige disciplina.

Bradley le lanzó una mirada ofendida, pero no replicó. Sabía que Brad tenía razón. Su velocidad era inútil si no sabía cómo usarla en una situación de conflicto real, un conflicto que no podía simplemente huir.

—El problema es cómo hablar con ella —dijo Ryuusei, volviendo al punto central con la frialdad de un estratega—. Si cada vez que nos acercamos convierte a la gente en un muro de carne controlada, la negociación es imposible. No podemos tener un ejército de civiles descontrolados cada vez que queramos charlar. Además, su poder es demasiado peligroso para dejarlo suelto. Si la Oscuridad la encuentra primero...

Se hizo un silencio pesado. La dificultad de reclutar a Kaira, una manipuladora que usaba a otros como escudo, se hizo dolorosamente clara. La persuasión directa no funcionaría si ella no podía escuchar su argumento sin sentirse mortalmente amenazada. Necesitaban anular su defensa.

—Necesitamos aislarla —dijo Ryuusei finalmente, su mirada fija en el aire, construyendo el plan pieza por pieza en su mente—. Llevarla a un lugar donde no pueda usar a otras personas. Un lugar tranquilo. Y necesitamos asegurarnos de que no pueda resistirse o usar su poder mientras le hablamos.

Brad frunció el ceño. —¿Aislarla? ¿Cómo? ¿La noqueamos? El golpe de gracia sería la opción más limpia.

—No —replicó Ryuusei con firmeza—. El objetivo no es dañarla, ni forzarla, ni despojarla de su dignidad. Es convencerla. Necesitamos que esté consciente. Que escuche. Pero que no pueda controlarnos ni a nadie más.

Miró a Brad. —Tú tienes una forma de... contener. Sin dañar. Necesito esa contención.

Brad entendió. Su poder, el que raramente usaba en la ciudad, el que lo conectaba con la tierra. Asintió lentamente.

—Puedo hacerlo —dijo Brad, con un tono de voz bajo y áspero—. Puedo usar la tierra, la piedra. Contener. Inmovilizarla al suelo. Sin romper huesos, sin sangrar. Pero necesito el contacto físico con el suelo y la roca. Un lugar con... material.

—Tenemos la contención —dijo Ryuusei, asintiendo. Su rostro se volvió hacia el punto más crítico del plan—. Ahora necesitamos el aislamiento. Llevarla del caos a la quietud. Rápidamente. Antes de que se dé cuenta.

La mirada de Ryuusei se dirigió entonces hacia Bradley, el velocista.

Bradley, que había estado inquieto pero relativamente calmado (para sus estándares), se detuvo en seco. Sus ojos se agrandaron ligeramente. Un escalofrío recorrió su cuerpo a pesar del calor de la habitación, un escalofrío moral.

—No —murmuró, casi inaudiblemente—. No, no, no.

—Bradley —dijo Ryuusei, su voz firme pero sin dureza.

—No puedo —dijo Bradley, su voz subiendo de volumen, tiñéndose de pánico. Su TDAH y su nerviosismo se manifestaron en una ráfaga de movimiento y palabras—. No puedo hacer eso. Secuestrarla. Llevármela... así. Es... es ilegal. Es... jodido.

Se frotó las manos nerviosamente, incapaz de mirar a Ryuusei a los ojos. La idea, planteada con la calma estratégica de Ryuusei, le revolvía el estómago. La chica que le gustaba, la que lo fascinaba con su poder... y él tenía que ser el que la agarrara contra su voluntad.

—No es un secuestro, Bradley —dijo Ryuusei, aunque sabía que la distinción era semántica y difícil de tragar—. Es una extracción. Temporal. Para poder hablar. Es la única manera de evitar el riesgo de más civiles.

—¡Es un secuestro! —insistió Bradley, su voz temblando. El miedo moral era más fuerte que su miedo físico—. La vamos a agarrar y a llevarla a la fuerza. ¡A ella!

Miró a Brad, buscando apoyo, pero solo encontró pragmatismo.

—Es la única manera, chico rápido —dijo Brad, su tono más severo de lo habitual—. Viste lo que pasa si intentamos charlar. Ella controla a la peña. No podemos seguir poniendo en peligro a civiles.

—Pero yo... yo soy fatal en esto —dijo Bradley, la cruda honestidad en su voz era dolorosa—. No sé pelear. No sé... agarrar a alguien sin chocar. Y estoy... estoy aterrado.

La vulnerabilidad que había insinuado antes ahora estaba a flor de piel. A pesar de su velocidad sobrehumana, la idea de una confrontación directa, coercitiva, aunque no letal, lo llenaba de pánico. No era un héroe de acción. Era solo un chico que podía moverse muy rápido y que, en el fondo, prefería huir antes que forzar una situación.

—Nunca he hecho algo así —continuó Bradley, su voz se aceleró de nuevo, una manifestación de su nerviosismo extremo—. Siempre... siempre me iba. Desaparecía. No me enfrentaba. Y ella... ella es...

Se detuvo, incapaz de articularlo. Era Kaira. La chica bella, la que lo había impresionado con su poder, a la que había estado observando con una mezcla de fascinación e inocente deseo. Y él tenía que ser quien la forzara a venir. La moralidad de la misión lo había golpeado con más fuerza que cualquier golpe.

Ryuusei lo observó, entendiendo el conflicto interno. No era solo miedo a fallar o a ser herido; era un profundo miedo moral, una renuencia a cruzar la línea de la coerción.

—Sé que tienes miedo, Bradley —dijo Ryuusei, su voz suave pero inflexible, la voz del líder que asume el peso de la decisión—. Y entiendo que esto es difícil. Es una acción moralmente cuestionable, lo admito. Pero tú eres el único que puede hacerlo sin causar una tragedia en la calle. Nadie más puede moverse tan rápido. Nadie más puede sacarla de esa situación en un instante. Es necesario. Por la misión. Por el mundo. Yo asumo la responsabilidad moral de esta extracción.

Bradley se abrazó a sí mismo, temblando visiblemente. La magnitud de la tarea, el peso de la responsabilidad, la moralidad cuestionable... todo lo abrumaba. Quería ser parte de algo grande, sí, quería seguir a Ryuusei, pero esto... esto era real. Y aterrador.

—Tienes que hacerlo, Bradley —dijo Brad, su tono más serio de lo habitual, sin dejar espacio para el sentimentalismo—. Si ella no habla, no podemos reclutarla. Y si no la reclutamos, no tenemos la habilidad que necesitamos. Y si no tenemos al equipo completo... la Oscuridad nos encontrará primero.

La realidad cruda de las palabras de Brad pareció aterrizar en Bradley. No era solo sobre él, sobre su miedo o su moralidad. Era sobre todos ellos. Sobre el futuro que Ryuusei intentaba construir.

Bradley respiró hondo, un sonido sibilante y trabajoso. Cerró los ojos por un instante, su rostro contraído. Cuando los abrió, el pánico aún estaba allí, pero había una nueva capa de resignación. Y una pizca de determinación fría, nacida de la necesidad absoluta.

—Okay —murmuró, su voz baja y temblorosa—. Okay. Lo haré. Pero... pero tengo miedo. Mucho.

—Lo sé —dijo Ryuusei, con una ligera inclinación de cabeza—. Y no tienes que dejar de tenerlo. Solo tienes que hacerlo a pesar de él.

Pasaron el resto del tiempo afinando los detalles. Encontraron un callejón en el mapa de Bangkok que parecía cumplir los requisitos para la contención de Brad: apartado, con vegetación, muros de piedra y ladrillo. Ryuusei y Brad irían primero, preparando el área. Bradley recibiría la señal y actuaría. La comunicación sería mínima. Precisa. Rápida.

Mientras discutían los pasos, Bradley seguía inquieto, su mente y su cuerpo preparándose para la misión que lo aterraba. Miraba sus manos, las mismas que usaría para forzar a Kaira. Se sentía enfermo, pero la idea de defraudar a Ryuusei, de fallar en su primera tarea real, era un motor de terror aún mayor. El plan estaba trazado. La táctica audaz, nacida de la necesidad, estaba lista para ser ejecutada. Y Bradley Goel, el velocista temeroso del amor y la confrontación, estaba a punto de realizar su primera "extracción".

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