El aire de Bangkok golpeó a Ryuusei, Brad y Bradley como un muro húmedo y caliente, una cachetada sensorial tras las temperaturas frescas de Europa y el ambiente estéril del jet. Era un choque violento. La ciudad olía a una mezcla intensa y abrasadora: sudor, cilantro, chiles secos, el dulce agobiante de las flores de jazmín, y el acre y metálico gas de escape de miles de motocicletas.
El bullicio era ensordecedor, una cacofonía constante de bocinas, gritos de vendedores ambulantes y música a todo volumen. Las multitudes se movían en un torbellino constante, un ritmo frenético que, irónicamente, hacía que el paso normal de cualquier individuo pareciera detenido en la inercia.
—Santo cielo —murmuró Bradley, sus ojos, acostumbrados a la lentitud del mundo, saltaban en todas direcciones, abrumados por la cantidad de información entrante—. Esto es... ruidoso. Y húmedo. Es como tener la cabeza metida en una lavadora llena de especias.
La "casa" de Bradley era el apartamento solitario de Holanda, los suburbios ordenados y planos que ahora se sentían increíblemente distantes, no solo geográficamente, sino también en textura. Ryuusei notó la dificultad del chico. A pesar de su capacidad para procesar el tiempo en microsegundos, la sobrecarga de estímulos sensoriales le resultaba paralizante.
Brad soltó una risa seca y corta, el sonido perdido casi de inmediato en el estruendo de la calle.
—Acostúmbrate, chico rápido. Esto es el caos, puro y fundamental. Tu tipo de ritmo, ¿no?
—No exactamente —respondió Bradley, moviendo la cabeza con frustración—. Mi ritmo es precisión en el vacío. Esto es solo... desorden. Mucho desorden. En todas partes.
Consiguieron un taxi, un vehículo antiguo que se abrió paso a bocinazos por un tráfico caótico que desafiaba cualquier regla de la física. Mientras atravesaban la maraña de calles, Ryuusei decidió usar el tiempo para el briefing.
—Kaira Thompson —dijo Ryuusei, su voz tranquila a pesar del ruido exterior—. Nuestro objetivo es Bangkok. Diecisiete años . Su habilidad no es cinética ni elemental. Es control de la voluntad. Puede hacer que las personas hagan lo que ella quiere.
Brad se apoyó contra el asiento con un gruñido. —¿Control mental? ¿Qué clase de alcance tiene?
—Desconocido. No sabemos si necesita contacto visual, proximidad física, o si su poder es una especie de persuasión atmosférica —explicó Ryuusei—. Solo sabemos que es efectiva. Extremadamente. Y esto es crucial: no confíen en su apariencia. Una mente que puede subvertir la voluntad humana es una amenaza de primer nivel.
Bradley, que había estado pegado a la ventanilla observando el torbellino exterior, se giró. —¿Una chica? ¿De nuestra edad? ¿Y puede controlar a la gente? Joder.
—Exacto —dijo Brad, con un tono más grave—. Así que cuidado con lo que piensas, chico rápido. Ella podría... no solo "escucharte", sino reescribir tus intenciones.
Bradley se puso rígido, su inquietud habitual reemplazada por una cautela nueva y palpable.
—La información básica sugiere que se mueve en zonas comerciales —continuó Ryuusei—. Lugares con alto tráfico de gente. Cafeterías, centros comerciales, parques. Lugares donde puede interactuar con muchas personas, o simplemente observarlas.
—Observación —dijo Brad, pensativo—. Bien, Bradley, parece que tu "pasatiempo" finalmente tendrá un uso productivo, en lugar de ser una afición de voyeurismo cinético.
Bradley frunció el ceño. El comentario de Brad, aunque hecho con la habitual aspereza, esta vez tocó una fibra sensible.
—No es solo un pasatiempo, ¿saben? —murmuró Bradley, su voz baja y rápida, con una sombra de tristeza genuina—. Es... la única forma en que entiendo el mundo. Viéndolo a mi ritmo. Cuando todo va lento, puedo ver las cosas. Las pequeñas cosas. La verdad en las microexpresiones que las máscaras sociales ocultan.
Se interrumpió. La conversación se volvía demasiado íntima. Miró sus manos, moviéndolas nerviosamente.
—Mis padres... ellos querían un hijo normal —continuó Bradley, con la mirada fija en sus dedos. La confesión brotó de él sin control, impulsada por la misma ansiedad que alimentaba su velocidad—. Antes de que... antes de que esto pasara. Nunca fui lo que esperaban. Siempre demasiado. Demasiado rápido. Distraído. Ruidoso. Creo que por mí... se separaron. O eso pensaba mi madre.
Sus ojos se humedecieron ligeramente, pero se obligó a parpadear rápidamente.
—Mi padre... él nunca dijo mucho. Pero podías ver la decepción en sus ojos. La gente normal no... no hace lo que yo hago. No ve lo que yo veo. Ellos querían normalidad. Y yo... yo soy lo opuesto.
La tristeza genuina era una punzada dolorosa. La creencia de que su propia existencia anómala había roto a su familia pesaba sobre él, un ancla emocional que su velocidad no podía superar.
Ryuusei escuchó en silencio. Brad se mantuvo extrañamente callado, la mueca sarcástica atascada.
—No eres la causa de los problemas de los demás, Bradley —dijo Ryuusei finalmente, su voz suave pero con la firmeza del granito—. Eres tú mismo. Y tu habilidad no es una enfermedad ni un error. Es poder en su forma más pura. Y la normalidad... es la ilusión más peligrosa que el mundo ha inventado.
Bradley no respondió. Pero el nudo en su mandíbula se relajó un poco. Ryuusei había reestablecido la dinámica: no eran terapeutas, eran guerreros, y el dolor de Bradley era solo un dato, no una condena.
Pasaron el resto del día y parte del siguiente implementando una estrategia de búsqueda que explotaba sus habilidades únicas.
Ryuusei se enfocó en áreas clave, buscando la firma energética. Al igual que el rastro de velocidad de Bradley, Kaira debía dejar una estela: una perturbación en el flujo de conciencia colectiva, una ligera manipulación que resonara en su percepción. Buscaba una anomalía psíquica.
Bradley, utilizando su velocidad como una cámara de escaneo, recorría las densas arterias de la ciudad. A supervelocidad, cada rostro se convertía en un archivo de datos. Escaneaba rasgos, posturas y, crucialmente, las interacciones. Un niño que se comportaba con demasiada obediencia, un vendedor que entregaba un descuento inusual. Bradley buscaba la ausencia de libre albedrío en el caos.
Brad, el hombre de la tierra, fue el contrapunto. Se movía a pie, observando la interacción humana a ritmo normal. Brad buscaba patrones rotos. La vida normal en Bangkok era frenética, pero tenía su propio ritmo caótico. Brad buscaba la quietud inusual. El centro de calma en la tormenta.
Fue Brad quien tuvo el primer indicio sólido, irónicamente, su lentitud le sirvió. Estaba pasando por una calle concurrida, llena de tiendas y pequeñas cafeterías al aire libre, cerca del distrito de compras. Vio una cafetería moderna y luminosa. Y entonces la vio.
Sentada en una mesa afuera, sola, tomando un café helado.
Una chica. Joven. Su belleza era notable, pero lo que realmente destacaba era su calma. Vestida con ropa sencilla pero cuidada, su postura era relajada, casi indolente. Era la "despreocupación ordenada" de la que Ryuusei había hablado, personificada. Parecía completamente ajena al bullicio a su alrededor, como si el caos cinético de Bangkok rebotara inofensivamente en su burbuja de serenidad.
Brad se detuvo. Sintió algo. No era la energía obvia de una ráfaga de fuego o un terremoto, sino una extraña ausencia de la tensión normal que Brad percibía en toda la gente. Era la calma antinatural del centro de un huracán.
Sacó un pequeño comunicador y habló en voz baja a Ryuusei, dando las coordenadas y la descripción.
Ryuusei y Bradley llegaron rápidamente. Bradley se movió a supervelocidad, apareciendo y desapareciendo para echar un vistazo rápido y sin ser detectado. Cuando regresó junto a Ryuusei y Brad, su rostro era una mezcla de asombro y esa familiar torpeza juvenil.
—Es... es ella —murmuró Bradley, sus ojos fijos en Kaira a través de la multitud—. Es... wow.
Ryuusei la observó desde la distancia. Sentía una energía sutil, fría y centrada a su alrededor. Era la resonancia de una voluntad de acero. Persuasión. Control.
—Bien —dijo Ryuusei, su tono serio y final—. El primer contacto es crucial. La vamos a confrontar, no a asustar. Debemos ser percibidos como una oportunidad, no como una amenaza. Brad, tú primero, como el músculo menos sutil. Yo iré detrás, como el mediador. Bradley, mantente a distancia. Eres nuestra única opción de escape sin bajas civiles.
Brad asintió. Ryuusei ajustó su abrigo. Bradley hizo un esfuerzo visible por controlar su temblor cinético.
Brad comenzó a caminar hacia la cafetería, adoptando una postura casual. Ryuusei lo siguió a unos pasos de distancia, su mirada atenta a Kaira y a la gente a su alrededor. Bradley se mantuvo al otro lado de la calle, camuflándose entre los puestos de comida, intentando no moverse bruscamente.
Kaira, sentada sola en su mesa, levantó la vista. No usaba su poder activamente, pero su conciencia era aguda. Sus ojos, penetrantes y hermosos, encontraron a Brad. Luego a Ryuusei. Luego, detectaron la figura nerviosa de Bradley al otro lado de la calle, demasiado inmóvil para ser normal en esa ciudad.
Una tensión sutil apareció en su rostro, un parpadeo de alarma que contrastaba con su calma. Su mirada recorrió sus rostros, su lenguaje corporal. Tres hombres. Tres depredadores. Observándola. Acercándose. Esto no era una interacción normal. Esto era una amenaza.
No dudó. No gritó. No corrió.
El poder de Kaira se activó instintivamente, una respuesta automática a la percepción de peligro.
Ryuusei la vio enfocar su mirada. No en ellos, sino en la gente a su alrededor. En los clientes sentados cerca. En un policía que patrullaba la calle a pocos metros. Una energía invisible se extendió desde ella, no como una onda de choque física, sino como una ola silenciosa de influencia pura que se filtró en las mentes más cercanas.
El policía, que caminaba tranquilamente, se detuvo bruscamente. Su mirada se volvió vidriosa, vacía de intención propia. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia Ryuusei y Brad con pasos rígidos y decididos. Dos clientes, un hombre de negocios y una turista, dejaron caer sus conversaciones a mitad de frase. Sus cabezas se giraron al unísono, sus ojos se fijaron en el equipo con una hostilidad silenciosa y perturbadora.
—Quietos —dijo Kaira, su voz tranquila, casi inaudible por el ruido de la calle, pero que resonó con una autoridad innegable en las mentes de las personas controladas—. Ellos son una amenaza. Deténganlos.
El policía desenfundó su arma. Los clientes controlados aceleraron el paso, sus rostros desprovistos de emoción. Se interpusieron entre Kaira y el equipo de Ryuusei, convertidos en marionetas rígidas y amenazantes dirigidas por una voluntad externa.
La mirada de Kaira, antes indolente, ahora era fría, calculadora y completamente despiadada. Observaba al equipo, usando a la gente a su alrededor como escudos y armas improvisadas.
Ryuusei se detuvo abruptamente, levantando una mano para frenar a Brad, cuyo cuerpo se tensó. Bradley, al otro lado de la calle, se congeló al ver a la chica que le gustaba usar a la gente de esa manera. El desafío de Kaira no era solo de poder, sino moral.
El encuentro había comenzado. Kaira Thompson había respondido a la aproximación con la manifestación innegable de su poder. Estaban en un enfrentamiento con las marionetas vivientes de una adolescente que no confiaba en nadie. Convencerla de unirse... sería una batalla de voluntades más difícil que cualquier combate físico.
