La tensión en el callejón se disolvió, reemplazada por la adrenalina de un compromiso recién adquirido. Bradley Goel se había unido al equipo, no por idealismo, sino por la promesa de un desafío que superaba el tedio de su existencia.
Ryuusei se quitó la Máscara, el gesto devolviéndole su rostro, aunque no la autoridad que emanaba.
—Bienvenido, Bradley —dijo Ryuusei. Su voz era firme, final—. Ahora, vamos a recoger tus cosas.
Bradley asintió, su cuerpo ya vibrando con excitación nerviosa. —Está a cinco minutos de aquí. Síganme.
Se movieron por las oscuras calles de Ámsterdam. Bradley caminaba a un ritmo normal para no llamar la atención, pero era un tormento visible. Sus ojos escanearon el entorno diez veces por segundo, y sus manos se apretaban y soltaban sin control.
Llegaron a un bloque de viviendas anodino. El apartamento de Bradley era pequeño, funcional y escasamente decorado, reflejando la temporalidad y el desapego de su inquilino.
—Denme dos minutos —dijo Bradley.
Antes de que Ryuusei pudiera responder, Bradley se convirtió en un borrón. Se movió por el diminuto espacio como un torbellino perfectamente dirigido. El sonido de cajones abriéndose y cerrándose se produjo en una ráfaga única. Su velocidad era tal que el aire en la habitación se movió, haciendo ondear las cortinas. Solo se llevaba lo esencial. Su ropa, su teléfono, documentos y una mochila que se hinchó en un instante.
Brad, que se había apoyado en el marco de la puerta, silbó por lo bajo. —Impresionante.
Bradley reapareció junto a ellos, con la respiración ligeramente agitada. El borrón se desvaneció, revelando una expresión de incomodidad.
—Ya está —dijo, ajustándose la mochila con un movimiento brusco—. No hay mucho que dejar atrás.
Salieron del apartamento, dirigiéndose al coche discreto que Ryuusei había alquilado. El silencio se prolongó durante los primeros kilómetros del viaje al aeropuerto privado. Bradley miraba por la ventana, concentrado en la velocidad normal de los coches, como si la lentitud del mundo le fuera a saltar encima.
—¿Tu apartamento no estaba amueblado? —preguntó Ryuusei, rompiendo el silencio.
—Sí, pero los muebles son lentos —respondió Bradley con cinismo—. Y difíciles de llevar.
Ryuusei asintió, conduciendo con una calma imperturbable. Esperó un momento, y luego lanzó su pregunta más personal, con una voz que era tranquila, pero que no admitía evasivas.
—Bradley. Hablaste de tus padres. Mencionaste que están separados, que viven lejos. ¿Saben ellos de tu... condición? ¿Saben a dónde vas?
La pregunta cortó la atmósfera. Bradley se quedó completamente inmóvil, un evento raro. Su inquietud cinética cesó de golpe. El cambio de actitud fue drástico, volviéndose frío y distante.
—No —respondió Bradley, su voz plana y sin emoción—. No saben nada. Y aunque lo supieran, no les importaría. Ellos están en su propia... velocidad. Sus propias vidas lentas y cómodas.
Ryuusei percibió el muro levantarse. La vulnerabilidad que había mostrado en el callejón se había solidificado en indiferencia.
—Tu madre te dejó con tu padre. Y él te dejó solo —dijo Ryuusei, analizando los hechos, no emitiendo juicio.
—Es un resumen justo —respondió Bradley. No había resentimiento, solo un vacío emocional—. No son malos. Simplemente... no están hechos para esto. La gente normal no está hecha para esto.
Hizo una pausa, y su voz se endureció. —El tema está zanjado, Ryuusei. Ellos no son parte de esto. No hay nada que decir, nada que vengar, nada que salvar. Para ellos, yo soy solo... una complicación que se resolvió con la distancia. Y para mí, ellos son parte de la lentitud que estoy dejando atrás.
Ryuusei sintió la advertencia subyacente: el dolor era real, y Bradley lo había sepultado bajo una capa de velocidad y desapego. No presionó. El silencio que siguió fue diferente al de antes; era un silencio respetuoso, pero marcado por el conocimiento de una herida profunda.
El coche llegó al hangar. Dejaron atrás la ciudad y se dirigieron al jet privado que los esperaba en la pista. El siguiente destino ya estaba en la mira.
El aire dentro de la cabina del jet privado era un estudio en contrastes de energía. Brad Clayton dormitaba con la inmovilidad de una roca, mientras Ryuusei leía un tomo antiguo con una concentración monástica. Bradley Goel, sin embargo, era una tormenta eléctrica confinada en un asiento de cuero.
—¿Falta mucho? —preguntó Bradley por quinta vez en la última hora. Su pierna derecha rebotaba contra el suelo alfombrado a una frecuencia que hacía vibrar la mesa plegable.
—Horas, Bradley —respondió Ryuusei, sin levantar la vista de la página.
Bradley suspiró ruidosamente, dejándose caer hacia atrás. —¿Y qué hacen para no volverse locos? Esto es... una tortura. Es como ver secar pintura, pero peor, porque sabes que la pintura al menos está cambiando de estado a nivel molecular. Nosotros solo estamos flotando en un tubo de metal a una velocidad patética.
Brad abrió un ojo, inyectado en sangre por la interrupción de su siesta.
—Algunos dormimos. Otros nos educamos. Tú... podrías intentar el noble arte de la quietud por cinco minutos. Es una habilidad útil, créeme.
Bradley resopló. —¿Para qué? Si necesito algo, ya estoy allí antes de que tu cerebro procese la necesidad de pedirlo. Quedarme quieto es... doloroso. Es como obligar a un río a no fluir. Se siente antinatural. Siento que voy a explotar.
El silencio regresó, roto solo por el zumbido monótono de los motores, que para Bradley sonaba como un taladro industrial a cámara lenta. Se removió de nuevo, frotándose las manos contra los pantalones del uniforme que aún llevaba puesto.
—Trabajaba en ese restaurante tailandés. De hecho, era repartidor. Ironías del destino, ¿no? El tipo más rápido del mundo entregando Pad Thai. Era perfecto para mi... condición. Nadie entendía cómo llegaba tan rápido. Pensaban que tenía una moto modificada ilegalmente. Sus caras de confusión eran lo único divertido del día.
Una sonrisa genuina, aunque fugaz, cruzó su rostro. Pero se desvaneció tan rápido como apareció.
—Aunque... no era muy bueno empleado. Con el TDAH... mi mente va tan rápido como mi cuerpo. Me costaba concentrarme en tareas lineales. A veces dejaba las cosas a medio hacer porque ya estaba pensando en tres cosas más. O me ponía a ordenar los cubiertos por tamaño y aleación metálica a supervelocidad y terminaba asustando al cocinero. El jefe me gritaba mucho. Por eso nunca duraba. Siempre acababa cambiando de trabajo. O simplemente... desapareciendo.
Bradley bajó la mirada, sus dedos tamborileando en el reposabrazos con un ritmo frenético.
—Nunca me metí en problemas graves, en realidad. A pesar de poder robar cualquier cosa antes de que parpadearan. Supongo que era demasiado rápido para ser un criminal. Podía ver venir las consecuencias en cámara lenta. Si las cosas se ponían feas, simplemente... me iba. Estaba en otra ciudad antes de que la policía encendiera la sirena. No soy un luchador. Soy... pésimo peleando. Pura velocidad sin control. Choco contra paredes. Me tropiezo con mis propios pies a Mach 1. Es... patético.
Una sombra de vergüenza cruzó su rostro, revelando la vulnerabilidad bajo su cinismo habitual.
—Y el amor... —su voz bajó, volviéndose casi un susurro—. Soy un desastre. Las chicas... son demasiado lentas. Y yo soy demasiado... intenso. Demasiado raro. Intentaba tener citas, ¿sabes? Pero me aburría antes de que terminaran de leer el menú. O me distraía contando las partículas de polvo flotando en un rayo de luz. No sé cómo conectar con la gente a velocidad normal. Y mi "pasatiempo" de observar... bueno, no es algo que pongas en un perfil de Tinder.
Se detuvo, la energía inquieta regresando para llenar el vacío emocional. Había revelado más de lo que pretendía: la profunda desconexión de alguien que vive en una dimensión temporal diferente.
Brad, que había estado escuchando en silencio, soltó una risa corta y ronca. —Así que eres un velocista solitario, torpe, con TDAH y socialmente inepto que vive de comida rápida. Impresionante currículum para salvar el mundo.
Bradley le lanzó una mirada fulminante. —¡Oye! Tú no eres mucho mejor, cavernícola flotante.
Ryuusei sonrió levemente. —Todos tenemos nuestras... peculiaridades, Bradley. Pero tus habilidades son únicas. Y valiosas.
—¿Valiosas para qué? —replicó Bradley, recuperando su escudo de cinismo—. Para huir. Para ver cosas que no debería. Para llegar rápido a ninguna parte.
—Valiosas para moverte más rápido que el peligro —dijo Ryuusei—. Valiosas para estar donde nadie más puede. Valiosas para hacer cosas que cambiarán el rumbo de esa oscuridad que mencioné.
Una idea pareció iluminar la mente de Bradley. Miró a Ryuusei con una curiosidad renovada.
—Espera. ¿Ustedes son... rápidos? Quiero decir, tú, Ryuusei. Con tus dagas. Dijiste que te movías.
Ryuusei asintió. —De una forma diferente.
—¿Más rápido que yo? —preguntó Bradley, una chispa de desafío encendiéndose en sus ojos.
Ryuusei guardó silencio por un momento, evaluando. —En la carrera... tú corres a través del espacio. Yo... lo doblo. Es una distinción fundamental.
La inquietud de Bradley se transformó en excitación pura. Se puso de pie de un salto, golpeándose la cabeza con el techo bajo de la cabina pero sin importarle. —Tenemos que probarlo. Ahora.
—¿Aquí? —preguntó Brad, incrédulo.
—No —respondió Ryuusei—. Pero tendremos una escala técnica en un aeropuerto de carga en la India. La pista estará vacía.
La perspectiva de la carrera revitalizó a Bradley. El resto del viaje, que antes parecía una sentencia de prisión, se convirtió en una sesión de estrategia y fanfarronería nerviosa.
El aeropuerto de carga en las afueras de Mumbai era un desierto de asfalto bajo un cielo nocturno brumoso. El calor era sofocante, pero la pista estaba despejada y silenciosa.
—Bien —dijo Ryuusei, quitándose el abrigo largo y quedándose en su ropa táctica ajustada—. Un kilómetro. Ida y vuelta. ¿Listo, Bradley?
Bradley estaba en posición de salida, vibrando como un motor sobrealimentado. —¡Nací listo! ¡Prepárate para comer polvo espacial!
Ryuusei sacó sus dos dagas de empuñadura corta. El metal oscuro brilló bajo las luces de la pista. Las arrojó con fuerza. Las hojas giraron en el aire, volando cien metros antes de que Ryuusei desapareciera en un destello y reapareciera instantáneamente junto a ellas en el aire, recogiéndolas y lanzándolas de nuevo en el mismo movimiento fluido.
—La señal es... mi mano cayendo —dijo Brad, actuando como juez.
Brad levantó el brazo. Lo dejó caer.
¡BOOM!
No hubo sonido de disparo, solo la ruptura violenta del aire. Bradley salió disparado. Fue una explosión cinética. Una línea borrosa que se estiraba hasta el horizonte. El mundo a su alrededor se congeló. El aire se volvió sólido como el agua. Bradley corría, empujando contra la resistencia atmosférica, sus piernas moviéndose más rápido de lo que la física debería permitir. Era pura velocidad bruta.
Ryuusei no corrió. Lanzó. Desapareció. Reapareció. Lanzó.
Su movimiento era una serie de discontinuidades estroboscópicas. No cruzaba el espacio; lo saltaba. Mientras Bradley luchaba contra la fricción, Ryuusei simplemente borraba la distancia entre él y sus dagas. Era una danza de teletransportación rítmica y letal.
Llegaron al punto de giro, un cono naranja solitario en la oscuridad. Bradley lo rodeó derrapando, el caucho de sus zapatillas humeando, sin perder casi inercia. Ryuusei apareció junto al cono, giró en el aire mientras materializaba sus dagas y las lanzó de regreso.
La carrera de vuelta fue aún más intensa. Bradley, viendo a Ryuusei aparecer y desaparecer a su lado, empujó su cuerpo al límite, gritando de esfuerzo. Ryuusei, con el rostro impasible pero cubierto de sudor por el esfuerzo mental de los saltos continuos, mantuvo el ritmo.
Cruzaron la línea de meta en un final de fotografía.
Bradley se detuvo cien metros más allá, derrapando hasta detenerse, jadeando, con el pecho subiendo y bajando violentamente. Ryuusei apareció en la línea de meta, aterrizando con suavidad, y envainó sus dagas. Su respiración era controlada, pero pesada.
Bradley caminó de regreso, con las manos en las rodillas, mirando a Ryuusei con los ojos muy abiertos.
—Santo cielo... —jadeó Bradley—. Eso fue... rápido. Jodidamente rápido.
Ryuusei asintió, secándose el sudor de la frente. —Tú también, Bradley. Eres excepcional.
Brad se acercó, mirando su reloj inexistente. —Empate técnico. Y debo admitir... fue impresionante.
Bradley, a pesar de su agotamiento, sonrió. Una sonrisa real, sin cinismo.
—¿Cómo...? ¿Cómo haces eso? Es como si... hicieras trampa con la realidad.
—Una forma diferente de viajar —repitió Ryuusei.
Bradley lo miró, y en sus ojos había una nueva luz. Ya no era el chico solitario en un apartamento vacío. Había encontrado a alguien que podía seguirle el paso. Alguien que entendía lo que era moverse más rápido que el mundo.
—Así que... esa es la velocidad del Hijo del Yin y el Yang —murmuró Bradley, con respeto.
El viaje continuaría hacia el próximo objetivo. Pero ahora, Bradley Goel no viajaba solo. El mundo, por fin, era lo suficientemente rápido.
