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Chapter 117 - El Éxodo Verde

El aire en el claro de Bergö todavía vibraba con el poder bruto de la masacre. El cuerpo inerte del oso yacía en la nieve, un testimonio de la fuerza despiadada de Sylvian. Aiko, Amber y Volkhov permanecían escondidos, sus cuerpos tensos por el terror de presenciar la cúspide de la depredación biológica.

—Es una máquina —susurró Volkhov, su voz apenas audible—. Amber, tu negociación debe ser perfecta. Si ve en nosotros una amenaza, nos convertiremos en forraje.

Amber se preparó mentalmente, revisando las palabras que usaría para activar la ambición evolutiva del ser.

Pero antes de que pudiera dar un solo paso, el brujo Arkadi, agotado por el frío y la debilidad, se puso de pie, su expresión una mezcla de cansancio profundo y furia moral. Había visto suficiente derramamiento de sangre en su vida.

—Ya basta —dijo Arkadi, su voz era solo un eco de su poder, pero resonaba con autoridad.

Aiko se abalanzó sobre él. —¡Arkadi, no! ¡Te matará!

—¡No te atrevas a moverte! —ordenó Volkhov, intentando agarrar al viejo loco.

Arkadi se negó. Sacudió las manos que intentaban detenerlo. Su visión borrosa y su dolor físico eran superados por una furia empática que sentía por las víctimas inocentes. Había visto la miseria de la guerra y la caza de poder durante demasiado tiempo.

El brujo salió de su escondite, caminando lenta y cojeando hacia la inmensa figura de corteza de Sylvian, que estaba drenando la energía del oso.

—¡Oye! ¡Tú, bestia de madera! —gritó Arkadi, enojado.

Sylvian se detuvo. El drenaje de energía cesó. El ser giró lentamente su cuerpo de ramas y musgo, sus ojos de nudo fijos en el anciano tembloroso que se atrevía a interrumpir su comida.

El brujo no se inmutó. La tensión se disparó. Volkhov llevó la mano a sus pistolas, listo para intervenir en una batalla que sabía que perderían.

Pero, para sorpresa de todos, Sylvian no atacó. En cambio, su torso se abrió con un sonido suave de desgarro de corteza, y de su "vientre" emergieron pequeñas, diminutas criaturas humanoides. Eran ramitas del tamaño de la palma de una mano, formadas con corteza tierna y con ojos de musgo húmedo.

Las ramitas humanoides se acercaron lentamente a Arkadi, sus pasos ligeros sobre la nieve. No irradiaban hostilidad, sino curiosidad.

Arkadi, el brujo, se arrodilló, su rostro cansado se suavizó. Extasiado por la rareza, se olvidó de su dolor y del miedo. Las pequeñas criaturas empezaron a rodearlo, tocando suavemente su abrigo con sus manitas de ramita. Arkadi se rió suavemente, recogiendo a dos de ellas y sosteniéndolas en sus palmas.

—Hola, amiguitas —murmuró el viejo loco, acariciando las cabecitas de musgo.

Durante unos cinco minutos, Arkadi y las pequeñas ramitas jugaron. Los seres de madera exploraron los dedos del brujo, trepando por su manga y riéndose con un sonido que era como el tintineo de agujas de pino.

Aiko, Amber y Volkhov observaron desde la distancia, completamente paralizados por la escena. El depredador más temido era, de alguna manera, paternal o estaba enviando exploradores curiosos.

Finalmente, las ramitas regresaron a Sylvian. Treparon por la corteza y se reabsorbieron en su cuerpo. Parecía que le habían transmitido un mensaje: El anciano viene en son de paz.

Sylvian, el ser de tres metros de altura, se acercó lentamente al borde del claro. Luego, en un despliegue de su habilidad camaleónica, su cuerpo se camufló perfectamente. El ser vegetal se convirtió en un árbol indistinguible del resto del bosque.

Arkadi, el brujo, había visto el truco. Se acercó al tronco camuflado y le habló al árbol.

—Sé que estás ahí. Eres muy bueno, no se puede negar. Pero podemos conversar. ¿Hablas algún idioma que no sea el crujir de la madera?

Hubo un momento de silencio, seguido por una voz que no era gruñido ni rama, sino un sonido suave y hueco, como el eco de una flauta dentro de un tronco.

—Sí. Los hombres... me enseñaron... hace mucho...

—Bien. Escucha, viejo amigo —dijo Arkadi, apoyándose en el tronco falso—. Te entendemos. Eres poderoso y tienes mucha hambre. Pero no puedes seguir así.

Sylvian no respondió con palabras, sino con un sentimiento de profundo desamparo.

—Lo que estás haciendo, cazando de esta forma masiva... estás rompiendo el ciclo natural —explicó Arkadi, su tono se suavizó—. Pronto, por el miedo, todos los alces y osos se irán. Y cuando el invierno sea más frío, te quedarás solo. No tendrás nada para comer. Vas a morir de hambre aquí, lentamente.

Hubo una pausa. La voz de Sylvian regresó, teñida de un pánico infantil y una necesidad desesperada.

—No quiero... No quiero tener frío. No quiero tener hambre. Los animales... son ricos... y fuertes. Pero... se van a esconder...

Arkadi se dio cuenta de la verdad. No estaba negociando con una mente llena de ambición cósmica; estaba hablando con un niño con un poder colosal que no sabía nada del mundo ni de la supervivencia. Su única programación era: Despertar y Consumir.

—Te entiendo. Tienes mucha hambre —dijo Arkadi, con profunda ternura—. Pero la comida no se está acabando, aquí es donde se acabará. Te prometo que si vienes con nosotros, te daremos toda la carne que quieras. Mucha, mucha carne. Vas a comer hasta que estés tan lleno y fuerte que el frío no te molestará nunca más.

Sylvian titubeó. —...Ir con ustedes... Tengo miedo. No conozco... el mundo.

En ese momento, Volkhov, entendiendo la necesidad emocional del ser, se adelantó lentamente, dejando sus armas visiblemente lejos.

—Estoy aquí para ti, Sylvian —dijo Volkhov, con la voz más tranquila y firme que tenía—. Si vienes con nosotros, mi trabajo será mantenerte seguro. Y el trabajo de Aiko y Amber será jugar contigo. No estarás solo.

Sylvian guardó silencio. La promesa de compañía y seguridad, ofrecida por el hombre más estoico del grupo, pareció calmar al ser vegetal.

—¿Jugar...? —preguntó Sylvian, con un tono de anhelo.

—¡Sí! Yo juego —dijo Aiko, saliendo de su escondite, aunque todavía tímidamente.

—¿Cuántos años tienes, Sylvian? —preguntó Arkadi con suavidad.

—No sé. Simplemente desperté... y quería comer...

—Entonces eres un bebé —dijo Arkadi, sonriendo. Su voz se volvió ligera—. Un bebé muy, muy fuerte. Ya no es necesario que te escondas. Vístete para viajar.

Arkadi señaló a Volkhov y Amber. —Tengo unos amigos que quieren conocerte.

Sylvian se sintió abrumado por la nueva atención. En lugar de transformarse de nuevo en su forma gigante, el tronco se encogió, la corteza se suavizó y, en un parpadeo, se convirtió en una pequeña ramita del tamaño de un bonsái.

Arkadi soltó una carcajada sincera, su risa resonando en el bosque. Se inclinó y, con sumo cuidado, alzó a la pequeña ramita. La misión había terminado. Habían reclutado a una entidad, no por la fuerza, sino por una promesa de comida y compañía.

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