El sol ya se había puesto sobre el Círculo Polar, y la luz azul-grisácea del atardecer escandinavo se demoraba sobre el denso bosque de Bergö. Volkhov, Amber, Aiko y Arkadi habían caminado silenciosamente hasta un punto estratégico, instalando un campamento rudimentario y rápido.
Volkhov, quien había bebido hasta tarde para ahogar la ansiedad de los preparativos y la humillación de Suez, se despertó con un punzante dolor de cabeza.
—Argh, nunca más... —masculló, frotándose las sienes.
El resto del equipo se despertó con su gruñido. Arkadi, aunque mucho más débil que de costumbre, estaba estable, sentado con la espalda apoyada en un árbol. Aiko, la niña de trece años, se estiró cuidadosamente, todavía sintiendo los ecos del dolor de su caída, a pesar de la rápida regeneración. Amber preparó bebidas calientes con el poco café que quedaba.
Luego de desayunar el pan restante y beber el café, Volkhov, con la resaca visible en su rostro, fue directo al grano.
—La bestia es real. Sylvian es una entidad de la Cima Desconocida que se está alimentando activamente en esta zona. Es un depredador, y no un ermitaño. Tenemos que movernos con extremo cuidado.
Volkhov señaló la ballesta de Amber y la katana de Aiko. —Nuestra misión es hablar con el, pero en caso de emergencia tenemos el plan B que es la contención. Hoy comprobaremos su patrón de caza.
Mientras el sol se ocultaba por completo y la espera se hacía larga y silenciosa, Arkadi, el viejo loco, decidió que era su deber aligerar la tensión.
—No se pongan tan serios —dijo Arkadi, con una sonrisa fatigada—. En la tundra, la mejor forma de mantenerse caliente es con una buena historia de miedo. Escuchen, niños, la leyenda de la Mujer de Hielo...
Aiko se acurrucó más cerca de Amber, que le ofreció una mano reconfortante. El mago comenzó a contar una historia oscura de su juventud en la fría Rusia, sobre una entidad que congelaba a los viajeros en vida para robarles sus almas. Su voz, ronca y baja, junto con el crepitar del fuego, creó un ambiente ominoso.
Luego, el brujo pasó a una historia sobre un hombre que, al hacer un pacto con una bruja, terminó con su cuerpo en una serpiente gigante, obligado a ver y sentir mientras su carne se pudría. El cuento era vívido y visceral.
Aiko, visiblemente asustada, se cubrió los oídos. —¡Ya basta, Arkadi! ¡No ayuda!
—Exacto —gruñó Volkhov—. En lugar de relajarnos, has convertido el campamento en un funeral. Concéntrate en el plan.
El intento del mago por aliviar la tensión había fracasado estrepitosamente, y la noche se sintió mucho más oscura y fría.
Pasadas ya las once de la noche, con la luna llena proyectando sombras fantasmales, el grupo se movió. Habían decidido usar cebo para verificar si Sylvian se acercaba a ciertas zonas.
Aiko y Amber se dirigieron hacia el pequeño estanque. Aiko, usando su fuerza juvenil, había arrastrado una pesada bolsa con un corte de carne de vaca, comprada en el supermercado de Jyväskylä.
—Mi abuelo dice que los depredadores, por más raros que sean, siempre van a lo más nutritivo —explicó Aiko a Amber, con la seriedad de una adulta.
—Es una buena lógica —confirmó Amber, que observaba la temperatura de la carne, analizando si su descomposición atraería o repelaría al ser vegetal.
Depositaban la carne en el borde del estanque. Al volver, Aiko sintió una punzada de alivio: la carne había sido tocada. No se había ido, pero había huellas de algo grande que la había movido, confirmando que Sylvian estaba cerca.
El viejo loco, Arkadi, también quiso revisar su propio cebo que había depositado en el lado opuesto del campamento.
—Yo puse el mío cerca de unos arbustos —explicó el mago—. Puse algunas bayas y frutas pequeñas, pensando que si su naturaleza es vegetal, tal vez prefiera un bocado nutritivo de glucosa.
Fueron al lugar. Las frutas estaban intactas, cubiertas de nieve.
Arkadi se encogió de hombros, con una expresión de decepción infantil. —Vaya. Es un carnívoro exclusivo.
De pronto, un ruido sordo rompió el silencio. No era el crujido de la madera, sino el tamborileo aterrado de las pezuñas. Una manada de alces—animales grandes, rápidos y poderosos—corría frenéticamente a través del bosque, su miedo era palpable.
Volkhov hizo una seña para que se agacharan.
A lo lejos, en la dirección de donde venían los alces, vieron el movimiento. No eran ramas pequeñas, sino ramas gigantescas moviéndose a través de los árboles, destrozando la vegetación a su paso. Sylvian no estaba caminando; estaba cazando.
—¡Va hacia ellos! —susurró Amber, su corazón latiendo con fuerza.
—¡Vamos! Rápido —ordenó Volkhov.
Corrieron en dirección al ruido, sus sentidos amplificados por el miedo y la adrenalina. Cuando llegaron al claro, la escena fue una pesadilla.
Todos los alces habían sido masacrados. Los cuerpos yacían en el suelo, la nieve teñida de un rojo profundo. Las heridas no eran de mordidas o garras de oso; eran heridas de perforación. Ramas afiladas y duras habían atravesado los flancos y el pecho de los animales con una precisión brutal, inmovilizándolos instantáneamente. La biomasa estaba siendo drenada, no simplemente devorada.
Aiko, la niña guerrera que había luchado contra asesinos y gánsteres, palideció. Esta no era una pelea humana; era la eficiencia fría y despiadada de la naturaleza llevada al extremo. La fuerza detrás de la Primera Generación de Aiko no podía compararse con la fuerza elemental de la Sexta Generación.
—Es... es demasiado —murmuró Aiko, sus ojos fijos en los cuerpos.
Mientras asimilaban la masacre, el suelo volvió a temblar. El terror no había terminado.
Media hora después, escucharon un rugido gutural y profundo. No era Sylvian. Era el rugido de un Oso Pardo, una hembra inmensa, impulsado por una rabia primordial.
El oso había detectado el olor a sangre y había encontrado los restos de sus propias crías que Sylvian había cazado previamente.
El equipo se ocultó detrás de un afloramiento rocoso justo a tiempo para ver la batalla.
El oso, con garras del tamaño de platos, atacó a la entidad de corteza con una furia ciega. La fuerza cruda del oso, era inmensa. Lo golpeó con una ferocidad que destrozaría una pared de ladrillos.
Pero Sylvian era una entidad que operaba en otra escala. El ser vegetal no se movió. Sus ramas-garras, que antes estaban quietas, se extendieron con una velocidad aterradora, atravesando el pecho del oso como lanzas de obsidiana.
El oso gritó, un sonido de dolor y rabia que se silenció abruptamente cuando Sylvian lo levantó, lo sacudió violentamente, y luego lo arrojó contra un árbol con una fuerza devastadora. La criatura se rompió el cuello y cayó inerte.
Sylvian se inclinó sobre el cuerpo del oso, y comenzó a drenar la biomasa restante con la misma eficiencia aterradora.
El grupo observó la escena en silencio helado. Arkadi, que había visto guerras y atrocidades, tenía una expresión seria. Volkhov, se sintió pequeño.
Aiko estaba al borde del llanto. La amenaza no era algo que pudieran disparar o regenerar fácilmente. Era una fuerza de la naturaleza con una conciencia ancestral.
—Esto... —dijo Amber, su voz apenas un susurro—... Es una Máquina de Evolución. Es un depredador, no está cazando, está abasteciéndose para su metamorfosis.
Volkhov tragó saliva, sintiendo una punzada de pánico.
—Ya tenemos suficiente información. La negociación tiene que ser impecable. Si nos ve como una amenaza...
El equipo se sintió traumatizado, entendiendo que estaban a punto de reclutar a una de las entidades más peligrosas y primales que jamás habían encontrado.
