Ficool

Chapter 118 - Equipo B

El mago llevó al pequeño ser de madera de vuelta al grupo. Aiko y Amber se acercaron, sus rostros reflejando la curiosidad en lugar del terror.

—Miren. Es tan... pequeño —murmuró Aiko, la niña guerrera sintiendo una repentina oleada de ternura—. ¿De verdad esto es lo que mató al oso?

—Es solo un bebé, Aiko —dijo Arkadi, con una sonrisa suave—. Uno muy, muy poderoso.

Amber se acercó y extendió una mano. Sylvian, en su forma de ramita, vibró ligeramente antes de permitirle tocarlo.

—Tiene un aura biológica increíblemente densa. Siente curiosidad —comentó Amber, analizando la pequeña criatura—. ¿Cómo te llamas, pequeño?

—Sylvian —respondió la ramita, con un sonido que solo existía en el aire quieto, como el susurro de la corteza.

—¿Te gustan los colores brillantes? —preguntó Aiko, tocando el musgo con un dedo.

—Los alces... son cafés —susurró Sylvian, con su voz de corteza.

El brujo, Arkadi, los observó con una expresión grave. Había visto la facilidad con la que sus compañeros, especialmente Aiko, habían aceptado la inmensidad del potencial y la fragilidad del ser. Pero sabía que esa facilidad era peligrosa.

El único que mantenía una compostura fría era Volkhov. Miraba el bonsái con una seriedad imperturbable. No había perdido el miedo; simplemente lo había clasificado. Para él, Sylvian no era un niño; era una fuerza armamentística que debía ser controlada.

Una vez que el interrogatorio lúdico terminó, Arkadi se sintió agotado. Su cuerpo y su magia estaban al límite.

—Mi trabajo ha terminado. Ahora, al campamento de tránsito —dijo Arkadi, entregando la ramita a Amber para que la llevara con cuidado—.

El viejo loco se dirigió a la camioneta, pero antes de subir, llamó a Amber.

— Amber. A mi cabina. Necesito hablar contigo, a solas. Cierra la puerta.

El ambiente cambió abruptamente. Amber sintió la gravedad en la voz del mago. Siguió a Arkadi hasta el asiento trasero de la camioneta. Cerró la puerta, y la cabina se llenó de una oscuridad íntima y tensa.

Amber obedeció. La oscuridad y el silencio íntimo de la cabina crearon una atmósfera tensa.

—Sylvian no es una mascota, ni una planta de adorno, ni un arma de contención fácil —comenzó Arkadi, sus ojos pálidos y profundos fijos en Amber—. Es un ser de la Cima Desconocida del Poder que ha despertado con la mente de un niño hambriento. Viste su eficiencia en el bosque. Si no guiamos su crecimiento, su hambre se volverá infinita y su desprecio por la vida, absoluto.

Arkadi se inclinó hacia ella. —Necesitas ser su tutora.

—Soy la especialista en toxinas, Arkadi —replicó Amber, sintiendo el peso de la exigencia—. Mi papel es neutralizar amenazas, no educar a monstruos. Es una responsabilidad demasiado grande para mí. ¿Por qué yo?

—Porque tú eres la única que ve la vida en su forma más fundamental. Tú ves la biología, no la bala —respondió el brujo.

—Volkhov es el estratega, el hombre de la disciplina y el control. Él podría darle la estructura que necesita para ser un activo útil para Ryuusei. Él sabe cómo manejar un activo peligroso.

—¡Ese es precisamente el peligro! —La voz de Arkadi se alzó, un estallido de frustración. El viejo brujo golpeó suavemente el asiento de la camioneta con el puño—. ¡Sergei Volkhov es la guerra personificada! Su disciplina solo le enseñará a Sylvian la utilidad de la muerte. Volkhov solo le mostrará cómo matar más para asegurar el objetivo.

Amber se mantuvo firme, su propia lógica defendiendo la frialdad de su compañero.

—Pero, ¿qué tiene de malo la utilidad? Estamos en guerra, Arkadi. Necesitamos que Sylvian sea útil, no que aprenda a dibujar.

—¡Tiene todo de malo! —replicó el brujo, su voz resonando con una amargura antigua—. La utilidad es el primer paso hacia la aniquilación, Amber. Si Sylvian ve el mundo a través de los ojos de Volkhov, solo verá desigualdad, injusticia, maltrato y desprecio por la vida que no es fuerte. El niño de madera crecerá con una única verdad: la humanidad merece ser purgada para que la naturaleza evolucione.

Arkadi se recostó, agotado. Su mirada se perdió en la oscuridad.

—Necesitas enseñarle lo opuesto. Aiko le mostrará la lealtad y la amistad, tú debes enseñarle la compasión. El respeto por el ciclo, no solo el quiebre de este. Necesitas ser la voz de la razón que le muestre el potencial de la vida, no solo el consumo de esta.

Hubo un largo silencio. Amber comprendió que la negativa del brujo a confiar en Volkhov no era por una disputa de personalidad, sino por un trauma profundo.

—¿Por qué tienes tanto miedo, Arkadi? —preguntó Amber con suavidad—. Has visto el poder de Sylvian, y aun así le confías más a una desconocida que a un aliado de toda la vida.

El brujo dudó, y luego la verdad, el dolor guardado por eones, se rompió.

—Porque yo ya estuve ahí —confesó Arkadi, su voz se quebró en un susurro—. Yo también fui un tutor. Yo también forjé poder. Creí que enseñarles magia a mis alumnos era darles la libertad, la llave para el crecimiento. Estaba tan centrado en su fuerza, en su utilidad para un mundo roto, que me olvidé de enseñarles el valor de la vida.

Arkadi se inclinó hacia ella, su voz baja y severa.

—Buenos tutores crean buenos alumnos, ¿no es así?

—Sí. La sombra del alumno decide su destino.

—Exacto. El buen tutor forja el poder; es la sombra del alumno, y no la del maestro, quien decide si esa fuerza construirá un imperio o desatará un caos —repitió Arkadi, citando una filosofía que había aprendido a un precio altísimo.

—Yo no fui un buen maestro, Amber. Observé cómo mis creaciones, mis alumnos, usaron el poder que les di para el caos. Los observé. Varios de ellos perdieron la vida, y peor aún, destruyeron la vida de otros. Vi cómo mi fracaso como tutor trajo la catástrofe. Y por eso, ya no puedo ser el que le enseñe.

El mago se pasó una mano temblorosa por la cara. —No puedo arriesgarme a que Sylvian se convierta en lo que yo ayudé a crear.

La confesión de su dolor y su fracaso pasado fue la clave. Amber vio no al brujo arrogante, sino al hombre roto por el peso de su propia historia. Ella vio la urgencia de su redención.

—Lo haré, Arkadi —dijo Amber, con una firmeza que no admitía dudas—. Seré la tutora de Sylvian. Le enseñaré a respetar la vida y a usar su poder para construir, no para aniquilar.

Arkadi suspiró profundamente, un sonido de alivio. —Gracias, Amber. Ahora, ve. La teletransportación es inminente.

Amber salió de la camioneta, cerrando la puerta con cuidado.

Arkadi se dejó caer en el asiento, el agotamiento físico y emocional colapsándolo. Lloró en silencio, pensando en los rostros de sus alumnos perdidos, los que había fallado al no ser el mentor correcto.

—Un observador —sollozó, mirando el techo oscuro de la camioneta—. Eso es lo que siempre fui. ¿Observador o participante? ¿Se nace para enseñar, o para simplemente mirar cómo se derrumba el mundo? ¿Por qué se me dio este poder de ver más allá, solo para fallar en lo más básico?

El viejo loco cerró los ojos, el peso de su filosofía aplastándolo.

—Yo fallé. Y ahora dependo de ella.

Una última lágrima rodó por su mejilla, y antes de caer en el sueño de la inconsciencia forzada, la voz de Arkadi, ahora un susurro grave, se dirigió a la oscuridad, y se empezó hablar así si mismo.

—Y tú, que miras desde la sombra y ves todas estas vidas... ¿Qué harías con el poder? ¿Eres un tutor, un guerrero o simplemente un observador de la caída? ¿Qué clase de persona eres, realmente Arkadi?

El brujo se durmió, dejando su pregunta flotando en el frío aire de Finlandia.

Aiko había estado patrullando el perímetro del campamento, después de confirmar que Volkhov se había alejado lo suficiente y que Amber estaba concentrada en el bonsái, Aiko se escabulló hacia la pequeña cabaña de acampar que Volkhov había montado. Se arrodilló, metió la mano bajo la lona de su mochila de combate y sacó un teléfono satelital pequeño y de aspecto robusto, diseñado para comunicaciones ultrasecretas.

Era la primera vez que se atrevía a usarlo desde que salieron de Rusia. La misión había sido demasiado tensa, la presencia de Volkhov demasiado constante.

Con dedos temblorosos, marcó el número que había memorizado hace años.

El tono de espera sonó por unos segundos interminables, y Aiko contuvo el aliento, con la esperanza de que, después de meses de silencio, contestara.

—Aquí Kisaragi.

La voz de Ryuusei era clara y fuerte a través del auricular. El sonido era música para los oídos de Aiko, un ancla emocional. En ese instante, toda la tensión de las últimas semanas—la inanición, el mareo, la caída, el terror de Sylvian y el dolor de Arkadi—se liberó.

Lágrimas gruesas brotaron de los ojos de Aiko. Eran lágrimas de alivio, de felicidad y de una profunda lealtad infantil. Aiko, la guerrera que no temía a las balas ni a los asesinos, lloraba como una niña de trece años.

—¡Ryuusei! —sollozó Aiko, su voz ahogada—. S-soy yo, Aiko.

Hubo un instante de silencio al otro lado de la línea.

—Aiko... Mi pequeña Aiko. ¡Estás bien! —La voz de Ryuusei se llenó de una alegría inmensa y palpable.

—Sí... estamos bien. Arkadi... está muy cansado. Pero... pero... —Aiko se limpió las lágrimas con el puño—. ¡El equipo está listo, Ryuusei! ¡Tenemos a Amber, tenemos a Arkadi y... y encontramos a Sylvian!

Ryuusei dejó escapar una risa cálida y profunda que resonó en el corazón de Aiko.

—¡Eso es increíble, Aiko! Sabía que lo lograrían. Eres la mejor. El corazón de mi equipo, ¿lo sabes?

—Sí... lo sé —susurró Aiko, la alegría de su líder curando momentáneamente la fatiga de meses de peligro.

—Aguanta un poco más. Te extraño. Me alegra mucho escuchar tu voz. Estamos cerca del final. Yo también estoy terminando de reunir a mi propio equipo. Prepárense. Usen sus coordenadas de emergencia. En cuanto tenga a todos, haré los arreglos para que nos encontremos en algún lugar.

—¡Sí, jefe! Te estaremos esperando —dijo Aiko, con una sonrisa radiante.

La llamada terminó. Aiko colgó el teléfono, guardándolo rápidamente. Se limpió las lágrimas, su rostro endureciéndose de nuevo, la niña guerrera regresando. Pero esta vez, su determinación estaba renovada.

El equipo estaba completo. Su líder estaba esperando. La misión, a pesar de los fracasos y los horrores, había sido un éxito. Era hora de despertar al brujo y hacer el último y más peligroso salto.

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