La mañana llegó a Jyväskylä con la luz pálida del sol escandinavo filtrándose por las cortinas del hotel. El ambiente en la habitación doble era tenso. Arkadi seguía durmiendo profundamente, su respiración superficial y su frente aún demasiado caliente. Aiko, que había dormido acurrucada en una silla, despertó con la rigidez de una estatua.
Volkhov, sin embargo, se despertó con una migraña explosiva. La noche anterior, después de dejar a Amber afuera, había aliviado el estrés en el bar con la cerveza local, y ahora lo pagaba con creces. Se levantó con un quejido, sosteniendo su cabeza.
—Ah, la estupidez de los veinte años en un cuerpo de cien —murmuró Volkhov, maldiciendo por lo bajo.
—Buenos días —dijo Aiko, con el tono formal que usaba cuando estaba cansada. Se estiró, el crujido de sus huesos ya no era por heridas, sino por la posición incómoda.
Amber ya estaba despierta, sentada en el borde de su cama. Ella era la única que se sentía relativamente bien, gracias a su metabolismo y al hecho de que Volkhov la había dejado fuera del bar.
—Desayunemos —ordenó Volkhov, buscando la cafetera.
El equipo desayunó tranquilamente—panes duros, mermelada y el café negro y fuerte del hotel. El ambiente era de normalidad forzada, un contraste total con el caos de la noche anterior.
Una vez con el estómago lleno, Volkhov se puso serio.
—Bien. El maestro del Velo está estabilizándose, pero no podemos esperar. Aquí está la información que conseguí de un cazador local —Volkhov desplegó un mapa turístico de Finlandia sobre la mesa—. Nuestro objetivo, Sylvian, el ser que estamos buscando, está activo en los bosques al este. Específicamente, en la región de Bergö.
Señaló un punto en el mapa.
—Según el cazador, es una bestia inmensa, un árbol humanoide que usa ramas filosas como armas y... consume biomasa de grandes presas para mantenerse activo.
Aiko escuchó con atención, mordiendo el labio. —¿Y ahora qué, Volkhov? ¿Nos vamos caminando?
—No. Hoy estaré ocupado en el ámbito logístico. Para cazar una entidad de esa clase, no podemos ir de mochileros. Necesito que se queden aquí, Aiko, Amber. Supervisen a Arkadi.
Volkhov se levantó, ajustándose el traje que, gracias a su esfuerzo regenerativo, no parecía tan maltrecho.
—Tengo que pasar el día entero en trámites y sobornos. Necesito documentos falsos para la frontera, permisos de viaje y, lo más importante, una camioneta confiable. Algo que pueda manejar la nieve pesada y que no llame la atención. Me moveré rápido, pero tardaré hasta la noche.
Amber asintió con seriedad. —Nos quedaremos con Arkadi.
Mientras Volkhov salía del hotel para sumergirse en la burocracia criminal, el resto del equipo se dispuso a esperar.
Amber miró a Aiko, que estaba revisando sus guantes de cuero, su rostro aún con la expresión dura que adoptaba en modo guardián.
—Oye, Aiko. Deberíamos bañarnos antes de que Volkhov vuelva y necesite toda el agua caliente. Podríamos ducharnos juntas para no gastar mucha agua, ¿qué te parece? —sugirió Amber con una sonrisa práctica.
Aiko parpadeó, la sugerencia de Amber sonaba como algo que haría una hermana mayor. Por lo general, su vida era demasiado caótica para tener ese tipo de momentos triviales.
—Sí, claro. Buena idea —dijo Aiko, dejando caer la armadura de su compostura.
Una vez bajo el agua caliente, el vapor llenó el pequeño baño, creando un pequeño refugio de la tensión de la misión. Amber se sintió más cómoda al estar lejos del caos biológico de la ciudad, y Aiko simplemente disfrutó del calor.
—¿Te gusta mucho Ryuusei, verdad? —preguntó Amber, observando cómo Aiko lavaba su cabello oscuro.
Aiko se encogió de hombros, la respuesta viniendo con la sinceridad simple de sus trece años.
—Sí, es un tipo genial. Es divertido. A veces hace tonterías, pero es súper inteligente. Y siempre cumple lo que promete. Siento que cuando estoy cerca de él, nadie me puede tocar.
Amber sonrió, imaginando al enigmático líder. —Eso suena bien. ¿Y... es guapo? Volkhov no es muy expresivo al respecto.
Aiko se quedó pensando un momento, su nariz arrugada mientras hacía una evaluación seria.
—Mmm, no es tan guapo. Quiero decir, no es como en las películas, pero se mantiene en el estándar, ¿sabes? Tiene buen porte. Es como... fuerte, pero de una manera extraña. Y sus ojos son de dos colores diferentes, lo cual es raro, pero genial.
Ambas rieron. La risa de Aiko sonaba ligeramente infantil, el sonido de una niña que, por un breve momento, había olvidado que su vida consistía en esquivar balas y cargar a adultos heridos.
—Ya veo. Un tipo en el "estándar, pero genial" —dijo Amber, jugando con su propio pelo—. Me alegro. Espero que me caiga bien.
—Te va a caer súper bien. Es como el hermano mayor que nunca tuve —respondió Aiko, antes de volver a la seriedad—. Ahora, lávate el pelo rápido, no quiero que Arkadi se congele si necesita usar el agua caliente.
La camaradería simple y la diversión habían aligerado el peso de la teletransportación y la caída.
Pasaron dos días más en el hotel. Arkadi mejoró visiblemente, su fiebre bajó a niveles manejables y el brillo en su ojo pálido regresó, aunque se mantenía débil.
Finalmente, al anochecer del tercer día, Volkhov regresó. Estaba cansado, pero con una satisfacción palpable.
—Todo listo. Papeles, sobornos, pases de seguridad falsificados. Y el transporte.
Volkhov hizo una seña a la ventana. Estacionada discretamente en el aparcamiento estaba una robusta camioneta 4x4, preparada para el clima ártico.
Antes de subir, Volkhov se dirigió a Arkadi, quien estaba sentado en el borde de la cama, recuperando fuerzas.
—Viejo Loco. Para que no volvamos a pasar vergüenzas con los guardias de aduanas, ni con nadie más.
Volkhov sacó una cartera de cuero nueva y le entregó un juego de documentos perfectamente falsificados y legalizados. Un pasaporte, una licencia de conducir, y una tarjeta de identidad con el nombre de Arkadi Rubaskoj.
Arkadi tomó los documentos, los revisó y soltó una carcajada profunda que resonó en el pecho.
—Volkhov. Eres un demonio eficiente —dijo Arkadi, con la voz aún áspera, pero llena de humor—. Gracias. No más excusas.
Luego, Volkhov se dirigió a Amber. Sacó una caja larga y delgada, cubierta con un papel sencillo.
—Esto es para ti, Serpiente. Un regalo. Y una herramienta de trabajo.
Amber abrió la caja. Dentro, había una ballesta de caza compacta, hecha de fibra de carbono oscura, con una mira de punto rojo y un conjunto de flechas de titanio.
—Es un buen arma, con tu saliva, puedes cubrir las puntas. Tu veneno es lento, pero efectivo, y más rápido que cualquier agente químico que podamos comprar aquí. Es discreto y personal. Úsala.
Amber sonrió. —Me gusta la discreción. Gracias, Volkhov.
Con la logística resuelta, Arkadi, aunque débil, se instaló en el asiento trasero. Aiko, Amber y Volkhov subieron a la camioneta. La misión había entrado en su fase final.
—Rumbo a Bergö —anunció Volkhov, encendiendo el motor.
El viaje fue silencioso, solo interrumpido por el rugido del motor en la nieve. Al llegar a las afueras de Bergö, Volkhov detuvo la camioneta.
—Desde aquí, vamos a pie. Amber, eres la líder de la búsqueda. Tu sensibilidad es nuestra mejor herramienta. Encuentra a al árbol humanoide.
Amber cargó la ballesta, puso la punta de una flecha en sus labios por un segundo, retirándola con el veneno incoloro y mortal.
La búsqueda de Sylvian había comenzado.
