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Chapter 111 - Barco Fantasma

El primer acto de su nueva vida como recluta de Ryuusei fue una despedida. Bajo un sol de mediodía implacable, Amber Lee regresó a un pequeño santuario en lo alto de la colina Victoria Peak, un lugar que había visitado solo en la penumbra. Este no era un templo famoso, sino un rincón discreto dedicado a los ancestros de un linaje olvidado, mantenido por la fe más que por la riqueza.

Se arrodilló sobre una estera de bambú gastada frente a una pequeña hornacina. Encendió tres varitas de incienso, el humo dulzón flotando perezosamente en el aire inmóvil. El Artefacto de la Plaga seguía guardado, pero ella habló a sus ancestros con una voz clara y fuerte que no admitía réplica.

—Mi venganza está completa. Los enemigos que causaron el fin de nuestro linaje han sido neutralizados. Les he dado la justicia que nos fue negada. Pero no me quedaré en las cenizas. El artefacto que protegieron será usado para un propósito más grande que la simple destrucción. Inicio una nueva vida, un nuevo camino. Por favor, guíen mi precisión y perdonen mi necesidad de paz.

Al terminar, se puso de pie. Dejó una pequeña talla de jade a los pies del altar, un símbolo de su vieja identidad, y se alejó. Su linaje había terminado, pero su historia apenas comenzaba.

Cuando regresó al hotel, Aiko, Volkhov y Arkadi la esperaban en el vestíbulo, sus rostros tensos y listos para la acción. Al ver la serenidad, casi religiosa, en el rostro de Amber, entendieron.

—Ha terminado —dijo Volkhov, con un respeto inusual en su tono.

Arkadi asintió, su ojo pálido brillando con una luz extraña. Cerró su ojo y permaneció en silencio. Aiko y Volkhov hicieron lo mismo, cada uno a su manera, ofreciendo un minuto de silencio por los muertos y el cierre del ciclo de venganza. Era un rito de iniciación no oficial: el reconocimiento de la carga que acababan de liberar.

El cuarteto se movió con la precisión de depredadores, abandonando la ciudad a través de las rutas clandestinas que Volkhov había organizado. Llegaron al muelle secreto, donde una motora de aspecto dudoso los esperaba, pilotada por un hombre bajo, robusto y con un rostro surcado por el sol y la desconfianza.

—El Capitán Wu —presentó Volkhov, acercándose al hombre—. Nos llevará al punto de encuentro del jet.

El Capitán Wu apenas asintió. Sus ojos recorrieron al grupo: Aiko, con su pequeñez amenazante; Volkhov, con su traje de tres piezas y un aire de peligro; Amber, fría y contenida; y Arkadi, envuelto en su capa con la presencia de un antiguo rey.

—Monten —gruñó Wu en cantonés—. Mi tiempo es dinero.

El viaje en la motora por las aguas de Hong Kong fue agitado y ruidoso. El mar, sucio y picado, contrastaba con la inmensidad que los esperaba. Aiko, Volkhov y Amber estaban en alerta, escaneando el horizonte en busca de cualquier señal de la policía marítima o, peor aún, los restos de los enemigos de Amber.

Para aligerar la tensión, Aiko inició una conversación con Volkhov sobre la extraña anatomía de Kro'dan, el cocodrilo-hombre.

—La criatura parecía casi biológicamente imposible. ¿Crees que fue creado? —preguntó Aiko.

—Absolutamente. Un cruce de especies con una capa de mutación forzada —respondió Volkhov, su voz analítica—. Si la toxina de Amber no hubiera sido tan eficiente, habría sido una pesadilla regenerativa. La fuerza y resistencia del monstruo eran fascinantes.

Amber se unió a regañadientes a la charla. —La mutación era inestable. Detecté fallas en la integridad celular, por eso el ácido orgánico funcionó tan rápido.

Mientras el trío intercambiaba notas de batalla, el Capitán Wu, creyéndolos simples extranjeros que solo hablaban inglés o mandarín estándar, comenzó a despotricar por lo bajo en cantonés.

—Malditos demonios extranjeros, vestidos como si fueran a una boda, esperando que un maldito dragón dorado venga a recogerlos —murmuró Wu, escupiendo al agua—. Estos idiotas creen que el dinero lo compra todo. Deberían estar agradecidos de que este viejo capitán no los arroje a los tiburones por el triple de la paga.

Aiko, Volkhov y Amber intercambiaron una mirada. Gracias a los Aretes de Babel que Volkhov les había entregado (los aretes traductores que permiten entender cualquier idioma), la diatriba del capitán era perfectamente clara.

Aiko sonrió ligeramente, disfrutando de la ignorancia de Wu. Volkhov se limitó a arquear una ceja. Amber, con una sonrisa aún más sutil, esbozó el primer indicio de humor genuino. Era un pequeño acto de camaradería silenciosa. Dejaron que el capitán continuara maldiciendo, la comedia involuntaria era un bienvenido alivio. Arkadi, por su parte, miraba al horizonte, imperturbable.

Finalmente, tras una hora de viaje, el Capitán Wu detuvo el motor en mar abierto.

—Aquí. El punto de encuentro —dijo Wu, señalando un horizonte vacío—. Hemos llegado. Paga.

Volkhov revisó el horizonte con un catalejo. Luego, Aiko lo revisó. Por último, Amber escaneó el área, usando su dominio biológico, buscando cualquier signo de vida o máquinas grandes.

No había nada. Absolutamente nada. Solo el azul infinito del mar y la brisa salada.

Volkhov bajó el catalejo, su expresión pasando de la fría compostura a una furia controlada.

—¿Dónde está el jet? —demandó Volkhov, su voz baja y gélida.

El Capitán Wu se encogió de hombros, con la avaricia brillando en sus ojos.

—¿Jet? ¡Nunca hablamos de un jet! Yo hablé de un barco privado en el punto de encuentro. Dijiste "barco privado", y aquí tienen a su barco privado.

El capitán señaló una silueta que se materializaba en el horizonte: era una barcaza de carga antigua, oxidada y con un solo mástil desvencijado, que se movía con la lentitud de una tortuga cansada. No era un jet; era un fantasma flotante de la era industrial.

—¡Me mentiste! —siseó Volkhov, acercándose a Wu.

—¡Yo no! —chilló Wu, asustado por la intensidad del regenerador—. Me pagaron para llevarlos a un barco privado que los llevaría a Finlandia. ¡Y ahí está! ¡Mi trabajo ha terminado!

El Capitán Wu no esperó la respuesta. Agarró la paga extra que Volkhov había puesto en el asiento, encendió su motor y se alejó rápidamente, riendo a carcajadas por su engaño.

El cuarteto se quedó en el mar, a la deriva, con la silueta oxidada del "barco privado" acercándose lentamente.

Aiko miró a Volkhov, luego a la barcaza. Su rostro, generalmente imperturbable, reflejaba puro shock.

—Dieciséis horas, dijiste —murmuró Aiko, con voz ahogada.

—Volkhov, explícate —exigió Amber, su rostro se había puesto blanco por la frustración. Su pragmatismo se había encontrado con el caos burocrático de un estafador.

Volkhov cerró los ojos, exhalando lentamente. —El barco... el barco de carga a esa velocidad...

Volkhov se mordió la lengua, incapaz de decir la cifra. Aiko la dijo por él.

—Finlandia. Si vamos a esa velocidad... serán muchos meses.

El silencio que siguió fue absoluto, un pesado manto de incredulidad. Meses de aislamiento, meses de viaje lento en un barco oxidado, meses perdidos en el mar.

Los tres miraron a Arkadi, el maestro del Velo, esperando una explosión de ira mágica o un plan de contingencia brillante.

Arkadi, sin embargo, miró la barcaza, luego a sus compañeros, y sonrió, una sonrisa pequeña y resignada.

—El universo a veces tiene un sentido del humor sádico, mis jóvenes. Pero el destino no se puede manipular con un teletransporte de emergencia. Si Ryuusei quiere que lleguemos por mar, llegaremos por mar. Es el precio que pagamos por la prisa.

Arkadi se encogió de hombros.

—Sin más remedio. Embarquemos.

El cuarteto, con una mezcla de frustración, asombro y resignación, se subió al barco de carga. El largo, lento y monótono viaje a través de los océanos, el viaje del arrepentimiento, acababa de comenzar.

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