La luz grisácea del amanecer de Hong Kong comenzaba a filtrarse por las ventanas hotel, pero el equipo de asalto apenas registraba el paso del tiempo. Tras la sangrienta noche en el Dragón de Huesos, el retorno a la suite, donde Arkadi Rubaskoj los esperaba, fue un viaje de silencios incómodos y adrenalina residual.
En el salón principal, Volkhov revisaba minuciosamente su equipo, limpiando cada componente de sus pistolas con una calma obsesiva. Aiko, por su parte, se sentó en el sofá, con la katana sobre las rodillas, concentrándose en la lenta tarea de regular su respiración. Ambas figuras irradiaban una tensión silenciosa, sabiendo que el foco de la tormenta se dirigía hacia la recién reclutada.
Amber Lee se encontraba al otro extremo de la habitación. Había asegurado el Artefacto de la Plaga en la caja fuerte de la habitación y ahora permanecía de pie, con la rigidez de una estatua, sus ojos ámbar fijos en el rincón donde Arkadi estaba sentado en una silla de alto respaldo, leyendo un pergamino que parecía tan antiguo como él mismo.
El rostro huesudo de Arkadi, iluminado por una lámpara de lectura, no mostraba juicio, solo una sabiduría cansada. Había pasado las horas recuperándose del esfuerzo del teletransporte, pero la energía que emanaba era densa, un eco constante de las fuerzas que manipulaba.
Finalmente, Amber rompió el silencio.
—Arkadi.
Su voz era baja y carecía de su habitual filo defensivo. Dio un paso hacia él, luego otro, hasta que estuvo a solo unos metros.
—Vengo… a disculparme —dijo, luchando visiblemente por pronunciar cada sílaba—. La neblina tóxica que usé en el almacén de Sham Shui Po… fue innecesaria. Vi una amenaza en ustedes, y mi primer instinto fue neutralizarla. Lamento el dolor que les causé a ti, a Volkhov y a Aiko.
Volkhov levantó la mirada por un instante, un destello de aprobación cruzando sus ojos. Aiko solo asintió levemente, reconociendo el esfuerzo.
Arkadi cerró lentamente el pergamino, el sonido del papel seco resonando en la habitación. Alzó su ojo pálido, y su mirada no era acusatoria, sino penetrante, como si estuviera viendo a través de ella hasta el núcleo de su alma.
—La toxicidad que me inyectaste no es lo que me preocupa, Amber —dijo Arkadi, su voz profunda y carente de emoción—. Mi cuerpo ha resistido venenos peores y tu habilidad, si bien ingeniosa, es la de una niña comparada con las pestes ancestrales. Lo que me preocupa es la toxicidad que te inyectaste a ti misma.
Se reclinó en la silla, observándola.
—Anoche lograste lo que te propusiste. Los tres líderes, los hombres con el símbolo del cráneo y las hojas, yacen paralizados en el Dragón de Huesos, a merced de la justicia de esta ciudad o de sus enemigos. La venganza por tu linaje está servida. Dime, hija de la Serpiente… ¿te sientes llena? ¿El vacío se ha llenado con la sangre de tus enemigos?
Amber vaciló. La pregunta la golpeó en un lugar más profundo que cualquier puñetazo o toxina. En la intensidad del asalto, solo había sentido la adrenalina. Ahora, en el silencio del amanecer, la respuesta era ineludible.
—No —susurró, con una honestidad dolorosa. Bajó la mirada—. Siento un vacío más grande. Un cansancio. Me siento... exhausta. Pero la vida de mi familia no ha regresado.
—Exacto —Arkadi asintió, con una tristeza solemne—. La venganza es el veneno que te consume. Es un fuego que te quema desde dentro y te deja con cenizas en la boca. ¿Y a dónde te lleva, Amber Lee? Te lleva a un almacén sucio, atada a desconocidos. Te lleva a un enfrentamiento donde la fuerza de una criatura te obligó a ver que el veneno puede ser anulado por el poder regenerativo.
Arkadi se puso de pie, su figura imponente.
—La búsqueda de poder por la justicia ciega termina en soledad. Y la soledad es la muerte. Cuando te encontramos, estabas sola. Ahora, te ofrezco un propósito. Ryuusei te necesita, no por tu veneno, sino por tu precisión. Usa ese talento para proteger, no para destruir. De lo contrario, no serás más que otra villana sin un final feliz.
La dureza de sus palabras fue como un choque frío, diseñado para desmantelar la última capa de autoengaño de Amber.
La tensión se hizo palpable. Aiko, sintiendo que la situación escalaba a un punto de quiebre emocional, intervino con su voz firme y calmada.
—Ya basta, maestro —dijo Aiko, acercándose y colocando una mano tranquilizadora en el hombro de Amber—. La Serpiente ha entendido el mensaje. Tu propósito es justo, Arkadi, pero ella necesita descanso. Todos lo necesitamos. La noche ha terminado. Es momento de dormir.
Volkhov, el estratega, apoyó la moción. —Aiko tiene razón. Necesitamos recuperar fuerzas. La próxima misión no será en Hong Kong.
Arkadi asintió, su expresión suavizándose ligeramente. —Descansen. Mañana será un día largo.
El día siguiente comenzó con el mismo orden militar que regía la vida del equipo de Ryuusei. Aiko, la primera en despertar, se duchó, se vistió y fue al encuentro de sus compañeros a primera hora.
El día siguiente comenzó con el mismo orden militar que regía la vida del equipo de Ryuusei. Aiko, la primera en despertar, se duchó, se vistió y fue al encuentro de sus compañeros a primera hora.
Aiko despertó a Volkhov, golpeando la puerta de su habitación con la precisión de un reloj suizo. Luego, fue a despertar a Amber, a quien encontró ya despierta, con el maletín en la mano, estudiando un libro sobre la flora de Asia.
—Vamos, Serpiente. El deber llama —dijo Aiko, con una sonrisa ligera—. El jefe nos ha asignado un nuevo trabajo. Desayunaremos y luego organizaremos la logística.
El desayuno fue una comida rápida en la sala del hotel.
—El destino no es Tokio, al menos no inmediatamente. Hay un desvío. Ryuusei necesita un nuevo activo de alta prioridad antes de que el equipo se reúna.
Volkhov dejó su café a medio beber. —¿Un desvío? ¿A dónde?
Aiko giró la tableta para mostrarles un mapa. El marcador parpadeaba sobre una zona vasta y fría: Finlandia.
—Un recluta de clase Elemental. Su nombre es Sylvian. El Ser de la Arboleda.
Amber frunció el ceño. —¿Un árbol?
—Algo parecido —explicó Aiko—. Es una entidad vegetal, una anomalía territorial que se manifiesta como un monstruo de inmensa fuerza y resistencia. Puede manipular raíces, ramas y la flora circundante. Es un activo valioso, pero una fuerza estática. Nuestro trabajo es convencerlo o moverlo.
Volkhov, el estratega, evaluó inmediatamente la viabilidad del viaje.
—Finlandia está al norte de Europa. Un viaje desde Hong Kong será de diez a doce horas. Es una pérdida de tiempo precioso si tenemos que reunirnos con Ryuusei.
Volkhov miró a Arkadi, que estaba empacando sus pertenencias.
—Arkadi, ¿podrías teletransportarnos? Nos ahorraríamos un día entero. Tu poder nos pondría en el Círculo Polar en un instante.
Arkadi entró en la sala, su rostro denotaba el cansancio de alguien que había dormido poco.
—Puedo hacerlo, Volkhov. La respuesta es sí. Manipular el Velo a esa distancia no es una proeza. Pero el salto que hice para traerlos a Hong Kong ya me drenó casi toda mi energía mágica latente. Ustedes me vieron: estuve tres días inconsciente.
Hizo una pausa, y el peso de su poder se hizo palpable.
—Hacer un salto a un continente entero me dejará en un estado más grave, tal vez por una semana. Tendrían que cuidarme. Estaría completamente expuesto. La probabilidad de que me desmaye otra vez es muy, muy alta. Mi cuerpo ya no tolera ese abuso, Volkhov. Mi tiempo como teleportador de largo alcance ha terminado, salvo para emergencias de vida o muerte. Este no es el caso.
Aiko miró a Volkhov y Amber. La elección era clara: arriesgar la salud del maestro del Velo por unas horas de ahorro de tiempo, o tomar el camino largo.
—El avión es más lento, pero más seguro —dijo Aiko, sentenciando la decisión—. Vamos a tomar el camino largo. Volkhov, organiza la logística de salida de Hong Kong. Necesitamos un vuelo chárter o un jet privado que no haga preguntas y que pueda aterrizar cerca del Círculo Polar. La Interpol debe estar buscando a tres personas sospechosas saliendo del Dragón de Huesos.
Volkhov asintió, sacando su propio comunicador cifrado. —Saldremos por vía marítima para evitar la vigilancia del aeropuerto y luego nos reuniremos con la aeronave en un país neutral antes de volar a Finlandia. Será un viaje de dieciséis horas en total, incluyendo el tránsito inicial.
Amber, con una nueva comprensión del poder y el sacrificio, asintió en silencio. Había sido testigo de la regeneración. Ahora era testigo de la fragilidad que venía con un poder tan vasto como el del maestro del Velo.
El equipo se puso en marcha. Volkhov, como siempre, manejaba la logística con una precisión increíble, asegurando un vehículo que los sacara de Kowloon. El objetivo era reunirse todos en el punto de encuentro: un muelle clandestino donde un barco los llevaría al aeródromo.
Horas más tarde, bajo el sol de la mañana de Hong Kong, el cuarteto se encontraba en un muelle clandestino. Arkadi, envuelto en su capa de viaje, estaba allí con ellos.
—El jet nos espera a una hora de aquí —informó Volkhov—. El capitán tiene las coordenadas.
