Ficool

Chapter 96 - El Mago de los Huesos

Ubicación: Siberia, Rusia. Tiempo desde la separación del equipo: 2 meses. Objetivo: Encontrar a Arkadi Rubaskoj. Equipo en misión: Aiko y Volkhov.

Dos meses. Sesenta días comiéndose el hielo. Sesenta noches durmiendo sobre la escarcha con las costillas pegadas al suelo y los huesos tiritando como metralla oxidada. Sesenta intentos de seguir un rastro que parecía evaporarse con cada nueva ventisca.

Volkhov se detuvo en la cima de una colina helada, su abrigo militar ruso, aunque espeso, no era suficiente contra la maldad del viento. La escarcha pegada a su barba no se derretía ni con el calor de su aliento. Su mirada se clavó en unas huellas desiguales que serpenteaban entre los árboles: grandes, erráticas, como si pertenecieran a alguien que no caminaba del todo... humano.

—¿Es él? —preguntó Aiko, sin aliento, ajustándose la bufanda con los dedos entumecidos. Su cuerpo pequeño se movía con una resistencia antinatural al frío.

Volkhov no respondió al instante. Su ojo experimentado no solo veía el rastro, lo leía.

—Camina como si estuviera borracho… pero con dirección. Sigue huyendo de algo que solo él ve. —Hizo una pausa—. Nos está dejando entrar. Quiere ser encontrado, pero bajo sus propios términos.

Aiko frunció el ceño. Su espada, regalo de Ryuusei, colgaba de su espalda, vibrando apenas, como si sintiera algo anormal en el aire. Volvió la vista al sendero.

—Entonces que nos espere despierto.

La travesía los llevó a un bosque que no figuraba en ningún mapa conocido. Los árboles, deformes y retorcidos, se curvaban hacia adentro como si quisieran proteger un secreto antiguo, y en sus troncos aparecían marcas talladas en hueso. Sí, hueso, clavado en la corteza como un recordatorio macabro.

Volkhov reconoció los glifos. Magia antigua. No la sofisticada, sino algo más… primitivo y sacrificial.

—Está cerca —dijo el ex-agente ruso—. Y lo sabe.

Aiko asintió, aunque un escalofrío la recorrió. No por el frío, sino por la presencia. Había algo en el aire, un susurro constante y áspero, como si el bosque mismo respirara y observara sus movimientos.

—Oye, Volkhov —dijo Aiko, bajando la voz—. ¿Te molesta que yo haya venido contigo en vez de con Ryuusei?

Volkhov la miró de reojo.

—No.

—¿Seguro?

—Sí. Aunque… —Volkhov exhaló, el aliento creando una columna de vapor—. No me acostumbro a lo fácil que matas. Ni a que me llames "interesante".

Aiko sonrió bajo la bufanda. —Bueno, ya me viste desnuda una vez en el maldito río congelado. Supuse que eso crea una extraña confianza.

Volkhov se atragantó con el aire helado, sintiendo el calor subir a su rostro. —¡No fue mi culpa! ¡Fue un accidente en ese maldito río congelado! ¡Estábamos huyendo!

—Y aun así no apartaste la mirada, Volkhov.

Volkhov se aclaró la garganta, murmurando por lo bajo. No soy un pervertido… apenas tiene trece... concéntrate, agente.

La risa se apagó en cuanto escucharon un chillido metálico, como acero contra piedra. Ambos se agacharon al instante, sus músculos tensos.

Delante, un claro bañado en rojo bajo la luz tenue. Un cuerpo despedazado colgaba de una rama como una grotesca decoración. Otro estaba siendo arrastrado por una sombra envuelta en harapos. Aquella figura murmuraba palabras guturales en una lengua muerta mientras trazaba círculos en la nieve con la sangre de sus víctimas.

Volkhov apretó el gatillo, sin disparar aún.

Aiko susurró: —¿Es él?

—Sí —Volkhov lo sabía por el ojo blanco, por el aura distorsionada. Por el silencio denso que lo rodeaba. Arkadi Rubaskoj no se había vuelto loco. Él habitaba la locura como un mago habita su torre.

—¡Aléjate! —gritó Arkadi de pronto, girándose hacia ellos sin mover los pies—. ¡Este ritual no es para profanos!

Volkhov disparó un único tiro. La bala impactó en el hombro de Arkadi, pero no cayó. Solo miró la herida y la escupió con un gesto de desprecio. La sangre brotó, pero él la recogió con los dedos y la usó para pintar un nuevo símbolo en el aire, un glifo que latía con luz roja.

Una ráfaga de energía mágica los lanzó contra un árbol.

Aiko se puso de pie como si nada. Sus ojos brillaban con una chispa distinta, una sed de sangre que era un reflejo de los propios demonios de Ryuusei.

—¿Querías ver lo que puedo hacer, Ryuusei? —susurró para sí, sabiendo que su maestro nunca vería este momento.

Y desenvainó su espada.

Un aura negra emergió de su espalda, como un manto de niebla asesina que engulló la luz del día. Sus ojos se tornaron escarlatas, y su cuerpo, aunque pequeño, emanaba una presión que hizo crujir la nieve bajo sus pies.

Arkadi intentó invocar un escudo, pero Aiko ya estaba frente a él. Un tajo horizontal, limpio y certero. El brazo derecho de Arkadi voló por los aires como un trapo sucio, cayendo en la nieve con un sonido sordo.

—¡AAARGH! ¡¿QUÉ ERES, NIÑA DEMONIO?!

—Soy la sombra de Ryuusei —respondió ella, y volvió a atacar.

Arkadi se defendía como podía, canalizando magia con una sola mano. Convirtió su sangre en lanzas, su voz en cuchillas psíquicas, su sombra en cadenas que intentaron atrapar a Aiko.

Aiko lo esquivaba todo, danzando como una muerte menor, sus movimientos imposibles de seguir. No mataba. Solo destrozaba, con la intención de que el mago entendiera lo que era el miedo puro.

Volkhov se incorporó, ignorando el dolor del impacto. Vio que Arkadi intentaba alzar una roca flotante con un sello grabado, pero un solo disparo certero de su rifle le voló la rodilla.

Arkadi cayó de bruces, la nieve empapándose con su sangre.

—¡BASTA! —gritó—. ¡No me maten! ¡Por favor! ¡Yo... yo solo... yo solo quería que los espíritus me dejaran en paz!

Aiko detuvo su espada a centímetros de su garganta. Volkhov apuntaba a la cabeza, su mano firme.

—¿Qué espíritus? —preguntó Volkhov.

—¡Los de Ryuusei! ¡Los que ustedes cargan en los huesos! ¡Yo los veo! ¡Los escucho! ¡Ese maldito chico… el Hijo del Yin y Yang… dejó una marca en el mundo, un rastro de muerte que llama a todos los demonios!

Arkadi se retorció en la nieve, balbuceando frases ininteligibles sobre pactos ancestrales.

Finalmente, levantó su única mano.

—Si me van a reclutar, háganlo ahora. Antes de que los árboles decidan devorarme por hablar demasiado. La locura es mi defensa.

Aiko miró a Volkhov.

—¿Lo dejamos vivir?

—No —Volkhov apuntó de nuevo. Hizo una pausa tensa—. Pero... Ryuusei no quiere esclavos. Quiere aliados. Lo necesitamos.

Bajó el rifle. El dolor en el rostro de Arkadi ya no era físico, sino emocional.

Aiko se arrodilló y le ofreció una manta térmica que sacó de su mochila.

Este temblaba. No solo de frío. Sino por primera vez… de vergüenza. El mago de las mil caras falsas había mostrado su verdadero rostro: el de un cobarde aterrorizado.

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