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Chapter 33 - CAPITULO 33

Dentro de Quetzulkan ardía una ansiedad intensa por la batalla que se avecinaba. Algo en su interior anhelaba un desafío mayor que los simples chacales del Vacío. Quetzulkan deseaba enfrentarse a un oponente digno que le permitiera desatar todo su poder sin temor a dañar a inocentes por error. Aunque rescatar a los ciudadanos y luchar con precaución era crucial, en el fondo, Quetzulkan quería más. Quería disfrutar de una pelea donde pudiera mostrar toda su fuerza y habilidades, donde pudiera sentir la adrenalina y el desafío de un verdadero enfrentamiento.

 

Quetzulkan sabía que debía dar lo mejor de sí, pues sus instintos le decían que debía acabar con la batalla rápidamente. Pero en el fondo, disfrutaba de cada momento, saboreando el desafío y la adrenalina de enfrentarse a enemigos dignos de su poder. Los darkins restantes, Aatrox y Rhaast, no mostraban signos de cansancio. Se movían con una agilidad y ferocidad inhumanas, atacando sin cesar a Quetzulkan con estrategias avanzadas y utilizando sus propios poderes, así como la magia corrupta del Vacío.

 

En su forma de dragón, Quetzulkan atacó con un aliento de fuego que no solo escupía de sus fauces, sino que también envolvía sus extremidades en llamas. Golpeaba con sus garras envueltas en fuego, creando explosiones incandescentes con cada impacto. Además, lanzaba hechizos de bolas de fuego que cruzaban el aire como meteoros, desintegrando cualquier cosa que tocaran. Utilizó la tierra a su alrededor para crear barreras de rocas flotantes que interceptaban los ataques de los darkins, y a veces lanzaba estas rocas como proyectiles devastadores.

 

La tierra tembló con la furia de Quetzulkan, cada movimiento de sus alas emplumadas causaba estruendos que resonaban en todo el campo de batalla. Sus ataques eran tan variados como letales, combinando su dominio sobre los elementos con su formidable fuerza física. Envolvía sus garras en llamas, creando una estela de destrucción a su paso, y lanzaba bolas de fuego que explotaban al impactar, dejando cráteres humeantes. La tierra se alzaba a su comando, formando barreras impenetrables y proyectiles devastadores que lanzaba contra sus enemigos.

 

Pero su dominio de los elementos no se limitaba solo a fuego y tierra. Con magia de agua, creó torrentes hirvientes que combinó con fuego, lanzando chorros de vapor abrasador que quemaban y desgarraban a sus enemigos. También empleaba el aire con maestría, generando poderosos cortes de viento a alta velocidad que cortaban a través de la carne y la corrupción de los darkins.

 

La batalla alcanzó un nuevo nivel de intensidad cuando Quetzulkan, en medio de su lucha, invocó golems gigantes de árboles. Estas colosales criaturas de madera luchaban a su lado, aplastando a los enemigos con sus enormes puños y protegiéndolo de los ataques más feroces. Sin embargo, los darkins no tardaron en adaptarse. Utilizando su magia del Vacío, lograron infectar a algunos de los golems, corrompiéndolos y volviéndolos contra su creador. Estas abominaciones ahora luchaban contra los golems leales a Quetzulkan, creando un caos aún mayor en el campo de batalla.

 

Los darkins no solo eran formidables por su astucia y habilidades, sino también por su tamaño. Antes, Aatrox y Rhaast medían poco más de 11 metros, pero ahora, tras absorber la energía y los restos de los cuerpos de los chacales destruidos, habían crecido hasta superar los 30 metros. Sus cuerpos se habían vuelto más masivos y deformes, una mezcla de músculo y corrupción del Vacío. Aatrox, con su espada que también había crecido y se había vuelto más siniestra, parecía imparable. Rhaast, por su parte, utilizaba poderes de las sombras para esquivar ataques y crear clones de sí mismo que peleaban como entidades independientes.

 

Quetzulkan, viendo cómo sus propias creaciones se volvían en su contra, decidió proteger a sus golems restantes con barreras mágicas. Conjuró nuevos golems, esta vez imbuídos con protecciones adicionales para evitar la corrupción del Vacío. La lucha continuó, con los golems de Quetzulkan ganando terreno y destruyendo a los infectados.

 

Aatrox, ahora una gigantesca abominación de más de 30 metros, seguía absorbiendo la energía de los cuerpos caídos, volviéndose más grande y deforme con cada segundo que pasaba. Su espada crecía en tamaño y malicia, y su poder se volvía cada vez más abrumador. Rhaast, por otro lado, empleaba sus sombras y clones para confundir y atacar a Quetzulkan desde múltiples direcciones, combinando su poder de las sombras con la magia del Vacío para crear ataques devastadores.

 

Pero Quetzulkan no se dejó intimidar. Con sus golems ahora protegidos y luchando a su lado, comenzó a ganar terreno. Los golems destrozaban a sus contrapartes corruptas, y con cada avance, Quetzulkan se acercaba más a sus enemigos principales. Utilizando todo su poder elemental, lanzó ataques combinados de fuego, tierra, agua y aire, creando una sinfonía de destrucción que los darkins apenas podían resistir.

 

Aatrox, en un intento desesperado por ganar la ventaja, absorbió aún más masa corporal de los cuerpos de los chacales y golems caídos, volviéndose una monstruosidad aún mayor. Su espada se alzó, lista para caer sobre Quetzulkan con una fuerza que podría destruir montañas. Pero Quetzulkan, utilizando su control sobre los elementos, creó una barrera de roca y fuego que detuvo el golpe, desviándolo y contraatacando con un torrente de agua hirviente que cubrió a Aatrox, quemando su carne corrupta.

 

Rhaast, mientras tanto, intentó atacar desde las sombras, pero Quetzulkan, previendo su movimiento, utilizó el aire para generar un torbellino que arrastró a Rhaast fuera de su escondite. Con un rugido de furia, Quetzulkan se lanzó sobre él, sus garras envueltas en llamas, desgarrando y quemando al darkin en un ataque implacable.

 

A medida que la batalla avanzaba, Quetzulkan y sus golems ganaban terreno. Los darkins, a pesar de su poder y tamaño, comenzaban a retroceder. La combinación de ataques elementales y la fuerza bruta de los golems estaba demostrando ser demasiado para ellos. Quetzulkan, herido pero indomable, luchaba con una ferocidad y determinación que inspiraba temor incluso en sus enemigos más formidables.

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Aprovechando su número, Quetzulkan comandó a sus golems para que retuvieran a Aatrox con su fuerza y cantidades, permitiéndole ir solo a desatar todo su poder contra Rhaast. Quetzulkan, siempre astuto y adaptable, observó la magia de sombras de Rhaast y comenzó a copiarla. Pronto, logró crear clones de sí mismo hechos de varios elementos: algunos de fuego, otros de aire, tierra y agua. Aunque también podía crear clones de madera, estos eran menos efectivos debido a la dificultad de mantenerlos en movimiento sin perder el enfoque en la batalla principal.

 

Los clones de sombra de Rhaast se enfrentaron a los clones elementales de Quetzulkan en una danza caótica de poder y magia. Mientras estos espectros luchaban entre sí, Quetzulkan y Rhaast se enfrentaron directamente. Rhaast intentaba esquivar los ataques de Quetzulkan, pero el dragón vastaya, con su destreza y aprendizaje rápido, ganaba terreno constantemente.

 

La batalla entre Quetzulkan y Rhaast era una exhibición impresionante de habilidades y estrategias. Quetzulkan lanzó torrentes de fuego de sus fauces, envolviendo a Rhaast en llamas, pero el darkin se desvanecía en las sombras, esquivando el calor abrasador. Sin embargo, cada vez que Rhaast intentaba contraatacar, Quetzulkan utilizaba su dominio sobre la tierra para levantar barreras y lanzar proyectiles de rocas. Usando la magia del aire, creaba vientos cortantes que intentaban atrapar a Rhaast, pero el darkin se movía con la fluidez de una sombra, siempre encontrando una salida.

 

Quetzulkan, aprendiendo y adaptándose rápidamente, comenzó a dominar la magia de sombras de Rhaast. Usó esta nueva habilidad para atrapar al darkin en sus propias sombras, inmovilizándolo. Con un rugido feroz, Quetzulkan se abalanzó sobre Rhaast, sus garras y colmillos destrozando la carne corrupta del darkin. La lucha fue intensa, pero finalmente, Quetzulkan logró derrotar a Rhaast, librando al mundo de otra abominación.

 

Al terminar con Rhaast, el cuerpo del darkin se desvaneció, dejando atrás el cadáver de un joven. Era un cuerpo sin vida, una figura que parecía descansar en paz. Quetzulkan, aunque no tuvo mucho tiempo para reflexionar, decidió guardar el cadáver del joven. Con su poder, hizo que la tierra se abriera y lo tragara, protegiéndolo para cuando pudiera darle un descanso adecuado y posiblemente devolverlo a su familia.

 

Mientras tanto, en otra parte del campo de batalla, Aatrox había absorbido a los golems que derrotó, alcanzando una altura gigantesca que rivalizaba con la de Quetzulkan. Ahora, Aatrox era una abominación de tentáculos, muchas bocas y ojos grotescos del Vacío. Su espada también había crecido, volviéndose igual de siniestra y peligrosa. La escena era aterradora; dos gigantes enfrentados en una batalla que sacudía la tierra misma.

 

Quetzulkan, un dragón con escamas doradas y verdes que brillaban como una armadura, se enfrentó a esta monstruosidad. Sus alas emplumadas se extendían majestuosas mientras su melena verde ondeaba con cada movimiento. Aatrox, por otro lado, era una masa grotesca de tentáculos morados y ojos amarillos que lo miraban todo, con bocas llenas de dientes asomando por su cuerpo deforme.

 

La batalla entre Quetzulkan y Aatrox infectado fue épica y devastadora. Se lanzaron uno contra el otro con garras y dientes. Aatrox utilizaba sus tentáculos y bocas para atacar y defenderse, cada uno de sus movimientos acompañado por un brillo siniestro en los ojos que cubrían su cuerpo. Cada vez que usaba poderes del Vacío, estos ojos brillaban intensamente, pero Quetzulkan, con su aguda observación, eliminaba uno o dos ojos con cada choque.

 

Quetzulkan usaba sus poderes con maestría, envolviendo sus garras en fuego y lanzando ataques aéreos cortantes. Creaba clones de sí mismo hechos de elementos mágicos para confundir y abrumar a Aatrox, mientras también utilizaba sombras para crear más clones y árboles para atar a Aatrox. Sanaba sus propias heridas utilizando la magia de la naturaleza, manteniéndose en pie a pesar de los feroces ataques del darkin.

 

A medida que la batalla continuaba, Quetzulkan y Aatrox luchaban con una intensidad que sacudía el suelo y hacía temblar el aire. Aatrox, usando su tamaño y poder aumentados, intentaba abrumar a Quetzulkan con una combinación de ataques del Vacío y físicos. Pero Quetzulkan, con su dominio sobre los elementos, contraatacaba con fuego, aire, tierra y agua, manteniendo a Aatrox a raya.

 

La batalla entre Quetzulkan y Aatrox continuaba, cada uno utilizando todo su poder para intentar derrotar al otro. Quetzulkan, con sus habilidades mejoradas y adaptadas, usaba clones elementales, magia de sombras y su dominio sobre la naturaleza para crear árboles que ataban a Aatrox.

 

Aatrox, por su parte, utilizaba sus tentáculos y bocas para atacar y defenderse, cada movimiento acompañado por un brillo siniestro en los ojos que cubrían su cuerpo deforme. Quetzulkan comenzó a ganar terreno. Utilizando todo su poder elemental, lanzó un ataque combinado de fuego, tierra, agua y aire que envolvió a Aatrox en una tormenta de energía pura. Los clones elementales atacaban sin descanso, manteniendo a Aatrox ocupado mientras Quetzulkan preparaba su ataque final.

 

El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, bañando el campo de batalla en una luz dorada. Quetzulkan, herido pero indomable, estaba a punto de dar el golpe de gracia. Pero de repente, un poder aterrador emanó de Aatrox. Una explosión de gran escala surgió donde luchaban, enviando a Quetzulkan a volar. No se esperaba esa explosión, pero reaccionó rápidamente, equilibrándose con el movimiento de sus alas.

 

Desde la distancia, Quetzulkan observó con sus sentidos mejorados cómo la ráfaga de energía seguida de la explosión se dirigía hacia la Ciudad del Sol. Pero Zoe, Azir y Nasus estaban preparados. Con un esfuerzo conjunto, crearon una barrera mágica que detuvo la ráfaga de poder, protegiendo la ciudad y dejando a sus habitantes a salvo.

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Quetzulkan observó con sus sentidos agudizados cómo la abominación continuaba creciendo en masa, absorbiendo los cadáveres circundantes. Era una escena de pesadilla. Desesperado por detener lo que fuera que Aatrox estaba planeando, Quetzulkan batió sus alas con fuerza y voló hacia él a una velocidad impresionante. Sin embargo, cuando se acercó, una barrera invisible lo repelió violentamente. Al mismo tiempo, chacales infectados comenzaron a surgir a su alrededor, pero esta vez eran aún más grandes y grotescos. Su pelaje, antes rojo, ahora era de un siniestro color negro y morado.

 

Los nuevos chacales eran diferentes, más horribles que nunca. Tenían tentáculos que brotaban de sus cabezas y ojos por todo el cuerpo. Sus cráneos hasta el estómago se abrían, revelando enormes bocas llenas de dientes afilados. Estos chacales no solo atacaron a Quetzulkan, sino que se dirigieron directamente hacia la Ciudad del Sol. Algunos de estos chacales habían desarrollado alas o caminaban sobre dos patas, mientras que otros incluso parecían capaces de usar magia. La visión de miles de estas criaturas cargando hacia una ciudad con pocos defensores era verdaderamente aterradora.

 

En respuesta, Azir levantó más guardias de arena, enormes guerreros con grandes escudos que formaron barreras protectoras. Las torretas, mejoradas por la magia de Zoe, se convirtieron en armas masivas de destrucción. Cuando sus ataques impactaban el suelo, causaban pequeñas explosiones, y cuando golpeaban a un chacal infectado, los quemaban desde adentro, destrozándolos. Pero los chacales continuaban aumentando en número, sin mostrar señales de detenerse.

 

Azir entonces puso en marcha el plan que había acordado con otras naciones. Zoe creó portales dentro y fuera de la ciudad, que estaba fortificada con las murallas creadas previamente por Quetzulkan. De estos portales comenzaron a salir guerreros de diversas naciones. Soldados y caballería de Demacia, algunos montados en grifos; guardianes espirituales y chamanes de Ionia, con su magia protectora y potenciada; magos y alquímicos de Zaun; soldados de Piltover con armas de fuego y tecnología Hextech; e incluso legiones de Noxus. Era un ejército diverso de toda Runaterra, unido contra las abominaciones del Vacío.

 

Mientras los ejércitos humanos se enfrentaban a los chacales infectados y convertidos en abominaciones, la batalla se intensificó. Algunos chacales, con alas grotescas creciendo de sus espaldas, comenzaron a reunirse en grupos. Sus innumerables ojos brillaban con un brillo ominoso mientras abrían portales morados desde los cuales emergían más y más criaturas del Vacío. La lucha se convirtió en un caos total, con los defensores de la Ciudad del Sol enfrentándose a oleadas interminables de enemigos.

 

Quetzulkan, al ver la situación, decidió usar toda su fuerza y habilidades para proteger la ciudad. Con un rugido ensordecedor, desató una tormenta de fuego que incineró a varios chacales alados. A continuación, usó su magia de tierra para levantar una barrera de rocas que detuvo momentáneamente la avanzada de los chacales. Sin embargo, los tentáculos y bocas de Aatrox seguían creciendo y absorbiendo todo a su alrededor, volviéndose más grande y más grotesco a cada momento.

 

Mientras tanto, en el suelo, los soldados de las diversas naciones luchaban valientemente. Los guardianes de Ionia usaban su magia para proteger y sanar a los heridos, mientras que los alquímicos de Zaun lanzaban pociones explosivas contra las abominaciones. Los soldados de Demacia, con sus espadas y lanzas brillantes, avanzaban con disciplina, empujando a los chacales hacia atrás. Los soldados de Piltover disparaban con precisión, sus armas de fuego Hextech causando estragos entre las filas enemigas.

 

A medida que la batalla continuaba, Zoe y Azir trabajaban incansablemente para mantener las defensas mágicas. Nasus, con su imponente presencia, luchaba en la primera línea, su hacha gigante destrozando a cualquier chacal que se acercara. La Ciudad del Sol se mantenía firme, pero la lucha era feroz y cada vez más desesperada.

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