Ficool

Chapter 37 - CAPITULO 2

El rugido de la guerra era ensordecedor.

Quetzulkan no había tenido tiempo de procesar dónde estaba antes de que la realidad se le estrellara encima con el peso de un planeta en llamas. El cielo estaba rasgado por explosiones colosales, la tierra temblaba bajo el fuego de armas que escupían ráfagas de luz cegadora, y el aire apestaba a carne chamuscada, metal fundido y sangre enlodada en la ceniza.

Había aparecido en el corazón de una batalla apocalíptica.

Las máquinas de guerra avanzaban con un estruendo atronador, cada paso de sus gigantescas extremidades metálicas aplastando cadáveres y trincheras por igual. Los cañones rugían, partiendo la tierra con cráteres de fuego y escombros. En el horizonte, colosales fortalezas blindadas explotaban con un estallido de llamas, mientras incontables guerreros se arrojaban unos contra otros sin piedad, sin miedo, sin fin.

Era el caos absoluto.

Quetzulkan no se movió al instante. Su cuerpo, como siempre, se adaptaba al nuevo ambiente. Sintió su piel endurecerse instintivamente contra la polución del aire, sus músculos ajustándose a la gravedad más densa de este mundo, sus sentidos agudizándose para captar cada detalle del campo de batalla. Su instinto no le ordenó huir, no sintió miedo, no sintió inseguridad.

Sintió algo más profundo.

Emoción.

Por primera vez en mucho tiempo, estaba en un lugar donde la muerte no se escondía detrás de falsas promesas de honor o de justicia. Aquí, la guerra era pura, sin mentiras, sin máscaras.

Aquí, solo importaba la fuerza.

Aquí, solo importaba quién quedaba en pie.

------------------------------------------------------------------

No sabía quién luchaba contra quién, pero sí sabía quiénes eran sus enemigos en ese momento.

Desde un flanco de la batalla, vio criaturas monstruosas cargando con un frenesí descontrolado. Eran bestias colosales, de piel verde y músculos grotescos, con mandíbulas llenas de colmillos y ojos inyectados en sangre. Sus armas parecían piezas de chatarra atornilladas entre sí, pero despedían fuego y destrucción con una brutalidad que desafiaba toda lógica.

Eran Orkos.

Quetzulkan los observó con fascinación. Eran salvajes, sí, pero había una brutalidad instintiva en ellos que le resultaba… inspiradora. No planeaban, no dudaban, solo atacaban.

Pero el enemigo de los Orkos no era menos imponente.

Gigantes de armaduras colosales y adornadas con emblemas sagrados se erguían como titanes entre la guerra. Sus ojos ardían con la luz de la devoción absoluta, y su furia no era menos intensa que la de los Orkos. Llevaban martillos y espadas de energía, sus bólteres rugían en la carnicería mientras avanzaban como una ola imparable de exterminio.

Eran guerreros de una fe fanática.

Eran Ángeles de la Muerte.

Quetzulkan no tuvo tiempo de cuestionarse de qué lado debía estar. No había lados.

Los Orkos lo vieron primero.

Gritando en su lengua brutal, lo señalaron con dedos gruesos y deformes antes de cargar hacia él con hachas que goteaban sangre y risotadas desquiciadas. Las balas rugieron a su alrededor mientras los guerreros en armadura colosal también lo divisaban, y sin dudarlo, lo marcaron como un enemigo más.

No importaba quién era.

No importaba por qué estaba aquí.

Era un extraño.

Y en este mundo de guerra, los extraños solo servían para ser eliminados.

-------------------------------------------------------------

Quetzulkan no huyó.

No sintió la necesidad de hacerlo.

La batalla era un río caótico, y él era una roca en su corriente. No necesitaba entender los motivos de esta guerra para disfrutarla.

Los Orkos fueron los primeros en alcanzarlo. El más grande de ellos, un monstruo de tres metros con cicatrices como surcos profundos en su piel verdosa, alzó un enorme martillo con una sola mano y lo hizo descender con la fuerza de una montaña.

Quetzulkan no esquivó.

Bloqueó el golpe con una sola garra.

El impacto destrozó el suelo, levantando una tormenta de polvo y rocas. El Orko gruñó de sorpresa, sus ojos pequeños reflejando por primera vez algo parecido al miedo.

Quetzulkan sonrió.

Con un giro brutal, su garra se hundió en el vientre de la bestia. El rugido del Orko se convirtió en un gorgoteo cuando su sangre caliente y espesa se derramó sobre la tierra carbonizada.

El grito de guerra de los demás se tornó en un bramido de furia.

Se lanzaron sobre él como bestias salvajes.

Los disparos de los guerreros en armadura dorada también llovieron sobre él, las balas impactando contra su piel escamosa, pero su cuerpo ya se había adaptado. Las heridas se cerraban al instante, sus músculos endureciéndose para resistir el impacto, su mente acelerando para percibir cada ataque como si el tiempo se ralentizara.

Estaba evolucionando.

Un hacha pasó rozando su rostro. Una espada de energía se estrelló contra su costado, solo para rebotar en sus escamas reforzadas. Una explosión lo cubrió de fuego, pero la magia elemental en su sangre disipó las llamas antes de que pudieran dañar su carne.

No era solo un sobreviviente.

Era un depredador.

A cada enemigo que caía bajo sus garras, sentía su cuerpo más ligero, más fuerte, más… diseñado para la guerra.

Sus pensamientos comenzaron a cambiar.

Antes, su instinto era proteger, encontrar aliados, buscar un propósito.

Pero aquí, en esta masacre sin fin, solo había un propósito.

La guerra.

Las risas de los Orkos resonaban con la suya. Eran bestias primitivas, pero en su brutalidad, había una verdad que no podía negar.

No había bien ni mal.

No había justicia ni venganza.

Solo había el placer de aplastar a los enemigos, de ver la sangre cubrir la tierra, de sentir el poder correr por sus venas mientras se volvía algo más… algo mejor.

Y entonces, en medio del infierno, Quetzulkan comprendió una verdad aterradora.

No solo estaba adaptándose a este mundo.

Se estaba convirtiendo en parte de él.

Y le encantaba.

---------------------------------------------------------------------------------------------------

La guerra no terminó.

Solo cambió de forma.

El campo de batalla, que antes resonaba con explosiones y rugidos de combate, ahora yacía en un silencio roto solo por el crepitar del fuego y los últimos estertores de los moribundos. El suelo estaba alfombrado con cadáveres de ambas facciones, las trincheras eran fosas comunes y el aire hedía a muerte y gloria.

Y en el centro de todo, cubierto de la sangre de ambos bandos, estaba Quetzulkan.

Su aliento era pesado, pero no por agotamiento, sino por la excitación latente en su pecho. Nunca había sentido algo así. Cada músculo de su cuerpo vibraba con una fuerza que nunca antes había experimentado. Sus escamas estaban teñidas de rojo oscuro, su garras aún goteaban la sangre de incontables enemigos, y en su sonrisa afilada, se reflejaba algo más que victoria.

Poder.

Había despedazado sin distinción. Los guerreros blindados con su fe inquebrantable cayeron uno tras otro, sus armaduras sagradas rajadas como papel bajo su furia. Los Orkos, por su parte, lo habían enfrentado con una brutalidad salvaje, pero en lugar de temerlo, lo acogieron en el torbellino de la masacre.

Y cuando el último de los enemigos cayó, los pocos Orkos supervivientes no lo atacaron.

Lo vitorearon.

--------------------------------------------------------------------------------------------

—¡WAAAAAAGH!

El grito rasgó el aire, un rugido gutural de triunfo y violencia desenfrenada.

Los Orkos aún de pie alzaban sus armas, golpeaban sus pechos y reían como locos. Ellos no temían la muerte, no lloraban a sus caídos. Para ellos, la guerra era el mayor placer, y la batalla que acababan de librar había sido gloriosa.

Uno de los más grandes, una mole de piel verdosa con una mandíbula monstruosa y cicatrices en todo el cuerpo, se adelantó. Su armadura improvisada estaba hecha de placas de metal atornilladas entre sí, y su ojo izquierdo brillaba con el fulgor de un implante mecánico burdo pero funcional.

—¡Tú, bicho grande! ¡Eres un buen mata'cosas! —gruñó con una voz gutural, señalando a Quetzulkan con un dedo grueso como una estaca.

Los demás Orkos lo rodearon, golpeando sus armas contra sus propios pechos o contra el suelo, produciendo un estruendo de aprobación. Ellos no necesitaban explicaciones, no les importaba su origen ni su forma.

Lo único que importaba era lo que habían visto: Quetzulkan era fuerte.

Y en la brutal lógica de los Orkos, eso significaba que era uno de los suyos.

------------------------------------------------------------------------------------------------

Quetzulkan, aún sumido en su propio frenesí, los observó con una mezcla de curiosidad y satisfacción. Ellos no lo veían como una amenaza. No lo querían muerto.

Lo querían como parte de su tribu.

Uno de los Orkos más pequeños, aunque seguía siendo una montaña de músculo y piel verdosa, se acercó con algo en sus manos. Era una placa de metal con inscripciones toscas y un puñado de engranajes oxidados. Sin decir palabra, la sostuvo frente a Quetzulkan con una expresión seria.

Los otros Orkos se quedaron en silencio.

Quetzulkan parpadeó. Podía sentir que este era un momento importante, aunque su mente aún vibraba con la emoción de la batalla. Lentamente, tomó la placa de metal, sintiendo su peso burdo en la palma de su garra.

El Orko líder sonrió con una mueca llena de colmillos.

—¡Ahora eres un Orko! ¡Un bicho grande, pero un Orko de los grandes! ¡JA!

El rugido de celebración que estalló sacudió el aire.

Los Orkos lo rodearon, golpeándolo en la espalda con sus enormes manos, riendo, gritando y vitoreándolo como si fuera un hermano perdido que finalmente había regresado.

Y Quetzulkan… lo disfrutó.

En otro tiempo, en otra vida, habría sentido confusión o incluso rechazo. Pero ahora, su instinto no le dijo que huyera.

Su instinto le dijo que aceptara.

Estos guerreros no lo querían como un líder, no lo querían como un dios.

Lo querían como un igual.

Como un guerrero.

Y eso, en este mundo de guerra eterna, era lo único que importaba.

—WAAAAAAAAGH!

Por primera vez, Quetzulkan rugió con ellos.

Y su rugido se unió al de la horda, resonando como un trueno sobre el campo de batalla cubierto de sangre.

----------------------------------------------------------------------------------------

More Chapters