El recreo estaba hecho de voces que se deshacían en los pasillos.
Los árboles del patio se movían en cámara lenta, como un paisaje demasiado tranquilo para el mundo al que ella pertenecía.
Eolka caminaba sin rumbo.
La cabeza aún le pesaba. Las misiones que había completado seguían ahí, adheridas a su memoria como sombras que no quería apartar. Recordarlas dolía… pero dolía más pensar en a quién había perdido en el camino.
A veces sentía que, si daba un paso más, el resto del escuadrón aparecería a su lado. Como si no se hubieran ido apagando uno a uno, hasta dejarla sola.
Y aun así seguía adelante.
Porque sus sueños y esperanzas aún vivían en ella.
Porque cada uno, antes de caer, se lo había dicho de algún modo:
Mientras uno de nosotros siga vivo, nuestros sueños seguirán viviendo en ti.
Al desvanecerse esos recuerdos, su respiración iba y venía de forma irregular. Intentó recuperar el control de sus emociones, pero aún no sabía cómo hacerlo.
Cuando por fin secó sus lágrimas y levantó la mirada, vio algo que la obligó a detenerse.
En medio del jardín interior, una joven de cabello esmeralda permanecía de pie, inmóvil, como si fuera el centro natural del silencio.
Sus ojos, del mismo tono, guardaban una calma imposible para una chica de dieciséis años.
Al acercarse unos pasos, el aire parecía más ligero; incluso la luz resultaba más acogedora de lo normal.
No era magia. Era la presencia de la heredera.
Eolka abrió la boca para decir algo, pero un movimiento en el borde de su visión la interrumpió.
Un estudiante se adelantó entre los demás. No levantó la cabeza.
Simplemente avanzó y, con una cortesía casi antigua, se arrodilló como un caballero.
No había maestros.
Solo algunos estudiantes observando, como quien presencia una ceremonia.
—Le ruego… —dijo él con una voz hecha de ceniza—. Permítame servirle.
Eolka no reaccionó. Pero algo en su pecho se tensó, como si la escena le revelara una verdad que no quería ver.
La heredera inclinó apenas la cabeza, con un gesto tan sereno que rozaba la tristeza.
Luego colocó una mano sobre la cabeza del estudiante.
El joven inclinó más la frente, casi tocando el suelo.
Por un instante, Eolka sintió que la tierra misma intentaba reclamarlo.
Cuando él levantó la mirada, sus ojos —solo por un momento— destellaron un jade tenue.
La heredera sonrió apenas, con una delicadeza imposible de descifrar.
—Entonces… desde hoy, serás mi resonante.
Otro escalofrío la recorrió.
No por el ritual en sí, sino por lo cotidiano que resultaba para los demás.
Para ellos, entregar la voluntad era… natural.
Poco después, la multitud se dispersó como si nada hubiera ocurrido.
El estudiante siguió a la heredera con pasos inseguros, como si recién hubiera aprendido a caminar.
Eolka inhaló lentamente, y dijo para sí misma:
"Los Descendientes no buscan solo poder… buscan propósito."
El pensamiento emergió sin permiso.
"Si las filas de los herederos siguen creciendo, nuestra misión está en grave peligro."
Guardó las notas que había tomado, temiendo que muy pronto sea descubierta.
Mientras se alejaba, sintió que algo la seguía, pegado a su espalda como una sombra que sabía demasiado.
"Si la fe puede crear un Resonante…
entonces también puede despertar algo más grande.
Quizá incluso un dios."
…
Más tarde, cuando la academia cayó en su propia calma, se quedó sola frente a los ventanales.
La luz del atardecer teñía el piso con tonos verde-dorados, y en el reflejo del vidrio vio dos imágenes: la suya… y la de Amber.
Todavía podía sentir el silencio que compartieron antes de la última misión.
"Si un Heredero puede conceder más poder a un Descendiente…"
La idea se clavó con precisión.
"…entonces el Cazador también podría hacerlo."
Cerró los ojos un instante.
No era esperanza.
No era fe.
Era cálculo.
Era miedo.
Era posibilidad.
"Si la Resistencia lo encontrara… si él nos eligiera…"
Tragó saliva.
"El equilibrio del Nuevo Orden se vendría abajo."
Un susurro rozó el cristal.
No fue viento; no había brisa.
Era una voz que nacía entre los pasillos.
—Cuidado con lo que deseas…
Ella abrió los ojos, tensa.
Afuera, las ramas se movían sin razón.
Dentro, solo su reflejo la observaba.
Al suspirar, una punzada le atravesó el pecho y el recuerdo de Amber volvió con claridad: aferrando su mano con la esperanza de reencontrarse, justo antes de partir a aquella misión… misión de la que nunca regresó.
…
Informe — Situación actual
He confirmado la existencia de los Pactos de Resonancia dentro de la academia.
Los Descendientes juran devoción a los Herederos mediante rituales no violentos.
No producen cambios visibles, pero la conexión es inmediata.
Los Resonantes muestran fidelidad absoluta.
Observaciones
Durante el recreo, presencié la formación de un nuevo pacto.
Un estudiante se arrodilló ante la heredera de la diosa de la Naturaleza.
Ella aceptó su devoción, y el cambio se propagó alrededor como un susurro que todos pudimos oír.
Su linaje es auténtico.
Es la única heredera activa dentro de la academia, y su influencia crece con una rapidez preocupante.
Conclusión personal
Si los Herederos pueden amplificar su poder a través de la devoción, entonces su fuerza real no radica en el individuo, sino en la suma de quienes se les someten.
Esto abre una hipótesis:
Si el Cazador aún vive —o si existe un descendiente—, podría replicar este fenómeno.
Eso no formaría un ejército.
Formaría una voluntad única.
Un propósito capaz de inclinar el mundo.
Si ese poder eligiera nuestro bando… el Nuevo Orden colapsaría.
