Ficool

Chapter 11 - Cap 10

La lluvia no había parado desde la noche anterior.

Oscura, constante… un manto helado que cubría el bosque entero.

Oscar estaba encendiendo una fogata bajo techo cuando Yoru se tensó, el cuello rígido, las pupilas dilatadas.

Un ruido.

Pisadas rápidas, múltiples.

Demasiadas.

—…No son animales —dijo Oscar, poniéndose de pie.

Yumi bajó las escaleras, arco en mano, con el cabello suelto y mojado.

—¿Cuántos?

Yoru solo levantó dos dedos… luego tres más. Cinco.

Demasiados para quedarse adentro.

Oscar cargó su katana, ajustó el cinturón y asintió.

—Los enfrentamos afuera. Si se acercan al muro, estamos jodidos.

Yumi le lanzó una mirada rápida, una mezcla entre miedo y firmeza.

—Entonces salgamos juntos.

La puerta se abrió de golpe.

La lluvia golpeó sus rostros, y el aire olía a barro, hierro y sangre vieja.

Oscar avanzó primero, Yoru a su lado, Yumi detrás cubriendo con su arco.

El bosque los recibió con un silencio denso, roto solo por el agua cayendo.

De pronto, una lanza silbó desde los matorrales.

Oscar la desvió con un giro de muñeca, el metal raspando contra el filo de su katana.

Otro grito desgarrado retumbó entre los árboles.

Los caníbales salieron de entre la niebla: cuerpos tatuados con ceniza, dientes afilados, ojos vacíos.

Uno llevaba una máscara hecha de cráneo. Otro tenía garras de hueso atadas con tendones.

Oscar dio un paso adelante.

—Vamos, hijos de puta.

El primero cargó.

Oscar giró sobre su eje y bloqueó un golpe con el antebrazo, sintiendo el corte desgarrar la piel.

Antes de que el atacante pudiera rematar, la katana se hundió en su clavícula.

El cuerpo se desplomó con un golpe húmedo.

Otro enemigo vino por la espalda; Yoru lo interceptó con una embestida brutal.

El caníbal más grande lo recibió, pero Yoru lo empujó contra un tronco y le partió el cuello con un crujido seco.

Su rugido retumbó entre los truenos.

Yumi disparó desde la distancia.

Una flecha atravesó la mejilla de un enemigo que corría hacia Oscar, y otra se clavó en el muslo de un segundo, haciéndolo caer justo antes de que Yoru le reventara la cabeza contra una roca.

—¡Oscar, izquierda! —gritó Yumi.

El chico giró justo a tiempo.

Un caníbal saltó desde un tronco, cuchillo en mano, pero Oscar lo cortó en el aire.

El cuerpo se partió desde el hombro hasta el abdomen.

La sangre caliente se mezcló con la lluvia.

Parry perfecto.

Respira.

Paso adelante.

Desgarrar.

Un sexto apareció, más grande, más salvaje.

Su piel estaba cubierta de cicatrices, y llevaba un hueso afilado en cada mano.

Yoru intentó interceptarlo, pero el golpe lo lanzó varios metros atrás.

El tipo rugió, y el bosque pareció responder.

Oscar apretó los dientes.

—Entonces tú eres el jefe, ¿eh?

El combate fue corto, pero atroz.

El gigante lo atacó con una fuerza descomunal.

Oscar esquivó el primer golpe, bloqueó el segundo y hizo un parry justo al borde del impacto, sintiendo cómo el metal vibraba.

Giró la katana y le cortó el antebrazo, luego el muslo.

Pero el enemigo no cayó.

Aulló y le lanzó un cabezazo que lo mandó al suelo.

Oscar rodó, escupió sangre, y justo cuando el caníbal alzó la piedra para aplastarlo—

"Twhip."

La flecha de Yumi atravesó su garganta.

El gigante tambaleó, rugiendo con voz rota, y Oscar aprovechó.

Clavó la katana en su pecho y la empujó hasta el fondo.

El cuerpo cayó con un golpe sordo.

Por un momento, solo se oyó el trueno.

Yoru jadeaba, con sangre en la boca.

Yumi bajó el arco, temblando.

Oscar se mantuvo de pie, con el hombro herido y el filo goteando rojo.

Los tres quedaron bajo la lluvia, respirando como bestias.

Yoru soltó una carcajada ronca, como si disfrutara de la batalla.

Yumi se acercó a Oscar, le tocó el brazo herido.

—¿Puedes seguir?

—Sí… pero que alguien me recuerde no pelear mojado otra vez.

Ella sonrió, apenas.

Él también.

Entonces el aire vibró.

Una luz tenue azul apareció frente a Oscar.

El sistema habló con voz metálica.

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> [MISIÓN COMPLETADA]

"Defender el perímetro — Nivel 2"

☠️ Enemigos eliminados: 6

💰 Recompensa: +950 XP | +410 monedas

⚙️ Bonus: Combate coordinado (+15%)

[Progreso de habilidad "Katana" +20%]

[Vitalidad +1 permanente por supervivencia extrema]

La lluvia seguía cayendo cuando regresaron al refugio.

El barro les cubría las botas, las ropas estaban empapadas y el aire olía a metal oxidado y humo apagado.

Yoru cerró la puerta tras ellos, todavía jadeando, con una sonrisa satisfecha.

Oscar apenas podía mover el hombro; la katana colgaba a su lado, goteando sangre y agua.

Se dejó caer en una silla, respirando hondo.

—Joder… estos cabrones cada vez vienen más preparados —murmuró.

Yumi, aún con el arco en la mano, dejó escapar una risa nerviosa.

—Si no fuera por ti, ese gigante me habría partido en dos.

—Y si no fuera por tu flecha, yo estaría bajo él. Así que… empate —le dijo, alzando apenas una ceja.

Ella sonrió, pero al ver la sangre en su brazo, el gesto se borró.

—Te estás desangrando, baka. —Dejó el arco a un lado y buscó la caja médica.

Oscar no discutió. Solo la observó mientras ella preparaba vendas y alcohol, moviéndose rápido, con precisión.

Había aprendido mucho desde que llegaron.

Se acercó y se arrodilló frente a él.

—Va a doler.

—Ya estoy acostumbrado.

—Eso dicen todos antes de gritar —contestó ella, con una sonrisa leve.

El aire en la pequeña choza de madera olía a hierbas medicinales y sudor, mezclado con el leve aroma a humo de la fogata que aún ardía afuera. La luz tenue de una lámpara de aceite proyectaba sombras danzantes sobre las paredes de troncos , mientras el viento nocturno susurraba entre las grietas. Oscar yacía sobre una manta tejida a mano, su torso desnudo brillando con una fina capa de sudor, el hombro izquierdo marcado por una herida abierta que aún goteaba sangre. El dolor palpitaba con cada latido, pero no era eso lo que lo mantenía tenso. Era ella.

Yumi estaba arrodillada a su lado, sus rodillas hundidas en la alfombra , estada sin su chaqueta solo en una camisa sin mangas algo grande dejando al descubierto un hombro pálido y suave. Sus dedos, delgados y precisos como los de una artesana, presionaban un paño húmedo contra la herida de Oscar, limpiando los bordes enrojecidos con movimientos meticulosos. Cada toque era cuidadoso, casi clínico, pero sus ojos—oscuros como la tinta, enmarcados por pestañas largas y curvadas—delataban algo más. Una chispa de inquietud, un fuego contenido que no podía ocultar, por más que apretara los labios en esa línea delgada y seria que tanto la caracterizaba.

Oscar la observaba entre párpados semicerrados, disfrutando el modo en que la luz dorada resaltaba los rasgos de su rostro: la nariz pequeña y perfectamente proporcionada, los pómulos altos que le daban ese aire de muñeca de porcelana, los labios carnosos que ahora mordisqueaba en concentración. Era imposible no compararla con una diosa —esa misma mezcla de dulzura y ferocidad, de elegancia y un sensualidad que parecía escapársele sin querer. Pero Yumi no era una diosa Era una guerrera. Y, en ese momento, era su guerrera.

—¿Duele? —preguntó ella, su voz un susurro ronco, cargado con ese acento japonés que aún le costaba suavizar en español.

Oscar esbozó una sonrisa torcida, moviendo el hombro lo justo para hacerla fruncir el ceño.

—Más que la herida, me duele que me trates como a un niño —respondió, su tono burlón, pero con un dejo de verdad—. Como si fuera a quebrarme con solo mirarme mal.

Yumi levantó la vista, sus ojos chispeando con irritación.

—Si no te quedas quieto, bakayaro, voy a coserte la herida sin anestesia.

Oscar rio, un sonido bajo y cálido que resonó en el espacio íntimo entre ellos. El movimiento hizo que su pecho se elevara, los músculos definidos tensándose bajo la piel bronceada. Yumi contuvo el aliento sin querer, sus dedos temblando levemente al pasar el paño sobre el hombro de él, rozando sin intención el inicio de su pectoral. El contacto fue eléctrico. Ambos lo sintieron.

—Promesas, promesas —murmuró Oscar, inclinándose un poco hacia ella, reduciendo la distancia a centímetros—. Pero sabemos que no lo harías. Eres demasiado "amable" para eso.

Yumi apretó los dientes, pero el rubor que subió por su cuello la delató. No era solo el calor de la habitación. Era él. Siempre había sido él, desde el primer día en que sus caminos se cruzaron en medio de esa maldita guerra. Días de lucha codo con codo, noches de vigilia compartiendo silenciamente una fogata, miradas robadas cuando creían que el otro no veía. Y ahora, con sus labios tan cerca que podía sentir el aliento de Oscar—cálido, con un leve sabor a alcohol—su cuerpo traicionero respondía de maneras que su mente se negaba a aceptar.

—Eres insoportable —espetó, pero su voz carecía de convicción.

—Y tú eres una mentirosa —replicó Oscar, su mirada descendiendo a sus labios—. Porque ambos sabemos que quieres que sea insoportable.

Antes de que Yumi pudiera responder, él cerró esa última brecha. Sus labios se encontraron en un choque que no fue suave, sino urgente, hambriento. Un gemido ahogado escapó de la garganta de Yumi, sus manos—que aún sostenían el paño ensangrentado— cayendo inertes a los costados. Oscar no le dio tiempo a reaccionar. Su lengua invadió su boca con una confianza que la hizo temblar, explorando, reclamando, mientras sus dedos se enredaban en el cabello negro y sedoso de ella, tirando justo lo suficiente para inclinar su cabeza y profundizar el beso.

Yumi debería haberlo detenido. Debería haberlo empujado, recordarle que esto era una locura, que habia peligros , no era el momento , ni el maldito lugar . Pero el calor de su cuerpo contra el de él, el sabor de su boca, el modo en que su otro brazo—el sano—se enlazó alrededor de su cintura, atrayéndola hasta que sus pechos se aplastaron contra su torso… Todo eso borró cualquier pensamiento coherente.

Sus manos, como movidas por voluntad propia, se posaron sobre el pecho de Oscar, sintiendo el latido acelerado de su corazón bajo sus palmas. La piel de él estaba caliente, casi quemando, y cada músculo se tensaba bajo su toque explorador. Cuando sus dedos descendieron, trazando los surcos de sus abdominales, Oscar gruñó contra sus labios, un sonido gutural que vibró hasta su entrepierna.

—Joder, Yumi… —su voz era ronca, quebrada—. Si quieres matar a un hombre, hazlo de una vez, porque esto es tortura.

Ella jadeó cuando sus labios abandonaron los de ella para descender por su cuello, mordisqueando la piel sensible justo debajo de su oreja. Sus dientes eran una amenaza deliciosa, su aliento una caricia que la hacía estremecer.

—No… no sé lo que estoy haciendo —confesó, su voz temblorosa, vulnerable de una manera que nunca había sido antes.

Oscar se detuvo, levantando la cabeza para mirarla. Sus ojos negros brillaban con una intensidad que la dejó sin aliento.

—Mentira —susurró, deslizando una mano hacia su pantalón desabrochando el botón y metiendo su mano , encontrando el calor de su muslo—. Tu cuerpo sabe exactamente lo que quiere. Y yo también.

Sus dedos ascendieron, rozando la tela de su ropa interior, sintiendo el calor húmedo que ya se acumulaba allí. Yumi contuvo un gemido, sus uñas clavándose en los hombros de él cuando dos dedos presionaron con firmeza sobre su entrepierna, frotando en círculos lentos que la hicieron arquearse.

—¡O-Oscar! —su nombre salió como una súplica, sus caderas moviéndose involuntariamente contra su mano.

—Dímelo —exigió él, su voz un gruñido—. Dime que me equivoco. Dime que no quieres que te toque aquí —sus dedos se deslizaron bajo la tela, encontrando su sexo palpitante, resbaladizo de excitación—. Que no quieres que te llene con mi polla hasta que no puedas recordar tu propio nombre.

Yumi debería haberlo negado. Debería haberlo hecho. Pero cuando sus dedos se separaron, abriendo sus labios íntimos antes de hundir uno dentro de ella con un movimiento lento y deliberado, todo lo que pudo hacer fue jadear, sus muslos temblando.

—¡Ah! ¡N-no…! —pero su cuerpo se contrajo alrededor de su dedo, ávida, necesitada.

—Mentirosa —repitió Oscar, añadiendo un segundo dedo, estirándola con cuidado, preparándola—. Eres tan ajustada, tan virgen… —sus palabras eran un susurro sucio contra su oído, cada sílaba una caricia que la excitaba más—. Pero no te preocupes, mi amor. Yo te enseñaré cómo se siente ser realmente tocada.

Yumi no tuvo tiempo de procesar sus palabras antes de que Oscar la recostara sobre la manta, su cuerpo cubriendo el de ella como una sombra.El casi rompio su camisa al querer quitársela y dejando al descubierto su piel pálida, sus pechos pequeños pero firmes, coronados por pezones rosados y duros. Oscar no pudo resistirse. Bajó la cabeza, capturando uno entre sus labios, chupando con fuerza mientras sus dedos seguían trabajando dentro de ella, curvándose para rozar ese punto sensible que la hizo gritar.

—¡Oscar! ¡Por favor! —sus caderas se alzaban, buscando más, necesitando más.

Él levantó la cabeza, sus labios brillantes por su saliva, sus ojos oscuros quemando con deseo.

—Por favor, ¿qué? —preguntó, su voz un susurro áspero—. ¿Que pare? ¿O que te dé exactamente lo que tu pequeño y apretado coñito está pidiendo?

Yumi no pudo formar palabras. Solo un gemido roto, sus uñas arañando su espalda cuando él retiró sus dedos, dejando un vacío que la hizo sentir desesperada. Pero antes de que pudiera protestar, sintió el calor de su erección—gruesa, palpitante y enorme—presionando contra su entrada.

—Nadie mejor que tú —murmuró Oscar, su frente apoyada contra la de ella, su respiración entrecortada—. Nadie, joder.

Y entonces, con un empujón lento pero firme, la llenó.

El dolor fue agudo, un pinchazo que la hizo contener el aliento, sus dedos clavándose en los hombros de él. Pero era un dolor bueno, mezclado con una plenitud que la dejó sin palabras. Oscar se quedó quieto, permitiéndole ajustarse a él, sus labios rozando los suyos en besos suaves mientras sus manos acariciaban sus mejillas.

—Respira, mi guerrera —susurró—. Solo respira.

Yumi obedeció, inhalando profundamente, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba alrededor de él, aceptándolo. Cuando el dolor se desvaneció, reemplazado por una presión deliciosa, movió sus caderas experimentalmente, probando el movimiento. Oscar gruñó, sus dedos apretándose en sus caderas.

—¡Joder, Yumi! —su voz era un gruñido—. Si sigues así, no duraré ni cinco segundos.

Ella sonrió, una sonrisa pícara que no le pertenecía, pero que encajaba perfectamente en ese momento.

—Entonces no dures —desafió, levantando sus piernas para enredarlas alrededor de su cintura, atraándolo más cerca.

Oscar no necesitó más invitación.

Lo que siguió fue un ritmo salvaje, sus cuerpos moviéndose en sincronía, cada embestida de él respondida por un arqueo de ella. La choza se llenó con el sonido de piel golpeando piel, jadeos entrecortados y susurros sucios.

—Así, exactamente así —gruñó Oscar, sus manos apretando sus nalgas mientras la penetraba más profundo—. Eres mía, Yumi. Solo mía.

—¡Sí! ¡Más! ¡No pares! —ella no reconocía su propia voz, tan rota, tan llena de necesidad.

Sus cuerpos brillaban con sudor, el aire pesado con el olor a sexo y deseo. Oscar aceleró el ritmo, sus embestidas volviéndose más duras, más profundas, cada una arrastrando un grito de placer de los labios de Yumi. Podía sentirlo todo: el modo en que se ensanchaba dentro de ella, rozando ese punto que la hacía ver estrellas; la tensión en sus músculos cuando se acercaba al límite; el modo en que su nombre salía de su boca como una plegaria.

—¡Oscar! ¡Voy a…! ¡No puedo…!

—¡Córrete, joder! —ordenó él, su voz un rugido—. ¡Quiero sentirte apretarme cuando te vengas en mi polla!

Fue eso lo que la llevó al borde. Con un grito ahogado, Yumi se vino, su cuerpo convulsionando alrededor de él, sus paredes íntimas contrayéndose en oleadas de placer que parecían no tener fin. Oscar no aguantó más. Con un gruñido gutural, se hundió en ella hasta el fondo, su semen caliente llenándola mientras su propio orgasmo lo sacudía con fuerza.

Se derrumbó sobre ella, su pecho subiendo y bajando con respiraciones agitadas, sus labios buscando los de Yumi en un beso lento y profundo. Ella lo recibió, sus dedos enredándose en su cabello ondulado, disfrutando el peso de él sobre su cuerpo, la sensación de estar completa por primera vez.

Cuando finalmente se separaron, Oscar apoyó su frente contra la de ella, una sonrisa satisfecha jugando en sus labios.

—Eso —dijo, su voz aún ronca— fue solo el principio.

[La cámara se aleja mostrando un relámpago que ilumina el lugar lleno de cadáveres y se escuchan más gemidos y una maldición con voz femenina]

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