El sol se filtraba entre las rendijas del muro de troncos, tiñendo de dorado las vigas del segundo piso que Oscar terminaba de colocar.
El olor a madera recién cortada y al humo de la forja llenaban el aire.
Yumi bajaba y subía escaleras con tablas, clavos y cuerdas, trabajando en silencio pero con una sonrisa ligera; ya dominaba bastante el español, aunque de vez en cuando se le escapaban palabras sueltas:
—Hayaku! (¡Apúrate!)
—Tranquila —responde Oscar, sujetando un tablón—, si se cae, tú lo arreglas.
Ella suelta una risita, rodando los ojos.
Después de varios días, la base ya parecía una pequeña aldea.
La forja de metal estaba en una esquina, lista y ordenada.
El cobertizo de almacenamiento, repleto de pieles secas, hierbas, herramientas y lingotes.
Solo faltaba cerrar el techo del segundo piso de la casa y reforzar las escaleras interiores.
Mientras clavaba las últimas tablas, Oscar sintió ese pequeño orgullo silencioso de ver el resultado de todo su esfuerzo.
El cuerpo le respondía mejor; sus brazos y espalda mostraban la fuerza ganada con el trabajo diario.
A mediodía, el crujido de ramas al otro lado del muro los puso en alerta.
Ambos dejaron sus herramientas, y Oscar tomó su katana sin pensarlo.
El sonido se repitió, lento, sin agresividad.
Al abrir una pequeña rendija del muro, vio una silueta familiar.
El caníbal que había alimentado semanas atrás estaba de pie frente al muro, mirando hacia adentro.
Ya no tenía barro cubriéndolo; su piel mostraba un tono natural, aunque curtida, y llevaba una especie de taparrabos hecho con piel y cuerda.
Sus ojos no eran hostiles, sino curiosos.
Oscar se acercó al portón y, tras unos segundos, lo abrió apenas.
—¿Otra vez tú…?
El caníbal no dijo nada. En su mano traía algo: pescado fresco. Lo dejó frente a la entrada y retrocedió.
Oscar lo observó en silencio y, sin pensarlo demasiado, le lanzó un trozo de carne seca.
—Trato justo.
El caníbal parpadeó, olió la carne, y asintió lentamente.
Intentó articular algo, la voz ronca, extraña:
—"O…skar…"
Yumi, desde el porche, lo miraba con sorpresa.
—¿Te está… hablando?
—O algo así —respondió él, medio incrédulo—. Pero al menos no vino a comernos.
Pasaron la tarde enseñándole cosas simples: cargar madera, mover piedras, traer agua del arroyo.
Oscar le hablaba despacio, repitiendo gestos, como si le enseñara a un niño.
Yumi, entre risas, le puso un nombre provisional: Tora (tigre).
Al caer la noche, el segundo piso de la casa estaba terminado.
El interior ya tenía dos camas improvisadas, una mesa hecha con troncos cortos, y un par de estantes para herramientas.
El fuego de la forja iluminaba desde la distancia, y el sonido del martillo marcaba un ritmo casi reconfortante.
Por primera vez en doce días, Oscar se recostó en su cama de piel y pensó:
> "Si esto sigue así… podríamos durar aquí bastante."
ESTADO
Edad: 19 años
Día desde llegada a la isla: 12
Nivel: 5
Experiencia: 870 / 700 (nivel subido)
Salud: 540 / 540
Estamina: 470 / 470
Puntos de atributo: +1
Puntos de habilidad: +1
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ESTADÍSTICAS
Atributo Valor
Vigor 17
Fuerza 15
Destreza 19
Aguante 15
Mente 12
Inteligencia 14
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TÉCNICAS CONOCIDAS
Golpe centrado
Control de respiración
Recolector eficiente
El sol apenas asomaba cuando Óscar salió al claro detrás de la casa, katana en mano. Había cortado varios tallos de bambú días antes y los clavó en el suelo para practicar.
Se acomodó los guantes de cuero, respiró hondo y dio el primer tajo. El bambú se partió limpio, cayendo con un golpe seco.
—Bien… —murmuró, moviendo la muñeca para soltar tensión.
Siguió con otro, y otro. Algunos cortes salían torcidos, otros ni siquiera lo atravesaban del todo. Chasqueaba la lengua y reajustaba la postura, más por instinto que por técnica.
—Tsk… todavía me falta —dijo entre dientes mientras limpiaba la hoja con un trapo.
El sonido del acero silbando en el airese mezclaba con el de las olas a lo lejos. Cada vez que un corte salía bien, asentía y se reía solo.se mezclaba con el de las olas a lo lejos. Cada vez que un corte salía bien, asentía y se reía solo.se mezclaba con el de las olas a lo lejos. Cada vez que un corte salía bien, asentía y se reía solo.se mezclaba con el de las olas a lo lejos. Cada vez que un corte salía bien, asentía y se reía solo.
—Ya voy agarrándole el truco.
Después de un rato, guardó la katana en la funda y observó el suelo lleno de pedazos de bambú. Se notaba el progreso: los últimos cortes habían sido más limpios.Después de un rato, guardó la katana en la funda y observó el suelo lleno de pedazos de bambú. Se notaba el progreso: los últimos cortes habían sido más limpios.Después de un rato, guardó la katana en la funda y observó el suelo lleno de pedazos de bambú. Se notaba el progreso: los últimos cortes habían sido más limpios.Después de un rato, guardó la katana en la funda y observó el suelo lleno de pedazos de bambú. Se notaba el progreso: los últimos cortes habían sido más limpios.
Agarró una botella de agua, le dio un trago largo y se sentó un momento, mirando el claro. Era un entrenamiento simple, pero efectivo, y poco a poco se notaba que sus movimientos eran más naturales, más controlados.
Mientras Óscar descansaba en una roca, escuchó el silbido de una flecha.
¡Thunk!
El proyectil se clavó en el tronco de un árbol a unos veinte metros.
—Buen tiro —comentó sin levantar la vista.
Yumi, unos metros más allá, ajustaba la cuerda del arco compuesto. Tenía el cabello recogido y las mangas arremangadas.
—No bueno, aúnque un poco… bajo —dijo con su acento marcado, haciendo un gesto con los dedos.
—Tú dale, que cada vez fallas menos —respondió Óscar con media sonrisa.
Ella volvió a tensar la cuerda, respiró profundo y soltó.
¡Thunk!
Otra flecha dio justo al lado de la anterior.
—¿Ves? —dijo él—. Si eso fuera un ciervo, ya estaría muerto .
—Si fuera un ciervo, lo hago más rápido —contestó con una sonrisa leve, sacando otra flecha del carcaj.
Pasaron un buen rato así, entre risas, correcciones y comentarios. A veces Yumi fallaba y fruncía el ceño, otras sonreía satisfecha. Cada disparo tenía la calma y precisión de alguien que disfrutaba el proceso.
—Recuerda soltar con el aire —le indicó Óscar—. No te tensas, deja que el arco haga el trabajo.
—Sí, sensei —respondió ella en tono burlón, lo que le arrancó una carcajada a él.
—No me llames así, suena raro —dijo entre risas, lanzándole una pequeña rama.
Su respiración era constante, el sonido del metal cortando el aire se mezclaba con los susurros del bosque. Cada golpe hacía crujir las fibras del bambú y levantaba polvo del suelo.
A unos metros, Yumi practicaba con el arco, concentrada en una fila de dianas improvisadas. Tensaba la cuerda con calma, respiraba hondo y soltaba— el silbido de las flechas se perdía entre los árboles. Pero poco a poco, su atención empezó a desviarse.
Miró de reojo, solo un instante.
Oscar estaba sin camisa, el cuerpo trabajado por semanas de esfuerzo y golpes. No era un físico de gimnasio, sino uno marcado por la vida práctica: hombros definidos, brazos con cicatrices pequeñas, abdomen firme. La vista se le quedó pegada más de lo que quería admitir.
Intentó volver a mirar al blanco, pero falló el siguiente tiro. Frunció el ceño, tensó otra flecha… y volvió a mirar.
Oscar, sin darse cuenta, siguió con su entrenamiento. Giró la katana, midió distancia, cortó en diagonal. Luego, al girarse, atrapó la mirada de Yumi por un segundo.
Una sonrisa se le escapó.
—¿Qué pasa, Yumi? —dijo, sin dejar de moverse— ¿Nunca habías visto a un tipo trabajar?
Ella dio un pequeño brinco, casi soltando el arco.
—¡N-no estaba mirando! —respondió rápido, el rostro encendido— Solo... estaba… verificando tu postura.
Oscar soltó una risa leve.
—¿Ah, sí? Entonces dime qué tal mi postura, sensei.
Yumi le lanzó una flecha cerca del pie.
—¡Baka! —gruñó entre dientes, dándose la vuelta con el rostro rojo y las orejas igual de coloradas.
Oscar levantó las manos, fingiendo rendirse.
—Vale, vale… ya no pregunto.
Pero mientras ella volvía a practicar, aún con el corazón acelerado, una pequeña sonrisa se le escapó. Y entre tiro y tiro, sin querer, sus ojos se desviaban de nuevo.
[Al día siguiente]
El amanecer llegó sin ruido, solo con el murmullo del mar al fondo y el chisporroteo de las brasas que quedaban de la fogata nocturna. La bruma se movía lenta entre los árboles, dándole al bosque ese tono azulado que parecía tragarse la isla por completo.
Oscar se desperezó, estirando los hombros. Había dormido poco, lo suficiente para no perder la cabeza. Afuera del refugio, el aire era húmedo, pegajoso; su respiración formaba una nube tenue.
Dejó su camiseta a un lado, se acercó al río con una muda de ropa sucia y el cuchillo en la cintura, por costumbre.
El agua estaba helada. Se agachó, metiendo primero las manos, luego el rostro. Cerró los ojos y dejó que el frío lo despertara por completo. "Si esto no me mata, nada lo hará", murmuró.
Mientras frotaba la tela contra una roca, escuchó pasos suaves detrás. No necesitó girarse.
—Buenos días —dijo con voz ronca.
—...Buenos —respondió Yumi, medio dormida, con un mechón de cabello pegado al rostro.
Llevaba su arco colgado y una toalla al hombro. Cuando lo vio sin camisa, se detuvo de golpe.
Él notó el silencio, pero siguió lavando. —Hay espacio de sobra si quieres usar el río.
—Yo… después —respondió rápido, dándose vuelta, el tono un poco más alto de lo normal.
Oscar sonrió apenas. —No muerdo, Yumi.
—Eso dicen todos los idiotas antes de hacerlo.
El viento se llevó su respuesta. Unos segundos después, ella terminó acercándose igual, dejando su arco sobre una piedra. Se arrodilló río arriba, de espaldas a él.
El agua fría la hizo contener el aliento, y mientras se mojaba el cuello, Oscar la miró de reojo. Sus movimientos eran medidos, casi rituales; incluso al lavar su ropa, lo hacía con una precisión extraña.
—¿Siempre fuiste tan seria para todo? —preguntó.
—¿Y tú siempre tan hablador? —contestó sin verlo.
—Depende. Cuando tengo buena compañía, sí.
Silencio. Ella fingió no escucharlo, pero una sonrisa leve se le escapó.
A media mañana, la rutina tomó su curso.
Oscar reforzaba una pared con tablones y clavos improvisados, mientras Yumi clasificaba los materiales que habían recuperado el día anterior. Su manera de organizar era tan meticulosa que Oscar no sabía si admirarla o temerla.
—No pongas los frascos ahí, se calientan con el sol —le dijo sin levantar la vista.
—¿Y si quiero que exploten? —contestó él, encogiéndose de hombros.
—Entonces hazlo lejos de mi refugio.
—¿Tu refugio? Creí que era nuestro.
—Solo hasta que consigas lavar tus platos.
Él soltó una risa corta. —Tocada directa.
Yumi escondió una pequeña sonrisa antes de volver a su tarea.
El resto del día lo pasaron entrenando.
Oscar practicaba cortes limpios, controlando el peso de la katana; cada movimiento hacía vibrar el aire, un recordatorio de lo letal que era cuando no dudaba.
Yumi, en cambio, afinaba su puntería desde distintos ángulos. Disparaba, giraba, recargaba, disparaba de nuevo. Había algo casi artístico en su precisión.
En uno de los descansos, Oscar se acercó y tomó una de sus flechas.
—¿Sabes? Si esto fuera un torneo, ganarías sin sudar.
—Eso no existe aquí.
—Entonces inventémoslo. El que falle primero lava los platos de los dos.
—Acepto. Pero cuando pierdas, los vas a lavar con sonrisa.
Él sonrió. —Te voy a hacer un té tan amargo que vas a extrañar el río.
Dispararon cinco veces cada uno. Empate.
En la sexta, Oscar erró por un par de centímetros.
—No fue tan mal.
—Fue horrible —dijo Yumi, acercándose para recoger la flecha—. Si fueras mi alumno, te haría repetirlo cien veces.
—¿Y si lo hago bien cien veces seguidas?
—Entonces quizás te deje ganar la próxima.
La mirada de ella se cruzó con la suya un momento. No había burla, solo esa chispa sutil entre tensión y respeto que empezaba a crecer sin que ninguno quisiera admitirlo.
---
Por la tarde, el sol caía entre los árboles y teñía todo de naranja.
Oscar afilaba su arma mientras Yumi trenzaba su cabello junto al fuego.
Las brasas crepitaban.
El silencio era cómodo.
—¿Sabes algo? —dijo él finalmente—. Empiezo a olvidar cómo se sentía vivir con más gente.
Yumi tardó unos segundos en responder. —Tal vez eso es bueno.
—¿Por qué?
—Porque te obliga a mirar lo que tienes enfrente.
Él levantó la vista.
—¿Y qué tengo enfrente?
—Un fuego que no se apaga, si sabes cuidarlo —respondió, dejando la mirada perderse en las llamas.
Oscar no dijo nada.
Solo dejó que el fuego iluminara las cicatrices de ambos, esas que no se veían pero pesaban igual.
La lluvia comenzó suave, un golpeteo constante contra el techo de madera que llenaba la casa de un sonido relajante. El fuego de la chimenea lanzaba reflejos cálidos sobre las paredes mientras el olor a leña húmeda flotaba en el aire.
Yumi acomodó las mantas sobre el suelo cubierto de pieles que habían colocado como cama. Su cabello todavía estaba algo húmedo del baño en el río, cayéndole sobre los hombros. Oscar se acercó con pasos tranquilos, dejando su camiseta a un lado antes de recostarse a su lado.
—Tú siempre te quitas la camisa… —murmuró ella en voz baja, mirando hacia otro lado, aunque el rubor la delataba.
Oscar soltó una risa suave, apoyando la cabeza en su brazo.
—¿Y? No creo que te moleste tanto —bromeó con media sonrisa.
Yumi rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír también.
—Baka… —susurró, apenas audible.
El silencio regresó un momento, acompañado solo por la lluvia. Entonces, Oscar se giró y apoyó su cabeza en el pecho de Yumi, como si fuera lo más natural del mundo. Ella se tensó al principio, sorprendida, pero poco a poco su respiración se acompasó con la de él.
—¿Sabes? —dijo él, con los ojos cerrados—. Nunca pensé que terminaría durmiendo así… abrazado a una japonesa en medio de una isla perdida.
Yumi soltó una risa suave, pequeña pero sincera.
—Y yo nunca pensé que me gustaría tanto.
Oscar levantó apenas la vista, viéndola desde abajo, su expresión tranquila pero con esa chispa de confianza que a veces la dejaba sin palabras.
—Eso sonó como una confesión —susurró, provocador.
Yumi le dio un leve golpe con los dedos en la frente, aunque sin moverse demasiado.
—Cállate y duerme, samurái falso.
—Sí, sí… como digas, arquera mandona.
La lluvia siguió cayendo, y entre el calor del fuego y la cercanía, el mundo afuera dejó de importar. Poco a poco, los dos se quedaron dormidos así: abrazados
