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UMA MUSUME PRETTY DREBY (DE VUELTA A LA CIMA)

SUKUMBIA
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Synopsis
está historia será diferente a otras , el protagonista será un hombre uma pero actuar como entrenador y será una misterio para todo porque su fuerza será superior a toda una musume. se basa en la vida de toji fushiguro un uma musume que logro tenerlo todo alguna vez y busca volver a la cima
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Chapter 1 - RECENTIMIENTOS

La habitación estaba en penumbras.

Un pequeño televisor, antiguo y cubierto de polvo, proyectaba las luces parpadeantes de una carrera. En pantalla, una joven Uma Musume femenina corría con gracia mientras el público rugía eufórico.

En un viejo cojín hundido, un hombre permanecía sentado con la espalda encorvada. Toji, uno de los últimos Uma Musume machos, apretaba los dientes con furia contenida. Su rostro estaba marcado por arrugas prematuras, cicatrices y ojeras profundas.

A su alrededor, la habitación era un santuario olvidado:

dos estantes grandes de vidrio empañado exhibían trofeos oxidados, diplomas amarillentos, medallas aún manchadas con sangre seca… y en el centro, un uniforme de carreras desgarrado, el mismo que vistió en sus años de gloria.

Toji masculló entre dientes, con voz ronca:

—Qué irónico… —escupió al suelo, amargo—. Después de que yo me rompiera las piernas por sobrevivir, recién entonces ponen nuevas reglas. Jajajaj… ¡Qué maldita huevada!

La risa fue corta, quebrada, como si le doliera en el pecho.

El pasado volvió a inundar su mente.

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Recuerdos de un esclavo

Japón, décadas atrás.

El mundo había descubierto a las Uma Musume: seres de apariencia humana con poderes físicos sobrehumanos. El hallazgo, en vez de traer admiración, trajo explotación.

Las hembras fueron destinadas a un solo propósito: correr carreras para entretener y enriquecer a sus dueños.

Los machos, por el contrario, eran relegados a trabajos forzados, cría selectiva y, en raros casos, también carreras brutales.

Un niño vagaba entre callejones, descalzo, el estómago rugiéndole tras semanas sin comer. Sus huesos parecían romper la piel. Era Toji, con apenas 8 años, caminando hacia la muerte. Sus padres habían desaparecido hacía tiempo… y él ya no recordaba ni sus rostros.

Cayó al suelo, jadeando. El frío del pavimento lo arrullaba hacia la inconsciencia.

Entonces, unos tacones resonaron en la piedra mojada. Una mujer se detuvo frente a él.

Era Mari, vestida con un largo vestido rojo carmesí que brillaba bajo la tenue luz. Su piel era blanca como porcelana, sus labios pintados de rojo sangre. Su mirada, inexpresiva, como si no viera a un niño sino un objeto en el suelo.

Un guardia corpulento se acercó.

—¿Señorita Mari, sucede algo?

Ella no respondió de inmediato. Con un gesto sutil de la mano, ordenó:

—Dale agua a este bicho.

El guardia abrió una botella, la inclinó sin cuidado. El agua cayó sobre la cabeza de Toji, escurriendo por su cara mugrienta. Desesperado, el niño pegó la boca al suelo y lamió los charcos formados, bebiendo como un animal. Su garganta ardió con el contraste, pero no se detuvo.

Mari sonrió apenas.

—Umm… pequeño —su voz era fría, calculadora—. Desde ahora me perteneces. Serás mi esclavo.

Toji, temblando, levantó la mirada. Sus ojos vidriosos se cruzaron con los de ella.

Ese instante selló su destino.

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Años después, con 14 cumplidos, Toji ya no era un niño famélico sino un joven marcado por cicatrices. Mari había invertido en él: contrató entrenadores despiadados, que lo hacían correr hasta vomitar sangre, levantar pesas hasta desgarrarse los músculos y volver a entrenar antes de sanar.

Uno de los entrenadores, un anciano calvo con cicatrices en los brazos, lo miraba con desprecio mientras Toji jadeaba en el suelo.

—Levántate, basura. Los débiles mueren. ¿Quieres terminar como los que recogen cadáveres?

Toji, con los labios partidos, se arrastraba para ponerse de pie.

Su primera carrera llegó a los 15 años. En la pista, diez jóvenes Uma Musume se alineaban en casillas. Los trajes brillantes contrastaban con sus rostros tensos.

El público, conformado por aristócratas y ricos comerciantes, aplaudía con euforia.

El disparo sonó.

Toji salió disparado. El viento le cortaba la cara, los latidos retumbaban en sus sienes. El suelo vibraba con los pasos de sus rivales. Era una carrera de 1000 metros.

Ganó.

Cruzó la meta primero, jadeando, el pecho en llamas. Volteó, esperando ver la celebración de sus compañeros.

Pero lo que vio lo dejó helado.

Ocho corredores estaban arrodillados, rodeados por hombres armados. Un solo disparo rompió el silencio. Luego, varios más.

El público aplaudía, ajeno al olor a pólvora y sangre que impregnaba el aire.

Toji miró los cuerpos desplomarse, la sangre formando charcos bajo sus piernas. Sintió arcadas. Quiso correr, pero sus piernas no respondieron.

El altavoz anunció con tono festivo:

—¡Felicidades a los debutantes por participar!

Los aplausos rugieron.

Toji se quedó inmóvil, con el rostro salpicado de sangre ajena.

Esa noche, Mari le habló mientras él temblaba en un rincón.

—Toji, tienes que entender algo. Este mundo no recuerda a los débiles. Solo el más fuerte sobrevive. Si no lo eres, terminarás como los que viste hoy.

Su voz era calma, casi maternal, pero sus ojos eran cuchillos.

Esas palabras se le incrustaron en el alma.

Los años pasaron. Toji se convirtió en un campeón imbatible. Había ganado seis coronas irregulares en Japón, lo mismo en Ecuador y América.

Cada carrera era una lucha por la vida, no por gloria. Aun así, empezó a forjar su carácter arrogante.

Un día, sentado en la mansión de Mari, con una copa en la mano, la miró a los ojos.

—Quiero un premio cada vez que gane —dijo con voz firme, casi desafiante.

Mari arqueó una ceja.

—¿Premio? ¿Qué clase de premio?

Toji sonrió, con esa mezcla de rabia y orgullo que lo caracterizaba.

—Si en la carrera hay una Uma Musume hembra que quede entre los cinco primeros puestos, me la entregas. Quiero que se acueste conmigo. Quiero demostrar superioridad.

El silencio llenó la sala. Los guardias intercambiaron miradas.

Mari bebió un sorbo de vino.

—Eres un animal —murmuró—. Pero un animal útil. Está bien. Así será.

Desde entonces, Toji tomó quince hembras. Siempre exigía que fueran vírgenes. Era su manera torcida de reafirmar que él era el alfa.

Hasta que llegó Speed Symboli.

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Speed Symboli era distinta. Sus ojos no mostraban miedo sino tristeza. Había perdido en la pista y, según las reglas, Toji la reclamó. Pero antes que speed symboli fuera reclamada por toji ella se había costado con otro causa por caer en ansiedad, toji se dió cuenta cuando estaban empezando.

Su mirada cambió a furia.

—¿Qué es esto? —gruñó—. No eres virgen.

La Uma Musume se encogió, temblando.

—Yo… lo siento…

Toji la apartó, temblando de rabia.

Sin dudarlo salió del establo , entró desnudo al salón donde estaban Mari y la líder de la familia Symboli. Su cuerpo musculoso y marcado de cicatrices no le importaba mostrarlo. Sus ojos ardían.

—¿Te crees chistosa, burlándote de mí así? —le gritó a la líder Symboli y le dio una bofetada que resonó en la sala.

Mari se levantó, sorprendida.

—¡Toji! ¿Qué diablos estás haciendo? ¡Habla ahora!

Toji giró hacia ella, jadeando.

—Esta mujer me entregó a una hembra impura. ¡A una zorra como premio! ¡Quiero explicaciones!

La líder Symboli, con la mejilla roja, escupió al suelo.

—¿De qué hablas, plebeyo? ¡Cuida cómo me hablas!

Los guardias entraron al salón. Pero Toji ya era un monstruo de fuerza y velocidad. En segundos, los mató a todos. Los cuerpos cayeron con un sonido húmedo, la sangre formando charcos en el suelo de mármol.

Ese día, la reputación de la familia Symboli cayó en picada. Todos supieron lo que el Uma Musume campeón había hecho.

Mari, sin embargo, seguía detrás de él. Lo miraba con mezcla de miedo y fascinación.

—Eres un demonio, Toji —le susurró una vez—. Pero eres mi demonio.

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Con los años, la humanidad casi había extinguido a los Uma Musume machos.

Ya solo quedaban cinco:

Toji Fushiguro

Kanato mejiro

Rentaron Gold

Kazuma Sato

Katuro Symboli

La sociedad decidió organizar una última carrera.

Veinte mil metros.

Solo uno sobreviviría.

Era el fin.

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El estadio era inmenso, construido solo para esta ocasión. Decenas de miles de personas aplaudían, apostaban, gritaban.

Los cinco Uma Musume estaban alineados. Cada uno había sido un campeón en su momento. Cada uno sabía lo que significaba perder.

Kanato McQueen miró a Toji.

—No hay rencor, ¿verdad? —preguntó, serio.

Toji apretó los puños.

—No. Pero tampoco habrá piedad.

Rentaron Gold sonrió con amargura.

—Moriremos como nacimos. Corriendo.

Kazuma Sato escupió al suelo.

—Que empiece esta mierda.

Katuro Symboli, el último de su familia, miró a Toji con odio silencioso.

El disparo sonó.

El estadio rugía. Más de cien mil personas gritaban y apostaban. En las pantallas gigantes, los nombres de los últimos Uma Musume machos brillaban como reliquias vivientes:

Toji Fushiguro – El campeón indomable.

Kanato McQueen – Orgulloso, disciplinado.

Rentaron Gold – Fiero, astuto.

Kazuma Sato – Agresivo, imprudente.

Katuro Symboli – Último heredero de una familia caída.

El aire estaba cargado de tensión. No era solo una carrera: era una ejecución disfrazada de espectáculo.

Toji observó a sus rivales. Nadie hablaba, pero en sus ojos había un acuerdo silencioso: correrían hasta morir.

El disparo inicial resonó.

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Primeros 5,000 metros

Los cinco partieron como flechas. El suelo vibraba bajo sus pasos.

El público rugía, algunos lloraban, otros reían.

Kazuma Sato, jadeando, se adelantó un poco.

—¡Vamos, carajo! ¡Esto es nuestro!

Kanato McQueen mantenía el ritmo, elegante, sin gastar energía.

Rentaron Gold lo alcanzó y susurró entre dientes:

—No te confíes. Esta carrera no es solo contra nosotros…

Toji lo escuchó, pero no respondió. Ya lo sentía: había miradas sobre ellos, más que las de la multitud. Algo se cocinaba detrás de todo esto.

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10,000 metros

El sudor empapaba sus cuerpos. El aire era pesado.

Toji iba en cabeza, su respiración medida, su zancada poderosa.

De pronto, un destello en la lejanía, en la parte alta del estadio.

Un hombre con traje oscuro ajustaba un rifle de francotirador. No estaba solo: tres más lo acompañaban, todos con auriculares y silenciadores.

—Objetivo en vista. Esperamos orden.

Una voz por radio respondió:

—Aguarden. Dejen que sangre primero. Que el público lo saboree.

Los francotiradores sonrieron con frialdad.

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15,000 metros

Los músculos de los corredores ya gritaban de dolor. Cada inhalación era fuego en los pulmones.

Kanato, a la par de Toji, murmuró:

—Hermano… si caigo, asegúrate de ganar. Que alguien recuerde que estuvimos aquí.

Toji, sin mirarlo, gruñó:

—No me hables de caer. Ninguno va a rendirse.

Kazuma Sato, desde atrás, rió con locura.

—¡Esto es vida! ¡Esto es muerte! ¡Así debemos morir!

La multitud aullaba.

Fue entonces cuando llegó la orden:

—Disparen.

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¡PAM! PAM! PAM!

Tres impactos retumbaron como martillazos.

Una bala atravesó el muslo derecho de Toji, destrozando músculo y tendón. La segunda se incrustó en su pantorrilla izquierda, haciendo saltar un chorro de sangre. La tercera se clavó en su hombro, perforando carne y hueso.

Toji cayó de rodillas. El asfalto abrasivo le quemó la piel. La sangre manaba en riachuelos.

La multitud gritó horrorizada, pero otros celebraban. Para muchos, esto era parte del espectáculo.

Toji mordió el suelo, rugiendo como bestia herida.

—¡NO! ¡No puedo morir aquí! ¡No todavía!

Clavó las uñas en sus muslos, contrayendo los músculos con fuerza inhumana para detener la hemorragia. Su cuerpo temblaba. El dolor era insoportable, pero se levantó.

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Con pasos torpes, volvió a correr. La sangre goteaba a cada zancada, dejando un rastro rojo en la pista.

El público enmudeció.

Los rivales lo alcanzaron. Kanato McQueen lo miró con respeto.

—¡Maldito loco! —dijo entre jadeos—. ¡Aún sigues de pie!

Rentaron Gold frunció el ceño.

—Si sigues corriendo así, te vas a despedazar vivo.

Pero Toji no escuchaba. Solo repetía en su cabeza:

—No puedo morir, no puedo morir, no puedo morir…

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El crujir de los huesos

Cada paso era un tormento. Entonces ocurrió.

Un crack seco resonó en la pista. El peroné de su pierna derecha se partió.

Toji rugió, pero no cayó.

Otro paso. CRACK. El fémur cedió, atravesando carne, asomando un trozo ensangrentado por la piel.

El dolor era indescriptible. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero apretó los dientes hasta hacerse sangrar la boca.

El público veía con horror cómo su cuerpo se destrozaba por dentro. Algunos vomitaban, otros gritaban su nombre.

Aún así, Toji siguió corriendo.

Ya no corría: se arrastraba en zancadas torpes, como una bestia rota que se negaba a caer.

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Los últimos metros estaban frente a él.

Kanato McQueen se emparejó a su lado. Los demás también.

El público estaba de pie, histérico, incapaz de creer lo que veía.

Toji sintió que ya no tenía piernas. Solo dolor, sangre y huesos molidos.

La meta brillaba como una ilusión distante.

Con un rugido animal, reunió cada fibra de su ser y se lanzó hacia delante, como si su alma misma empujara su cuerpo muerto.

Cruzó la línea por una cabeza.

Su cuerpo se desplomó.

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La multitud rugió, un caos de gritos, aplausos y llanto.

Toji estaba tirado, respirando con dificultad, la cara contra el asfalto empapado en sangre.

Escuchó pasos.

Kanato, Rentaron, Kazuma y Katuro se arrodillaron junto a él. Sus rostros estaban serios, pero también orgullosos.

—Buena carrera, amigo —dijeron los cuatro al unísono.

Toji quiso responder, pero la sangre llenó su boca. Solo sonrió con los labios partidos.

Un segundo después, otra ráfaga de disparos.

¡PAM! PAM! PAM!

La sangre caliente de sus compañeros le salpicó la cara. Toji no abrió los ojos. No quería ver cómo sus últimos amigos caían.