Abrí los ojos con la sensación de haber despertado a medias, como quien emerge de un sueño dentro de otro sueño. La oscuridad no era la misma de antes: esta vez había contornos, recuerdos de sensaciones, y lo más sorprendente dolor.
¿Volví al mismo lugar? pensé, sintiendo que mi mente aún titubeaba entre la nada y la realidad. ¿Aquí existe el tiempo? ¿Y qué sentido tiene llamarme Steven si nada cambia?
El nombre vibró en mi pecho con una extraña ternura. Steven... me recordó la voz de Sofía, sus ojos grandes al hablar de la serie que le gustaba. ¿Seguiría viva? Un nudo de esperanza y culpa se instaló en mi garganta. Quise aferrarme a esa esperanza, pero no tuve tiempo de ahondar más en el pensamiento antes de que algo nuevo tirara de mí hacia la conciencia.
¿Estoy sintiendo? me sorprendí, notando primero un hormigueo, luego un pinchazo leve, después el registro más claro: dolor. Tengo sensores de dolor de nuevo. Algo es algo.
Los párpados me ardieron; pesaban como si llevaran años sin abrirse. Fueron segundos que se estiraron hasta parecer minutos mientras forzaba a los músculos a obedecer. Con esfuerzo, liberé la primera mirada.
No era un cielo conocido de mi ciudad ni el techo de la universidad. Sobre mí se extendía la superficie curvada y metálica de una camioneta. El sol incidía con claridad, proyectando una luz que me hizo entrecerrar los ojos. Alrededor, el aire olía a algo nuevo —una mezcla indefinible que no pude identificar de inmediato—, como si el mundo hubiera puesto ante mí un conjunto de pequeñas pistas que todavía no sabía leer.
Intenté moverme con más decisión. El cuerpo respondió con torpeza: brazos que no conocían bien su longitud, manos que sentían distinto, una fuerza más joven y ágil que la mía. La sensación era extraña y, al mismo tiempo, familiar en una manera que dolía: como calzar un par de zapatos prestados que, a medida que los usas, empiezan a amoldarse a tu pie.
Me incorporé lentamente, apoyando las palmas sobre el metal. Desde aquella altura pude ver algo más del entorno: fragmentos de un paisaje que prometía ser distinto pero no lo suficiente como para asustarme del todo. Había movimiento abajo, voces lejanas, y un murmullo que podría haber sido el mar, o simplemente el rumor de una ciudad que no terminaba de definirse.
Todavía sin saber si lo que latía en mi pecho era esperanza o miedo, repetí en voz baja, como un conjuro:
Steven.
El nombre rodó por mis labios y, con él, una nueva mezcla de incertidumbre y determinación. Algo una puerta, una promesa, una condena acababa de abrirse. Y yo, con la mano apoyada en el frío de la camioneta, aún con los ojos pesados, tuve la sensación de estar a punto de dar el primer paso en un mundo que no era el mío.
La puerta de la camioneta se abrió de golpe. Entró un hombre extraño, con un aspecto difícil de definir: demasiado joven para llamarlo viejo, pero con suficientes marcas de vida en el rostro como para no considerarlo realmente joven. Había algo familiar en él, como si lo hubiera visto antes en alguna parte.
El adulto me miró con una sonrisa tranquila.
Hola, Stevon. ¿Cómo estás, pequeño ganador?
Me quedé helado. ¿Stevon? ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Y por qué lo pronunciaba como si fuera lo más natural del mundo?
El hombre, ajeno a mi confusión interna, continuó hablando.
Sabes, Stevon, últimamente pasas mucho tiempo con tu padre. Necesitas ver a otras personas, convivir más. No seas como tu viejo. Tienes que tener amigos... o familia.
Lo miré desconcertado. Él, al notar mi silencio, interpretó que era timidez y sonrió aún más.
Vaya, hoy estás más tranquilo de lo normal. Bueno, te dejaré con las Gemas. Son como tu familia, ¿sabes? Pórtate bien.
Dicho eso, salió por la puerta trasera de la camioneta, como si esperara a alguien.
"¿Gemas?" pensé, arqueando una ceja. Todo sonaba tan irreal. En mi cabeza me burlé en silencio:
Me pusieron Steven, no Stevon... así que chupala, viejo.
Antes de que pudiera procesar mejor la situación, el cielo se abrió con un estruendo. Tres figuras descendieron como si la gravedad se hubiera olvidado de ellas.
La primera en aterrizar fue una mujer de piel pálida, tan blanca que parecía casi irreal. Su rostro mostraba un cálculo frío, una mirada afilada que se dirigió con desaprobación hacia el hombre ¿Greg?. Su expresión me puso nervioso.
La segunda cayó poco después: era más baja, de color morado, y su presencia me provocó una punzada de familiaridad. Había algo en su figura compacta, en su forma de moverse, que despertaba recuerdos vagos de la serie que Sofía solía ver.
Por último, apareció la tercera figura. Más alta que las demás, con un cabello cuadrado y una postura firme, me observaba con la mirada más seria y seca que había visto en toda mi vida —o en mi corta nueva existencia.
Los tres seres se alzaban frente a mí, y mi corazón latía con fuerza. Era imposible no reconocer lo que estaba viendo. Aun con la mente confundida, la verdad comenzó a abrirse paso.
Había caído, literalmente, en el mundo de las Gemas de Cristal.
Espera... ¿Steven? Soy Steven pensé ahora viendo mi situación. Bien, bien... caí en un mundo ficticio. Pensé que mi nombre solo sería eso, un nombre, pero ahora, viendo esta situación, veo que no es así. Parece que ese ser me trajo a este mundo... o ya quedé loco y ahora mi imaginación tiene nuevos niveles de esquizofrenia.
Greg diría ahora la que reconocí como Perla, sacándome de mis pensamientos.
¿Por qué nos llamaste?
¡Sí, viejo! diría la otra gema morada. Está nevando, ¿sabes? No es muy divertido estar aquí.
Garnet solo miraría a Greg sin decir nada, sin dirigirle la palabra.
Bueno, chicas, quería pedirles un favor... si me pueden cuidar a Steven mientras hago unos trabajos. Solo es alegrarlo, nada más diría Greg con una mano en su cabeza.
Las gemas lo mirarían y luego a mí. Esa mirada no me gusta pensé en mi mente.
Bueno diría Garnet ahora por fin hablando.
Bien, gracias chicas.
Lo hacemos por Rose diría Perla secamente.
Ok... diría Greg, ahora incómodo. Les dejo a Stevon.
Él, acercándose a mí, me rascaría la panza, haciéndome sacar unas sonrisas.
pórtate bien, Stevon. Nos vemos después. Te dejo con tus tías.
Ellas solo lo mirarían, desaprobando los títulos.
Bueno, me voy diría Greg, yéndose al lavado para descongelar las máquinas, las cuales se habrían congelado por el frío.
Mi padre... Greg era, si mal no recuerdo y espero por mi bien no olvidarlo, se fue dejándome con las chicas, las cuales me miraron. Perla me observó con desaprobación.
Bien dijo Perla, ¿cómo te llamas?
La miré con la cara lo más seria posible, aunque eso no se podía reflejar bien por mi edad. ¿Tengo 2 años? ¡Dios mío, y quiere que hable!
¿Qué no puedes? dijo Perla con desdén. Ni siquiera te pareces a ella.
¿Qué carajos con estas gemas?, pensé.
Amatista se colocó a mi lado.
Bueno, Rose, ¿cuánto tiempo vas a seguir fingiendo esto? dijo ella.
La miré y, en mis pensamientos, pensé: estoy jodido.
La otra gema, Garnet, me miró en silencio. Luego Perla repitió, mirando hacia donde se había ido Greg:
Saben, chicas, ya que Greg no está podríamos hacer algo.
Las dos gemas la miraron, expectantes.
¿Qué cosa? preguntó la gema morada; la reconocí: Amatista.
Perla continuó:
¿Y si le sacamos la gema? Rose así volverá.
Me puse pálido, aunque en un niño pequeño eso no es bueno. ¿Qué demonios? pensé. Me van a matar.
Vámonos en la camioneta. Perla maneja, nos vamos dijo Amatista. Te vamos a recuperar. Esto es por ti, Rose.
Los cuatro se subieron a la camioneta y se marcharon. Greg, que iba llegando para al menos platicar un poco con las gemas, miró cómo su camioneta se iba.
¿Eh? dijo, quedándose paralizado. ¿Lo llevarán de viaje? Espera, ¡le falta el suéter! gritó en pánico. ¡Dios mío, chicas! exclamó asustado, corriendo tras la camioneta.
Las gemas, que seguían por la carretera, no dijeron una sola palabra. Steven estaba buscando en su mente: cómo volar con solo dos años de haber nacido, el escudo, hacerse rosado... esos eran los pensamientos de Steven, que buscaba la forma en la que no lo mataran.
Recién revivo y ya me quieren matar, joder pensó.
Sin darse cuenta de sus debates mentales, las gemas hablaban entre ellas.
Bueno dijo Amatista, viendo a Steven, que la miraba con una sonrisa. Parece que nos está hablando, Rose. Este humano está riendo.
Garnet miró desde atrás con el mismo pensamiento. El auto se detuvo al lado de la carretera.
Bien dijo Perla, ahora ansiosa y un poco triste. Rose se acercó, sé que estás enojada, pero vuelve. No te escondas en ese humano; es débil, ni siquiera puede hablar.
Steven la miraría, pero en su mente estaría rezándole al ser que lo trajo aquí.
Oh, Dios omnipotente, bien cabrón y pitudo... sácame de aquí, o sálvame de esto. Te juro que seré cristiano, hermano, o lo que sea que seas.
Bueno diría Perla, sacándole la camisa a Steven y mirando su gema, la cual estaba reluciente. Vamos, Rose, danos una señal; no nos ignores diría Amatista, viéndome con tristeza.
Garnet me miraría detrás de ellas, con lágrimas.
«Bueno, si extrañan a mi madre, pensaría.
En eso, Perla pondría su mano sobre la gema.
Te sacaremos diría ella con una sonrisa febril.
¿Qué demonios?, pensaría yo. «Piensa, piensa: ¿qué haría un niño en esta situación? Esta humillación la recordaré toda mi vida».
Su único pensamiento fue entonces aferrarme a la mano de Perla y sonreír juguetonamente. Ella se quedaría paralizada, con gotas en los ojos; estaba llorando. Las otras gemas también llorarían, pues sabrían que lo que estaban haciendo estaba mal.
Su decisión diría Garnet, brillando un poco.
Dos figuras aparecerían, pero rápidamente se volverían a unir.
Perdóname diría Perla, sin saber qué decir, atragantándose con la saliva.
Solo queríamos verte de nuevo. No respetamos tu decisión, pero entiéndenos, nos dejaste así nada más... me dejaste a mí... quedarían sollozos.
Steven las estaría viendo sin palabras, porque no podía hablar: era un maldito niño. Pero en eso se escucharía a alguien tocando frenéticamente la puerta. Garnet abriría y miraría a Greg, el cual estaba cansado.
Chicas, me hubieran dicho que sacarían a Steven a pasear. Le falta el suéter, se puede enfermar diría Greg, ignorando la situación en la que estaban.
Ignorando a las gemas, entraría a la camioneta y le pondría el suéter a Steven, el cual no sabría qué tan agradecido estaba por ese gesto. Greg, dándose cuenta ahora del ambiente, preguntaría preocupado:
¿Qué pasó, chicas? ¿Están bien? ¿Quieren agua?
Las gemas, totalmente apenadas, solo negarían.
Bueno... diría Greg, acostumbrado a esos ambientes. Vamos a mi casa. ¿Saben? Un buen café caliente alegra estos días.
Así, agarrando la camioneta, rápidamente llegaría a su casa. En el trayecto había un silencio; solo Steven a veces hacía unos sonidos, pero era porque quería moverse.
Gracias a ese encuentro, a un café y a un niño lleno de energía, una relación que parecía rota comenzó a sanar poco a poco, dando paso a algo nuevo. No es como si pudiera arreglarse de un día para otro, pero con trabajo, esfuerzo y, sobre todo, con un niño de por medio, ya nada sería un obstáculo para seguir adelante con sus vidas.
"Así, los cinco adultos y un niño comenzarían a entrar en una mejor relación.
fin capitulo 2.