Ficool

El Rey Demonio De La Lujuria

número_cero
7
chs / week
The average realized release rate over the past 30 days is 7 chs / week.
--
NOT RATINGS
21
Views
Synopsis
Un Señor Demonio de la Lujuria sin igual, que después de ser derrotado y encarcelado durante miles de años, finalmente escapa de su prisión... pero, debido a ciertas complicaciones, termina en un mundo diferente y posee el cuerpo de un humano débil. Al llegar, se dará cuenta de que solo las mujeres pueden usar magia en este mundo, pero él puede sentir que su magia y poder demoníaco también funcionan. ¿Entonces, es él el único hombre capaz de usar magia en este mundo? [+18 no se permite menores de 18 años]
VIEW MORE

Chapter 1 - capitulo 1: Reencarnación

Yo no sé cuánto tiempo ha pasado.

El tiempo… ese enemigo silencioso que desgasta hasta los huesos inmortales, que devora los siglos como migajas y que hasta a un Rey Demonio como yo le arranca la certeza de su eternidad.

Perdí la cuenta. Perdí la guerra. Perdí incluso el derecho a existir como algo más que un prisionero.

Mis cadenas eran mi mundo.

Frías, pesadas, impuestas por un héroe que ni siquiera recuerdo con claridad.

¿Era rubio? ¿De mirada firme? ¿O acaso su rostro ya se borró de mi memoria para dejarme únicamente con el eco de mi derrota?

No lo sé.

Lo único que aún arde en mi pecho es el odio.

Ese fuego jamás se apagó.

Odio a los humanos.

Cómo quisiera verlos arrodillados ante mí, arrastrándose, lamiendo mis botas manchadas de sangre mientras mi sombra cubre sus esperanzas. Quisiera que sus voces no fueran cánticos de victoria, sino gritos quebrados, ahogados en súplica.

Pero no.

No fue así.

Yo estaba a un paso de conquistar su mundo… y terminé sellado en esta dimensión vacía, sin cielo, sin suelo, solo cadenas y oscuridad.

A veces me pregunto cómo ocurrió.

¿Cómo alguien como yo, un ser que había nacido de la esencia misma del pecado, pudo perder?

Tal vez no fue la fuerza. Tal vez fue el destino… ese maldito verdugo que se ríe de los poderosos.

Pasaron años. Pasaron siglos. Pasaron… ¿milenios? No lo sé.

El tiempo perdió su forma y yo me perdí con él.

Solo quedaba yo, encadenado, esperando.

Y entonces… lo sentí.

El hierro que me sujetaba comenzó a quebrarse.

El eco de las cadenas cediendo resonó como un canto sagrado en el silencio de mi prisión.

Reuní lo último de mis fuerzas, las pocas chispas de magia que aún me obedecían… y ¡crack! Una tras otra, las cadenas se hicieron polvo.

Por fin.

Por fin era libre.

Caí de rodillas, respirando como un animal herido.

El aire de esa dimensión hedía a vacío, a muerte, pero me supo a gloria.

No podía quedarme allí.

No otra eternidad.

Con un último esfuerzo, invoqué un portal.

El círculo apareció ante mí: inestable, tembloroso, como si burlarse de mí fuera su naturaleza.

No sabía si me salvaría o si me despedazaría en fragmentos esparcidos por los mundos.

No importaba.

Me lancé de cabeza.

Y entonces… la luz.

Una luz que desgarró mis ojos, que me hirió más que cualquier espada humana.

Extendí los brazos, sin saber si quería alcanzarla o destrozarla.

Solo sabía que esa luz era mi nuevo destino.

Pero algo estaba mal.

Mis brazos… eran pequeños.

Ridículamente pequeños.

Mi piel… blanda, débil, rosada.

Miré hacia abajo… y mi corazón demoníaco casi se detuvo.

Yo, el Señor Demonio de la Lujuria, el destructor de naciones, el eterno conquistador…

había renacido en el cuerpo de un humano.

Peor aún…

¡un bebé!

—¿Qué clase de burla es esta? —quise gritar.

Pero lo único que salió de mi boca fue un llanto patético.

Una mujer me sostenía.

Su rostro sudoroso, cansado, pero lleno de ternura, me observaba como si yo fuese un tesoro.

Me bañó, limpiando con cuidado la sangre que me cubría.

Luego me envolvió en una toalla blanca.

Yo, que había desgarrado ejércitos enteros, que había hecho arder ciudades enteras… me encontré envuelto en una tela suave y cálida.

Por un instante… no supe qué sentir.

Y entonces pasó algo que me quebró más que la derrota, más que las cadenas, más que los milenios de soledad.

Ella sonrió.

Me abrazó con una delicadeza que ningún demonio conoce, que ningún dios concede.

Y yo, por primera vez en toda mi existencia, sentí algo que jamás había probado.

Amor.

No el amor carnal que esclaviza cuerpos.

No el amor enfermizo que manipula voluntades.

No.

Era un amor puro.

El de una madre que abraza a su hijo.

Yo… yo era ese hijo.

Yo, el Rey Demonio, estaba siendo amado.

Quise resistirme.

Quise maldecirla.

Pero en mis labios solo había silencio, y en mi pecho… un calor desconocido.

Me estaba quedando dormido.

Antes de rendirme al sueño, escuché su voz.

Suave, temblorosa, como una melodía.

Me acunaba, me cantaba, me llamaba…

—Eryan… —dijo.

Ese fue el nombre que me dio.

No Lucifer, no Señor Demonio, no Rey de la Lujuria.

Eryan.

Un nombre humano.

Un nombre débil.

Un nombre… hermoso.

Ese nombre me atravesó como una espada.

Me odié por aceptarlo, pero no pude rechazarlo.

Ese era mi nuevo nombre.

Ese soy yo.

Yo soy Eryan.

El demonio que renació como humano.

El monstruo condenado a ser amado.