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Chapter 73 - Capitulo 71

El pabellón real era una cueva de opulencia. Columnas de madera tallada sostenían el techo abovedado de seda carmesí, los bordes bordados con hilo de oro. El ambiente, aunque fresco, estaba cargado con el olor pesado del incienso de Essos.

A la entrada, la Guardia Real con las armaduras de escamas, se mantuvo firme. Un heraldo de la Casa Targaryen anunció las llegadas con voz retumbante. Lord Rickon Stark, Lord Roderick Dustin y Theon Stark fueron conducidos al interior.

El rey Viserys I Targaryen se hallaba sentado en un sillón de ébano y terciopelo, vestido con una túnica de lino blanco y una capa roja sujeta por un broche de dragón. Su rostro parecía demacrado y cansado, pero sus ojos violetas brillaban con una cordialidad forzada. A su lado, la reina Alicent Hightower, con su vestido verde esmeralda, observaba con la calma medida y calculadora de quien ha aprendido que los gestos valen más que las palabras.

Rickon Stark hizo una leve inclinación de cabeza, un gesto que en el Norte pasaba por una reverencia profunda.

—Majestad —saludó Rickon con voz firme, sin bajar el tono—. El Norte, en la persona de Invernalia y Fuerte Túmulo, responde a su llamado.

Viserys sonrió, un gesto que suavizó las líneas de su rostro.

—Lord Stark, vuestra presencia honra este día. Es raro ver a los lobos tan lejos de su hogar de hielo, y a Lord Dustin, cuyo renombre en batalla es bien conocido.

—El deber no conoce estaciones, Alteza —respondió Rickon, directo.

El rey asintió, satisfecho por la respuesta. Sus ojos se posaron en Theon, que se mantuvo erguido, sin un atisbo de miedo, con sus ojos azules fijos en el monarca.

—¿Y este joven es tu hijo? —preguntó Viserys.

—Sí, Majestad. Theon, mi primogénito y heredero.

Viserys lo observó con interés.

—Theon Stark... he escuchado tus logros en la guerra en las Islas del Hierro. El Lobo Negro, así te llaman, ¿no es cierto? —dijo con una sonrisa leve, más curiosa que amistosa.

Theon inclinó la cabeza apenas, con respeto, pero sin sumisión.

—Así dicen, Su Gracia.

—Un excelente guerrero —añadió el rey—. Me agrada saber que el Norte aún produce hombres valientes, no solo para defender sus propios confines, sino para servir al reino.

—Me honran sus palabras, Su Gracia —respondió Theon con calma, su voz resonando con honestidad.

Por un instante, el silencio llenó la tienda. La Reina Alicent, que había estado observando a Theon con intensidad, intercambió una mirada con su esposo. Parecía evaluar el valor potencial del joven lobo en la política de la corte.

Viserys rompió el silencio con un gesto cordial hacia la cacería.

—Espero que disfruten de la cacería, Lord Stark. El príncipe Jaehaerys está ansioso por conocer a los señores del reino, y más aún a quienes el Norte considera dignos de respeto. Que la amistad entre nuestras casas se fortalezca.

Rickon asintió.

—Así será, Majestad.

—Bien —concluyó el rey—. Que los dioses, viejos o nuevos, los acompañen.

Los Stark y Lord Dustin se inclinaron y se retiraron del pabellón real con paso firme, el olor a incienso reemplazado por el aire fresco del anochecer.

La Confrontación en la Sombra

Mientras los grandes señores se ocupaban de la diplomacia, en los límites del campamento, Cregan Stark se puso de pie, incapaz de seguir quieto. El bullicio del sur lo agobiaba.

—Vamos, Invierno —murmuró, cubriendo al pequeño huargo bajo su capa de piel de oso. El animal se acurrucó, emitiendo un leve gruñido, como si compartiera la necesidad de escapar.

Cregan se alejó de las tiendas, adentrándose en el denso Bosque Real. La humedad del aire y el zumbido de los insectos lo incomodaban, pero al menos el ruido del campamento quedaba atrás. Invierno olfateaba el suelo, tenso y alerta.

Un eco de cascos rompió la calma, seguido de risas juveniles y el tintinear de espuelas. Cregan se ocultó rápidamente tras un roble grueso.

Un grupo de jóvenes de la corte cabalgaba por el sendero, riendo con arrogancia. Al frente iba un muchacho de cabello plateado, la túnica de seda verde y oro, y una sonrisa que mezclaba despreocupación con desdén: Aegon Targaryen, de unos doce años. A su alrededor lo seguían varios escuderos y nobles menores, incluyendo a un joven de cabello negro, más callado, que parecía observar más que participar.

Uno de los escuderos lo vio entre los árboles.

—¡Eh! ¡Fuera del camino, salvaje! —gritó, riéndose con burla.

Cregan se tensó, pero no se movió.

Aegon tiró de las riendas y detuvo a su caballo, sus ojos violetas fijos en el chico.

—¿Y este quién es? —preguntó, con un deje de diversión en la voz.

El escudero más cercano bajó del caballo y avanzó hacia Cregan con aire de superioridad. Serwyn Fossoway, un joven del Dominio, se acercó.

—¿No escuchaste, chico? —dijo, empujándolo con el hombro—. Aquí no queremos campesinos husmeando.

Cregan lo apartó con un movimiento seco de hombro, sin vacilar.

—Vuelve a subirte al caballo antes de que te arrepientas —dijo con voz baja, pero cargada de la fría promesa del Norte.

El escudero lo miró incrédulo, y Aegon soltó una risa breve y cruel.

—Vaya, el cachorro tiene colmillos —comentó el príncipe con sorna, dirigiendo su mirada a Serwyn—. ¿Te dejarás provocar así?

Las palabras fueron como un aguijón para el joven Fossoway.

—¡Salvaje sucio! —escupió Serwyn, levantando el puño.

El golpe llegó rápido, pero el joven Stark fue más veloz. Se agachó en un movimiento fluido, esquivando el puñetazo, y con un giro seco, descargó un gancho de derecha que impactó de lleno en la mandíbula de Serwyn. Un diente voló y cayó en la tierra.

Antes de que el Fossoway pudiera reaccionar, Cregan lo tomó de la camisa de seda y le propinó un rodillazo al abdomen. El escudero se dobló sobre sí mismo con un gemido sordo, el aire escapando de sus pulmones.

El silencio se apoderó del claro. Los otros jóvenes —nobles menores y escuderos— lo miraban atónitos. Aegon Targaryen, aún sobre su caballo, observó la escena con una mezcla de sorpresa y una oscura diversión.

—Por los Siete… —rió entre dientes—. Creo que el cachorro también muerde.

El noble humillado, con el orgullo destrozado, apretó los dientes. Un hilo de sangre asomó en su labio. Desenvainó la espada de su cinturón con un movimiento brusco. El metal brilló bajo la sombra de los árboles.

—¡Serwyn, no! —exclamó uno de sus compañeros, extendiendo una mano—. Es un invitado del Rey.

—¡Aparta! —rugió el joven Fossoway, empujándolo con violencia antes de avanzar hacia Cregan.

Cregan se tensó, completamente desarmado. Invierno gruñó, los pelos del lomo erizados bajo la capa, listo para lanzarse si su amo lo hacía.

—Aegon, detén esto.

El tono era claro, sereno y cargado de una autoridad que no requería gritos. La voz era tan distintiva, tan Targaryen, que bastó para congelar a todos.

Serwyn se detuvo en seco, mirando hacia la dirección de donde provenía aquella voz.

Entre los árboles, apareció una niña de unos ocho años: la Princesa Helaena Targaryen. Su cabello plateado como la luna y sus ojos violetas, que siempre parecían perdidos en un sueño, ardían ahora con una claridad y una reprobación impropias de su edad. Vestía una túnica esmeralda bordada en hilos dorados, y caminaba con la calma de quien nunca ha conocido el miedo.

—Hermana —murmuró Aegon, sorprendido por su intromisión.

—¿Qué estás haciendo, Aegon? —preguntó la niña con autoridad—. No querrás que nuestro hermano mayor se entere de que iniciaste un conflicto con los Stark, ¿verdad?

—¿Stark? —susurraron varios de los jóvenes, sus rostros palideciendo.

Helaena suspiró, cruzando los brazos.

—Eso lo habrías sabido si hubieras estado presente cuando se presentaron los invitados, en lugar de beber —replicó con la serenidad de quien regaña a un niño tonto.

Sus ojos se movieron hacia el grupo de jóvenes.

—Y deja ya de andar con tu estúpida pandilla de iguanas sin alas… si no quieres que se entere Jaehaerys —añadió, mirando con desdén a los nobles que bajaron la cabeza sin atreverse a responder.

Serwyn, todavía con el labio sangrante, apretó los puños, pero evitó cruzar la mirada con ella. El miedo al Príncipe Jaehaerys, el recién 'domador' del dragón más grande actual era un arma más potente que cualquier arma.

Aegon, molesto y avergonzado por el regaño público, cedió.

—Hermana, no es necesario exagerar…

—Lo es —lo interrumpió Helaena, con un tono más firme que el que ninguno le había escuchado antes—. Eres un príncipe, Aegon. Si no sabes cuándo detener una pelea, solo traerás problemas.

Cregan observaba en silencio, asombrado. La niña Targaryen imponía respeto incluso a su hermano mayor. Invierno se movió a su lado, y Cregan se inclinó ligeramente hacia la princesa.

—Mi señora —murmuró, reconociendo su intervención.

Helaena lo miró apenas un instante, y en sus labios se dibujó una pequeña sonrisa.

—Los lobos no necesitan inclinarse —susurró, antes de girarse y alejarse entre los árboles, dejando a todos en un silencio de profunda incomodidad.

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