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Asesino de las sombras a la deriva

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Synopsis
BABA YAGA: un ser encarnación de la venganza En un imperio podrido hasta la médula por la corrupción, los nobles se creen intocables, traficando con vidas humanas, experimentando con niños y ocultando crímenes bajo capas de oro y poder. Pero hay una sombra que no puede ser silenciada. Baba Yaga. Un nombre susurrado con miedo entre asesinos, soldados y reyes. Un ente, una leyenda, un hombre. March Carter, el asesino más letal de todos los tiempos, conocido como El Cazador del Abismo. Cuando alguien invoca su símbolo… no hay escapatoria. Ni siquiera en el limbo. Mientras el imperio y el mundo cae sobre los pies de noble codiciosos y asqueros varias personajes se verán obligados a invocar a este ser un que el precio es poco alguno No pagaran con peniques....
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Chapter 1 - Capitulo:1 leyendas

En los rincones más oscuros del folclore eslavo, entre susurros que el viento arrastra por los bosques antiguos y ennegrecidos, hay un nombre que a veces se pronuncia en voz alta: Baba Yaga. Para algunos, es una vieja bruja que habita una cabaña con patas de pollo, rodeada de cráneos encendidos y árboles que murmuran en lenguas olvidadas. Para otros, especialmente en el bajo mundo de los asesinos y mercenarios, Baba Yaga no es una criatura mitológica… sino un hombre.

Su nombre real, si es que alguna vez lo tuvo, se borró de los registros, de la historia, incluso de la memoria de quienes alguna vez lo pronunciaron. Pero hubo un tiempo, no tan lejano, en que su identidad era conocida por aquellos que se atrevían a desafiar lo inevitable: Mach Cárter, El mejor asesino del mundo. El único que mereció un título temido incluso en el infierno: Baba Yaga.

Se cuenta que cuando él te elige como objetivo, no hay cielo ni infierno que te proteja. Ni siquiera el limbo —esa grieta entre la muerte y el olvido— logra darte respiro. Él no es como los demás. El solo actúa por venganza, o por justicia. Cuando Baba Yaga pone sus ojos sobre ti, estás marcado… y el tiempo comienza a correr al revés.

Una vez, un cártel entero intentó cazarlo. Pusieron una fortuna en su cabeza. Contrataron escuadrones de élite, brujos del mercado negro, hackers, nigromantes urbanos, incluso a un medio que juraba poder sellar almas entre dimensiones. No sirvió. Una semana después, encontraron el edificio central del cártel reducido a escombros, y sobre los restos ennegrecidos, una sola nota escrita en sangre seca:

"Duérmete… o vendrá por ti".

Nadie volvió a hablar del tema.

Esa noche, en una pequeña ciudad donde el viento parecía cargar con ecos de cuentos olvidados, una madre acurrucaba a su hija en la cama. El cuarto era cálido, iluminado por una lámpara tenue con forma de luna. Las paredes, adornadas con dibujos infantiles y estrellas fosforescentes. Afuera, la lluvia comenzaba a golpear el tejado con una cadencia suave, casi hipnótica.

—¿Mami? —preguntó la niña, con los ojos entrecerrados—. ¿Quién es Baba Yaga?

La mujer se tensó por un segundo. La pregunta había sido inocente, como las que suelen hacer los niños cuando escuchan algo por casualidad. Pero dentro de ella, algo se quitó.

—Es solo un cuento, mi amor. Una historia antigua para que los niños se porten bien —respondió, con una sonrisa suave pero forzada.

—Y si me elige a mí? —preguntó la pequeña, con una gravedad inquietante.

La madre tragó saliva.

—Nadie puede elegirte si estás dormida, princesa. Así que cierra tus ojitos... y no pienses en Baba Yaga. Él solo viene cuando los niños están despiertos a la medianoche —susurró, intentando sonar convincente.

La niña avanza lentamente. Cerró los ojos y murmuró:

—Oke, papi... yo soy tu pinshesha... tu bb... tú eres mi princesa... feliz noche...

La madre suena levemente, conmovida por la dulzura de su hija. La arropó con cuidado, le besó la frente y apagó la lámpara. El cuarto quedó sumido en una penumbra silenciosa, apenas rota por la lluvia que seguía cayendo, ahora más intensamente.

En un callejón cercano, entre la niebla que reptaba como una serpiente, un hombre observaba la casa. No se movía. No hablaba. No respiraba con fuerza. Su silueta era apenas visible, envuelta en un abrigo negro, con un sombrero que le cubría gran parte del rostro.

En su mano derecha sostenía algo pequeño: un medallón de plata, antiguo, manchado por el tiempo y por otras cosas menos nombrables. Lo giraba entre los dedos como si evocara recuerdos... o sentencias.

Sus ojos brillaban con una intensidad que no era humana.

Y entonces susurró, apenas audible entre la lluvia:

—Feliz noche... princesa...

Y desapareció entre las sombras.

A lo largo del tiempo, los rumores sobre Baba Yaga han ido cambiando. Algunos dicen que murió. Otros, que viven entre dimensiones. Hay quienes aseguran que se retiró, cansados de tanta sangre. Pero los sabios —los verdaderamente sabios— saben la verdad: Baba Yaga no muere. No se esconde. Solo espera.

Es el silencio entre latidos. Es el miedo que se arrastra por la espalda cuando estás solo. Es la figura que se insinúa entre los sueños y los gritos.

Porque cuando Baba Yaga te elige…

ya estás muerto

(Bajo Mundo – Torre de Magos)

La Torre de Magos no era un simple edificio. Era un monstruo de piedra y alquimia que se alzaba como una espina negra sobre el corazón del Bajo Mundo, una ciudad subterránea donde la magia y el crimen convivían con naturalidad. En sus niveles más altos, los jóvenes aprendices luchaban por dominar los secretos del maná, mientras que en las profundidades, los pactos más oscuros se sellaban con sangre, no con tinta.

—¡Chatan, apúrate! —gritó un joven con túnica desgarrada, jadeando entre corrientes de energía arcana—. ¡Debes conjurar el hechizo y manifestarlo primero en la mente… solo entonces podrás hacerlo realidad!

—¡S-sí, Maestro! ¡Gracias! —respondió Chatan, cerrando los ojos y obligando a su mente a visualizar la runa de ignición.

A su alrededor, los demás aprendices ya habían manifestado pequeñas esferas de fuego, ilusiones flotantes o escudos etéreos. Chatán era el último. La clasificación no esperaría.

—Si no logras estabilizar el maná ahora, quedarás de último… otra vez —añadió el instructor, con voz helada.

Pero Chatán no respondió. Ya no podía escuchar. Estaba concentrado en una figura que se había formado en su mente: una sombra, un hombre con un sombrero que le cubría el rostro… y unos ojos que no eran humanos.

(Oficina del Director de la Torre)

En la parte más alta de la torre, tras una puerta encantada que susurraba en lenguas muertas, se encontraba una oficina donde las decisiones no se tomaban con varitas, sino con cuchillos.

Allí, entre humo de incienso púrpura y pergaminos que se escribían solos, el Director —un mago anciano de túnica carmesí, barba trenzada y dedos tatuados con sellos prohibidos— esperaba en silencio. Frente a él, como salido de la misma oscuridad, una sombra se deslizaba entre las penumbras de otras sombras.

—Tengo un encargo… señor Baba Yaga —dijo el Director con voz grave, sin mostrar sorpresa por la aparición del hombre.

El recién llegado no respondió. Solo dio un paso adelante. Su abrigo largo no se movió con el viento —pues allí no había viento—, y su sombrero ocultaba el noventa por ciento de su rostro. Sus ojos, apenas visibles, parecían contener siglos de muerte y pactos rotos.

Sin emitir palabra, sacó una pequeña hoja arrugada de su bolsillo y la deslizó sobre el escritorio.

El director la leyó.

(HABLE) —decía la nota.

El anciano sonrió con sorna.

—Veo que no hablas con tus contratistas. No importa. Sé que cumples...siempre.

Del interior de su túnica, el Director extrajo un sobre sellado con cera negra. Lo dejó sobre la mesa, junto con una imagen: un hombre con piel grisácea, ojos vacíos y sonrisa retorcida. Vestía como noble, pero todos sabían que era un carnicero.

—Su nombre es Duque Belphats. Según nuestros informantes, ha estado traficando órganos humanos… y esclavizando hombres bestia. Utiliza la sangre de niños mestizos para alimentar su linaje decadente. Es una bestia... disfrazada de hombre.

Baba Yaga no parpadeó.

—Quiero que lo elimine —continuó el Director—. Pero no de ninguna forma. Hazlo de la peor manera posible. Que su muerte se convertirá en una advertencia para todos los que piensen que pueden burlar las leyes del Bajo Mundo.

La sombra volvió a moverse. Sacó otra nota y la dejó caer:

(5000 peniques de oro)

El director asintió.

—Hecho. Se dice que tu nombre apareció hace poco en este mundo… pero ya hay quienes susurran que eres más leyenda que carne. Me gusta eso. Solo… cumple la misión.

Pero Baba Yaga ya no estaba allí.

(Torre – Escaleras de Sangre)

Horas después, una niebla antinatural descendió sobre la Torre de Magos. Los aprendices sintieron un escalofrío recorrer sus espinas, y algunos afirmaron haber visto una figura moviéndose entre los espejos encantados del pasillo.

En los niveles inferiores, donde las mazmorras mágicas se conectaban con el mercado negro, los rumores comenzaron a correr.

—Dicen que Baba Yaga ha aceptado un contrato.

—Aquí? ¿Dentro de la Torre?

-No. Va tras Belphats… el carnicero del gremio noble.

—Dioses... no quedará nada de él.

Mientras tanto, en una habitación decorada con columnas de huesos y vitrinas llenas de órganos conservados, el Duque Belphats reía sin control. Estaba rodeado de sirvientes deformes, todos hechizados para obedecer sin voluntad.

—¡Traedme otro espécimen! Esta noche experimentaré con el corazón de un centauro. A ver si su resistencia supera a la de un trasgo...

Pero entonces… la lámpara titiló.

Y una figura surgió detrás de los vitrales rotos. Sin ruido. Sin olor. Sin magia detectable.

Solo muerte encarnada.

El Duque apenas tuvo tiempo de abrir los ojos antes de que una nota ensangrentada cayera sobre su mesa.

(Duérmete... monstruo.)

Y las sombras se cerraron....