Ficool

Chapter 2 - Capítulo 2: Comienza la acción.

Capítulo 2: Comienza la acción.

La sábana apenas cubre su figura, deslizándose por su cadera como un suspiro. Rebecca yace de lado, con la pierna ligeramente doblada y el torso apenas girado hacia él, permitiéndole a Richard contemplar cada curva con una mezcla de asombro y deseo contenido. Su piel, bañada por la luz lunar, parece hecha de marfil cálido, con sombras suaves delineando la forma firme y natural de su cuerpo.

El sujetador carmesí, semiabierto, se ha deslizado hacia un lado, revelando el borde rosado de un pezón erecto que apenas asoma, como una promesa no dicha. Su vientre plano se eleva suavemente al ritmo de su respiración pausada, mientras un mechón de su cabello castaño se aferra al contorno de su clavícula, como si también se negara a alejarse de él.

Richard traga saliva, y su pulso se acelera sin que pueda evitarlo. No es solo la belleza desnuda frente a él—es la manera en que Rebecca lo mira ahora. Con los ojos entrecerrados, embriagada por el calor del cuarto y del momento, lo observa sin temor ni vergüenza. Hay fuego en su mirada, pero también vulnerabilidad. Como si decir “ven” fuera más que una invitación física—fuera una rendición mutua.

—¿Estás seguro? —pregunta ella, su voz baja, áspera por el deseo contenido.

Él no responde con palabras. Se desliza hacia ella, y con una lentitud reverente, roza su abdomen con los nudillos. Su piel se estremece bajo el contacto, y una exhalación temblorosa le escapa de los labios. Recorre la línea de su cintura, el pliegue suave bajo su pecho, la curva delicada de su cuello, y se detiene en su mejilla.

—Sí —responde, apenas un susurro, más respirado que dicho—. “Por ti… siempre”.

Rebecca lo toma de la nuca, lo guía con fuerza suave hacia sus labios. El beso no es apresurado ni desesperado: es hondo, profundo, como si cada roce de lengua y aliento estuviera cargado de lo que no pudieron decir antes. Sus cuerpos se buscan sin prisa, como si supieran que la noche es larga y el mundo afuera puede esperar.

Él se inclina, y la sábana cede ante sus movimientos, revelando la cadera de ella, el pliegue interior donde el calor ya late impaciente. Su muslo se enrosca en torno a su cintura, invitándolo, marcando el ritmo con el roce tibio de su piel.

No hay palabras, solo respiraciones que se entrecortan, jadeos que se mezclan con el crujido del colchón, y el sonido húmedo y rítmico del deseo compartido. Rebecca arquea la espalda cuando los labios de Richard descienden por su pecho, y sus dedos se aferran a las sábanas con un gemido bajo, casi ahogado.

Esa noche no hay guerra, ni misiones. Solo dos personas marcadas por la pación del momento.

Y cuando por fin yacen entrelazados, aun brillando de sudor y aliento entrecortado, el silencio que los envuelve no es vacío: es plenitud.

Rebecca ríe suavemente, agotada y aun temblando.

—No creí que terminaría durmiendo con el primer hombre que apareció de la nada en un bar.

Richard sonríe, trazando con el pulgar la línea de su clavícula.

—Y yo no creí que volvería interactuar con otra persona. Pero aquí estoy… contigo.

Ella se acerca, recostando la cabeza en su pecho, y antes de cerrar los ojos, susurra:

—No te vayas cuando amanezca.

Él besa su frente, cerrando también los ojos.

—Nunca.

* Hotel desconocido*

El amanecer se cuela por la ventana con una luz tenue, fría y azulada, muy distinta al calor de la noche anterior. La habitación está envuelta en un silencio espeso, apenas interrumpido por el lento girar del ventilador de techo y la respiración pausada de los cuerpos aún entrelazados.

Richard despierta antes que ella.

Durante unos segundos no sabe dónde está… pero el calor que siente a su lado es más real que cualquier sueño. Gira apenas la cabeza y la ve: Rebecca, aún dormida, con los labios entreabiertos, una pierna lanzada despreocupadamente sobre su cadera. La sábana apenas cubre su cuerpo, revelando la forma perfecta de su espalda desnuda, los hoyuelos en la parte bajan de la cintura, y la línea delicada donde la curva de su trasero se funde con las sombras del colchón.

Traga en seco. La visión es hipnótica. No puede —ni quiere— apartar la vista.

El cabello de ella está desordenado, salvaje, como lo dejó su mano horas antes. Su piel, marcada por besos y caricias, lleva el testimonio de lo vivido. Richard se inclina un poco, roza con los labios su hombro expuesto y cierra los ojos al inhalar su aroma: un rastro de sudor, dulzura, y ese perfume a vainilla y adrenalina que parece solo suyo.

Rebecca se revuelca suavemente y, medio dormida, se da vuelta. La sábana resbala, y por un instante, Richard contempla sus pechos al descubierto, suaves y naturales, con los pezones endurecidos por el frescor matutino. La curva de su vientre sube y baja con lentitud, como una invitación constante al pecado.

—¿Mmm…? —balbucea ella, sin abrir los ojos—. ¿Estás viéndome dormir como un pervertido?

Richard suelta una risa baja.

—Más bien como un hombre agradecido.

Ella sonríe de medio lado, sin abrir los ojos, y estira los brazos por encima de la cabeza, dejando su cuerpo completamente expuesto bajo la luz del día. Es una diosa sin pudor, sin miedo, como si le dijera sin palabras: “mírame todo lo que quieras… soy real.”

—¿Dormiste bien? —susurra ella, con voz rasposa.

—No. —Él la besa en la clavícula— Dormí perfecto.

Pasan varios minutos en silencio. Solo el roce de dedos perezosos, el murmullo de besos dispersos. Hasta que el celular de Rebecca vibra sobre la mesita.

Ambos lo ignoran al principio.

Pero vibra otra vez. Y otra. Hasta que finalmente ella suspira, se gira con un quejido y lo toma. Su cuerpo se arquea al sentarse, y Richard aprovecha la vista. La línea de su espalda baja, la caída natural de sus senos, su vientre plano con la sábana apenas cubriendo su entrepierna.

Ella revisa la pantalla con el ceño fruncido.

—Es del equipo… maldita sea.

Richard se incorpora, aún desnudo, apoyando el codo en la almohada mientras la observa. Su cuerpo, aunque marcado por cicatrices, se ve más fuerte, más completo que nunca. Ella alza la mirada y nota su atención descarada.

—¿Qué miras?

—Cada centímetro que me devolvió la vida.

Rebecca sonríe, pero sus ojos se nublan un poco con la preocupación.

Con un suspiro resignado, se sienta. Richard la observa en silencio. La sábana se desliza hasta su cintura y su espalda queda completamente desnuda frente a él. La curva de sus omóplatos, la línea de su columna, la tensión sutil al inclinarse para alcanzar el teléfono… cada gesto lo tiene hipnotizado.

Rebecca frunce el ceño al leer el mensaje.

—Es del cuartel… —murmura.

Richard se apoya en el codo, aún desnudo, sin dejar de mirarla.

—¿Qué ocurre?

Ella no responde al instante. Mira el teléfono, luego la ventana. Como si estuviera decidiendo entre dos mundos.

—Hubo incidentes en las montañas Arklay. Tres grupos de senderistas desaparecidos. Uno de los equipos de búsqueda volvió… y dijo haber encontrado restos. Humanos. Mutilados. Como si los hubieran devorado.

—¿Devorado?

—Sí. Dicen que algunos cuerpos tenían marcas de mordidas humanas. O algo muy parecido. No saben si es una secta, un brote infeccioso… o un experimento fuera de control. Los superiores piensan que podría haber conexión con instalaciones ocultas de Umbrella en esa zona.

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