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Chapter 5 - Capítulo 5:El comienzo de la pesadilla

Capítulo 5:El comienzo de la pesadilla

Los cadáveres se enfrían en la hierba empapada. El silencio vuelve, esta vez más tenso, más grueso.

Kenneth respira con dificultad, apoyado contra un tronco mientras Rebecca termina de vendarle el brazo. El sudor brilla en su frente, mientras su rostros trata de ocultar toda señal de dolor. Forest barre la zona con la mirada y Enrico habla por la radio, intentando una señal con la base.

Richard termina de recargar con precisión casi elegante. El seguro del fusil hace clic y sus ojos se levantan, encontrándose con los de Rebecca. Ella no ha dejado de observarlo desde que el combate terminó.

—¿Cómo lo hiciste? —pregunta, apenas por encima de un susurro.

Richard se encoge de hombros, dándole una pequeña sonrisa ladeada.

—Supongo que cuando no recuerdas quién eres, tienes dos opciones: entrar en pánico… o vez como sobrevivir.

Hace una pausa y luego, bajando el tono, añade con una chispa en la mirada:

—Yo decidí impresionarte.

Rebecca parpadea, una pequeña risa nerviosa escapa de sus labios. Luego lo mira con cierta severidad, pero no dice nada. Esa línea fue inesperada… pero efectiva.

En el fondo, Richard siente el vértigo de la contradicción. Recuerda su vida entera —sus años de entrenamiento, las batallas, las pérdidas— pero nada del rostro o nombre que usaba en esta realidad. Como si hubiese despertado dentro de un cuerpo que ya había vivido algo antes de que él llegara. Y, sin embargo, cada movimiento suyo está intacto… o mejorado.

Cada disparo, cada reacción, fluyó con naturalidad, con instinto. No están oxidadas sus habilidades… están más afiladas que nunca. Como si este mundo lo hubiera templado. O como si… lo hubiera estado esperando.

Un pensamiento le cruza fugaz: ¿Y si todo lo que olvidé… no era mío para recordar?

—Maldita sea… —gruñe Enrico, bajando la radio—. Sigue sin haber señal. Solo estática. Nada de respuesta de la base.

—¿Podemos usar la frecuencia de emergencia? —pregunta Rebecca.

—Ya lo hice. Nada. Como si algo bloqueara la señal.

Forest escupe al suelo.

—¿Y ahora qué? ¿Volvemos a pie? Nos tomará medio día solo salir de esta zona.

—No podemos arriesgarnos a más encuentros con esas cosas —murmura Enrico, mirando a Kenneth, que empieza a respirar con dificultad.

Rebecca le toma el pulso. Le pasa la linterna por los ojos.

—Está pálido. Pulso acelerado. Sudor frío…

—¿Infección? —pregunta Forest.

—No lo sé. La herida no parece profunda, pero… —Rebecca no termina la frase. Mira de reojo a uno de los cadáveres con la mandíbula dislocada.

Richard se acerca.

—No podemos quedarnos aquí. Kenneth está empeorando —dice, mirando el rostro sudoroso del herido—. Necesita resguardo, sombra, y descanso si queremos mantenerlo con vida.

Rebecca asiente, la preocupación en sus ojos crece con cada minuto.

—Y si esas cosas regresan… no podremos defendernos con él en este estado.

Enrico aprieta los labios, pensativo.

—Vi una formación rocosa al este, con lo que parecía una abertura. Tal vez una cueva. Si podemos resguardarnos ahí, tendremos una posición más fácil de defender. Y ella podrá atenderlo mejor.

—¿Cuánto para llegar? —pregunta Forest.

—Quince minutos. Si nadie más nos sorprende.

—Entonces vamos —interrumpe Richard, mirando al bosque denso y húmedo—. Antes de que el día se vuelva peor que la noche.

La niebla baja se arrastra entre los árboles. Las ramas crujen en lo alto, y el canto de los pájaros ha desaparecido por completo.

Kenneth apenas puede caminar, sostenido por Forest. Cada tanto suelta un quejido débil, su voz un murmullo incomprensible. Rebecca lo observa con creciente inquietud: los labios pálidos, los ojos inyectados en rojo, sudor frío perlándole el cuello.

—Está delirando —murmura.

—¿Qué dice? —pregunta Richard.

—Nada coherente. Murmura números… como si los repitiera una y otra vez.

—¿Números? —Enrico frunce el ceño.

—Cuarenta y dos... cuarenta y dos… uno seis... —balbucea Kenneth, con los ojos entrecerrados.

—Podría ser fiebre. O algo más —dice Rebecca en voz baja.

—No importa qué sea —interrumpe Richard, firme—. Solo tenemos que mantenerlo con vida hasta entender con qué estamos lidiando.

Un crujido se escucha detrás. Todos se detienen.

El grupo apunta al unísono sus armas hacia el sonido, pero no aparece nada. Solo árboles torcidos y neblina densa.

—No me gusta esto —gruñe Forest—. Es como si nos observaran.

—Nos están observando —dice Richard sin vacilar—. No bajen la guardia.

* Cueva en sector 8-Eco*

La entrada de la cueva está oculta entre raíces gruesas y rocas resbalosas. El interior huele a humedad y tierra podrida. Es estrecha, pero profunda. La oscuridad más adelante es total, como si tragara la luz de las linternas.

Acomodan a Kenneth en una sección más seca, envuelto en una manta de emergencia. Rebecca vuelve a examinarlo.

—Tiene fiebre alta. El pulso es errático. Y… la herida ha cambiado de color. Oscureció.

—¿Infección normal? —pregunta Enrico.

Rebecca niega con lentitud.

—No es normal. Algo se está replicando dentro de él. Y rápido. Pero no hay necrosis… aún.

Richard se agacha junto a ella. Kenneth respira agitado, con espasmos intermitentes.

—¿Tiene posibilidades?

—Si esto es lo que creo… entonces no. No sin ayuda médica. Y dudo que podamos conseguirla a tiempo.

—¿Cuánto tiempo crees que tenemos?

—Horas, tal vez menos.

Richard asiente y se levanta. Revisa su arma, luego se detiene al oír un leve rasguido en la roca, desde más adentro.

—Silencio. Escuchen…

Todos se quedan quietos.

Scrrkk... scrrkk... scrrkk...

Un sonido seco, lento, como uñas en piedra. Viene del fondo de la cueva.

Forest enciende su linterna táctica. Un haz de luz corta la oscuridad, revelando paredes mohosas y oscuridad más allá.

—¿Estamos solos aquí?

Richard no responde. Da un paso adelante.

—Aseguren la entrada. No quiero sorpresas por dos frentes.

Rebecca mira a Kenneth una vez más. Él susurra algo… y esta vez, Richard sí entiende.

—No están muertos... sólo duermen...

Kenneth sonríe.

Y en la cueva, el sonido vuelve. Esta vez más cerca.

El olor dulzón aparece de nuevo. Más fuerte. Más denso. A tierra… y algo más. Algo metálico, como sangre evaporada.

Enrico tose. Forest se tambalea.

—¿Qué… es ese olor? —pregunta Rebecca, cubriéndose la boca.

Richard levanta la linterna. La luz parece bailar. Sus pupilas se dilatan.

Un zumbido agudo le perfora los oídos por un instante. Parpadea, desorientado. Rebecca gime. Se lleva la mano a la frente, tambaleándose.

Uno a uno, comienzan a caer.

Forest, de rodillas.

Enrico, colapsa con el arma aún en mano.

Rebecca intenta alcanzar su maletín médico, pero sus dedos ya no le responden.

Richard lucha por mantenerse en pie, jadeando. Mira hacia el túnel. Un leve resplandor verdoso se filtra desde la oscuridad. Bioluminiscencia. Esporas. Como si la cueva estuviera viva.

Luego, todo se vuelve negro.

Ladridos.

Voces.

Garras.

Richard se despierta de golpe, cubierto de hojas, sangre seca y lodo. Está fuera. La cueva ha desaparecido. No… no desaparecido. Él ha sido arrastrado. Alejado.

Junto a él, Rebecca también despierta. Está empapada, desorientada, la cara llena de moretones, y tiene tierra en la boca. Se sienta de golpe, tosiendo con fuerza. Mira a su alrededor.

—¿Qué… pasó? ¿Dónde estamos?

Richard se incorpora como puede. Solo ellos dos. No hay rastro de Enrico, Forest… ni Kenneth.

—Nos drogaron. O nos expusieron a algo. Las esporas… en la cueva —responde en voz baja—. Fue una trampa.

Rebecca se lleva la mano a la cabeza. Todo le da vueltas. Se oyen ramas crujir… y algo más.

Un gruñido bajo, húmedo. Luego otro. Y otro.

Los árboles tiemblan.

Ojos. Ojos brillando entre la niebla.

Cerberus.

Perros militares. O lo que una vez fueron. Les falta piel en el lomo, y sus costillas expuestas chasquean con cada movimiento. Lenguas negras cuelgan de bocas abiertas de par en par, llenas de espuma y carne podrida. Uno de ellos tiene la mandíbula desencajada y aun así gime, babeando pus. El otro arrastra una pata rota, pero avanza con ferocidad ciega, dejando un rastro de sangre seca en su paso.

Richard carga su arma, sin apartar la vista de las criaturas.

—Rebecca… corre.

Ella lo hace. Pero antes de girar, su vista capta algo… y se queda congelada.

Los cuerpos.

Allí están. Frente a la cueva, apilados como despojos.

Forest, abierto desde el esternón hasta la pelvis, sus intestinos colgando como serpientes muertas sobre la roca mojada.

Enrico aún parpadea, a medias consciente, mientras un Cerberus le arranca la carne de la pierna a mordidas. Grita, o lo intenta, pero lo único que emite es un sonido ahogado, líquido, cuando le muerden el cuello y le arrancan la tráquea de un tirón.

Kenneth… Kenneth está de pie.

Pero no está vivo.

Su piel grisácea, la mirada vacía. La mordida lo transformó. Uno de los perros se frota contra él como si lo reconociera. Él no se inmuta. Solo gira la cabeza lentamente hacia Rebecca. Su mandíbula cuelga torcida. Sonríe.

Rebecca grita.

Richard la toma del brazo y la jala.

—¡Mírame! ¡Mírame, Rebecca! ¡Corre ahora!

Y ella corre.

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