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Chapter 3 - Chapther 3: El Rugido que Rompió el Vacío, El Nacimiento del Tiempo

Antes del tiempo, antes de la luz, antes incluso de la sombra, existía la Nada

 Absoluta. Un vacío sin forma, sin color, sin sonido, sin potencial. Era un estado de no-ser,

 una extensión infinita de quietud perfecta, donde la posibilidad misma dormía un sueño

 eterno. En este vacío, existía solo una entidad: el Dragón Primigenio, dormido en el

corazón de la no-existencia. No era un ser consciente, sino una semilla de poder, una

 promesa de creación latente en el vientre de la nada.

 El Dragón Primigenio, aunque inactivo, contenía en su esencia la dualidad fundamental

 del universo: el orden y el caos, la luz y la oscuridad, la creación y la destrucción. Estas

 fuerzas, en equilibrio perfecto, mantenían al dragón en un estado de sueño profundo, un

 punto de singularidad donde todo era posible y nada existía.

 Entonces, algo cambió. Una vibración sutil, una perturbación infinitesimal en la quietud

 absoluta. No se sabe su origen. Algunos susurran que fue la voluntad del propio vacío,

 cansado de su propia inmovilidad. Otros creen que fue una chispa de conciencia

 proveniente de un universo anterior, un eco de una creación olvidada. Sea cual sea su

 causa, esta vibración resonó a través de la esencia del Dragón Primigenio, despertando

 las fuerzas latentes en su interior.

 La dualidad contenida dentro del dragón, hasta entonces en equilibrio perfecto, comenzó

 a separarse. El orden luchó contra el caos, la luz contra la oscuridad, la creación contra la

 destrucción. Esta lucha interna generó una presión inmensa, una tensión cósmica que se

 acumuló dentro del ser durmiente. El vacío mismo tembló ante la inminente explosión de

 poder.

 Finalmente, la presión se volvió insoportable. El Dragón Primigenio, sacudido por la

 tormenta interna, se retorció en el vacío. Un gemido sordo, el primer sonido que jamás

 había existido, escapó de su ser. Este gemido creció en intensidad, convirtiéndose en un

 rugido ensordecedor, un grito primigenio que resonó a través de la Nada Absoluta,

 rompiendo su silencio eterno.

 Este rugido no era solo un sonido; era una onda de choque de energía pura, una

 explosión de potencial creativo. A medida que se propagaba, el vacío comenzó a

 fracturarse, a desmoronarse bajo la fuerza del sonido. La quietud se hizo añicos,

 reemplazada por un torbellino de energía caótica.

 En el epicentro del rugido, donde el Dragón Primigenio se retorcía, la Nada Absoluta

 comenzó a ceder. El vacío se curvó, se distorsionó, creando un punto de singularidad, un

 agujero en la tela de la no-existencia. De este agujero, surgió la primera chispa de luz, un

 destello cegador que iluminó brevemente la oscuridad primordial.

 Esta luz no era una simple emanación; era la manifestación de la voluntad del Dragón

 Primigenio, la primera expresión de su conciencia naciente. Era la promesa de la

 creación, la semilla de la vida, el principio del orden emergiendo del caos.

 El rugido continuó, implacable, y con cada resonancia, la luz se expandió, empujando

 hacia atrás la oscuridad. El vacío, una vez absoluto, ahora estaba salpicado de islas de

 luz, de focos de energía que danzaban y se entrelazaban.

 Pero la oscuridad no se rindió fácilmente. Se aferró al vacío, resistiendo la invasión de la

 luz. La lucha entre la luz y la oscuridad, nacida en el corazón del Dragón Primigenio, se

 extendió por todo el vacío, dando forma a la primera danza cósmica, el eterno conflicto

 que definiría la existencia.

Fue en este momento, en el fragor de la batalla entre la luz y la oscuridad, que nació el

 tiempo. Antes del rugido, no había secuencia, no había causa y efecto, solo la inmutable

 eternidad de la Nada Absoluta. Pero con la explosión de energía, con la creación de la luz

 y la resistencia de la oscuridad, surgió la necesidad de la secuencia, la progresión de los

 eventos. El rugido fue el primer evento, la chispa de luz el segundo, la expansión de la luz

 el tercero, y así sucesivamente. El tiempo, como una serpiente invisible, comenzó a

 enroscarse alrededor de la creación naciente, dando forma a su desarrollo, dictando su

 ritmo.

 El rugido del Dragón Primigenio no solo rompió el vacío, sino que también dio a luz al

 tiempo, la dimensión que permitiría a la creación florecer, a la luz expandirse y a la

 oscuridad desafiarla. Fue el nacimiento de la historia, el comienzo de todo lo que fue, es y

 será. El Dragón Primigenio, aún retorciéndose en el centro de la tormenta, había

 despertado, y con su despertar, el universo había nacido.

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