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Chapter 6 - La Discordia en el Paraíso: La Rebelión y el Exilio

La armonía primigenia, tejida con el aliento del Dragón del Origen, no estaba

 destinada a perdurar. En el Edén primordial, donde las primeras criaturas danzaban bajo

 la luz perpetua y la voluntad del Dragón era ley, germinó la semilla de la discordia. No fue

 una semilla plantada por un agente externo, sino una que brotó de la propia naturaleza de

 la creación: la libertad.

 Entre los seres más favorecidos por el Dragón, aquellos imbuidos con la chispa de la

 razón y la capacidad de moldear el mundo a su alrededor, se encontraban los Seraphim.

 Dotados de belleza incomparable, intelecto agudo y un poder que rivalizaba con el de los

 propios dragones menores, los Seraphim eran los guardianes del Edén, los ejecutores de

 la voluntad del Dragón y los administradores de su vasto dominio. Su líder, Lucifer, era el

 más brillante de todos, un ser de luz tan intensa que su mera presencia iluminaba los

 rincones más oscuros del paraíso.

 Lucifer, sin embargo, comenzó a cuestionar. La perfección del Edén, la sumisión

 incondicional al Dragón, la aparente falta de propósito más allá de la contemplación y la

 obediencia, todo ello comenzó a pesarle. ¿Por qué simplemente reflejar la gloria del

 Dragón, cuando podían crear su propia gloria? ¿Por qué obedecer ciegamente, cuando

 podían ejercer su propia voluntad y moldear el mundo según su propio diseño?

 Estas preguntas, susurradas al principio en secreto entre sus confidentes más cercanos,

 pronto se convirtieron en un clamor. Otros Seraphim, imbuidos con ambición y un deseo

 latente de autonomía, se unieron a Lucifer. Argumentaban que el Dragón, en su infinita

 sabiduría, les había otorgado la capacidad de crear, de innovar, de trascender la mera

 imitación. Negar esa capacidad, decían, era negar la propia esencia de su ser.

 La rebelión no fue un acto repentino de insurrección, sino una lenta erosión de la fe y la

 lealtad. Lucifer, con su elocuencia y carisma, tejió una red de descontento, prometiendo a

 sus seguidores un nuevo orden, un mundo donde la creatividad y la individualidad fueran

 celebradas, donde el poder no estuviera concentrado en una sola entidad, sino distribuido

 entre aquellos que lo merecían.

 El Dragón del Origen, consciente de la creciente disidencia, observó con tristeza. No

 deseaba reprimir la libertad de sus creaciones, pero tampoco podía permitir que la

 anarquía destruyera el equilibrio del Edén. Intentó razonar con Lucifer, mostrarle la

 fragilidad del orden que proponía, la inevitabilidad del conflicto y la destrucción que

 surgirían de la ambición descontrolada. Pero Lucifer, cegado por su propia visión, se negó

 a escuchar.

 Finalmente, el conflicto se hizo inevitable. Los Seraphim leales al Dragón, liderados por

 Miguel, se enfrentaron a las huestes rebeldes de Lucifer en una batalla cósmica que

 sacudió los cimientos del Edén. La luz chocó con la oscuridad, la creación con la

 destrucción, la obediencia con la rebelión. El cielo se incendió con la furia de los ángeles

caídos, y la tierra tembló bajo el peso de su ira.

 La batalla fue feroz y prolongada, pero al final, la lealtad al Dragón prevaleció. Lucifer y

 sus seguidores fueron derrotados, su luz empañada por la soberbia y la ambición. El

 Dragón, con el corazón apesadumbrado, no los destruyó. En su lugar, los desterró del

 Edén, arrojándolos a un reino oscuro y desolado, un lugar de exilio y sufrimiento, donde

 podrían reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones.

 La caída de Lucifer y sus ángeles marcó el fin de la inocencia en el Edén. La armonía se

 rompió, y la sombra de la discordia se extendió sobre la creación. El exilio de los rebeldes

 no solo significó la pérdida de su hogar celestial, sino también la pérdida de su conexión

 directa con el Dragón del Origen. Se convirtieron en seres separados, despojados de su

 antigua gloria, condenados a vagar en la oscuridad, alimentando su resentimiento y

 planeando su venganza.

 Este acto de rebelión y exilio no solo transformó el destino de los Seraphim caídos, sino

 que también sentó las bases para la futura corrupción del mundo. La semilla de la

 discordia, una vez plantada, continuaría germinando, dando lugar a la envidia, el odio y la

 ambición que eventualmente llevarían a la caída de la humanidad y la necesidad de una

 nueva creación. El Edén, una vez un paraíso de perfección, se convirtió en un

 recordatorio constante de la fragilidad de la armonía y la persistente amenaza de la

 rebelión

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