El zumbido del soldador era música para los oídos de Peter. En el taller de "Tech Solutions Inc.", bajo la supervisión de un técnico despistado que rara vez miraba por encima de su propio teclado, Peter estaba dando los toques finales a sus lanzarredes. No eran los prototipos voluminosos de la serie original; estos eran elegantes, compactos y potentes. Había utilizado aleaciones ligeras y resistentes para el cuerpo, micro-servomotores para la inyección de la telaraña y un sistema de gatillo sensible al tacto, activado por la palma de la mano, que se ajustaba perfectamente a sus nuevos reflejos.
La fórmula de la telaraña, perfeccionada tras noches de experimentación clandestina en el laboratorio de química de la escuela y en su propio baño, era un polímero sintético que se solidificaba al contacto con el aire, con una resistencia a la tracción asombrosa y una biodegradabilidad controlada. En pocas palabras: era mejor que la original.
"Listo," murmuró, sosteniendo los dos dispositivos en sus manos. Se sentían como una extensión natural de sus brazos. La sensación de control era embriagadora.
Ahora, el traje. Peter sabía que no podía salir a la calle con su ropa normal. Necesitaba algo que le permitiera moverse con libertad, que fuera discreto y que lo protegiera un poco. En lugar de gastar dinero en materiales caros, usó su ingenio. Recordó un viejo buzo de atletismo de su Tío Ben, de un material elástico y transpirable. Con algunas modificaciones (y un tinte rojo y azul que compró con el dinero de "Tech Solutions"), y una máscara hecha de un tejido elástico más fino con lentes que se ajustaban a su visión mejorada, tenía su primer disfraz. No era perfecto, pero era funcional.
"Hora de entrenar en serio," pensó. Las sesiones secretas en el patio trasero ya no eran suficientes. Necesitaba un campo de pruebas más grande, más desafiante. El lugar ideal: los tejados de la ciudad.
Esa noche, bajo el manto de la oscuridad, Peter se deslizó por la ventana de su habitación. La ciudad era un laberinto de luces y sombras, un patio de juegos silencioso que esperaba ser explorado. Sus primeros intentos de balancearse fueron un poco torpes. Lanzaba una red, se impulsaba, y la sensación de volar era alucinante, pero el aterrizaje a veces era menos elegante de lo que imaginaba.
Sin embargo, su sentido arácnido lo guiaba. Era como un sexto sentido que le advertía de peligros inminentes o de la ubicación óptima para el siguiente lanzamiento. Con cada salto, cada balanceo, ganaba más control. No era el balanceo despreocupado del Spider-Man experimentado, sino un acto de cálculo y precisión. Evitaba las luces, se movía en las sombras, practicando aterrizajes suaves y movimientos fluidos.
En lugar de lanzarse de inmediato a detener crímenes, Peter se enfocó en el sigilo y la eficiencia. Quería ser una leyenda urbana, no un blanco fácil. Su primera intervención fue pequeña, pero significativa. Una mujer mayor estaba siendo asaltada en un callejón oscuro. Peter no apareció con una explosión de acción. Se deslizó por la pared trasera, inmovilizó al asaltante con una ráfaga rápida de telaraña en los pies y lo pegó a un cubo de basura, todo antes de que el hombre pudiera gritar. Luego, desapareció en las sombras antes de que la mujer pudiera reaccionar por completo.
"Spider-Man," pensó la mujer, con el corazón latiéndole a mil por hora, "¿quién era ese?"
Peter, ahora encaramado en un tejado cercano, observando cómo la policía llegaba, sonrió bajo su máscara. Precisión, no show. Eficacia, no caos.
Esta era la nueva era de Spider-Man. Y estaba a punto de reescribir su propio origen.