La sala de espera del hospital olía a desinfectante y a café quemado, un contraste desolador con la tensión que se respiraba en el aire. Peter, sentado entre Aunt May y un detective de policía, se sentía agotado, pero una extraña calidez lo recorría por dentro. El Tío Ben estaba fuera de peligro. La bala había atravesado su hombro, una herida dolorosa y profunda, pero no fatal. La cirugía había sido exitosa y ahora estaba en recuperación.
Aunt May, con los ojos rojos e hinchados, apretaba la mano de Peter. "Gracias a Dios, Peter. Y gracias a ese... ese chico enmascarado. Él salvó a tu tío. ¿Lo viste bien? ¿Era alguien de por aquí?"
Peter se encogió de hombros, intentando sonar lo más natural posible. "Estaba muy oscuro, Aunt May. Solo vi que se movía muy rápido y que detuvo al ladrón antes de que las cosas fueran a peor." O eso esperaba que pareciera. El detective tomó nota, su expresión imperturbable.
Horas después, cuando pudieron ver al Tío Ben, la imagen lo golpeó. Su tío, siempre tan fuerte y jovial, estaba pálido y débil en la cama del hospital, un vendaje voluminoso en el hombro. Pero sus ojos estaban abiertos, y una sonrisa cansada se formó en sus labios al verlos.
"Peter... May... estoy bien," murmuró. "Menos mal que ese... bueno, ese superhéroe llegó a tiempo." Miró a Peter con una expresión que Peter no pudo descifrar del todo. ¿Había reconocido su voz? ¿Su figura? No, no podía ser. La adrenalina y el shock habrían nublado su juicio.
Durante los días que siguieron, mientras el Tío Ben se recuperaba en casa, Peter lo atendió con una devoción incansable. Le llevaba sopa, le leía el periódico y lo ayudaba a moverse. En esos momentos, Peter sintió el peso de su elección. Su intervención había salvado a Ben, sí, pero también lo había puesto en peligro. La responsabilidad no era un látigo de culpa, sino un compromiso profundo.
"Sabes, Peter," dijo el Tío Ben un día, mientras Peter le traía un vaso de agua, "ese chico enmascarado... no sé quién era, pero me hizo pensar. Hay gente buena ahí fuera, gente dispuesta a arriesgarse por los demás. Gente que entiende que si tienes la capacidad de ayudar, tienes la obligación de hacerlo."
Peter escuchó atentamente, la sangre helada por un momento, pero luego comprendió. Ben no estaba sospechando de él. Estaba reiterando su propio mantra de vida, pero ahora con un ejemplo real frente a sus ojos. La frase "un gran poder conlleva una gran responsabilidad" no había llegado como una reprimenda póstuma, sino como una lección viva de la persona que más admiraba.
Su motivación como Spider-Man se redefinió. Ya no era por la culpa de una tragedia evitable, sino por la alegría de proteger. Por el profundo deseo de asegurar que sus seres queridos, y la ciudad que tanto amaba, estuvieran a salvo. No quería que nadie más pasara por el miedo y el dolor que Aunt May y el Tío Ben habían experimentado. Quería ser el héroe que llegara a tiempo.
Mientras el Tío Ben se recuperaba lentamente, Peter continuó con su vida dual. Sus estudios brillaban más que nunca, sus proyectos en Tech Solutions avanzaban a pasos agigantados y, en secreto, sus habilidades arácnidas se volvían más finas. Sus lanzarredes eran una extensión de su voluntad, y su sentido arácnido, ahora más que un zumbido, era un faro que lo guiaba.
La vida era más complicada, sí. Pero por primera vez, Peter Parker no se sentía condenado por sus poderes, sino empoderado por ellos. La cicatriz en el hombro de su Tío Ben sería un recordatorio constante, no de un fracaso, sino de una promesa. La promesa de que este Spider-Man, el Spider-Man que tenía un segundo comienzo, siempre estaría allí.