Las semanas se arrastraron, cada noche más larga que la anterior, cada amanecer traía noticias más sombrías. La vaca del herrero Arnaud desapareció. No hubo ruido, solo un rastro de sangre que se perdía en la espesura del bosque cercano, un bosque que los aldeanos ahora miraban con un temor religioso. Lo llamaban "Le Bois des Ombres", el Bosque de las Sombras, pero susurraban otro nombre, más antiguo y cargado de oscuros presagios: Louvre. Se decía que entre sus rocas negras y sus árboles retorcidos, las bestias tenían su guarida, su corte infernal.
Fue entonces cuando llegaron las historias de Courtaud. Primero de aldeas más al norte, cerca de la amenazada París. Un carro destrozado en el camino a Melun, los caballos destripados, los viajeros… desaparecidos. Solo restos de ropa y un olor a cobre y terror. Luego, en Saint-Pierre-lès-Nemours, un niño que se aventuró fuera de la empalizada al atardecer. Solo encontraron su gorra, desgarrada, y huellas enormes que llevaban directo al río congelado. Los supervivientes, rostros desencajados, hablaban de un lobo gigante, más grande que un mastín, de pelaje grisáceo y cicatrices cruzando su hocico, que dirigía la manada con una inteligencia aterradora. Le dieron un nombre: Courtaud. Y un título: el Rey Lobo.
En Saint-Hilaire, el miedo se convirtió en pánico tangible. "No solo quieren el ganado", dijo Arnaud una noche, limpiando el filo de su espada corta con mano temblorosa. El fuego crepitaba, proyectando sombras danzantes que parecían acechar. "En Cloyes... atacaron una granja a plena luz del día. Saltaron la cerca baja, ignoraron a las cabras que balaban... fueron directo a la puerta. Rompieron la madera vieja como si fuera paja." Se hizo un silencio espeso, solo roto por el llanto sofocado de un bebé. "Se llevaron a la abuela y al niño pequeño. Solo a ellos."
Elodie, la hija de Jacques, miró a su padre. El viejo pastor parecía haberse encogido, consumido por un miedo que no era solo por su vida, sino por el futuro mismo. "¿Por qué, padre? ¿Por qué a las personas?" Jacques no respondió de inmediato. Afuera, un aullido solitario, profundo y lleno de una hambre insaciable, rasgó la noche. Sonó más cerca que nunca. "Porque pueden, hija", susurró finalmente, sus ojos perdidos en las llamas. "Porque el miedo les ha dado hambre de algo más que carne. Hambre de... dominio. Y el Louvre les da fuerza." El nombre del bosque resonó en la cabaña como una maldición. Courtaud no era solo una bestia; era la encarnación del invierno, de la guerra y de la oscuridad que había devorado la tierra. Y su sombra se alargaba, acercándose inexorablemente a la Ciudad Luz.
La cacería del Rey Lobo apenas se inicia. Si este capítulo te ha estremecido y quieres saber cómo París caerá bajo el asedio de las fauces, considera apoyar al escritor. Tu ayuda en paypal.com/rrbaroni permite profundizar en este terror histórico. ¡Descubre el origen completo en Patreon!