Ficool

Chapter 96 - Entre la voluntad y la desesperación

En el coliseo, el tiempo pareció detenerse por un instante.

Un momento extraño, casi sagrado, donde el estruendo de la multitud se apagó y solo quedó un silencio pesado, como si la vida y la muerte se hubieran tomado de la mano para observar el desenlace.

Arthur soltó una bocanada de sangre espesa.

El mundo giraba.

Su visión se fragmentaba en sombras y luces borrosas.

El latido de su corazón era irregular, errático, como si dudara entre seguir o rendirse.

Sentía su cuerpo disolverse, no en dolor, sino en una quietud peligrosa, esa calma que precede al final.

Antes de que su conciencia se deslizara hacia el abismo, una pregunta surgió, clara y brutal:

¿He dado lo mejor de mí?

¿He hecho todo lo que estaba a mi alcance?

Hoy podía perder y seguir con vida.

Hoy la derrota no exigía su existencia como precio.

Pero cuando ese precio fuera la muerte…

¿Podré permitirme fallar?

Sus ojos, apenas abiertos, brillaron con una determinación inquietante.

No era esperanza.

No era valentía.

Era la resolución de alguien que había aceptado tanto la vida como la muerte… y decidió avanzar aun así.

Arthur se levantó.

Cada movimiento fue lento, torpe, antinatural.

Sus músculos gritaban.

Sus huesos crujían bajo su propio peso.

El árbitro ya había dado un paso al frente para revisarlo, pero se detuvo en seco al verlo incorporarse.

Finom, aún de rodillas, jadeando mientras recuperaba maná, alzó la vista.

Sus ojos se abrieron con incredulidad.

—Imposible… —murmuró—. ¿Cómo puede levantarse después de recibir mi Dragón Carmesí?

Arthur no respondió.

Con manos temblorosas sacó una pequeña píldora de refuerzo de su bolsa espacial. Su ropa estaba carbonizada, pegada a la piel, pero la bolsa seguía intacta, como si se burlara del estado de su dueño.

Se llevó la píldora a la boca.

La tragó mezclada con la sangre que aún llenaba su garganta.

Su pecho era un desastre.

Carne ennegrecida.

Humo negro escapando de la piel quemada.

Fragmentos de hueso carbonizado visibles bajo la carne abierta.

Al tragar la píldora, una oleada de energía recorrió su cuerpo como una descarga violenta.

No fue alivio.

Fue una anestesia forzada.

Arthur hizo circular el maná desde su núcleo, ahogando el dolor bajo una marea artificial de fuerza prestada.

Levantó la mirada.

Finom también se incorporaba.

Sus miradas chocaron.

Finom activó su habilidad una vez más y se lanzó al ataque.

Sabía que Arthur no se mantenía en pie por resistencia, sino por pura voluntad.

Su golpe ya no tenía la potencia de antes…

pero seguía siendo letal.

Justo cuando estaba por impactar—

Arthur desapareció.

Finom sintió el cambio en el aire.

Un aura surgió a su espalda.

Se cubrió instintivamente con los brazos.

Las llamas carmesí se alzaron como un escudo.

La patada de Arthur iba a golpear…

pero antes del contacto, volvió a usar Paso Sombrío, reapareciendo una vez más detrás de él.

Arthur cayó casi a ras del suelo.

Vomitando sangre.

Con la voz rota, gritó:

—¡Patada de Liebre Ascendente!

Todo el maná que le quedaba se concentró en una sola pierna.

El impacto lanzó a Finom por los aires.

Antes de que comenzara a caer, Arthur canalizó todo su maná restante en las piernas y saltó tras él.

Sus piernas se destrozaron en el acto.

La piel se abrió.

La sangre brotó.

El dolor regresó con violencia absoluta.

No se detuvo.

Ya sobre Finom, activó Camino Veloz al límite.

Rayos cruzaron su pierna.

El aire estalló.

El golpe cayó.

Finom se estrelló contra la plataforma, formando un cráter.

Su pecho se abrió con una grieta profunda, y la sangre comenzó a fluir como un río oscuro.

Arthur cayó al suelo.

Esta vez, sin fuerzas para levantarse.

El árbitro reaccionó de inmediato. Arrojó varias pociones sobre Finom; la herida empezó a cerrarse lentamente.

Luego se volvió hacia Arthur, aún consciente por una frágil línea invisible.

—¡El ganador es Arthur!

El coliseo explotó en vítores.

Cuanto más brutal era el combate, más ardía el entusiasmo del público.

En el palco de profesores, el ambiente era distinto.

—Si no vi mal… consumió una píldora de refuerzo —murmuró un erudito—. A esa edad… llevar su cuerpo a ese límite es suicida.

—Tal vez tenga motivos —respondió otro—. O tal vez sea simplemente un idiota.

El director intervino:

—Cada guerrero forja su propio destino. No hay reglas contra eso.

Hizo una pausa, observando a Arthur.

—Pero debo admitirlo… esa determinación no es común. Apostarlo todo a una sola píldora y un último ataque… podría ser una semilla peligrosa, si se cultiva bien.

Mientras Arthur era retirado arrastrándose,

se cubrió con pociones y hechizos curativos.

Aun así, el dolor no cedía.

Estas pociones ya casi no funcionan…

Tendré que conseguir de alto grado…

Cerró los ojos.

Solo quedaba resistir.

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Mientras tanto, en el Bosque Susurrante…

La batalla apenas comenzaba.

Seron atacó al lich con su espadón, activando su habilidad. Tres cortes de luz surcaron el aire—

Y fallaron.

El lich desapareció.

El pánico se extendió como veneno.

Una explosión resonó.

Un escolta estalló en pedazos.

—¡Formación circular! —rugió Seron—. ¡Protejan sus espaldas!

Pero ya era tarde.

Otro escolta cayó, arrancándose la piel, gritando sin control… hasta que una espada atravesó su garganta.

La paranoia devoró al grupo.

—¡Chery! —gritó Seron—. ¡Hechizos anti–no muerto!

La joven obedeció.

El caos se detuvo.

Entonces… aplausos.

No de manos.

De huesos.

Ellich apareció.

—Felicidades —dijo—. Han superado mi hechizo de demencia.

Extendió los brazos.

—Ahora pueden ser libres.

—¿De verdad…? —susurró Chery.

El lich asintió.

—Tú serás la primera.

Un rayo la atravesó.

Chery se deshizo en polvo.

—¡Mentiroso! —rugió Seron.

—No mentí —respondió el lich—. La liberé.

Esta vida es la prisión…

y yo traigo la única libertad verdadera.

Su fuego azul brilló.

—La muerte.

Fin del capítulo.

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