Ficool

Chapter 95 - Siniestra poesía

Bajo el sol implacable que derretía la nieve acumulada en la plataforma, Athur se detuvo frente a su oponente.

El calor subía desde el suelo de piedra, mezclándose con el vapor que aún escapaba de los combates anteriores. El aire estaba cargado, pesado, como si incluso el coliseo aguardara el desenlace.

Finom tenía su misma estatura. No poseía un cuerpo particularmente musculoso, pero su postura era firme, estable, como una roca que no necesitaba imponerse para demostrar solidez. Sus ojos reflejaban seguridad… y desafío.

Arthur inclinó levemente la cabeza.

—Soy Arthur. Será un placer enfrentarme contigo.

Finom lo observó durante un instante más largo de lo necesario, como si lo midiera no solo con la vista, sino con algo más profundo.

—Soy Finom. El placer es mío.

En la academia se enseñaba el saludo previo al duelo. Algunos lo hacían por respeto genuino, otros por disciplina… y otros, simplemente para quedar bien ante los profesores.

El árbitro alzó el brazo.

—¡Comiencen!

Arthur esperó el primer movimiento.

Finom no se movió.

Ambos quedaron inmóviles, separados por apenas unos metros, con la mirada fija uno en el otro. El viento sopló débilmente, arrastrando el olor a sangre seca y a piedra caliente.

Pasaron segundos.

Luego otros más.

El murmullo del público comenzó a crecer, inquieto.

—¿Qué esperan…?

—¿Van a pelear o no?

Tras lo que pareció una eternidad, una voz rompió la tensión:

—¡¿Van a pelear o se quedarán mirándose todo el día?!

Arthur frunció el ceño.

El impulso ganó.

Activó Camino Veloz.

Sus pies estallaron en chispas azules y su figura se volvió borrosa. La velocidad duplicó su cuerpo, pero el precio fue inmediato: un latigazo de dolor recorrió sus canales de maná.

Apretó los dientes.

Todavía duele… pero ya no tanto.

En un instante estuvo frente a Finom.

La patada descendió cargada de electricidad, apuntando directo a su cabeza.

Pero no impactó.

Finom atrapó su pierna con ambas manos.

El golpe se detuvo en seco.

Arthur sintió el impacto viajar de vuelta por su cuerpo. Intentó liberarse, pero el agarre era firme, brutal, como hierro candente cerrándose sobre su extremidad.

Una media luna brilló en el brazo de Finom.

—¡Puño Carmesí!

El calor explotó.

Las manos de Finom se tiñeron de rojo intenso y una oleada abrasadora recorrió la pierna de Arthur. El olor a carne quemada invadió sus sentidos.

Arthur gruñó, el dolor arrancándole el aliento.

Pensó rápido.

Con la mano libre sacó una granada y la arrojó a quemarropa.

Finom soltó el agarre y retrocedió instintivamente.

Arthur cayó hacia atrás, rodando por el suelo.

Su pierna…

Negra.

Carbonizada.

El dolor era tan intenso que por un segundo su visión se nubló.

Finom ya estaba avanzando.

Adoptó una postura marcial y lanzó un puñetazo directo. Arthur lo esquivó usando Camino Veloz, pero el margen era mínimo. Finom lo siguió sin descanso.

Uno.

Dos.

Tres golpes.

Cada impacto quemaba, el calor acumulándose sobre la plataforma. El aire mismo parecía arder. Pequeñas llamaradas danzaban alrededor de los puños de Finom, tomando formas breves, casi vivas.

Arthur retrocedía.

Falló una esquiva.

El puño impactó directo en su pecho.

El mundo se sacudió.

Arthur escupió sangre.

Su torso estaba completamente quemado; humo oscuro se elevaba desde su piel. Cada respiración era una lucha.

Finom avanzó un paso más.

Rugió.

Ambos puños descendieron.

Arthur intentó activar Paso Sombrío, pero el golpe fue demasiado rápido.

Y entonces lo escuchó.

Un rugido.

No humano.

En los puños de Finom, las llamas tomaron forma: pequeños dragones carmesí danzaban, enroscándose unos con otros.

—¡Dragón Carmesí!

El impacto fue devastador.

Las llamas devoraron el pecho de Arthur y lo lanzaron contra el suelo como un muñeco roto.

El mundo quedó en silencio.

Arthur yacía inmóvil, el torso ensangrentado y ennegrecido.

Finom retrocedió unos pasos, respirando con dificultad. El fuego en sus puños se disipó lentamente.

El público estalló en vítores.

Para todos, la batalla había terminado.

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En el palco de profesores, un erudito murmuró:

—Así que ese es el prodigio del Clan Llama Carmesí…

—¿Qué? —respondió otro, sobresaltado—. ¿Ese joven pertenece a ese clan?

—Así es.

El murmullo se volvió denso.

—¿Qué hace alguien así presentándose aquí?

El director intervino:

—No quiso ingresar a las academias de la capital. Tiene… diferencias con sus hermanos mayores.

Los profesores tragaron saliva al recordar la reputación del clan.

—Esa fue la Habilidad Aura Carmesí… —susurró uno—. Dicen que puede quemar incluso el aliento de un dragón.

Todas las miradas volvieron a la plataforma.

Excepto una.

Lunira, con ojos de fénix, observaba a Arthur en el suelo.

Quería creer que el destino aún podía torcerse.

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Mientras tanto, en el Bosque Susurrante…

La caravana se reagrupaba, exhausta pero viva.

Seron levantó su espadón.

—¡Triple Corte!

Tres arcos de luz azul atravesaron al esqueleto de tres coronas, reduciéndolo a huesos dispersos.

Silencio.

Un graznido rompió la calma.

Un cuervo negro se posó sobre el carruaje.

—Gracias por presenciar mi obra…

El lich recitó.

Las palabras se hundieron en sus almas.

—¿Están listos para morir?

El pánico estalló.

—¡Es un lich! —gritó Seron—. ¡Y no es débil!

El destino de Arthur…

Y el de la caravana…

Pendían del mismo hilo.

Y al final…

solo quedaría una poesía siniestra.

Fin del capítulo

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