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Chapter 94 - Juego de sombras en el bosque

A las afueras de Trimbel se extendía un lugar siniestro, infestado de bestias feroces y con una presencia constante de no muertos. La mayoría evitaba ese camino, pero cuando se trataba de contrabando o actividades ilegales, era el más transitado por bandas criminales y organizaciones clandestinas.

Se le conocía como el Bosque Susurrante.

Una caravana avanzaba cada vez más profundo en su interior. No había miedo en los rostros de sus integrantes; después de todo, su fuerza era imponente: cuatro aventureros de rango oro, diez escoltas de élite —escogidos personalmente por el comerciante Lerwen— y, al frente, el líder de la caravana, Seron, un mercenario curtido en incontables batallas.

Dentro del carruaje reposaban cincuenta cristales de petrificación. Cada uno era extremadamente raro, tanto por la peligrosidad de las zonas donde aparecían como por la estricta ilegalidad de comerciarlos.

Cuando alcanzaron la mitad del trayecto, decidieron detenerse unos minutos. Aunque confiaban en su poder, sabían que permanecer demasiado tiempo en el bosque era una invitación al desastre.

Justo cuando se preparaban para reanudar la marcha, una risa baja y siniestra resonó desde las profundidades del Bosque.

El aire se tensó.

Todos se pusieron rígidos al escuchar aquella voz y desenvainaron sus armas al unísono.

De entre la oscuridad emergió una figura esquelética de casi dos metros de altura, montada sobre un caballo espectral. Blandía una guadaña del doble de su tamaño. Sus cuencas ardían con una luz azulada que helaba el alma. Detrás de él comenzaron a surgir pequeñas figuras huesudas y no muertas, arrastrándose desde las sombras.

El grupo se horrorizó al principio… hasta notar las tres coronas brillando sobre la frente del esqueleto.

Seron alzó la voz con calma firme:

—Prepárense. Es una bestia de tres coronas. No debería superarnos, pero es un no muerto. Tiene antimagias y miasma; no se confíen.

Luego miró a los aventureros.

—¿Alguno practica magia santa?

Una joven de aspecto frágil dio un paso al frente, visiblemente nerviosa.

—No practico magia santa… pero conozco hechizos contra no muertos.

Seron asintió.

—Bastará. Los esqueletos son inmunes a la magia común. Usen armas contundentes.

El grupo se movió con precisión entrenada. Hechizos de refuerzo descendieron sobre ellos, pociones antimiasma fueron ingeridas y cada uno ocupó su posición.

Entonces, avanzaron.

Los diez escoltas se lanzaron primero, ágiles y despiadados, aplastando a los esqueletos de menor rango. Al mismo tiempo, Seron y los cuatro aventureros enfrentaron al jinete de tres coronas.

Desenvainó un espadón colosal de más de tres metros y cargó sin vacilar.

Detrás de él, el líder del grupo, Simurd, un hombre de barba oscura y mirada firme, dio órdenes rápidas:

—Chery, mantente atrás y debilita el miasma.

—Miria, refuerzos y curación constante.

—Karik, tú vienes conmigo. Apoyamos a Seron.

Nadie dudó.

Miria, una semielfa de piel oscura, comenzó a entonar hechizos de fortalecimiento. Chery, temblorosa pero concentrada, lanzó conjuros que cayeron sobre el esqueleto, erosionando su defensa.

Simurd y Karik entraron en combate. El primero empuñaba espada y escudo; el segundo, un semihumano felino, se movía como una sombra con sus dos espadas cortas.

La guadaña del jinete huesudo giró, cortando el aire con un lamento antinatural. Árboles cercanos cayeron partidos en dos.

Tras una serie de embates, el esqueleto cayó de su corcel y descargó un tajo cargado de miasma contra Seron. Gritos espectrales acompañaron el golpe.

El grupo resistió… apenas.

El miasma comenzó a corroerlos, pero un hechizo descendió desde la retaguardia, purificando el aire al instante.

Huesos crujiendo.

Metal chocando.

Cánticos y rugidos.

Y, desde la distancia, una presencia observaba.

El lich, aún transformado en cuervo, contemplaba la escena con fascinación. De entre su plumaje asomaba una mano huesuda que escribía lentamente en un libro antiguo. El sonido del raspado era casi imperceptible… pero antinatural.

—Aún jugaré un poco más con ustedes… —murmuró.

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Mientras tanto, en la academia, los combates se reanudaban.

El séptimo combate no era el de Arthur.

A la plataforma subieron el joven amable con el que Arthur había conversado… y uno de los encapuchados.

—Séptimo combate: Tristan vs. Mento —anunció el árbitro.

El joven hizo una reverencia.

—Soy Tristan. Será un placer luchar contigo.

La figura encapuchada no respondió. Bajo la capucha, solo unos ojos fríos.

Debo ganar y completar la misión. No puedo decepcionar a mi hermano mayor. Hermano, obsérvame… algún día seré tan fuerte como tú…

—¡Comiencen! —ordenó el árbitro.

Tristan dudó un instante al ver que su rival no portaba armas. Luego atacó.

Dos chakrams surcaron el aire con un silbido mortal.

Mento esquivó con precisión.

Tristan no se detuvo. Sus brazos se volvieron borrosos; los ataques se sucedían sin pausa. Durante casi un minuto, Mento apenas logró evitar los golpes.

Entonces, Tristan cambió el ritmo.

Una patada limpia impactó en el pecho del encapuchado, lanzándolo varios metros atrás.

Mento escupió sangre… y se levantó de inmediato.

Su aura cambió.

Tristan lo sintió.

Activó su habilidad. La media luna en su palma brilló.

—¡Afilado Solar!

Los chakrams ardieron en rojo incandescente. Oleadas de cortes de fuego barrieron la plataforma. Algunos fueron esquivados, otros impactaron, quemando la ropa de Mento.

Parecía el final.

Entonces, una voz apagada murmuró:

—Primera sangre: Golpe Afilado…

Un segundo susurro siguió de inmediato:

—Destello.

El cuerpo de Mento se volvió difuso. Los ataques atravesaron el vacío.

Un instante después, Tristan sintió el impacto.

Una patada.

Un corte invisible en el pecho.

Otro golpe.

Otra herida.

Dolor por todas partes.

Con un último puñetazo directo al corazón, Tristan salió despedido. Su cuerpo estaba cubierto de cortes, como si mil espadas lo hubieran atravesado.

El árbitro corrió hacia él.

—¡Sigue con vida! —gritó—. ¡El ganador es Mento!

Desde abajo, el otro encapuchado observaba con desprecio.

Idiota… usar tu carta de triunfo por subestimar a tu oponente. Así nunca ascenderás…

El ambiente permaneció cargado de tensión. La multitud comenzaba a impacientarse por el próximo combate. Tras limpiar la plataforma, el árbitro alzó la voz:

—Suban a la plataforma los participantes del octavo combate: Arthur vs. Finom.

El sol seguía alto.

La verdadera batalla estaba a punto de comenzar.

Fin del capítulo

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