El aire vibraba con tensión. Bajo el sol del mediodía, el coliseo rugía como una bestia. El polvo flotaba sobre la plataforma. Los abucheos se intensificaban; parecía que en cualquier momento empezarían a arrojar cosas.
Doran, parado en la plataforma, miraba despectivamente a la multitud. Una sonrisa de desprecio adornaba su rostro. Luego centró su mirada en su rival: sus ojos mostraban una peligrosa luz de deseo.
—Mira dónde venimos a encontrarnos, mi querida Misal. ¿No crees que el destino nos quiere juntos?
Misal no dijo nada. Bajo su casco solo se veían unos ojos fríos. Su respiración era firme, pero una tensión eléctrica recorría sus músculos.
Doran continuó con su parloteo:
—¿No crees que eres muy arrogante? Que un joven noble como yo haya puesto sus ojos en ti es una bendición que deberías agradecer cada día. No tienes idea de cuántas damas llegan a mis aposentos queriendo ser mis concubinas y son rechazadas. Pero tú, que apenas eres hija de un guardia real, te crees muy valiosa. A mis ojos solo eres un jarrón hermoso que deseo romper.
Misal se estremeció levemente. El público lo notó y se escucharon murmullos tensos.
Preparó su lanza y respondió con desdén:
—Prefiero ser devorada por las bestias antes que ser la amante de alguien tan repugnante.
Doran se enfureció. Su rostro se distorsionó feamente. Aunque era alto y atractivo, con una larga cabellera rubia, su actitud hacía que cualquiera quisiera mantenerse lejos.
Sacó un pequeño grimorio de su bolsillo y escupió:
—Bien… si tanto quieres ser tratada como bestia, te dejaré pidiendo clemencia y lamiendo mis pies. Vendrás rogándome que te lleve a mi cama.
Su risa maliciosa resonó como un veneno.
Misal no escuchó más sus tonterías y se lanzó al ataque.
Activó Danza Espacial y apareció frente a Doran. Su lanza apuntó al pecho, queriendo perforar su gruesa armadura.
Clang.
Apenas un rasguño, pero suficiente para hacerlo retroceder. Misal sintió el impacto recorrer su brazo, un pequeño ardor que dejó claro lo duro que sería este combate.
Doran se recompuso, sonrió cruelmente y dijo:
—Mi turno.
Una media luna brilló en su nuca y susurró:
—Control áureo.
Extendió un brazo hacia Misal. En ese instante, ella sintió cómo su cuerpo se paralizaba y entró en pánico. Mis músculos… no responden… ¿qué demonios hizo?
El aire pareció tornarse pesado.
Doran abrió su grimorio y comenzó a recitar un hechizo. Cuando terminó, seis espadas de hielo surgieron del libro. Doran enfocó su atención en ellas; cerró los ojos un instante y, al abrirlos, las espadas comenzaron a moverse hacia Misal.
Ella intentó escapar como pudo. Sintió que la fuerza que la sujetaba disminuía y logró activar Danza Espacial, alejándose. Su respiración ardía. Sus piernas temblaban. Se arrodilló en una esquina de la plataforma, pero no tuvo tiempo de descansar: un peligro inminente se acercaba.
Las seis espadas iban hacia ella a toda velocidad. Logró esquivar cuatro, pero dos rozaron su hombro y pierna, rasgando su armadura de marfil. El dolor punzante le arrancó un jadeo.
Las espadas no dejaban de perseguirla.
Doran sonreía, aunque su rostro se veía cada vez más pálido.
Después de varios minutos de persecución, Misal estaba ensangrentada. Aunque los cortes eran pequeños, se acumulaban poco a poco. Su aliento era irregular, y cada movimiento hacía que los músculos heridos ardieran.
Pero notó algo: las espadas se volvían más lentas.
Parece que usar estas espadas consume mucho maná…
Si se drena su energía, perderán eficacia.
Si aguanto un poco más… podré contraatacar.
Mientras tanto, Doran tenía sus propios pensamientos, distorsionados por su malicia.
Maldición, estoy casi en mi límite. Debo acabarla pronto o perderé.
No puedo dejar que esa maldita me gane.
La haré pagar por rechazarme. La obligaré a ser mía… y luego la venderé a los esclavistas. Sí… eso será lo más divertido. Jajaja.
Doran volvió a abrir su grimorio y activó otro hechizo:
—Atadura de serpiente.
Unas raíces surgieron del suelo atrapando las piernas de Misal. Ella sintió el tirón brusco, la corteza raspando su piel, inmovilizándola.
Doran no desaprovechó la oportunidad y preparó su ataque final.
—¡División!
Las seis espadas se dividieron en doce, lanzándose todas al unísono hacia Misal.
El público gritó horrorizado. Doran reía como un loco, seguro de su victoria. La multitud estaba devastada, pero continuaban abucheando y alentando a Misal.
—¡Dale su merecido a ese bastardo!
—¡No te dejes vencer! ¡Golpéalo donde más le duele!
—¡Déjalo lisiado!
—¡Tú puedes!
Los gritos crecían más y más, mientras la risa de Doran se volvía más oscura y siniestra.
En el palco de profesores, un académico murmuró:
—Es interesante. El joven Doran está mezclando hechizos y habilidades con mucha eficiencia. La familia Pairen debe tener un buen maestro.
Otro profesor bufó:
—Ese joven es talentoso… pero un holgazán de pésima reputación. No llegará ni a los talones de su padre.
Un estudiante cercano preguntó:
—Profesor, ¿no se supone que los hechizos se usan para apoyar las habilidades? Pero Doran usa su habilidad para apoyar sus hechizos… ¿por qué?
El académico explicó sin apartar la vista del combate:
—Es simple. Las habilidades suelen ser ofensivas o defensivas, pero las de apoyo tienen usos especiales.
Si solo tienes una habilidad de apoyo, lo más lógico es usar hechizos para atacar o defender.
Doran tiene su marca en la nuca, por lo que su habilidad solo puede ser de apoyo.
Está usando Control Áureo, que le permite manipular objetos infundidos con su maná, como esas espadas de hielo.
Incluso dejó energía en Misal cuando ella lo atacó.
Creo que este combate ya está decidido.
Las espadas descendieron…
Pero antes de que la alcanzaran, una llama azul surgió por todo su cuerpo.
En el último instante, presionó su mano contra su pecho y gritó:
—¡Llamarada lunar!
Su armadura brilló con patrones antiguos y las llamas la envolvieron completamente. El calor onduló en el aire.
Las espadas, debilitadas, se derritieron al instante.
Doran quedó horrorizado. Intentó abrir su grimorio nuevamente, pero fue demasiado tarde:
Misal apareció detrás de él con Danza Espacial y rugió:
—¡Lanza Espiral!
Su lanza perforó la armadura de Doran, destrozándole un hombro.
Luego un segundo ataque abrió otro agujero sangriento.
La sangre brotó. Doran gritó y trató de rendirse mirando al árbitro, pero Misal no le dio oportunidad.
Cargó su lanza una tercera vez y lo mandó a volar con una patada brutal.
El cuerpo de Doran, apenas con vida, cayó fuera de la plataforma.
El árbitro corrió, revisó su condición y llamó a los asistentes. Luego declaró con autoridad:
—¡El participante Doran está inconsciente!
¡La ganadora es Misal!
El público estalló en vítores, todos gritando su nombre. Las gradas temblaron con la fuerza de los aplausos.
Arthur también gritaba emocionado desde un costado, con los ojos brillando.
Con el segundo combate finalizado, la tarde empezaba a cargarse de una expectativa feroz.
Fin del capítulo.
