Ficool

Chapter 33 - Culpar al Destino

La academia.

Lucy insistió en que era importante asistir a algo así. Y claro, asentí sin mucho debate. No porque me convenciera del todo, sino porque estaba acostumbrada a dejar que tomara la delantera cuando se trataba de decisiones prácticas. Aun así… no puedo evitar pensar que es una pérdida de tiempo monumental.

No es que odie la idea —en realidad, no siento nada tan extremo—. Pero las Escrituras de Paradoja ya nos ofrecen todo lo necesario. Conocimiento mágico, estrategia, control… todo lo esencial para sobrevivir y dominar.

Lucy no tardó ni dos segundos en llevarme la contraria. Dijo que las Escrituras podían ser excelentes en lo teórico, pero que no fortalecían el cuerpo. Ni el aguante, ni la resistencia, ni la técnica física. Y entonces lo entendí: la academia sería nuestro campo de entrenamiento físico. Solo eso. Una rutina estructurada bajo la fachada de educación.

Y, sorprendentemente… eso me puso de buen humor.

—Es nuestro primer día de clases. ¿No estás nerviosa? —preguntó Lucy, ajustándose sus botas con una facilidad casi molesta.

—Un poco… —respondí mientras forcejeaba con el maldito vestido —. Aunque, para ser honesta, la semana pasó tan rápido que ni siquiera tuve tiempo para procesarlo. Maldito vestido.

—A ver, déjame ayudarte. —Se acercó y acomodó las tiras en mi espalda. Quedó un poco apretado, como una camisa de fuerza decorada. Pero era por hoy nada más. Había que asistir formales. Ceremonia de entrada y todo eso. Una estupidez con moño—. ¿Por qué siempre usas tonos oscuros para vestirte?

—¿Te molesta?

—No es eso. Es solo que a veces creo que quieres copiar mi estilo.

—Soy tu gemela. Si a ti te queda bien, ¿por qué a mí no?

—Jajaja. Tienes un buen punto. A ver, sube la pierna —dijo mientras se arrodillaba y tomaba mis zapat

Obedecí. Primero uno, luego el otro. Cuando terminó, me levantó la mirada. Tenía el cabello todo despeinado por agacharse, así que lo arreglé por reflejo, sin pensar.

—¿Por qué no te mojaste el cabello?

—No lo vi necesario. Se acomoda solo.

Lo miré con desaprobación. No me importó su excusa. Canalicé un poco de maná, humedecí su cabello y, sin pedir permiso, tomé el peine del mueble.

—Aunque se acomode solo, tienes que verte presentable. Se supone que eres el mayor. Mentalmente, al menos.

—¡Oye! Lo soy, ¿vale? Pero en mi vida pasada jamás fui a este tipo de eventos. Ni ceremonias, ni uniformes, ni nada. Iba con una camisa rota y un pantalón que parecía sacado de un nido de arrugas.

—Qué falta de tacto, Lucy.

—Jajaja. Ya, ya. Déjame el cabello, que parece que vas a arrancármelo.

Sonreí, apenas. Una mueca involuntaria. Acomodé su cabello hacia atrás, peinándolo todo con cuidado. Pero cuando nos miramos al espejo, nuestras expresiones se crisparon al mismo tiempo. Ese peinado lo hacía parecer otra persona… y no en el buen sentido.

Levanté el brazo y comencé a revolverle el cabello sin compasión.

—No puedo creerlo. ¿Cómo es posible que te veas mejor con el cabello desordenado?

Sonrió y se metió un palillo en la boca. Un hábito nuevo que adoptó sin anunciarlo, como quien empieza a caminar con una pierna coja solo por gusto.

—Supongo que es la genética. Padre también se ve mejor con el cabello así.

Suspiré.

—Tienes razón… Bueno, vámonos. Vamos a llegar tarde.

Bajamos a la cocina.

Mamá no estaba. Papá tampoco. Solo una nota solitaria sobre la mesa. Lucy la leyó en silencio, con esa expresión suya que dice que está calculando algo incluso cuando solo está leyendo.

—Madre está de compras. Padre… trabajando, como siempre. Nos desean suerte en nuestro primer día de clases —dijo mientras se acomodaba la corbata con la naturalidad de quien ya ha hecho esto antes.

—Ya veo… —respondí, mientras intentaba ajustarme el vestido. La tela era como una trampa elegante: apretada, incómoda, y con esa comezón irritante que ni el maná puede suavizar. Pero tenía que aguantar. Apariencias, ¿no?

—Entonces, vámonos.

—Sí.

Cerramos la puerta con llave, la escondimos debajo de la maceta como mamá solía hacer, y comenzamos a caminar hacia la academia.

El camino estaba lleno de chicos con traje y chicas con vestidos que parecían más armaduras de tela que ropa funcional. Algunos iban con sus padres, otros en grupo, pero Lucy y yo éramos… una anomalía silenciosa. Solos, pero juntos.

No vi a Alicia en su árbol. Ese mismo donde nos esperó la última vez. Desde el día de las pruebas de admisión, no la habíamos vuelto a ver.

Quizás estaba ocupada con asuntos importantes junto a su padre. Al final de cuentas, es la princesa del reino. Y ahora que su presencia en esta ciudad ya no es un secreto, es obvio que debe estar atrapada entre deberes reales, protocolos y obligaciones nobles que yo ni siquiera puedo imaginar. No es su culpa. Lo entiendo.

Y, siendo completamente honesta… eso me molestaba un poco.

Mi cabeza, traicionera como siempre, armó su propio escenario: Lucy sabiendo que ella era importante, empezando a prestarle más atención. Porque eso hacen todos con las personas importantes. Porque ella era la princesa, y yo… yo era solo su hermana.

No le pregunté nada a Lucy. No tenía sentido. Ya conocía su respuesta antes de oírla. Prefería observar. Medirlo. Ver cómo se comportaba. Alicia nos pidió que la tratáramos como una amiga más, pero sé cómo es Lucy. La tratará con una mezcla de reverencia y cuidado. Como si fuera cristal. Como si su estatus pudiera romperse con una palabra mal dicha.

Y yo… yo simplemente voy a tener celos.

Sus dedos. Sus gestos. Su tono de voz cuando hable con ella… Voy a notarlo todo.

Y aunque no quiera admitirlo… voy a tener celos.

—¿Issy? ¿Estás bien?

Su voz me sacó del bucle. Me giré ligeramente hacia él.

—…Sí. Solo que ahora sí me siento nerviosa.

No era del todo mentira.

—Siempre a último minuto. ¿De verdad? Bueno, tranquilízate. Vamos, entremos.

—¡Espera!

—¿Ahora qué pasa?

—Yo… ¿me veo bien? ¿Y desde cuándo llegamos a la academia?

Lucy me miró con una ceja alzada, se quitó el palillo de la boca y me estudió como si fuera un rompecabezas mal armado.

—Te vez demasiado hermosa. ¿A quién vas a impresionar? —preguntó —. Llegamos mientras estabas volando en tu burbuja mental. Parecías poseída. Tonta.

—¡Oye! Idiota. Pero… gracias.

—No respondiste mi pregunta. —Celoso.

—¡Ugh! No voy a ver a nadie. ¿Recuerdas nuestra promesa?

—Sí, sí. Bueno, ya. Vamos.

—Okay…

Tragué saliva. De esas veces en que no sabes si es miedo, expectativa o un poco de ambos. Lucy tomó mi mano con naturalidad, y empezamos a caminar por los pasillos de la academia. Seguíamos a un grupo de chicos con traje, confiando ciegamente en que ellos sabían a dónde iban.

Y, si no… bueno, al menos parecíamos normales mientras nos perdíamos.

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Efectivamente, nos habíamos perdido.

—No debimos confiar en esos chicos —murmuró Lucy, frunciendo el ceño con fastidio. Culpaba a los dos estudiantes a los que seguimos sin siquiera pedirles indicaciones. Me hizo reír, aunque el contexto no lo ameritaba.

—Ni siquiera les preguntamos. No puedes culparlos solo porque… decidiste improvisar —le dije, justo cuando intentaba apoyarme en una pared para descansar un poco. No alcancé a hacerlo. Lucy, con reflejos rápidos, colocó su mano detrás de mí antes de que mi espalda tocara el mármol oscuro y frío.

—Bueno, me gusta culpar a alguien más cuando me equivoco. Me hace sentir menos idiota —añadió, encogiéndose de hombros.

—Jajaja… ¿Y ahora qué hacemos?

—No lo sé. Implorarle al destino, tal vez.

Nos quedamos en silencio. Dos gemelos extraviados, víctimas del exceso de confianza y del laberinto que era la academia. Y justo cuando comenzaba a resignarme, apareció nuestra salvación.

—¡Hey, chicos! —La voz enérgica de Gareth llegó desde el pasillo contiguo. Caminaba con la espalda recta, el pecho inflado, como si acabara de ganar un torneo. Detrás de él venía Leonard, con su expresión perpetuamente indiferente. Siempre que lo miraba, no podía evitar compararlo con Lucy de cuando era bebé. Esa mirada vacía, como si ya hubiera vivido demasiado.

Pero Lucy cambió. Con el tiempo. Con amor. A los dos años, ya era otra persona. Es increíble lo que puede hacer una madre. Sorprendente, en realidad.

—¿Gareth? ¿Qué haces aquí? —preguntó Lucy, medio sorprendido.

—Nada. Los estábamos buscando. ¿Y ustedes qué hacen aquí? —Sabía que Lucy diría la verdad, y eso nos pondría en ridículo. Intenté intervenir.

—¡Estábamos buscando…!

—…la sala de ceremonias, pero nos perdimos —terminó él, como si ni siquiera hubiera notado mi intento.

Mi plan se fue al carajo. Tragué saliva, resignada.

—Ah, claro… No se preocupen, es normal. Esta academia es un monstruo de pasillos y torres. Y la transversomancia no ayuda mucho con la orientación. Si quieren, los guiamos. La ceremonia está por comenzar.

—Gracias. Nos harías un enorme favor. —Bueno, no terminamos en ridículo.

—Jajaja. Para eso estamos los amigos. Vamos, sígannos.

Y comenzamos a caminar.

No dije nada. Lucy había hablado de más, y eso, curiosamente, me alegró. No es común en él. Incluso a mí me cuesta hacerlo hablar mucho. Siempre es más de observar, de analizar en silencio, de responder con monosílabos o con frases cargadas de precisión.

Pero tener amigos... eso podía cambiar las cosas. Si se abría con ellos, si se permitía hablar más, tal vez... tal vez por fin lo escucharía divagar, pensar en voz alta, incluso equivocarse. Quería escucharlo hablar de teoría, de magia, de sus ideas. Cuando estamos con Reginald, la que siempre lleva la conversación soy yo, mientras Lucy se queda al margen, como un artesano que solo interviene para afilar la hoja.

Amo esto. Este cambio. Esta posibilidad.

Llegamos a la sala de ceremonias.

Imponente. Gigantesca. Brillante. Tenía algo gótico, algo de templo, algo de teatro. Un escenario enorme, y espacio suficiente para que pudieras tener un duelo decente sin preocuparte de golpear a alguien por error.

Dos largas mesas cruzaban la sala de lado a lado, dejando un pasillo central como separación. Estaba lleno de estudiantes. Algunos mayores, otros claramente de nuestra edad.

Gareth divisó un lugar vacío para los cuatro y corrió como si fuera su última oportunidad en la vida. Nosotros le seguimos, más tranquilos, pero agradecidos.

—Al fin un asiento —suspiró Gareth, dejándose caer y estirándose como si hubiera viajado tres días.

—¿No tenían lugar? —preguntó Lucy, inclinándose un poco. Leonard, a su lado, le bloqueaba parcialmente la vista.

—No. Ya te dije que los estábamos buscando. No íbamos a apartar lugar si pensábamos irnos en seguida.

—Entiendo. Gracias.

Gareth solo sonrió.

Un segundo después, el silencio se volvió demasiado denso. Casi tangible. Lucy frunció el ceño, confuso. Yo también. Algo no encajaba.

—Ya va a comenzar —murmuró Gareth, con una emoción apenas contenida.

No sabíamos por qué estaba tan emocionado… hasta que lo vimos.

A lo lejos, cinco figuras emergieron desde un rincón, avanzando hacia una plataforma pegada a la pared. Parecía una escena sacada de una obra teatral de la zona norte del reino. Un espectáculo cuidadosamente preparado para impresionar.

Cinco personas. Una mujer, probablemente de unos dieciséis años —demasiado lejos para distinguir su rostro— acompañada por dos chicos y dos chicas de la misma edad. Ninguno parecía particularmente destacable.

—¡Le doy la bienvenida a todos los nuevos estudiantes de primer curso! —Su voz estalló por el salón como un trueno suave, rebotando entre las paredes como un eco encantado. Sin duda usaba magia para proyectarse—. ¡Lunes 23 de octubre del año 1843, según el calendario de Paradoja! Muchos de ustedes han venido aquí para perfeccionar sus habilidades mágicas y físicas, y nosotros, el consejo estudiantil, estaremos encantados de apoyarlos. ¡Y yo, la presidenta del consejo, Beatrice Darcy, les agradeceré sinceramente que cumplan con las normas académicas impuestas por esta institución!

Hubo un instante de silencio. Yo estaba a punto de aplaudir por inercia, pero Lucy me detuvo al instante. No entendí por qué. Al menos no en ese momento.

Beatrice continuó.

—Bien. Ahora que les di la bienvenida, procederé a retirarme. El día de hoy, no seré yo quien dé el discurso principal, sino alguien especial para el reino. Alguien cuyo nombre ya todos conocen. Una persona que ha decidido apoyarme como mi mano derecha… ¡den la bienvenida a Alicia Millford, la princesa del reino!

El aplauso fue atronador. Cada palma golpeada resonaba como si el aire mismo vibrara de emoción.

Pero Lucy y yo permanecimos inmóviles. Sin expresión. Mirando fijamente la mesa frente a nosotros.

Alicia... ¿Alicia?

No lo vimos venir. Y eso nos incomodó más de lo que podríamos admitir.

Que fuera la vicepresidenta del consejo estudiantil… eso significaba muchas cosas. Para empezar, que no necesitó hacer el examen de admisión. Un atajo real, supongo. El poder de la familia real era más profundo de lo que había imaginado.

Lucy apretó el puño. Luego alzó la mirada hacia ella. Alicia ya había empezado a hablar, y su voz volvió a llenar el salón.

—¡Buenos días a todos! Sé que muchos se han levantado demasiado temprano para llegar puntuales, así que les ofrezco una disculpa por ello. En cuanto a lo dicho por la señorita Beatrice, es correcto. Yo, Alicia Millford, seré la vicepresidenta del consejo estudiantil. Y para que puedan mantenerse en esta institución sin ser expulsados, deberán mostrar un comportamiento ejemplar. No toleraremos ningún tipo de discriminación racial. No se permitirán peleas dentro del recinto, salvo en eventos especiales. Y, por último, deberán respetar a los profesores, a la directiva y al personal que los acompañará durante su estadía.

Se detuvo por un momento, buscando con la mirada a Beatrice. La presidenta asintió, y ella continuó.

—Dicho eso, no me corresponde darles las últimas palabras de esta ceremonia. Algunos podrían pensar que es deber del director, o mío, pero no es así. Según los reglamentos renovados, quien haya obtenido el puntaje más alto en los exámenes de admisión será quien cierre el acto.

El silencio volvió. Pero esta vez tenía otro matiz: expectación, nerviosismo, un leve temblor en el ambiente. De pronto, un papel flotó desde el lado derecho de Alicia. Ella lo tomó, leyó en silencio por unos segundos… y frunció el ceño.

—Vaya… esto sí que no lo esperaba.

Le tembló la voz, pero continuó con firmeza:

—La persona que venció sin esfuerzo a quien muchos del territorio occidental llaman "Monstruo", con 197 puntos sobre 200 en combate. La persona que obligó al instructor a usar tanto maná que apenas le quedó para el resto, con 183 puntos en defensa. Y junto a esa persona… alguien que obtuvo 199 puntos en combate y 199 en defensa, logrando una calificación casi perfecta…

Hizo una pausa.

—¡Llamo a los gemelos D'Arques al frente para que den el discurso de bienvenida y cierren esta hermosa ceremonia!

… ¿Eh?

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