Ficool

Chapter 9 - Capítulo 09:El niño que llamó héroe al monstruo

Pasó un tiempo desde que el hijo de Dios atacó.

¿Tenía un nombre? Tal vez. No lo recuerdo. No quiero recordarlo. Su rostro se desdibuja en mi memoria como tinta en el agua. Me esfuerzo por borrarlo, por disolver cada rasgo, cada palabra... pero algunas cosas simplemente se niegan a desaparecer.

*"Eres como nosotros."*

La voz… mi voz… su voz… ya ni sé de quién era. Solo sé que al principio prefería lastimarme antes que oírla. Golpear la pared, arañar mi piel, perderme en el dolor para acallar el eco. Ahora... me da igual. Solo está ahí, como el viento que se cuela entre las grietas de una casa vieja.

*"Tu egoísmo es el que te condenará."*

Solía discutir con ella. O conmigo. ¿Importa?

—Probablemente lo haga —respondí, sin molestia, sin ironía. Como quien acepta un diagnóstico con resignación.

*"Somos dioses."*

—Meh —bufé mientras me ponía la camisa.

*"Eres un Dios."*

—Gracias, pero... estoy seguro de que un Dios no se haría tanto daño.

La tela rozó mis hombros con familiaridad. Me vestí como lo había hecho todos estos días: con movimientos lentos, mecánicos, sin pensar demasiado. El sol apenas se filtraba por las cortinas, tiñendo la habitación con un tono cálido y perezoso. Los pájaros afuera cantaban como si nada hubiera pasado. Como si el mundo no se hubiera tambaleado.

Sae nos permitió quedarnos aquí. Al principio pensó en llevarse a Nanatori. Después se arrepintió. Tiene familia. No lo juzgo. En realidad, lo entiendo... porque ahora yo también la tengo. Aunque no lo diga en voz alta.

—Yura dijo que llegaría al mediodía… —levanté la vista hacia el reloj colgado en la pared, pero ni siquiera marcaba la hora correcta—. ¿Qué hora es esa, de todos modos?

Un sonido agudo rompió el silencio. El timbre.

Me asomé por el pasillo. El eco de pasos apresurados de Nanatori fue seguido por el chirrido suave de la puerta abriéndose.

—Buen día, Yura.

Su figura apareció en el umbral, radiante, como siempre. Su energía llenaba el espacio antes que sus palabras.

—¿Está Dyr?!

La emoción era tan evidente en su rostro que casi dolía mirarlo. Estiraba el cuello, buscando entre las sombras del interior, como si pudiera encontrarme con solo desearlo lo suficiente.

—Ese vago... le gusta dormir mucho.

—¡Sí! ¡Dijo que dormir contigo es muy cómodo!

La sinceridad con la que lo dijo la desarmó. Lo soltó con la inocencia de quien no comprende el peso de sus propias palabras.

—Y… ya veo —Nanatori tosió con fingida elegancia mientras trataba de mantener la compostura. El calor le subió al rostro, pero no lo dejó notar—. Qué puedo decir... soy maravillosa.

—Bien. Oh, ¡podemos beber!

Alzó un dedo con una sonrisa traviesa, como si acabara de proponer una conspiración. Su presencia era eso: un remolino dulce y caótico que arrastraba todo a su paso.

—¿Té de durazno? Siempre pides lo mismo...

El aroma familiar del interior lo recibió como si la casa también se alegrara de verlo.

—Entra. Te está esperando.

Escuché el timbre. Luego su voz.

Pura, brillante, imposible de confundir. La emoción brotaba de cada palabra como si el mundo aún fuera un lugar seguro y lleno de promesas. Y sonreí. ¿Quién no lo haría al escuchar a su hermanito hablar así?

—Debería apresurarme —murmuré mientras me ponía en pie.

Me detuve frente al espejo, un ritual que se había vuelto más costumbre que necesidad. Ahí estaban. Las marcas negras. Recorrían mi cuerpo como raíces secas, ramificadas de forma errática, pacientes... y, al menos por ahora, inofensivas. Ya no dolían. No físicamente. Las observé un segundo más antes de soltar una sonrisa.

—¡BIEN! —grité con decisión y empujé la puerta con energía desbordante—. ¿Yura? ¿Llegaste?

La respuesta ya la sabía, pero fingir sorpresa es parte del juego.

—¡Dyr! ¡Ven a comer!

La voz se coló como una ráfaga de primavera desde el comedor.

Entré.

La mesa ya estaba servida, y ahí estaban ellos. Las dos personas más importantes en este nuevo mundo de ruinas y memorias.

Ella, sentada como si le perteneciera el lugar, como si la casa respirara con ella dentro. La chica que debo proteger, no porque alguien me lo ordenó, sino porque decidí hacerlo.

Y él… pequeño, siempre con las manos manchadas de color, siempre con esa sonrisa que parece inmune a todo. Dice que es mi hermanito. Y… sí. Lo es. Lo decimos ambos. Y eso basta.

—¿Empezando sin mí? Qué mala eres.

—Ja —rió y se encogió de hombros con descaro—. Es tu culpa, dormilón. Mira que hacer esperar al pobre Yura.

Lo abrazó con ternura, como si su cuerpo pudiera envolver y proteger algo tan puro del mundo entero.

—Tal vez puedas aprender algo de él.

—¿Yo? —reí suavemente mientras me dejaba caer en la silla—. Qué buen chiste. ¿Por qué no dices otro?

—Tal vez… si pagas por ello.

Sonrió con ese brillo peligroso en los ojos. El tipo de sonrisa que sabe más de lo que dice y disfruta dejártelo claro.

—Me rindo.

Lo dije alzando las manos, sin dignidad, dejando que mi espalda se hundiera por completo en la silla. Era inútil discutir contra ese nivel de energía.

Del otro lado de la mesa, la bebida se terminó con un sorbo largo y feliz. El vaso sonó al apoyarse con fuerza.

—¡Hermano! ¿Podemos ver las estrellas hoy?

Parpadeé. ¿Hoy? Miré alrededor. Luz por todos lados, el sol brillando sin vergüenza por la ventana.

—¿Hoy? Mira la hora. Es mediodía. Eso se hace en la noche.

Unas palmaditas suaves resonaron contra los brazos de quien lo tenía en brazos. El pequeño se agitaba como un cachorro emocionado.

—¡Tengo algo que enseñarles!

Saltó del regazo y desapareció en un instante. Solo quedó el eco de sus pasos veloces y una nube de entusiasmo en el aire. Poco después, volvió con su cuaderno en mano. Las hojas colgaban ligeramente dobladas por el uso, algunas manchadas, todas vivas.

—¡Así es el cielo!

Extendió la hoja con orgullo.

—Muy bonito —dijo Nanatori con dulzura mientras tomaba el cuaderno con ambas manos—. Eres un artista.

Los trazos eran irregulares, los colores saltaban fuera de los contornos, y en una esquina había una gran mancha circular, claramente de su taza favorita. Pero… era lindo. De esa clase de belleza honesta que no necesita técnica para ser real.

—¿Y a qué te refieres con ver las estrellas?

—¡Dyr dijo que hoy podemos verlas de cerca!

Una mirada se deslizó hacia mí, cargada de curiosidad.

—¿Y cómo lo harán?

—¿Cómo? Pues volando, claro. Yura es muy valiente… como yo.

—¡Sí! ¡Ya no tiemblo cuando volamos! ¡Tal vez ahora pueda abrir los ojos!

—Esperen... ¿vuelan los dos?

—Bueno… —me rasqué la nuca, fingiendo que no estaba buscando cómo salir de eso—. ¿Recuerdas que intenté volar contigo varias veces?

—¿Y?

—Pues… Yura se enteró.

—¿Cómo se enteró?

—¡Dyr me lo dijo! —interrumpió sin dejarme respirar—. ¡Dice que a Nanatori le gusta hacerse la fuerte!

Se cruzó de brazos como si acabara de revelar un secreto de estado. Sabía lo que hacía.

—Supongo que también te contó que él fue el primero en temblar cuando tratábamos de volar, ¿verdad?

La mirada que me lanzó era una mezcla de burla y amenaza tierna. Me encogí de hombros y miré hacia otro lado como si el techo de repente fuera más interesante.

—¡Mentira! —repliqué con una sonrisa—. ¡Solo me aseguraba de que no te lastaras!

El comentario fue recibido con una ceja alzada y una sonrisa burlona.

—Gracias, piloto novato.

Levantó el brazo con aire desafiante y sujetó el músculo con teatralidad, marcando una pose exagerada para motivar al pequeño.

—Recuerda, Yura: aprende más de Nanatori que de Dyr, si no quieres ser un miedoso.

—¡Y ser increíble como Sae!

—¡Exactamente!

La escena era tan ridícula como adorable. Yura levantó los puños como si estuviera en medio de una transformación mágica, lleno de energía y determinación.

—¡Saldré un rato! ¡Hace rato vi un lugar que puedo dibujar!

Y sin esperar respuesta, salió disparado como una flecha por la puerta. Solo dejó un eco de pasos acelerados y un cuaderno bajo el brazo.

El silencio que quedó tras él era cálido, como si el sol mismo se hubiera quedado un momento a descansar con nosotros.

—¿Cuánto tiempo has volado con Yura?

La pregunta fue lanzada con suavidad, como si apenas quisiera interrumpir la tranquilidad.

—Desde que lo conocí… no recuerdo exactamente. Casi a diario, creo.

—¿Solo eso?

—Hago trampas cuando quiere jugar al escondite.

—¿Nada más?

—Nada más.

Volteé hacia la ventana. Afuera, el pequeño corría de un lado a otro, buscando el mejor ángulo para su dibujo, como si todo el mundo fuera un escenario y él el artista que debía capturarlo antes de que se desvaneciera.

—Todos los niños tienen esa energía.

—Y lo dices tú.

Solté una risa breve, bajita.

—Da risa, ¿verdad? Pensé que se asustaría en cuanto me viera usar mi poder.

—Es un niño. No les preocupa mientras sea divertido.

—¿Estás diciendo que tú eres una niña?

—Créeme... si yo tuviera ese poder, volar sería lo más simple que haría.

Me quedé mirándola por un segundo. No lo decía por competir. Lo decía porque lo sentía. Porque lo pensaba de verdad. Y, en el fondo, quizás tenía razón.

—¿Que tal dormir sola?

La pregunta salió sin filtro, casi como un pensamiento lanzado al aire. No esperaba respuesta. O tal vez sí, una vaga, evasiva, como siempre.

—Puedo hacerlo.

Me quedé en silencio. No dije nada. Y así quedó.

Como dije, pasaron días. Quizá meses. Lo suficiente para empezar a pensar que tal vez… solo tal vez… nuestra vida no corría peligro.

Al principio fue un infierno. Cada día era una tortura sutil. La ansiedad del "qué pasará mañana", el temor de que algo horrible aguardara justo a la vuelta de una esquina. Y las noches… las noches eran lo peor. Dormir era casi imposible.

Me mantenía alerta. Siempre. Cada crujido de la madera, cada brisa que se colaba por la ventana, me empujaban al borde. Mis ojos ardían, llenos de ira y frustración, como si pelear con lo invisible me diera algo de control. Mi cuerpo, aunque resistente, se arrastraba poco a poco hacia la oscuridad de la paranoia. En más de una ocasión, había alguien rondando la casa. No lo imaginaba. Estaban ahí. Sentía su presencia. Varias veces estuve a punto de atacar, pero siempre era detenida.

Ella… siempre me detenía.

Estábamos consiguiendo paz. De verdad. Pero una noche, no pude más. Algo en mí se quebró. Salí con la determinación de acabar con lo que fuera. Esta vez no dejaría que nada se acercara.

Pero me detuve.

Con la misma rapidez con la que salí, me detuve.

Y ahí… lo conocí.

—¡Buenas noches!

La voz me golpeó como un relámpago. Pequeña. Aguda. Sin miedo.

—Tú… ¿Tú quién eres?

Miré a todos lados, buscando el origen de ese sonido. Pero ya lo sabía. Estaba justo frente a mí.

El aire se volvió salvaje. Un torbellino invisible se arremolinaba a mi alrededor. El viento chillaba, como si algo mucho más grande que yo hubiese despertado. Mis ojos, inyectados en sangre, estaban cubiertos de unas ojeras profundas que hacían parecer que no dormía desde hacía siglos. Mi cuerpo temblaba. No por frío. Por desgaste.

Parecía un cadáver reanimado, un espectro de guerra que ya había perdido demasiadas batallas. Mi respiración era errática, un jadeo tras otro, igual de desordenado que los latidos de mi corazón. Las líneas negras que cruzaban mi piel ardían con un resplandor siniestro.

Y sin embargo, él no se movió.

Solo me miraba, sujetando con fuerza un cuaderno gastado y unos lápices. Como si en vez de un monstruo, viera algo… digno de dibujar.

—¿Dónde está?! ¡¿Estás aquí, maldito?!

Mi voz resonó como un rugido salvaje, ahogada en rabia, cubierta por la sombra de un recuerdo que se negaba a morir. La imagen de aquel desgraciado junto a ella apareció en mi mente como un mal augurio.

Otra vez…

Esa frase se escapó de mis labios como un suspiro cargado de desesperación. Y con ella, mi cuerpo se convirtió en una tormenta. La energía brotó de mi interior como una explosión incontrolable. El suelo vibró. El aire se volvió pesado. El mundo tembló.

Un grito me atravesó como una lanza.

Agudo. Pequeño. Asustado.

Me giré de inmediato. No pensé, no razoné. Solo reaccioné. Me lancé con tanta fuerza que sentí mis piernas romperse al instante, como si hubieran sido aplastadas por mi propia voluntad. Pero lo alcancé. Lo atrapé antes de que el impacto lo destrozara contra el suelo o algo peor.

—¡Perdón…! Ay, carajo… ¿Qué hice? No… no, no… ¡¿Estás bien?! ¡Oye! ¡¿Estás bien?!

Sus ojos se abrieron lentamente, como si acabara de despertar de una pesadilla. Me miró.

—Tú… tú eres…

—Por favor… —tragué saliva, sentí el sabor metálico de la culpa ardiendo en la garganta—. No digas esas palabras…

Y entonces, con una sonrisa tan brillante que dolía verla, con una voz llena de algo que ya no recordaba cómo se sentía, respondió.

—¡¿ERES UN SUPERHÉROE?!

El mundo se detuvo. Las llamas internas se apagaron. La rabia, el miedo, el dolor… todo quedó en silencio.

Estaba a punto de gritarle. A punto de culparlo por asustarme, por aparecer en el peor momento. Pero sus palabras fueron como un rayo de luz atravesando la tormenta.

Me dejó en blanco.

Yo… Yo estuve a punto de lastimarlo. Estuve a nada de destruir a este niño. Y él… él me llama héroe.

—¡Eres un superhéroe! ¿¡Cómo te llamas!?

No supe qué decir.

—D… Dyr Yuuzora…

El nombre salió entrecortado. Por un instante dudé si era mío. Sonaba lejano, como si perteneciera a otra vida. Pero lo dije igual.

—¡Soy Yura Jikun! ¡Eso que hiciste ahora! ¿¡Cómo se llama esa habilidad!?

Parpadeé. Una… ¿habilidad?

—¿Habilidad?

—¡Sí! Todo superhéroe debe tener una habilidad secreta ultra poderosa.

No pude evitar bajar la mirada. Mis manos aún temblaban por el exceso de energía, por la tormenta que había liberado sin pensar. Mis piernas crujían internamente por el esfuerzo y el dolor apenas se sostenía detrás de una máscara rota.

—Yo… Yo debo irme.

Lo deposité suavemente en el suelo. Como si fuera cristal. Como si en cualquier momento pudiera quebrarse por culpa mía. Di un paso hacia la casa, intentando desaparecer en el silencio de la noche.

Pero él se cruzó en mi camino.

—¡Oye, oye! ¿Puedo llevarte con los demás niños?

—No… Yo… no creo que sea buena idea.

—¡En el orfanato siempre hablan de los superhéroes! ¡Personas que pueden ayudar a otros!

Abrí la boca, dispuesto a negarlo, a explicar que no era quien él creía. Que no había nada heroico en mí. Que solo soy un monstruo con cara humana.

—Pe… yo no soy…

No me dejó terminar.

—¡Mira!

Me mostró su cuaderno, alzándolo con ambas manos como si sostuviera un tesoro. Dibujos, rayones, colores fuera de lugar. Todos temblaban un poco, como si hubieran sido hechos a toda prisa, pero con el alma. Sonrió.

—¡A mamá y a papá les gustaban mis dibujos!

Mi respiración se volvió irregular. Mis dedos se estiraron, temblorosos, para tomar aquel cuaderno como si estuviera hecho de cenizas. Pasé una página. Otra. Y otra más.

Eran dibujos, sí. Simples. Desordenados. Mal proporcionados.

Y sin embargo…

No sé si yo sea la persona adecuada para decir esto, pero… eran hermosos.

—Como tú eres un superhéroe… —dijo con una seguridad desbordante— ¡quiero pedirte ayuda!

Mi corazón dio un vuelco.

Por primera vez… alguien me pedía ayuda.

No poder. No obediencia. No miedo.

Ayuda.

—¿Ayuda?

La palabra salió de mi boca como si nunca antes la hubiera escuchado.

—Quisiera… —comenzó a decir con dulzura, pero al verme negar con la cabeza, corrigió su postura, firme, valiente, lleno de una fuerza infantil que me desarmó—. ¡Ayúdame a alcanzar las estrellas!

No respondió con súplica. Lo dijo como una orden. Como si realmente creyera que yo podía hacerlo.

No dije nada. Ni una sola palabra. Solo lo observé. A ese niño con los ojos encendidos de ilusión. Con el corazón tan lleno que no había espacio para el miedo. ¿Qué pensaba en ese momento? No lo sé. Tal vez… no tenía que entenderlo.

—Quiero dibujar las estrellas… Porque así… mamá y papá verán que estoy bien.

—¿Mamá y papá?

Asintió. Luego alzó la mano, señalando el cielo nocturno. Negro como tinta, pero tachonado de luces plateadas.

—Ellos dijeron que siempre estarían conmigo. Me pidieron nunca estar triste… ¡Ellos están ahí!

Sus dedos apuntaban con precisión. Dos estrellas juntas. Las más brillantes. Las únicas que no parpadeaban, como si no quisieran que nadie olvidara su presencia.

—Y con tu ayuda, ellos estarán aún más cerca de mí. Así podré verlos cada día que despierte… y cada vez que dibuje.

Abrí los ojos. Grande. Como si el aire me faltara. Como si el tiempo se hubiera detenido. Una oleada me recorrió el cuerpo. Algo que no sentía desde hacía tanto que había olvidado su nombre. No era ira. No era miseria.

Era… otra cosa.

—Yo…

—No tiene que ser hoy —dijo de pronto, con una sonrisa que escondía el cansancio—. Tal vez mañana. Es algo tarde y…

—No sé qué decir…

—¡No te preocupes! —rió—. ¡Te ves cansado! Salvar el mundo debe ser difícil.

Tomó su cuaderno, lo abrazó contra el pecho como si fuera un escudo contra el universo y comenzó a alejarse.

—¡Mañana estaré aquí de nuevo!

No lo detuve. Solo levanté la mano, despidiéndome sin palabras. Caminé con paso lento de regreso a casa. Sin prisa. Sin peso. Por primera vez en mucho tiempo, no me sentía perseguido por sombras.

Al llegar, ella dormía profundamente. Como si el mundo fuera seguro. Como si nada malo pudiera pasar.

Me acosté. El viento cesó. Las marcas en mi cuerpo se aquietaron. Mis ojos, finalmente, se cerraron sin miedo.

Y yo… logré descansar otra vez.

—Un… superhéroe…

Tal vez… la vida no es tan mala.

Tal vez… Nanatori tenía razón.

Tal vez esto…

…esto es una vida normal.

Rezaré cada día, si eso significa que puedo volver a sentirme así.

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