Ficool

Chapter 14 - Capítulo 14: Devorados por la eternidad

Todos los días parecían fundirse en una misma masa sin forma. Despertar, mirar el techo, respirar con dificultad. Siempre lo mismo. Me levantaba apenas podía, giraba la cabeza hacia la ventana de mi habitación y dejaba que la luz me recordara que el mundo seguía... aunque yo me estuviera apagando.

Esperaba en silencio a que los doctores vinieran a hacer sus exámenes. Algunos días eran más difíciles que otros. A veces mi cuerpo colapsaba sin previo aviso; los ataques eran más frecuentes últimamente. No me sorprendía. Estoy débil… estoy roto. Y, sin embargo, aún vienen a verme.

Sae me habla de cosas que parecen de otro mundo. Su voz es tan serena, tan cálida… me cuenta sobre su familia, sobre su casa, incluso me ha dado algunas recetas sencillas, como si supiera que me aferro a esos pequeños detalles. Siempre termina prometiéndome una comida exquisita para cuando salga de aquí. No sé si lo dice en serio o si es solo para darme esperanza… pero quiero creerle. Quiero salir… y tomarle la palabra.

Yura es un torbellino que irrumpe sin pedir permiso. Siempre llega con un nuevo dibujo entre las manos, con su voz quebrada pero llena de entusiasmo. Su último dibujo nos mostraba a todos: Sae, Nanatori, él y yo… de pie, bajo un cielo estrellado, con esas luces brillando como si fueran los ojos de sus padres vigilándonos desde arriba. Ha estado muy enfermo últimamente. Su tos es cada vez más fuerte, su voz se ha vuelto rasposa, pero sigue como si nada. Casi parece invencible. O tal vez solo lo finge mejor que yo.

Y luego está Nanatori.

No necesito que me lo diga. La manera en que me mira —o más bien, cómo evita mirarme— ya lo dice todo. Cuando le pregunto algo, sus respuestas son secas, breves, casi como si le molestara que le hablara. No la culpo. Tiene razones de sobra para tratarme así.

Supongo que esto le recuerda a Novara. Él también terminó así: en cama, frágil, esperando el final. Estoy en su lugar ahora. Y si ella ve en mí lo que vio en él… entonces tiene sentido. La entiendo.

Pero hay algo que no dice. Lo noto cuando creo que duermo. Cuando el cansancio me vence, puedo sentirla a mi lado. Se queda ahí, sosteniendo las sábanas con fuerza, observándome de reojo como si no quisiera perderme de vista. Como si temiera que, al cerrar los ojos, ya no los vuelva a abrir.

¿Qué pasaría si un día no estoy?

Nada.

Eso me repito.

Y cuando por fin me hundo en la inconsciencia… Novara ya no está. Quizás ahora sí descansa. O tal vez nunca lo hizo. Tal vez encontró la paz.

Pero alguien más sigue ahí.

Cada vez que cierro los ojos… no sueño. Solo hablo con Lye.

—Fácil y sencillo, mocoso. Mueres y fin de la historia. —Su voz me envuelve como una niebla, familiar, áspera, burlona—. Come un poquito de Nanatori y vuelves a la acción.

No respondí. No porque no quisiera… sino porque no sabía qué decir. Me perdí en pensamientos que ni siquiera lograba identificar. Confusión. Dolor. ¿Vacío?

—Ren está esperando y lo sabes. Ahora mismo está viviendo su fantasía de ser Dios —continuó, divertido, como si esto fuera solo un juego para él—. Y tú… al menos ya no lloras. Tampoco es como que puedas, ¿cierto? Como lo veo, pronto estarás en el infierno haciéndome compañía.

Qué reconfortante.-

—Comer un trozo de Nanatori…Suena fácil, ¿no?

—¿Cuándo fue difícil? Ah, espera… estamos hablando de ti.

No podía evitarlo. Solté una pequeña risa, casi imperceptible. Esa clase de sarcasmo punzante era lo típico en Lye.

—Lo sé. —Mi voz bajó, más grave, más real—. Dime… ¿qué pasará cuando Nanatori me permita hacerlo?

—Matarás a Ren.

—Exacto.

Mis labios se curvaron en una sonrisa lenta, contenida. Lo miré directo a los ojos, sin pestañear. Por una vez, tenía una certeza en medio de este caos.

—Mira nada más… —comenzó a aplaudir lentamente, con una expresión entre burla y admiración—. El inútil al fin da una respuesta corta.

—¿Y después de eso?

—Final feliz.

—Un final…

Respiré hondo.

—Al fin acabaré con esa excusa de Dios.

—Y para eso necesitas…

—Ser su verdugo.

Ambos lo dijimos al mismo tiempo. Las palabras salieron como si hubieran estado esperando años por nacer. Una sincronía perfecta, perturbadora.

Una sonrisa torcida apareció en su rostro. Lye la mostraba con locura desbordante, como si todo esto fuera un juego cruel que finalmente se volvía divertido. Y yo… aunque me cueste admitirlo, no estaba muy lejos de imitarla. Me reconocí en esa expresión, y eso me dio más miedo que cualquier profecía.

---

Un día desperté como cualquier otro, pero algo dentro de mí era distinto. No tenía ataques. No tenía visitas aún. Solo una sensación persistente de que algo debía cambiar.

Cuando Sae llegó, decidí hablar.

—Sae… ¿me ayudas a salir a tomar aire?

—Al fin lo pides. Cambiar la rutina no tiene nada de malo.

Pidió una silla de ruedas al personal y, con delicadeza, me ayudó a sentarme. Sentí sus manos firmes, cuidadosas, como si al tocarme temiera romper algo. Tal vez tenía razón.

Salimos al patio del hospital. El sol no era tan fuerte como esperaba, y una brisa ligera movía las hojas de los árboles. El aire tenía otro sabor. Uno que no había probado en mucho tiempo.

—¿Cómo te sientes?

—He tenido días peores… —murmuré, observando el cielo—. Estoy más cansado que antes, sí… pero yo me lo busqué.

—Te metiste en una batalla que no era tuya. —Su voz fue clara, sin dureza, pero firme—. Eres un niño. Era obvio cómo iba a terminar. ¿No pensaste antes de actuar?

Quise responder de inmediato, justificarme… pero no lo hice. Tal vez porque no tenía una buena respuesta. Tal vez… porque sabía que tenía razón.

—Lo hice… —dije al fin, con la voz algo rota—. Pero me faltaba convicción para hacer lo que debía.

—Como dije —respondió con serenidad—, eres un niño.

Solté una pequeña risa nasal, sin mucha fuerza. El aire fresco me ayudaba a pensar con más claridad, aunque dolía respirar.

—¿Así eras con Novara?

—Era mucho peor —contestó sin dudar, como si ya esperara la pregunta—. Me confió un tipo de diario…

—Seguramente lleno de sus secretos más oscuros… o sus alucinaciones más grandes.

—Eso mismo pensé al principio —dijo, cruzando los brazos mientras miraba al cielo como si recordara algo con nostalgia—. Pero después de todo lo que te ha pasado… ya no lo veo de esa forma. El diario contaba historias.

Me sorprendí. No lo había imaginado como alguien tan introspectivo. Siempre vi a Novara como una tormenta… no como un escritor.

—¿Fantasías? —pregunté, medio divertido—. Ese tipo tenía un talento innato para inventar cosas.

—Historias de Kazaki Novara, Ayuko Novara, Hideki Novara… relatos sin nombre, sin contexto. Casi todos giraban en torno a los Hijos de Dios. Y al final… la última historia hablaba de Niel Novara. Nuestro Novara. —Se detuvo un momento, como si pesara cada palabra—. La llamó *El niño que deseaba poder*. ¿Quieres escucharla?

Guardé silencio. No sabía si por respeto… o por miedo. Pero la curiosidad ardía como una chispa que se negaba a apagarse. Esa última historia… ¿por qué la escribió? ¿Qué intentaba decir?

—Quisiera leerlas… por mí mismo. Algún día.

—Me parece bien.

Volví a mirar el cielo. Los árboles se mecían lentamente. La luz se colaba entre las hojas, formando sombras cambiantes en el suelo. Era un mundo simple, hermoso… y dolorosamente lejano.

—¿Podré salir algún día?

—Tal vez… en algún momento. Tu situación es delicada y…

—No estoy en el mejor estado, ¿verdad? —lo interrumpí con una sonrisa amarga—. No te preocupes, no es como si mi cuerpo gritara "estoy bien".

—No quería ser grosero…

—Jajaja, al menos tú lo dices. Novara ya me estaría pidiendo esos cinco el muy desgraciado…

Dirigí la vista al cielo una vez más. Lo pensé un momento. Respiré hondo.

—Sae… ¿puedo contarte algo?

—Hoy estás hablando más que nunca —dijo con una sonrisa amable—. Dime lo que quieras.

—¿Cómo puedo reconstruir un alma fracturada?

El no respondió de inmediato. Sus ojos se entrecerraron, como si buscara la respuesta más sincera en el fondo de su corazón.

—Haz lo que te gusta. Lo que te haga feliz. Encuentra un pasatiempo… o una persona a la que ames con todo tu corazón. Nanatori, tal vez.

Lo miré con una sonrisa leve, pequeña… sincera.

—Ella.

—Ni siquiera se esfuerzan en ocultarlo —soltó una carcajada suave—. ¿Están enojados? Ya casi no hablan. Nanatori no me dice ni un solo chisme de ustedes últimamente.

—La volví inmortal.

Su sonrisa se borró de inmediato.

—Dyr… —su voz tembló—. No deberías jugar con eso. Nos estamos divirtiendo y todo, pero…

Quiso continuar, pero no lo dejé.

—Fracturé su alma… —dije finalmente, sintiendo un vacío en el pecho al admitirlo en voz alta—. Y ahora no puede morir. Fue aquel día… cuando intenté salvarla. Fallé. No tengo idea de cómo la traje de vuelta.

Sae no respondió de inmediato. Podía ver en su rostro la lucha interna por encontrar las palabras correctas. Una parte de mí lo comprendía. La otra… ya estaba acostumbrada al silencio incómodo.

Levanté un dedo lentamente, señalándola con desgano.

—Esa fue la misma reacción que tuvo ella.

Me recosté un poco más en la silla de ruedas. El sol se había nublado apenas, como si el mundo también entendiera que lo que estaba diciendo no merecía luz.

—Cuando tú llegaste con nosotros… yo estaba mucho peor que ahora. Nanatori, en cambio… seguramente no tenía ni un solo rasguño. Solo sus ropas… rotas, manchadas, desgarradas por un intento desesperado de salvarme. Pero ella… ella es inmortal.

—Dyr… —murmuró, con voz temblorosa—. ¿Qué fue lo que hiciste?

—Le di la inmortalidad —dije sin rodeos, como si pronunciarlo hiciera el peso un poco más soportable—. La condené. Por eso te hice aquella pregunta.

Respiré hondo, apretando los puños con fuerza sobre mis piernas. Sabía lo que iba a decir ahora, y no era fácil.

—Ahora que lo sabes… quiero pedirte un favor. Llévame con Nanatori.

—¿Qué planeas hacer?

—Quiero… que Nanatori también escriba en ese diario. Por favor.

Sae me miró largo rato. No respondió. Solo asintió. Y, de algún modo que aún no entiendo, lo logró. Me llevó hasta la pequeña casa donde nos habíamos quedado aquella vez, aquel refugio improvisado que Sae nos había dado cuando todo se desmoronaba.

Frente a la puerta, su mano dudó un momento antes de tocar. Suavemente, dio un par de golpecitos.

—Nanatori… tengo… tenemos que hablar contigo.

La puerta se abrió sin demora.

—¿Seguro que sucede? —su voz era cortante, afilada. Sus ojos pasaron de Sae a mí—. ¿Qué necesitan?

—Sae lo sabe. —Tragué saliva—. Gracias a él… llegué aquí contigo.

—Entonces sabe que eres un desgraciado.

—Lo sabe.

—¿Y tienes el descaro de venir aquí?

—Nanatori —intervino Sae con cautela—. Por favor, escúchalo. No soy quien para decirte qué hacer en esta situación, pero…

—Estás en tu derecho, Nanatori —interrumpí, tomando la palabra con más firmeza de la que sentía—. Arruiné todo contigo. Dudé de mí mismo… en todo momento. Y si hubiese sido por mí, nunca te habrías enterado de tu inmortalidad.

—¿Y cómo piensas arreglarlo? —su voz se quebró, apenas—. Ahora mismo podría ser buscada por esos malditos con delirios de Dios…

—Y por eso necesito que me escuches.

Me giré hacia Sae, mirándolo directamente.

—¿Podrías dejarnos a solas?

—Dyr… este problema…

—No te incumbe. —Las palabras me salieron más duras de lo que quería. Bajé la mirada un instante, luego corregí—. Perdón por decírtelo así… pero es la realidad.

—Tienes razón. —Sae suspiró con resignación—. Aun así… sigo siendo quien está aquí para ustedes.

Y sin más, nos dejó solos.

—Y por eso te estimo —dije con firmeza, mirando a Sae a los ojos—. Pero por primera vez, desde que nos conocemos, estoy seguro de lo que debo hacer.

Sae me observó en silencio unos segundos antes de asentir.

—Bien… te escucharé por ahora. Nanatori, ¿podemos entrar?

—Que sea rápido —respondió ella con frialdad, sin siquiera disimular su molestia.

Entramos. El aire dentro de la casa era denso, tenso. Cada paso que daba la silla de ruedas sobre el suelo parecía arrastrar con él los restos de todo lo no dicho.

Sae hizo exactamente lo que le pedí, se quedó en silencio, dejando que yo hablara.

—Nanatori… necesito pedirte un favor.

—¿Crees que puedes pedirme algo? —sus ojos ardían de rabia contenida—. ¿Te das cuenta de la posición en la que me encuentro?

—Me la imagino…

—Claro, porque eso es lo único que puedes hacer, imaginarlo. —Su voz subía con cada palabra—. ¿Y ahora qué? ¿Tengo que ver cómo todos los que conozco crecen, envejecen y mueren… uno por uno? ¿Ver nacer a otros solo para perderlos también? ¿O debería empezar a vivir como me plazca hasta que algún loco con delirios de divinidad quiera devorarme como si fuera un artefacto celestial?

—No. No debes hacer nada de eso.

—¿Entonces qué es lo que *sí* debo hacer?! —gritó—. ¡El maldito de Ren me incineró y sigo aquí! ¡No recuerdo cuántas veces Lye Kuro me asesinó… o si lo logró! ¡Yo misma… lo intenté! ¡Y aun así sigo aquí! ¿Ahora tengo que soportar esto como si fuera normal?!

—No. —Tragué saliva. Mis manos temblaban ligeramente, pero no desvíe la mirada—. Así como lo has hecho hasta ahora… debes confiar en mí.

—¿Y cómo *carajos* se supone que haga eso?!

—Voy a devolverte tu mortalidad.

El silencio que siguió a mis palabras fue como un golpe seco en el pecho. Nanatori no se movió. No respiraba. Solo me miraba, atónita.

—Ni siquiera sabes si eso es posible…

—Estás en lo correcto. —Respiré profundo, sintiendo que cada palabra que iba a decir me rajaba por dentro—. Tampoco sabía si era posible traerte de vuelta. Pero lo hice. Fui yo quien te asesinó, no Lye. Provocó el derrumbe del edificio. Esa fue la razón… por la que moriste.

Sus ojos se abrieron con horror. Las lágrimas empezaron a caer sin que ella hiciera nada por detenerlas.

—¿Y te atreves… a decirlo?

—No quiero mentirte. Ya no más. —Levanté un poco la voz, sin ser agresivo, pero con la verdad cargando cada sílaba—. Por eso… insisto en pedirte un favor.

—No.

—Nanatori… por favor.

—¡No quiero escucharte!

—Te lo dije, Nanatori. Estoy muriendo. No quiero dejarte sola. —La miré sin apartar la vista, aunque me doliera—. Por eso… quiero que me permitas devorar una parte de ti.

Sus ojos, hinchados y rojos por el llanto, se agrandaron aún más. Retrocedió un paso, como si mis palabras la hubieran empujado físicamente.

—¿Qué carajos estás diciendo…?

—Es la única manera en que puedo enmendar lo que te hice… —mi voz era baja, apenas más que un susurro—. Así como devoré el fragmento que me dio tu padre… ahora te pido que me permitas hacer lo mismo contigo.

—Estás loco.

Su respuesta fue inmediata, seca, como una bofetada. Pero no retrocedí. No podía hacerlo.

—Lo estoy. —Admitirlo me dolía menos de lo que creía—. No quiero dejarte… pero mi cuerpo actual no me permite estar contigo. Además, si lo que Ren decía llega a volverse realidad… él no se detendrá. Algún día encontrará a los que más amo. Ustedes.

Hice una pausa. La miré con toda la sinceridad que me quedaba.

—Él cree que morimos… pero, ¿qué pasará si te encuentra?

—No te atrevas a amenazarme.

—No lo hago. —Sacudí la cabeza lentamente—. No es una amenaza. Es una promesa. Quiero protegerte, Nanatori. Permíteme hacerlo… y te juro que Ren no volverá a caminar sobre esta tierra.

No dijo nada.

Me observaba.

Yo también la miraba, sin parpadear, sin desviar la mirada ni un segundo. Esperaba cualquier cosa. Un grito. Una bofetada. Silencio eterno. Pero lo que vino… fue peor.

Ella se quedó en shock.

Su rostro estaba pálido, sus labios entreabiertos. Como si no supiera si respirar o huir. Me sostuvo la mirada, y durante unos segundos que se sintieron eternos… no hubo sonido alguno.

—¿Me prometes que… —su voz se quebró, apenas audible— me prometes que vas a arreglar todo?

—Lo prometo.

La habitación parecía encogerse a nuestro alrededor. Como si el mundo contuviera la respiración junto a nosotros.

Vi cómo su pecho subía y bajaba con rapidez. Estaba aterrada. Yo también lo estaba. Pero ya no podía dar marcha atrás.

Mi mano, maltrecha, temblorosa, la alcanzó con cuidado. Mis dedos rozaron su piel con una fragilidad que no merecía. Sentí su miedo. Pero también su determinación.

—Bien…

Con esfuerzo, me puse de pie. Mis piernas protestaban, pero no me detuvieron. Caminé hasta ella, sin apartar la vista de sus ojos.

—Gracias, Nanatori.

—No me prometas nada aún… —murmuró, con voz tensa.

Nos sentamos en el sofá de la sala. Todo parecía más pequeño, más silencioso. Solo el latido de mi corazón rompía ese momento.

Ella retiró ligeramente la blusa de su hombro. La piel que quedaba al descubierto temblaba. No por debilidad… sino por todo lo que implicaba ese gesto.

—Hazlo rápido.

Me incliné lentamente, dejando que mi aliento, helado como la promesa de la muerte, rozara su piel expuesta. Mi respiración era irregular, temblorosa, y no por el frío… sino por la ansiedad que me consumía por dentro. Cada segundo que pasaba, cada centímetro que me acercaba, parecía un crimen contra algo sagrado. Pero ya no podía detenerme.

Abrí la boca, con una lentitud casi ritual, y dejé que mis labios rozaran apenas su piel. Sentí su calor. Su vulnerabilidad. Su miedo. Y aún así, ella no se apartó. Cerré los ojos. Y mordí.

Mis dientes se hundieron con lentitud, no por crueldad… sino porque tenía miedo. Miedo de romperla. Miedo de mí mismo.

Aumenté la presión.

La escuché soltar un leve jadeo ahogado. Su cuerpo se estremeció, tensándose con un temblor involuntario que me hizo dudar por un instante. Pero ya había comenzado. La sujeté con fuerza con mi único brazo, envolviéndola con desesperación. Su cuello se arqueó ligeramente hacia el lado opuesto, y apartó la mirada, pero no me detuvo.

Su piel se erizó contra la mía. Era tan suave. Tan frágil.

Mi saliva comenzó a deslizarse por la comisura de mis labios, mezclándose con el sabor metálico de su sangre. El calor que emanaba de ella contrastaba con el escalofrío que recorría mi espalda.

Mordí más fuerte.

Sus quejidos eran suaves, reprimidos. Sonidos cortos y temblorosos, cargados de confusión, dolor… y algo más que no quería nombrar.

Finalmente, mis dientes lograron desgarrar un pequeño fragmento de su carne. Lo sentí separarse, húmedo y tibio, quedando suspendido en mi boca. Me aparté lentamente, con un hilo rojo conectándonos aún durante unos segundos.

Ella, aún temblando, llevó la mano instintivamente a la herida, presionando con fuerza. Su pecho subía y bajaba, agitado, como si su cuerpo aún no entendiera lo que acababa de ocurrir.

Yo, con la boca teñida de carmesí, no tragué de inmediato.

No.

Quería sentirlo.

Masticar era innecesario… pero me resultaba casi ceremonial. Lo hice lentamente. Con precisión. Cada crujido sutil entre mis dientes rompía el silencio de la habitación como el eco de un pecado cometido a plena luz.

Tragué.

—Gracias…

El tiempo pareció detenerse. Como si incluso el universo necesitara unos segundos para digerir lo que acabábamos de hacer.

Las cadenas… esas malditas cadenas que resonaban dentro de mí, comenzaron a sonar de nuevo. Pero esta vez, no eran un castigo.

Eran un anuncio.

Sentí las marcas negras retroceder lentamente por mi piel, como si abandonaran un cuerpo que ya no reconocían como suyo. Las cicatrices que me acompañaban desde que renací comenzaron a desvanecerse, una a una.

Mis vendas se deslizaron por mi cuerpo, cayendo sin resistencia, revelando una carne nueva, regenerada.

Extendí el brazo que hasta hace unos minutos no existía. Lo miré. Lo flexioné. Lo abrí. Lo cerré.

Estaba de vuelta.

Sentía mis órganos, mi sangre, mi ser… completo otra vez.

Y entonces la abracé. Con cuidado. Con ternura. Como quien sostiene algo irremplazable.

—Juro… que daré mi vida y mi existencia para devolverte aquello que te arrebaté.

No hubo espacio para palabras. Solo el peso de una promesa sellada con sangre.

—Yo misma te mataré si no cumples con tu palabra —murmuró ella, mientras se abalanzaba sobre mí, rodeándome con los brazos, aferrándose como si el mundo entero fuera a desaparecer si me soltaba.

Y en ese momento, no sabía si estaba más vivo… o más condenado que nunca.

—Me parece bien —dije mientras me incorporaba.

Extendí la mano hacia Nanatori y la sujeté con fuerza, como si ese contacto pudiera sostener mi decisión.

—Y estaré contigo hasta que la misma eternidad se acabe.

Salimos juntos. El sol apenas filtraba su luz entre los árboles, y ahí, bajo su sombra, Sae se encontraba recostado, abstraído en sus pensamientos. La escena parecía congelada en un instante ajeno al resto del mundo.

Nanatori se acercó y le tocó el hombro con delicadeza.

—Ya terminamos —dijo.

Sae reaccionó con lentitud. Su voz sonó contenida, como si aún estuviera procesando algo.

—Escucha, Nanatori… Buscaremos una solución con el tema de Dyr. Niel debe haber escrito algo por ahí…

Se giró, y entonces me vio. Me observó con incredulidad, como si su mente no pudiera aceptar lo que sus ojos le mostraban. Ahí estaba yo, como si nada hubiera pasado, como si nunca hubiera estado a punto de morir.

—¿Qué… qué fue lo que sucedió?

—Decidí hacer lo correcto —respondí con calma—. Y por eso necesitaba la ayuda de Nanatori.

—¿¡Qué carajos?! ¿Cómo estás… entero?

—Volví a comer un fragmento del inmortal.

—¿Qué carajos…?

Extendí la mano y dejé que el aire a nuestro alrededor se volviera denso, pesado, como si la atmósfera misma obedeciera a mi voluntad. Las hojas del árbol comenzaron a agitarse con fuerza, respondiendo a mi energía.

—Mira —dije.

Nanatori frunció el ceño.

—Unas cadenas…

Volví la vista a mi brazo. Las cadenas temblaban, vibraban como si estuvieran vivas.

—Dyr, mira tu brazo —advirtió.

Levanté lentamente el brazo donde se hallaban incrustadas.

—No veo nada increíble —comenté con frialdad.

—¿Qué tal si… enfocas tu poder en ese brazo?

—¿Mmm? De acuerdo.

Cerré los ojos por un segundo, canalicé mi energía. En ese instante, mi brazo se iluminó con un fulgor verde, y las cadenas reaccionaron. Emergiendo con violencia, comenzaron a rodearme, formando un círculo a mi alrededor, como si buscaran protegerme incluso del aire. Se desplazaban a mi alrededor con una gracia salvaje, como si jugaran… o amenazaran.

—Esto es… increíble.

Dejé de concentrarme y las cadenas se clavaron de nuevo en mi carne. El dolor era real, punzante, pero no me quejé. Estaba seguro de que me serían útiles.

—Ahora sí parezco un héroe…

Nanatori abrió las manos. Una parte de mis cadenas apareció en sus palmas. A diferencia de las mías, las suyas no estaban incrustadas en la piel. Parecían una extensión de mí, pero una que solo ella podía tocar.

—¿Tú también, Nanatori? —preguntó Sae, sorprendido.

—Increíble —murmuré—. Esto solo mejora. ¿Dónde está Yura? Se alegrará de vernos juntos de nuevo.

—En el orfanato —respondió Nanatori, mientras las cadenas desaparecían de sus manos—. Quería jugar con sus amigos.

—Bien… Sae, ¿puedes darme el diario de Novara? Me gustaría buscar pistas.

—Debo traerlo primero.

—Está bien. Yo mientras tanto…

Esbocé una sonrisa sutil, una que parecía ajena a la luz del día.

—Debo recuperar el tiempo perdido.

Fue entonces cuando la voz volvió. La reconocí de inmediato.

—Regresándole el favor al maldito que provocó todo esto…

La voz de Lye resonó dentro de mí, no como un eco, sino como una certeza. Me giré lentamente, y detrás de mí, una sombra creció. No era un reflejo. No era una ilusión.

Era él.

Lye Kuro. La sombra que había tratado de negar. Pero ya no más.

Éramos dos caras de la misma moneda. Y Ren… Ren era la grieta, la falla que arruinó todo. Mi vida tranquila, mi propósito, mi paz… todo había sido aplastado por su existencia.

La ira me ardía en el pecho. Pero no era rabia ciega. Era lúcida. Fría. Cargada de intención.

Mis cadenas ya no eran un castigo. Eran herramientas. Mi carne, un recipiente. Mi alma, la chispa. Y mi voluntad… la sentencia.

No importaba lo que costara. Ya no se trataba de justicia, ni siquiera de redención.

Ahora solo quedaba una verdad:

Yo decidiría cómo termina esta historia.

More Chapters