Ficool

Chapter 7 - capítulo 07: El Dios Roto y la Bestia Incompleta

El agua caliente envolvía mi cuerpo por completo mientras me sumergía en la bañera. A pesar de la calidez, no podía evitar sentir escalofríos al recordar esas palabras.

*"Dime, ¿quieres unos besitos?"*

El vapor del baño no era nada comparado con el calor que se acumulaba en mi rostro. Era una insensible… siempre jugando con mi inocencia. Aunque… me gustaría saber cómo se sienten sus labios.

Murmuré para mí mismo, sintiendo una repentina punzada de nerviosismo.

—Aaaah... seguramente saben a fresa, tal vez algo dulce... Quiero saberlo...

Justo entonces, un sonido insistente interrumpió mis pensamientos. Golpes contra la puerta del baño resonaron con impaciencia.

—Pero ella dijo que olía mal… Es una grosera.

Los golpes continuaron, pero no les presté atención. Mi mente seguía divagando.

*"Tal vez cuando me vea limpio me permita probarlos… pero ¿qué dirá si le robo uno chiquito...?"*

El solo pensamiento hizo que mi cara se tornara completamente roja.

—¡¿En qué estás pensando, Dyr?!

Un último golpe hizo que la puerta cediera de golpe. Mi mirada se dirigió de inmediato hacia la entrada, completamente confundido.

—¡ESTÁ OCUPADO! —grité en un tono chillón.

Sin embargo, la figura que apareció al otro lado de la puerta no parecía estar bromeando.

—¡Ven a ver! —la voz, llena de desesperación, me hizo olvidar de inmediato mi vergüenza—. Dyr, apresúrate.

La seriedad en su rostro me dejó claro que algo no estaba bien. Rápidamente tomé una toalla y salí apresurado tras ella.

El mirador se abría ante nosotros, ofreciendo una vista panorámica de la ciudad… pero esta vez, la imagen era completamente distinta a la de siempre.

—¿Qué sucede…?

Las palabras murieron en mi garganta. No las necesitaba. La respuesta estaba frente a mis ojos.

El caos.

La ciudad, siempre resplandeciente con sus luces, ahora era un infierno ardiente. Las llamas se elevaban en distintas zonas, devorando estructuras enteras. Explosiones sacudían el aire, cada vez más intensas. Los gritos de pánico se entremezclaban con el estruendo de los colapsos.

La noche, que siempre había sido tranquila, ahora se ahogaba en el terror.

—Es… ahí fue donde Lye Kuro… —la voz temblorosa apenas logró escapar de sus labios, al igual que su cuerpo, que no dejaba de estremecerse.

El horror era innegable. Algo terrible estaba sucediendo.

—Imposible… —murmuré, con la respiración entrecortada—. Yo… yo acabé con él… Estoy seguro. Yo lo hice. No hay manera…

Mi cuerpo se tensó por reflejo. Aun con tanto poder ardiendo dentro de mí, el miedo seguía presente, inquebrantable.

—Entonces… ¿por qué está sucediendo esto?

Las palabras golpearon mis oídos como un eco lejano, pero me obligué a responder.

—No… no es nuestro problema.

—¿Qué dices?

La mirada intensa que se clavó en mí exigía una respuesta más firme, pero mi mente se negaba a darla.

—No es nuestro problema —repetí, sintiendo el peso de cada palabra—. No tenemos nada que ver con eso. Solo nos defendimos. Ni siquiera sabemos si esto tiene que ver con Lye Kuro.

—¡Está sucediendo en el mismo lugar!

—Puede ser una casualidad…

—¡¿Cómo puedes decir eso?! ¡No lo ves! Aun si fuera una casualidad, ¿por qué justo ahora?

Las palabras apenas dejaron su boca cuando una explosión estremeció el aire. Esta vez más fuerte. Tan fuerte que sentí como si hubiera ocurrido justo a nuestro lado.

No era una coincidencia.

Alguien había llegado.

Alguien como **Lye Kuro**.

Un sonido agudo se instaló en mis oídos tras la explosión, haciéndome apretar los dientes.

—Ah…

Un dolor punzante invadió mi cabeza mientras la presión aumentaba en el ambiente.

—Vístete.

El tono fue firme, sin espacio para la discusión.

A diferencia de ella, no cubrí mis oídos. Pero aunque mi cuerpo se mantuvo erguido, mis manos… mis malditas manos comenzaron a temblar sin que yo pudiera detenerlas.

—¡Dyr!

Un agarre fuerte en mi brazo me sacudió.

—Yo no puedo hacer nada. Ahora ponte los pantalones y demuéstrame que no serás un monstruo, sino alguien que busca lo mejor para los demás.

Levanté la mirada con inseguridad.

—Eres humano, ¿verdad?

Las palabras me atravesaron como una daga.

Tomé una gran bocanada de aire y grité con toda mi fuerza:

—¡Lo soy!

Sin perder tiempo, corrí a vestirme. Mientras me apresuraba, una figura ya se adelantaba unos cuantos metros.

Observé su silueta por un instante, con una idea rondando mi cabeza. En este punto… no estoy seguro de que yo sea realmente la persona poderosa en esta relación.

Aceleré el paso hasta alcanzarla y, sin dudarlo, la cargué como antes lo había hecho. No había tiempo que perder. Si queríamos llegar rápido a la ciudad, este era el mejor modo.

---

### **Mientras tanto, en la ciudad…**

El cielo se había teñido de un hermoso tono naranja, una belleza efímera que contrastaba con el caos que ardía bajo él.

—Dime, Lye… —murmuré, con la vista fija en las alturas—. ¿Te gustó mi ofrenda?

Una sonrisa se dibujó en mis labios.

—No te preocupes… te perdono por ser una escoria con delirios de Dios.

El juicio ha terminado… por ahora.

Mis pasos resonaron contra el suelo mientras me deslizaba entre la multitud en pánico. Cada grito, cada explosión… era como música para mis oídos. En medio del caos, yo era el único sereno.

—Y Dios está satisfecho con mi obra. Amén.

El humo y la sangre pintaban el escenario, pero mis pensamientos eran interrumpidos por un sonido distinto. Unos pasos desesperados.

No pertenecían a la multitud. No.

Ellos solo eran la sinfonía del juicio.

Este sonido era algo más. Algo desagradable.

Una fuerza que conocía a la perfección.

Mis ojos se clavaron en su dirección. **En ellos.**

—Un niño corriendo con desesperación… —murmuré para mí mismo, con una voz tan baja que solo yo podía escucharla—. Y una niña siendo cargada por él… Normal.

Entonces, ¿por qué el aire a su alrededor comienza a oscilar?

Mi cuerpo se movió por instinto. En un parpadeo, ya estaba cara a cara con el chico, a punto de alcanzarlo, de detenerlo, de cuestionarlo. Ese era el plan.

Pero algo me hizo detenerme.

La chica.

Reflejaba el miedo mismo.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, congelándose en el acto.

Y los dejé pasar.

—¿Quiénes eran ellos…?

---

### **De regreso con Dyr**

El calor de las llamas abrasaba el ambiente cuando finalmente llegamos. Las explosiones todavía resonaban, avivando la destrucción.

Bajé con delicadeza la figura que llevaba en brazos.

El humo aún era espeso.

Una mano se levantó para cubrir la nariz.

—Dyr… despeja el lugar. Puedes apagar el fuego, ¿no es así?

Pero no respondí.

—¿Dyr?

Por alguna razón, no podía dejar de mirar atrás.

El sudor frío recorría mi piel, no por cansancio, sino por algo más profundo. Algo que mi mente no podía procesar, pero que mi cuerpo sí percibía.

No escuchaba nada.

No veía nada.

Entonces, ¿por qué cada fibra de mi ser me advertía de algo?

—¡Dyr!

El llamado me hizo reaccionar levemente, pero mis ojos seguían clavados en la oscuridad detrás de nosotros. Mientras más observaba, más fuerte era la sensación. Algo me acechaba.

No podía verlo.

Pero estaba ahí.

—¡DYR!

Unas manos sujetaron con firmeza mi rostro, obligándome a girar. Un par de ojos llenos de preocupación se encontraron con los míos, repitiendo mi nombre una y otra vez.

—¡Escúchame!

El impacto de la bofetada resonó en mis oídos, trayéndome de vuelta.

—¡Quita todo el fuego de una maldita vez!

Aspire con fuerza, recobrando el sentido.

—¡Sí!

Junté ambos brazos, como si sostuviera una pequeña esfera de energía entre mis manos, y luego los separé con violencia.

Un vendaval se alzó, disipando el humo y apagando las llamas.

El paisaje finalmente se reveló ante nosotros.

Restos por doquier.

Cuerpos calcinados.

Cenizas formando lo que alguna vez fueron extremidades.

El hedor que flotaba en el aire era insoportable.

Un temblor recorrió la figura a mi lado, sus ojos abiertos con horror mientras observaba el desastre. La tomé de los brazos con suavidad y la hice sentarse en un lugar donde pudiera verla.

—Bien... bien. Déjame echar un vistazo. Si puedo hacer algo, te lo diré. Llámame si me necesitas, vendré enseguida.

Sin esperar respuesta, comencé a caminar entre los restos de la ciudad.

Recordaba que todo había empezado con un solo edificio. Ahora, una buena parte de la zona estaba comprometida.

Con cada paso, sentía que me adentraba en la boca del lobo.

El sonido del caos empezó a desvanecerse.

Solo quedaban mis pasos.

Y los latidos nerviosos de mi corazón.

**Lye Kuro…**

Si has vuelto a la vida…

Entonces volveré…

**Yo volveré a enterrarte.**

El aire se volvió más denso, como si la propia atmósfera me advirtiera que no siguiera avanzando.

Y entonces lo vi.

A pesar de toda la destrucción, su cuerpo seguía ahí.

Pero su vientre…

**Todo. TODO estaba…**

—¿Quién carajos…? ¡Demonios!

Mi mirada quedó fija en los restos de Lye Kuro.

Yo había sido quien lo hizo sufrir. Lo sabía. Lo recordaba.

Pero **yo nunca abrí su estómago.**

**Yo nunca saqué sus órganos.**

Entonces, **¿quién lo hizo?**

Un escalofrío me recorrió la espalda.

¿Por qué ahora sentía miedo?

Sin pensarlo, corrí de regreso.

—¡Es hora de irnos!

Pero cuando la vi, alguien más estaba con ella.

El cuerpo entero me gritó que me detuviera.

—Dyr… —la voz temblorosa rompió el silencio. Las palabras apenas se formaban en sus labios—. Él… sabe quién es Lye Kuro.

Los ojos del extraño se fijaron en mí.

Una sonrisa tranquila se dibujó en su rostro.

—Buenas noches —dijo con voz serena—. Soy uno de los hijos de Dios… Y tú…

Su mirada se afiló.

—Acaso… ¿comiste una parte del inmortal?

El cuerpo se movió antes de que mi mente lo procesara.

Ya estaba frente a él, clavando mis ojos en los suyos.

El brazo se movió sin vacilación.

Con un solo gesto, aparté al desconocido de mi camino y me interpuse entre él y Nanatori.

Sus ojos se clavaron en los míos con un brillo extraño, como si hubiera encontrado algo que llevaba mucho tiempo buscando.

Una mano se posó sobre su propio hombro y lo palpó en repetidas ocasiones, como si estuviera asegurándose de que todo estuviera en su lugar.

—Responde mi pregunta —dijo con calma—, o sino **Nanatori Novara morirá aquí y ahora.**

El sonido de su nombre en boca de aquel sujeto me hizo apretar los dientes.

No respondí.

En lugar de eso, di media vuelta y la tomé en brazos antes de impulsarme con fuerza. **Debíamos salir de ahí.**

Pero no éramos los únicos en movimiento.

—Da gracias a Dios que no soy como Lye —la voz resonó a mi lado, corriendo a la par conmigo—. Estoy seguro de que él ya te hubiera atacado.

Antes de que pudiera reaccionar, se movió con una velocidad imposible, apareciendo justo frente a mí y obligándome a detenerme en seco.

—Pon a Nanatori en el suelo.

El tono de su voz era diferente esta vez. Más firme. Más decidido.

—Contaré hasta tres.

El cuerpo en mis brazos tembló.

—Uno…

Las manos de Nanatori se presionaron con fuerza contra sus oídos.

—¡Cállate! ¡Cállate!

—Dos…

No lo pensé dos veces.

Con un movimiento rápido, lancé a Nanatori lejos de mí.

Tal vez el impacto le dolería…

Pero prefería eso a dejar que este maldito le pusiera un dedo encima.

—Tres…

Una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Perfecto.

El aire alrededor se volvió pesado.

—Ahora, te lo diré una última vez. **Responde mi pregunta.**

No había escapatoria.

Apreté los puños.

—**¡Lo comí!**

El sonido de mis palabras pareció disipar toda la tensión por un instante.

Pero luego, la sonrisa en su rostro se ensanchó.

—Justo la respuesta que quería escuchar.

La mano se elevó a la altura de su rostro.

Pequeñas chispas comenzaron a bailar entre sus dedos.

—Tu nombre.

La electricidad crepitó en el aire.

Tomé una bocanada de aire y respondí.

—Dyr Yuuzora.

—Bien, Dyr Yuuzora.

El resplandor en su mano se intensificó.

—¿Quieres que te mate?

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente.

**Me preparé para lo peor.**

—Creo que es obvio que no…

Mis ojos recorrieron el lugar, buscando cualquier corriente de aire que pudiera aprovechar.

Si este tipo estaba jugando, entonces yo…

**No pensaba seguir su juego.**

—Bien. Entonces, dame la carne del inmortal.

No era una petición.

Era una orden.

—No te molestes en responder —continuó con tranquilidad—. **La comiste.**

Apreté los dientes.

—¿Y cómo carajos quieres que te la dé?

La sonrisa en su rostro no se desvaneció.

—Arranca tu estómago y arrójalo hacia mí. Simple y sencillo.

El tono de su voz era tan natural que me revolvió el estómago.

—Si te niegas, yo lo haré por ti. Fácil y sencillo.

La sangre hirvió en mis venas.

No lo pensé.

El cuerpo se movió por instinto, impulsándome con fuerza hacia él. La mano derecha se cerró en un puño y se dirigió con toda la velocidad posible directo a su rostro.

Pero en el último segundo…

Un leve movimiento de su cuello bastó para esquivar el golpe, dejando que pasara de largo.

Ni siquiera parpadeó.

Su brazo se extendió ligeramente, preparándose para devolverme el ataque.

Pero el aire a mi alrededor ya estaba en movimiento.

Una ráfaga surgió de la nada, obligándolo a desviarse.

La oportunidad estaba frente a mí.

Mi mano izquierda se alzó con fuerza, lanzando un revés demoledor.

Pero la sorpresa no lo detuvo.

El impulso de la media vuelta le sirvió para girar su cuerpo por completo, levantando su pierna de manera recta.

El golpe descendió con una fuerza brutal.

**Como una guillotina.**

El impacto me aplastó contra el suelo.

El polvo se alzó en el aire.

No tuve tiempo de reaccionar.

La figura frente a mí se agachó, apoyando un brazo sobre su rodilla mientras me observaba con una mirada seria.

—Dyr…

Mi nombre sonó como una sentencia.

—Haz esto más fácil. No quiero matar a uno de los míos.

El corazón retumbó en mi pecho.

Las palabras penetraron en mi mente, encendiendo una ira que se extendió por cada fibra de mi ser.

**¿Uno de los suyos?**

La rabia se transformó en energía.

El cuerpo reaccionó por sí solo.

Me incorporé de golpe y embestí con toda mi fuerza, apartándolo de mí con un impacto violento.

—**¡No soy de los tuyos!**

Rodó unos metros antes de detenerse.

Con una calma exasperante, se puso de pie, sacudiéndose el polvo de la ropa.

—Me es difícil matar a un niño —murmuró con un suspiro—. Te estoy ofreciendo una manera pacífica.

Los puños se cerraron con fuerza.

No importaba lo que dijera.

No importaba lo que intentara.

**No iba a dejar que se saliera con la suya.**

—**¿Desde cuándo destriparme es una manera pacífica?!**

El aliento se entrecortó.

La mirada se afiló, buscando cualquier señal de vacilación en su rostro.

No la encontró.

—**Desde que te lo propuse.**

La respuesta fue brutal en su simpleza.

—Dime… tú no mataste a Lye por placer, ¿verdad?

Mi cuerpo entero se tensó.

—No… no tienes esa malicia.

La forma en que lo decía, con esa maldita seguridad, me hacía hervir la sangre.

—Viéndote bien… estás desesperado.

Los puños se cerraron con fuerza.

—Crees que puedes hacer algo contra mí.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

—Pero hay una diferencia entre nosotros.

Mi respiración se volvió errática.

—Tú te mueves por egoísmo…

No.

—**Yo actúo porque así me lo ordenó Dios.**

—**¡NO HABLES COMO SI ME CONOCIERAS!**

La furia explotó.

El cuerpo reaccionó antes de que la mente lo procesara.

La distancia entre nosotros desapareció en un instante.

Mi mano se cerró alrededor de su cuello.

Los dedos se clavaron con fuerza, sintiendo su piel bajo mi agarre.

**Esta vez no lo dejaría hablar.**

Con la otra mano libre, lancé un golpe directo.

**Pero fallé.**

Un simple movimiento de su cabeza bastó para esquivarlo.

**¡Imposible!**

Intenté recuperar el control, pero su contraataque llegó primero.

**¡Rápido!**

El pie de él se hundió en mi costado.

La fuerza me sacudió desde dentro.

El impacto dejó mi cuerpo sin aire.

**¡Duele!**

La presión en mi garganta se debilitó.

**No, no, no…**

El cuerpo se encorvó sin quererlo.

Y en ese momento…

Su mano se cerró alrededor de mi rostro.

La presión aumentó.

Los dedos se hundieron en mi piel como garras.

La respiración se volvió pesada.

**¡Mierda, no puedo moverme!**

Fui arrastrado como un muñeco de trapo.

El concreto frío golpeó mi espalda cuando me dejó caer.

**¡No, levántate, levántate!**

Pero él se inclinó sobre mí.

Me miró con esos ojos inhumanos.

—Eres un libro abierto.

Los latidos resonaron en mis oídos.

—**Deja de intentarlo… y escucha.**

Los dientes rechinaron.

—¿Crees que quiero hacerle algo a Nanatori Novara?

El nombre de ella en su boca me revolvió el estómago.

—Hace un momento, cuando te fuiste…

Las imágenes se apilaron en mi mente.

**Nanatori, sola.**

**Nanatori, indefensa.**

**Nanatori… muerta.**

—…**pude haberla asesinado sin dudar, como a todas estas cucarachas.**

La visión se nubló por completo.

—**¡Si te atreves a tocarla…!**

**CRACK.**

El mundo se detuvo.

El dolor explotó dentro de mí como un rayo.

Un grito desgarró mi garganta.

Mi hombro…

**Lo rompió.**

La respiración se volvió errática.

Los músculos se contrajeron por reflejo.

**¡Mierda, mierda, mierda!**

Los dedos se aferraron desesperadamente a la herida, como si eso pudiera aliviar el dolor.

—**Cállate.**

Su tono era tan indiferente como si solo hubiera roto un objeto.

Las lágrimas de rabia y dolor se acumulaban en mis ojos.

—Solo busco la carne del inmortal.

La mandíbula se tensó.

Las palabras tardaron en salir.

—**Todos… buscan lo mismo…**

El aire se volvía más pesado con cada segundo.

—**¿Por qué… están tan desesperados?!**

Una pausa.

Un susurro venenoso.

—Usa la lógica.

Su respuesta…

—**Poder.**

La rabia se intensificó.

—**¿Eso es todo?!**

Sus ojos perforaron los míos.

—¿Por qué querías poder?

Mi mente apenas tardó un instante en dar la respuesta.

—**Para protegerla.**

—Estás fallando.

El corazón pareció saltarse un latido.

—**Estás a mi merced.**

El aire se volvió insoportablemente denso.

—Dime… ¿qué harías si la mato?

El mundo entero pareció colapsar sobre mí.

—**¡NO TE LO PERMITIRÉ!**

**CRACK.**

El otro brazo se rompió.

Un segundo grito escapó de mi garganta.

**Duele, duele, duele…**

El cuerpo se estremeció.

Los músculos se retorcieron por la agonía.

—Sigues fallando.

Los pasos se acercaron lentamente.

El aliento helado contra mi oído.

—**¿Vas a matarme?**

La respiración se detuvo.

El mundo pareció encogerse.

El miedo, la rabia, la impotencia.

**El odio.**

Y por encima de todo…

**La verdad en sus palabras.**

El aire se volvió denso.

Como si el mundo mismo se contuviera la respiración.

El sudor resbalaba por mi frente, descendiendo por mi rostro, pero no por el calor de las llamas ni por el esfuerzo de la batalla.

Era diferente.

Más profundo.

Una opresión en el pecho, un nudo en la garganta que no podía tragar.

**Miedo.**

No el miedo a la muerte.

No el miedo al dolor.

Sino el miedo a la impotencia.

Los ojos de aquel hombre… **no tenían vida.**

Eran un abismo helado, un juicio silencioso que me atravesaba sin piedad.

Mi boca se abrió, pero no pude hablar.

Ni siquiera respirar.

**¿Por qué?**

—Puedes verlo, ¿verdad?

Su voz era un eco lejano, distorsionado, como si viniera de un lugar mucho más profundo que la garganta.

—La persona a la que intentas proteger… es capaz de hacer esto.

Un sonido seco y violento irrumpió en el aire.

El impacto resonó en el espacio entre nosotros.

Nanatori.

Sus manos temblaban.

La barra de metal que sostenía había chocado contra su nuca con toda la fuerza que su cuerpo podía reunir.

Pero ella no se detuvo.

Volvió a levantar la barra.

Y la dejó caer otra vez.

Y otra vez.

**Y otra vez.**

Los músculos de sus brazos se tensaban con cada golpe.

Pero con cada golpe, su fuerza se iba desmoronando.

El peso de su miedo.

El peso de su desesperación.

**El peso de su voluntad.**

Su respiración era errática, entrecortada, forzada.

Hasta que, finalmente, sus manos se soltaron.

La barra de metal cayó con un ruido hueco contra el suelo.

Sus dedos se quedaron rígidos en el aire, como si todavía se aferraran a algo que ya no existía.

Mis labios se abrieron.

Pero otra vez…

No salió nada.

Nanatori intentó levantarla de nuevo, pero sus manos ya no respondían.

Ella… lo había dado todo.

La garganta se cerró con un nudo doloroso.

¿Por qué estoy… simplemente observando?

Un delgado hilo de sangre comenzó a descender por la frente del hombre.

Una gota.

Otra más.

—Nanatori intenta hacer todo lo que puede… y tú… solo observas.

El vacío en mi pecho se extendió.

**No es cierto…**

**No es cierto…**

Pero lo era.

Lo era, y esa verdad me carcomía desde dentro.

—Ah… ya veo.

Sus ojos se entrecerraron, con una emoción oscura filtrándose en su mirada.

—Eres igual que yo.

**No.**

Un escalofrío recorrió mi columna.

—Impotente. Ajeno a todo. Sin fuerza. Sin valor.

**¡Cállate!**

—Dios es misericordioso… ¿por qué no le pides ayuda?

El nudo en mi garganta se apretó hasta que apenas pude respirar.

—Ah, es verdad…

Sus dedos se crisparon.

El suelo bajo sus pies se quebró levemente.

El aire mismo pareció estremecerse.

La presión en el ambiente se volvió aplastante.

No era poder.

Era algo mucho peor.

—Dejaré que tus sollozos lleguen a los oídos de Dios.

La muerte descendió.

Pero…

El calor de otro cuerpo se interpuso.

Las sombras se partieron.

Nanatori…

Se había puesto frente a mí.

Los temblores desaparecieron de su cuerpo.

El miedo… se desvaneció.

En su lugar, había algo más.

Algo que quemaba con intensidad.

—¡NO!

Un destello de determinación pura.

Nanatori.

El miedo que la había paralizado antes… ya no estaba.

En su lugar, sólo quedaba algo más.

Algo abrasador.

**Decisión absoluta.**

El puño descendió.

El mundo colapsó.

Un estruendo sacudió el suelo.

El concreto se rompió con un crujido ensordecedor.

Un cráter se abrió entre nosotros.

El polvo se elevó en el aire.

Pero la muerte no llegó.

No para mí.

No para ella.

Cuando la nube de polvo se disipó, los ojos de aquel hombre… **se congelaron.**

No por mí.

No por su propio ataque.

Sino por ella.

Por la forma en que lo miraba.

No con miedo.

No con desesperación.

Sino con rabia.

Con desafío.

Las lágrimas surcaban su rostro, pero su mirada era firme.

No parpadeó.

No retrocedió.

**Lo desafió.**

Los sonidos no salieron.

Pero no hacían falta.

Su mirada… decía todo.

Ella no iba a retroceder.

Unos segundos de silencio absoluto.

Luego, algo cambió.

El hombre frente a nosotros…

Se paralizó.

Sus ojos se abrieron con un destello de algo que no pude comprender.

El aire en su garganta vaciló.

—¿Por qué… me miras así?

Las cicatrices en su piel comenzaron a arder.

Su expresión se torció en agonía.

Los dedos recorrieron aquellas marcas.

Un dolor que no era físico lo invadió.

La voz sonó diferente.

No era la misma seguridad inquebrantable de antes.

No era la voz de un hombre que dictaba el juicio de Dios.

Era…

Vacilante.

Frágil.

—¿Por qué lo proteges?

Su respiración se volvió errática.

—Él es… un hijo de Dios.

Su cuerpo se tambaleó.

La desesperación se reflejaba en sus ojos.

Las cicatrices…

Estaban vivas otra vez.

Estaban juzgándolo.

—No…

Su respiración se volvió errática.

—No necesitamos a nadie más que a nosotros mismos…

El aire pareció colapsar sobre él.

Sus propios dedos se aferraron a su rostro, como si intentara esconderse de algo.

De pronto, la imagen de aquel hombre implacable y seguro de sí mismo… **desapareció.**

Nanatori no lo miró más.

Sus piernas casi cedieron.

Pero en ese momento, ella giró sobre sus talones y me tomó.

Sus dedos buscaron cualquier forma de sujetarme.

No importaba cómo.

No importaba cuánto temblaba.

Se giró hacia mí.

Sin rendirse.

Su voz apenas era un susurro.

Pero lo intentaba.

Lo intentaba con todo su ser.

Con jalones torpes.

Con tropiezos.

Con una determinación absoluta.

Ella me estaba sacando de ahí.

—Vamos… vamos…

No sé si me lo decía a mí.

O a sí misma.

Pero la arrastré con mis pasos torpes.

Y juntos… nos alejamos de aquel hombre.

Lo último que vi…

El hombre que se hacía llamar el relevo de Dios…

…se quedó solo.

Sus rodillas tocaron el suelo.

Los labios se separaron, pero no salió ningún sonido.

Los puños se cerraron con tanta fuerza que las uñas se hundieron en la piel.

No era dolor lo que lo consumía.

No era rabia.

Era algo peor.

—Fallé…

Su voz era un susurro apenas audible.

—No pude dictar… su palabra…

El aire alrededor de él se volvió vacío.

**Por primera vez, el verdugo de Dios… no supo qué hacer.**

En ese instante…

Era sólo un hombre.

Y por primera vez, el verdugo de Dios…

No supo qué hacer.

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