El pasillo del tercer piso, antes un simple corredor de hotel, se había transformado en un campo de batalla. La luz parpadeante de las linternas de la policía bailaba sobre charcos de sangre, iluminando los cuerpos desmembrados de los inquilinos inocentes, un macabro telón de fondo para la confrontación que se desarrollaba. Strovel, con sus músculos tensos y su ira descontrolada, era una fuerza de la naturaleza. Sus golpes, aunque brutales, no lograban conectar con los esquivos "perros" de Matt. Ladrido y Garra, con una agilidad felina, se movían en una danza letal, esquivando, distrayendo, agotando al héroe con cada finta.
Matt, con las manos entrelazadas detrás de la espalda, observaba la pelea con la frialdad de un estratega, su mente trabajando a una velocidad vertiginosa. Su rostro era una máscara de calma, pero sus ojos claros brillaban con una luz demente, la de un depredador que ha acorralado a su presa. La ira de Strovel era su debilidad, y Matt lo sabía. "Son buenos, héroe. Pero no son suficientes. No son lo suficientemente fuertes para un hombre como usted," había dicho, y Strovel había caído en la trampa. Su plan no era matar a Strovel con sus perros. Su plan era mucho más siniestro.
—¡Basta de juegos! —gruñó Strovel, con la paciencia agotada. Su voz retumbó en el pasillo, un rugido de pura frustración. Se lanzó contra Matt, ignorando a los perros, que se movían para interceptarlo. Garra le arañó la pierna, y Ladrido intentó morder su brazo, pero Strovel los apartó con un simple movimiento de su hombro, como si fueran moscas. Su objetivo era claro. El cerebro detrás de la carnicería. En un instante, Strovel estaba frente a Matt.
Alzó su puño, una masa de músculos y poder, y lo descargó con toda su fuerza en la cara del cazador. La mandíbula de Matt se dislocó con un crujido espantoso, su cabeza se lanzó hacia atrás con una velocidad inhumana y su cuerpo voló por el aire, chocando contra la pared con un impacto brutal que hizo temblar todo el piso. Los policías, que habían estado observando con horror, lanzaron un grito de asombro. Strovel había asestado el golpe definitivo. Matt se desplomó al suelo, inconsciente. O eso parecía.
Pero Matt ya había anticipado ese golpe. Antes de la pelea, se había envuelto una bufanda alrededor del cuello, una bufanda que llevaba un par de placas de metal que amortiguarían un golpe directo. Era un truco simple, pero efectivo. Y el golpe de Strovel, aunque potente, no fue suficiente para dejarlo inconsciente. Matt, con el rostro deformado por el impacto, se levantó lentamente, una sonrisa demente se dibujó en sus labios, la sangre escurriendo por la comisura de su boca.
—Un golpe certero, héroe. Pero predecible —murmuró Matt, su voz ronca por el dolor—. Ahora, es el turno de mis perros. Acaben con ellos.
Ladrido y Garra, que habían estado esperando pacientemente, se lanzaron contra los policías. El Comandante Hayes, un hombre valiente pero sin poder, les gritó una orden que nadie escuchó, "¡Fuego!". Los oficiales abrieron fuego con sus pistolas, pero las balas no hacían nada. Los "perros" eran demasiado rápidos, sus cuerpos se movían con una agilidad sobrehumana, esquivando los disparos como si fueran insectos.
La matanza fue rápida y brutal. Ladrido se lanzó sobre el primer oficial, sus colmillos se cerraron sobre su garganta, desgarrando la tráquea con un sonido húmedo. La sangre brotó a borbotones, y el cuerpo del oficial se desplomó contra el suelo, convulsionando. El siguiente oficial fue destrozado por Garra, que se abalanzó sobre él, sus garras se cerraron sobre su pecho, rompiendo las costillas como si fueran palillos.
Garra se deleitó, arrancando el corazón del pecho del oficial con un rugido de placer. Los otros dos oficiales fueron abatidos en un instante, sus cuerpos mutilados, desmembrados, esparcidos por el pasillo. La masacre fue tan rápida que los gritos se sofocaron antes de que pudieran terminar, los cuerpos se desplomaron sin siquiera un gemido.
El Comandante Hayes, que había estado detrás de sus oficiales, se lanzó a correr. La desesperación le dio un impulso de adrenalina, pero no era suficiente. Ladrido, que había terminado de mutilar a su víctima, se lanzó sobre el Comandante, su cuerpo volando por el aire, sus ojos fijos en la espalda del policía. Hayes, en el último momento, se volteó. Vio los ojos rojos del "perro", la boca abierta, los colmillos listos para desgarrar. El miedo se apoderó de él, pero no había nada que pudiera hacer. Ladrido se estrelló contra su torso, sus garras se cerraron sobre su estómago, y con una fuerza brutal, lo abrió de un solo movimiento. Las vísceras del Comandante cayeron al suelo con un ruido húmedo, sus intestinos se derramaron por la alfombra, creando un lago de sangre y bilis. El Comandante soltó un grito de agonía, sus ojos se abrieron de par en par, su cuerpo convulsionando mientras Ladrido se deleitaba en su miseria, destrozando sus entrañas.
Strovel observó el horror con una furia impotente. Había sido engañado. Matt lo había distraído, había usado su ira en su contra. Strovel no pudo soportar el espectáculo de la masacre. El dolor, la culpa, el fracaso se mezclaron en su interior, y un rugido de furia animal escapó de sus labios. Se lanzó contra Matt, quien se levantaba lentamente, la mandíbula todavía dislocada, la sangre escurriendo por su rostro.
—¡Maldito animal! ¡Te mataré! —gritó Strovel, con la voz rota por el dolor.
—Un héroe furioso es un héroe ciego, Strovel. Lo que acaba de pasar es mi victoria —dijo Matt, con una sonrisa demente. Justo cuando Strovel estaba a punto de golpearlo, Matt, con una agilidad sorprendente, se movió, sacó una pequeña cuchilla de su zapato, y con un movimiento rápido y brutal, le cortó la mano izquierda a Strovel. La mano, todavía empuñada, cayó al suelo con un golpe sordo, un chorro de sangre brotó del muñón de Strovel.
—¡¡¡Aaaaaaaaaaaahhh!!! ¡Maldito! ¡Hijo de perra! —Strovel gritó, la sangre brotando de su muñón, el dolor un aguijón insoportable. Se tambaleó, su rostro contraído por el dolor, sus ojos fijos en la mano que yacía en el suelo.
—Eso es por subestimar mi estrategia. No soy como esos monstruos que conoces. Soy un cazador —dijo Matt, con una sonrisa de pura maldad. Pero su triunfo fue fugaz. Strovel, con una fuerza que solo un héroe podía poseer, se recuperó del dolor, y con su única mano, se abalanzó sobre Matt, su mano se cerró sobre su garganta.
—¡Yo... te... mataré! —gruñó Strovel, sus ojos brillando con una luz azul de energía. El aire se hizo delgado, y el cuerpo de Matt se levantó del suelo, su rostro se puso morado, sus ojos se abrieron de par en par, el aire se le iba de los pulmones, sus manos luchaban por liberarse del agarre de Strovel, pero no había nada que pudiera hacer. Estaba apunto de morir. El héroe iba a ganar.
Pero Matt no estaba solo. Garra, que había terminado de deleitarse con el cuerpo destrozado del Comandante Hayes, se había percatado del peligro. Vio la pistola del Comandante Hayes, que yacía en el suelo. La agarró con una mano temblorosa, la mirada fija en Strovel. No era un humano, no entendía de estrategias, pero entendía de órdenes. Su amo estaba en peligro. Y la única forma de salvarlo era... Garra apretó el gatillo. La bala salió disparada, un sonido estruendoso que resonó en el pasillo. La bala, con una precisión mortal, se incrustó en el ojo derecho de Strovel.
La cabeza de Strovel se giró, su agarre se aflojó, y la bala atravesó su cerebro, saliendo por la parte posterior de su cráneo. El cuerpo de Strovel se desplomó, una masa de carne y hueso, su rostro desfigurado por la bala, sus ojos vacíos. El héroe, el salvador, había muerto. La sangre se extendió por el suelo, mezclándose con la sangre de las víctimas inocentes. El silencio volvió al pasillo, un silencio más aterrador que los gritos. La masacre había terminado. Matt se levantó, su garganta dolorida, y miró el cuerpo de Strovel, una sonrisa de victoria se extendió por su rostro. Su plan, a pesar de la intervención del héroe, había funcionado. Hitomi Valmorth, la presa, estaba a salvo en su habitación. Pero no por mucho tiempo.