Ficool

Chapter 120 - Cámara Lenta para un Encuentro

La pequeña moneda de euro, liberada por los dedos pálidos de Ryuusei desde la cornisa del edificio, dejó de existir en el plano físico antes de que la gravedad pudiera reclamar su derecho sobre ella. No hubo sonido de impacto, ni siquiera un destello final. Simplemente, hubo una ausencia.

Ryuusei y Brad, apostados como gárgolas en la oscuridad del tejado, sintieron el eco de esa intervención. No fue algo visual, sino visceral. Fue una vibración violenta y efímera en el tejido mismo del aire, una onda de choque microscópica que recorrió la calle como un escalofrío. Era el rastro térmico y cinético de algo que se mueve tan rápido que la realidad tarda unos microsegundos en cicatrizar tras su paso.

—Ahí está —murmuró Brad. Su voz era grave, carente de la emoción de la caza, reemplazada por la fría satisfacción del depredador que ha confirmado a su presa. No había visto al chico; nadie podía verlo. Solo había presenciado la imposibilidad física de la desaparición de la moneda.

Ryuusei permaneció en silencio, sus ojos dorados y heterocromáticos escaneando la arquitectura de ladrillo oscuro y las luces de neón de Ámsterdam. Sus sentidos, afinados para detectar anomalías en el flujo natural del mundo, trabajaban al límite. La energía de Bradley Goel no era un faro constante; era una señal de radio defectuosa y enloquecedora. Fuerte y cegadora en un nanosegundo, nula y fría en el siguiente.

Era frustrantemente difícil de triangular. No era una presencia; era una interrupción.

—¿Hacia dónde? —preguntó Brad, sus músculos tensándose bajo la chaqueta de cuero, listo para descender.

Ryuusei cerró los ojos, aislándose del ruido mundano de la ciudad: el chirrido de los tranvías, las conversaciones lejanas, el latido lento y monótono de las miles de vidas normales que se movían a una velocidad agónica. Buscó esa resonancia específica, ese olor a ozono quemado y fricción estática. Era como intentar escuchar el eco de un solo aplauso en una catedral inmensa durante una tormenta.

—Cerca —dijo finalmente, abriendo los ojos con una nitidez renovada—. Hacia el este.

Señaló hacia un bloque de apartamentos de posguerra, con fachadas de ladrillo rojo y locales comerciales en la planta baja que irradiaban luz amarilla y vapor.

Sin intercambiar más palabras, saltaron del tejado. Aterrizaron en el callejón trasero con un control absoluto de su inercia, desapareciendo en las sombras antes de que cualquier transeúnte pudiera registrar su caída. Se movieron rápidamente por el laberinto de calles traseras, Ryuusei guiando el camino.

Podía sentir la energía de Bradley. No era un flujo, sino una serie de puntos estroboscópicos en el tiempo. Parpadeos de existencia acelerada. Estaba allí, y luego no estaba. Era como intentar rastrear la trayectoria de un rayo basándose solo en el trueno.

La señal se intensificó, volviéndose casi dolorosa para la percepción de Ryuusei, cerca de un edificio residencial modesto. En la planta baja, un pequeño restaurante tailandés exhalaba nubes de vapor con olor a hierba de limón, curry rojo y aceite frito quemado. El callejón trasero estaba húmedo, abarrotado de cajas de cartón mojadas y contenedores de basura industriales.

Ryuusei se detuvo en seco, levantando una mano para frenar a Brad. Su mirada se clavó en la puerta de servicio del restaurante, una plancha de metal gris, abollada y manchada de grasa.

—Aquí —susurró, su voz apenas un hilo de aire—. Está aquí. O lo estuvo hace un microsegundo. Su rastro térmico todavía quema en el aire.

Se fundieron con las sombras profundas proyectadas por la arquitectura, convirtiéndose en parte de la oscuridad. Esperaron.

Los minutos se estiraron, pesados y lentos. Para Brad, un hombre de tierra y paciencia geológica, la quietud era soportable, pero empezaba a notar la ironía de esperar inmóviles a alguien que probablemente vivía mil vidas en el tiempo que ellos tardaban en respirar. Brad movió un pie, el sonido de su bota contra el asfalto resonó demasiado fuerte en el silencio del callejón.

De repente, la puerta de metal se abrió. No fue un movimiento suave; fue un estallido de acción.

Un chico salió. Delgado, desgarbado, con el pelo castaño revuelto y una camiseta negra del uniforme manchada de salsa. Parecía tener unos dieciséis o diecisiete años, pero sus ojos tenían la dureza de alguien que ha visto demasiado. Llevaba una bolsa de basura negra en la mano.

El movimiento de tirar la basura debería haber sido algo mundano. Pero Bradley Goel no lo hizo normal. En el tiempo que tardó la puerta en cerrarse tras él, Bradley ya había abierto el contenedor, arrojado la bolsa y cerrado la tapa con un golpe seco que sonó como un disparo.

Era él. La energía residual crepitaba alrededor de su piel como electricidad estática.

El chico se recostó contra la pared de ladrillos sucios, sacando un teléfono móvil de su bolsillo trasero. Pero no estaba descansando. Ryuusei lo observó con fascinación clínica. Bradley era incapaz de la quietud absoluta.

Su pierna derecha rebotaba contra el suelo a una velocidad que desafiaba el ritmo cardíaco humano. Sus dedos tamborileaban sobre la pantalla del teléfono, no escribiendo, sino simplemente moviéndose, buscando estímulo. Sus ojos no se enfocaban en la pantalla; saltaban de un lado a otro del callejón, registrando cada grieta, cada rata, cada gota de agua que caía de una tubería, procesando la información a una velocidad vertiginosa. Era la imagen viva de la ansiedad cinética.

Ryuusei dio un paso adelante, emergiendo de la oscuridad. Brad lo siguió, una montaña de calma amenazante.

Bradley levantó la vista. Sus ojos se encontraron con los de Ryuusei. Por una fracción de segundo, el movimiento perpetuo de sus extremidades cesó. Una pausa antinatural.

—¿Sí? —preguntó el chico. Su voz salió disparada, las palabras atropellándose unas a otras, como si hablar fuera un proceso demasiado lento para su pensamiento y quisiera terminar la frase antes de haberla empezado—. ¿Se les ofrece algo? El restaurante está cerrado por la parte de atrás. No tengo dinero suelto. No fumo. Adiós.

Ryuusei se detuvo a tres metros de distancia, invadiendo el espacio personal del callejón, pero manteniendo una distancia de seguridad.

—Bradley Goel —dijo Ryuusei. Pronunció el nombre con una lentitud deliberada, contrastando violentamente con la energía frenética del chico.

El efecto fue inmediato. Bradley se tensó, una cuerda de violín a punto de romperse. Su inquietud regresó multiplicada. Se separó de la pared, su cuerpo vibrando.

—¿Quiénes son? ¿Cómo saben mi nombre? —Sus ojos saltaron de Ryuusei a Brad, analizando amenazas, rutas de escape y armas en nanosegundos—. ¿Son de la policía? ¿Inmigración? ¿Servicios sociales?

—No —respondió Ryuusei con calma—. No somos de seguridad.

Brad dio un paso al frente, cruzándose de brazos. Su presencia física llenó el callejón.

—Somos algo más complejo, chico rápido. Digamos que somos consultores de potencial. Y tú tienes un excedente que está empezando a llamar la atención.

Bradley los miró con una mezcla de confusión genuina y una sospecha paranoica. Sus ojos escanearon a Brad, deteniéndose un milisegundo en la extraña manera en que las botas del hombre parecían hundirse en el asfalto, como si pesara toneladas.

—¿Consultores? ¿Para qué? ¿Para atletismo? No me interesa el deporte. Es aburrido. —Bradley desvió la mirada hacia la boca del callejón, donde la gente pasaba caminando por la calle principal. Para él, debían parecer zombis arrastrando los pies en melaza—. Solo quiero vivir mi vida. A mi ritmo. Déjenme en paz.

—Tu "ritmo" implica intervenir en la física local y recolectar monedas en caída libre antes de que toquen el suelo —dijo Ryuusei. Su tono era neutro, pero la acusación colgó en el aire húmedo.

Bradley se congeló. Un rubor subió por su cuello, no de vergüenza, sino de la ira de ser descubierto.

—No sé de qué hablan. Están locos.

Brad soltó una risa áspera y seca. —Oh, sabemos de qué hablamos. Te vimos. O más bien, vimos el agujero que dejaste en el aire. Eres el borrón más rápido que hemos rastreado en meses, Bradley. Y fingir que eres un ayudante de cocina torpe no va a funcionar con nosotros.

La fachada de indiferencia adolescente de Bradley se resquebrajó. Se dio cuenta de que no eran simples matones. Sabían lo que era. Su postura cambió; ya no era defensiva, era evasiva. Listo para correr. Listo para desaparecer.

—Miren, no quiero problemas —dijo Bradley, su voz bajando una octava, volviéndose peligrosa—. No me meto con nadie. No robo bancos. No lastimo a nadie. Solo... existo.

—Existes desperdiciando un don que podría redefinir la realidad —interrumpió Ryuusei, dando un paso más—. Hay algo más grande ahí fuera, Bradley. Un conflicto que se avecina y que requiere capacidades que solo tú posees. Tu vida tiene un propósito mayor que lavar platos y mirar el mundo desde la barrera.

Bradley soltó una carcajada corta, amarga y cargada de un cinismo que no correspondía a su edad.

—¿Propósito? ¿Habilidades? ¿De qué mierda están hablando? —Bradley empezó a caminar en círculos pequeños, incapaz de quedarse quieto, gesticulando con rapidez—. ¿Quieren que use esto para qué? ¿Para salvar gente? ¿Para ser un héroe?

Se detuvo frente a Ryuusei, mirándolo con ojos febriles.

—El mundo es un desastre, señor misterioso. La gente... la gente es insoportable. Son lentos. Todo es lento. Hablar es lento. Caminar es lento. Ustedes... ahora mismo, están parados ahí respirando tan despacio que me dan ganas de gritar.

Bradley se pasó una mano por el pelo, frustrado. La confesión brotó de él como una presa que se rompe.

—Ustedes no entienden lo que es. Esperar a que alguien termine una frase es una tortura. Esperar a que un semáforo cambie es una eternidad. El mundo es estático para mí. Aburrido. Estúpido. Solo se preocupan por sus pequeñas vidas insignificantes que transcurren a paso de tortuga. ¿Por qué debería usar mi don para ayudarlos?

Se apoyó de nuevo en la pared, pero sus músculos seguían vibrando.

—Solo quiero ir a mi propio ritmo. Ver las cosas antes de que sucedan. Ser el espectador que nadie ve. Disfrutar de mi juventud antes de volverme loco de aburrimiento. Y si eso implica ser un fantasma... pues bien.

Ryuusei observó la profunda soledad en los ojos del chico. No era arrogancia simple; era el aislamiento de alguien que vive en una dimensión temporal diferente. Bradley Goel estaba solo en una habitación llena de gente, porque para cuando alguien le respondía "hola", él ya había vivido un minuto entero de silencio.

—Tenemos una misión —insistió Ryuusei, sin ceder—. No se trata de ser un héroe de cómic. Se trata de cambiar la estructura de este mundo lento que tanto desprecias. Se trata de evolución.

Bradley resopló, cruzándose de brazos con un movimiento borroso.

—¿Cambiar el mundo? Suena a basura de superhéroe. Y déjame decirte algo sobre los superhéroes: son una mierda. Son falsos. Payasos con mallas y relaciones públicas que posan para las cámaras mientras el mundo se quema. No me interesa su club, ni su misión, ni su evolución.

Miró a Brad, luego a Ryuusei, con una mueca de desafío.

—No estoy interesado. Váyanse. Quiero volver a mi cocina, lavar mis platos a velocidad humana y fingir que soy normal para que el resto de ustedes, los lentos, no se asusten.

Brad y Ryuusei intercambiaron una mirada pesada. Ryuusei comprendió el desafío. No se enfrentaban a un enemigo físico, sino a una barrera psicológica construida sobre el aburrimiento y el desprecio. Bradley Goel no necesitaba ser salvado; necesitaba ser desafiado. Necesitaba una razón para correr que no fuera simplemente huir del aburrimiento.

La caza del fantasma cinético no terminaría esa noche. Acababa de empezar, y la resistencia de Bradley era tan formidable como su velocidad.

More Chapters