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Chapter 108 - Sangre y Símbolos

El aire en el centro de mando improvisado olía a sedantes potentes y a la fría victoria de Amber Lee. Sus objetivos yacían en el suelo, paralizados por la toxina, conscientes pero incapaces de moverse. Volkhov y Aiko se encontraban junto a una pared de ladrillo, el punto donde el estratega había detectado la resonancia de metales pesados: la bóveda que contenía el Artefacto de la Plaga.

—Aquí —dijo Volkhov, confirmando sus sospechas tácticas con un golpe seco en la pared—. La estructura es de doble capa de acero reforzado detrás de esta fachada. No es una cerradura común; será por combinación de voz o huella.

Aiko puso su mano en el ladrillo, sintiendo la frialdad de la estructura. La fuerza de sus músculos rudimentarios era tal que podría derribar la pared si se lo proponía, pero eso causaría un derrumbe que alertaría a toda la ciudad. Se necesitaba sutileza.

Amber Lee se acercó a uno de los hombres paralizados, el que llevaba el anillo con el cráneo y las hojas. Su rostro era una máscara de fría determinación. —La combinación de la bóveda. Ahora.

El hombre intentó hablar, pero solo logró un sonido gutural. Amber, sin paciencia, usó su dominio biológico. Un pequeño pinchazo de una toxina menor, que activaba los músculos de la garganta. El hombre gritó en agonía y luego, jadeando, forzó las palabras.

—Nunca… te diré…

Amber apretó el punto de inyección. —No estoy pidiendo permiso. Dime el código o te haré desear que la parálisis fuera permanente.

El hombre, superado por el dolor inducido químicamente, cedió. Murmuró una secuencia de números y una frase corta.

Volkhov grabó la información, acercándose de nuevo a la pared. —Es un panel de escáner biométrico. Lo puedo anular, pero llevará tiempo.

Mientras Volkhov preparaba sus herramientas, concentrado en la sutil danza de los cables, un sonido gutural y húmedo resonó desde el túnel de drenaje por el que habían llegado. Era un ruido que no pertenecía al flujo normal de las aguas residuales, un sonido de algo grande y pesado arrastrándose por el hormigón.

Aiko y Volkhov se tensaron al unísono. Amber, que estaba terminando de neutralizar a sus objetivos, miró hacia la oscura abertura de la escalera.

—No puede ser la seguridad —dijo Volkhov, sin dejar de trabajar—. No hicimos ruido.

—Esto… esto no huele a guardia de seguridad —murmuró Amber, su dominio biológico detectando una firma orgánica masiva, salvaje, que invadía el aire del piso.

De la oscuridad del hueco de la escalera de metal, surgió una figura grotesca. Era un cocodrilo humanoide gigante, de piel coriácea y escamosa, con garras afiladas y una mandíbula inmensa llena de dientes irregulares. El hedor a pantano y lodo golpeó la oficina, y sus ojos amarillos brillaban con inteligencia depredadora.

El monstruo se enderezó en toda su altura, que superaba los dos metros y medio, y habló con una voz profunda, áspera, como rocas triturándose.

—¡Pequeños intrusos! He olido la sangre y el miedo. ¿Creen que los túneles son suyos? El Dragón de Huesos tiene sus propios guardianes.

El Cocodrilo-hombre no dudó. Se movió con una velocidad inverosímil para su tamaño, apuntando directamente a la figura que estaba más concentrada y por ende, era la amenaza más inminente para su entorno táctico.

En un relámpago de terror, Volkhov sintió el impacto. El cocodrilo lanzó su mandíbula con la fuerza de un triturador hidráulico.

¡Crack!

El sonido fue espantoso y definitivo. El monstruo se abalanzó, y en menos de un segundo, su mandíbula se cerró alrededor de la cabeza de Volkhov, arrancándola limpiamente de su cuerpo. El torso inerte de Volkhov se desplomó al suelo con un ruido sordo, y un chorro de sangre roja oscura brotó del cuello seccionado.

¡AHHHHHH!

El grito fue de Amber Lee. El terror puro superó su fachada de fría determinación. Había presenciado una violencia tan rápida y absoluta que superaba incluso sus propias intenciones de venganza. Sus ojos se abrieron en pánico al ver el cuerpo decapitado de Volkhov. Rápidamente, su mirada rastreó el entorno. Vio la pistola que Volkhov había usado para neutralizar al guardia de seguridad tirada en el suelo. Corriendo por instinto de supervivencia, se lanzó hacia ella, su entrenamiento y su voluntad superando el miedo. Agarró el arma, su cuerpo temblando, lista para disparar.

Aiko, sin embargo, no gritó. La guerrera de la fuerza no permitió que el horror superara su disciplina. La decapitación de su compañero fue un estímulo, no un paralizante. Su mente se puso en modo de combate total. Desenfunda su katana con un shing metálico que cortó el aire. Sus ojos, ahora enfocados, midieron la velocidad, el ángulo y la fuerza de la criatura. Ella sabía que estaba en desventaja, pero no dudó.

—¡Prepárate, bestia! —rugió Aiko, interponiéndose entre el monstruo y Amber. Su cuerpo se tensó, lista para absorber el impacto del siguiente ataque.

El cocodrilo-hombre se rió, un sonido gutural que hizo vibrar el aire. —¡Una pequeña mosca! Un solo mordisco y ya… ¿¡Qué…!?

El monstruo se detuvo, su risa atragantada, sus ojos fijos en el suelo. Aiko también se detuvo, su postura de combate congelada.

Donde yacía el cuerpo inerte de Volkhov, un fenómeno imposible ocurría.

La sangre que había brotado del cuello seccionado no se estaba derramando; se estaba retrayendo. El torso sin vida comenzó a temblar. Los tejidos del cuello comenzaron a hincharse y a regenerarse con una velocidad asombrosa. Cartílago, músculo, piel, todo se reconstruía a un ritmo vertiginoso, como si una película se estuviera rebobinando a máxima velocidad.

En menos de cinco segundos, una cabeza, idéntica a la de Volkhov, se formó completamente sobre su cuerpo. El tejido cicatricial desapareció, y Volkhov se puso de pie, tomando una bocanada de aire profundo. No había dolor en su rostro, solo una extrema molestia.

El cocodrilo-hombre, soltando la cabeza decapitada que había estado sosteniendo, retrocedió con un siseo de puro terror animal. —¡Imposible! ¡Eres… una abominación!

Volkhov se tocó el cuello, ajustándose la solapa de su chaqueta como si solo se hubiera quitado el polvo. Su rostro estaba pálido, pero su voz era completamente estable, con un toque de furia gélida.

—Eso fue grosero —dijo Volkhov, desenvainando simultáneamente sus dos pistolas silenciadas, movimientos que no perdieron ni un ápice de su precisión inhumana. Eran dos armas gemelas, relucientes y con un cargador extendido, que ahora apuntaban al centro de masa de la bestia.

Aiko soltó un aliento que no sabía que había estado conteniendo. Miró a Volkhov, luego a la cabeza decapitada que rodaba por el suelo, y finalmente a Amber, que sostenía la pistola desechada, su rostro transformado de terror a asombro incrédulo.

—Tú… tú… —balbuceó Amber.

—Una de mis habilidades —dijo Volkhov, sin mirarla—. Es por eso que no me gusta trabajar en entornos donde puedo perder la cabeza. Es un inconveniente. Ahora, concéntrense.

La criatura, recuperándose del shock, se lanzó hacia adelante, rugiendo con una mezcla de rabia y miedo.

—¡Yo soy Kro'dan! ¡El guardián de los huesos! ¡Nadie entra!

Aiko fue la primera en moverse. El rugido de Kro'dan le dio el ángulo que necesitaba. Su katana cantó al salir de su vaina, un destello de luz negra que apuntó a la pierna del monstruo. Aiko usó toda la fuerza de su cuerpo en el ataque. El filo se hundió en la piel escamosa, pero no lo seccionó; el golpe fue amortiguado por la densidad de la musculatura de la criatura.

—¡Fuerte! —rugió Kro'dan, y con un golpe de su cola, lanzó a Aiko contra la pared de la bóveda.

Aiko se estrelló contra el muro con una fuerza brutal, pero su cuerpo, entrenado a la perfección, absorbió el impacto. Se levantó de inmediato, sin un rasguño, su sed de combate desatada.

Volkhov abrió fuego. Sus pistolas dispararon con la cadencia perfecta de un metrónomo táctico. No disparó al torso o a la cabeza, sino a las articulaciones de la rodilla y el codo, buscando inmovilizar. Las balas de alto calibre penetraron la piel coriácea del monstruo, haciéndole gritar de dolor.

Kro'dan se tambaleó, su pierna herida. El dolor lo hizo enfurecer. Se giró hacia Volkhov.

—¡Tú morirás de verdad esta vez!

Amber Lee, superando el pánico inicial, encontró su lugar en el caos. La pistola que sostenía era inútil contra la piel de la criatura, pero su verdadera arma era la química. Al ver la herida abierta en la pierna de Kro'dan, supo qué hacer.

Apuntó la pistola al techo y disparó. El sonido fue ensordecedor. Volkhov y Aiko sabían que era una señal.

—¡Aiko, córtale la extremidad! ¡Volkhov, mantén el fuego! —gritó Amber.

Mientras Aiko se lanzaba en un ataque furioso contra el costado del monstruo, Volkhov siguió disparando, obligándolo a girar. Amber, aprovechando la distracción, se acercó a la mancha de sangre que había dejado Volkhov en el suelo y, con una rapidez sorprendente, tomó una jeringa prellenada de su cinturón.

Se lanzó hacia Kro'dan. Con la mano libre, lanzó una pequeña nube de esporas biológicas que obligó a Kro'dan a cerrar los ojos por un instante. Fue suficiente. Amber inyectó el contenido de la jeringa directamente en la herida abierta de su rodilla.

La toxina no era un sedante. Era un ácido orgánico potente, diseñado para digerir biomasa a nivel celular. Kro'dan rugió un grito de agonía puro. El ácido atacó su carne desde el interior de la herida abierta. La piel alrededor de la rodilla comenzó a burbujear y a humear.

—¡Aiko, ahora! —gritó Amber.

Aiko, con la adrenalina de la batalla amplificando su fuerza al máximo, cargó. Su katana encontró el punto debilitado por el veneno. Esta vez, el golpe fue limpio. El rugido final de Kro'dan se cortó a mitad del aire. La pierna cedió. El monstruo gigante se desplomó con un estruendo que hizo vibrar el suelo del Dragón de Huesos.

Volkhov se acercó, sus pistolas aún humeantes. —Una excelente aplicación de la fuerza y la química.

Amber, jadeando, se apoyó contra la pared. Soltó la pistola descartada. Su rostro, cubierto de sudor, mostraba un temblor.

—¿Qué demonios… eres tú, Volkhov? —preguntó Amber, mirando alternativamente el cuerpo mutilado de Kro'dan y el cuello perfecto de su compañero.

Volkhov se encogió de hombros, su expresión volviendo a ser la de un profesional molesto. —Una de mis habilidades. Mi cuerpo se regenera de forma acelerada. Mátame, y vuelvo. Es un inconveniente, pero útil. ¿Podemos volver al Artefacto? El ruido va a atraer a más "guardianes".

Aiko miró a Volkhov, luego a Amber. La revelación había cimentado su extraña alianza. El terror se había convertido en una certeza letal. El equipo, ahora consciente de su verdadera composición, se preparó para la bóveda.

Volkhov se concentró en la caja de control. Sus dedos, perfectamente estables, trabajaron con la precisión de un relojero. Al cabo de unos minutos, el panel de ladrillos se deslizó, revelando la gruesa puerta de acero de la bóveda.

—El código de voz —dijo Volkhov—. El hombre paralizado.

Amber se acercó al hombre y, con un toque de su toxina, lo obligó a hablar de nuevo. La voz temblorosa de la víctima recitó la frase de activación.

La bóveda se abrió con un silbido hidráulico, revelando un espacio pequeño y oscuro. En el centro, sobre un pedestal de piedra, había un objeto envuelto en seda negra.

Amber se acercó, la venganza a su alcance. El silencio regresó al Dragón de Huesos. La confrontación final con el artefacto ancestral había llegado.

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