Ficool

Chapter 6 - Capítulo 6 Olokun

Capítulo 6 Olokun

El coronel Maybourne lanzó la puerta de su departamento al

entrar. Él estaba lleno de furia e incredulidad por lo que había pasado unas

horas antes en el comando SGC. Ese desgraciado cuatro ojos de mierda había

arruinado sus planes…

El coronel Maybourne apartó su furia y miró la figura en

sombras, sentada en un sofá de la sala de su departamento. Maybourne examinó

todo el lugar, pero no parecía haber nadie más. Él levantó la mano izquierda

con lentitud para dirigirla al interruptor de las luces del departamento,

mientras que con su mano derecha, ya sacaba su pistola 9mm de su funda.

Maybourne accionó el interruptor, pero no pasó nada. Él apretó

los dientes. Que una persona lo esperara en su apartamento, ya era un asunto

grave, pero que tuviera tiempo de trastear con las luces y los sistemas de

seguridad asociados a estas, eso era un gran problema.

—¿Quién es usted? —preguntó Maybourne a la figura en sombras.

Maybourne había logrado sacar su arma y se preguntaba si le

meterían un disparo en la cabeza si trataba de alzarla para apuntar al tipo.

Como no podía ver a nadie más, quizás el hombre se había confiado y no veía lo

que él hacía en las sombras.

Maybourne no recibió una respuesta. La figura parecía una

estatua por su inmovilidad. La sala de su departamento estaba a solo cinco

metros de él y la figura del hombre a unos ocho metros, él estaba seguro de

acertarle en la cabeza.

El pecho era el lugar más seguro para disparar, pero a esta

distancia él estaba seguro de acertar a la cabeza, y no quería encontrarse con

la desagradable situación de dispararle al tipo al pecho y que este llevara

algún chaleco de placas, en cuyo caso no notaría demasiado el impacto y tendría

oportunidad de devolver el fuego, lo que serían terribles noticias para él, que

no tenía una mierda para cubrirse, porque solo llevaba su uniforme militar de

inteligencia.

—Tranquilícese coronel Maybourne, no le conviene dispararle a

nuestro futuro títere —dijo una voz suave, y que parecía de una mujer joven.

La voz venía de la dirección de la figura en sombras, pero

allí no había nadie más…

Una sombra se materializó detrás de la figura en sombras,

tenía su brazo derecho levantado y tronó los dedos.

La luz se encendió, dejando a Maybourne ciego por algunos

segundos.

Cuando su vista se aclaró, Maybourne se quedó aturdido por

otro par de segundos al ver a quién pertenecía la figura que antes estaba en

sombras.

Era el senador Kinsey. Pero Maybourne sacudió su

aturdimiento, porque detrás de Kinsey, estaba una persona desconocida.

Era una mujer joven, parecía una adolescente, 1,65 a 1,67m,

piel pálida, cabellos cortos de color azul, ojos de iris rojos, de rasgos

suaves y con un cierto perfil asiático, no demasiado evidente, pero si

presente, que llevaba un traje ajustado sobre su figura esbelta. Maybourne no

sabía quién rayos era, pero no parecía… Humana.

—No soy una humana si eso es lo que se está preguntando —dijo

la mujer y le hizo un ademán con su mano para que se acercara—. Hablemos —dijo

y su voz tuvo un énfasis al final que le hizo sonar amenazador.

Maybourne entendió su amenaza y se acercó, dudando si guardar

su arma.

—¿Qué le sucede a él? —preguntó Maybourne haciendo un gesto

hacia el senador Kinsey.

—He inyectado algunos bionanitos en su cerebro, para

convertirlo en el títere de mi Creador —explicó la joven. Maybourne confirmó

sus sospechas sobre el origen de esta chica.

—¿Quién es tu Creador? —preguntó Maybourne.

—Un aliado —respondió la mujer.

Maybourne hizo una mueca por la escueta respuesta, pero un

segundo después, su cerebro hizo clic.

—El informe de un aliado —murmuró Maybourne y la chica

asintió, aunque él no estaba preguntando.

—¿Eres una extraterrestre? —preguntó Maybourne, que solo unas

horas antes había estado a punto de secuestrar a un grupo de ellos, y se

preguntaba si esto era alguna clase de represalia. La chica asintió.

Ella seguía dando respuestas escuetas y con la mínima

información a sus preguntas.

—Creo que podemos pasarnos toda la noche, yo haciendo

preguntas cortas y usted respondiendo de forma escueta alternativamente, o

puede usted contarme qué hace en mi departamento y qué es lo que quiere su jefe

de mí, aunque si planea reclamar por lo que sucedió hoy en el SGC, puede

meterse su reclamo por donde mejor le parezca, porque tuve un muy mal día y no

estoy para recriminaciones, es nuestro planeta lo que está en juego aquí, y yo

nunca he sido conocido por ser un hippie que se tome estas cosas a la ligera —dijo

Maybourne entre gruñidos, sin poder evitar pensar en esa mierda del cuatro ojos.

Este era su planeta, pero cualquier alien parecía creer tener

más derechos que él. La chica siguió mostrando una expresión indiferente.

—Coronel Maybourne, mi Creador no es una mala persona. Aunque

usted es algo radical, parece querer lo mejor para su planeta, y en especial

para su país. Mi Creador puede entender sus motivaciones, y por eso, bajo

ningún pretexto, usaría un método parecido a este —dijo señalando al senador

Kinsey—, para lidiar con usted…

—¿Y qué clase de mal hizo el senador para que su «Creador»,

se sienta libre de lobotomizar su cerebro? —preguntó Maybourne,

interrumpiéndola, porque este asunto era importante. La chica no pareció

afectada por su interrupción.

—Es un corrupto que se vende al mejor postor, como la mayoría

de sus políticos, pero este tiene menos escrúpulos y vendió toda la información

sobre el stargate a personas privadas, tanto externas como internas a este

país.

»También se encontraba en este lugar, para ofrecerle su

apoyo, y con su ayuda, crear una organización de inteligencia rebelde, que se

dedicaría a extraer tecnología extraterrestre, con fines de lucro, mientras

silenciaban a todo el que se acercara —explicó la chica. Maybourne la miró con

sospechas.

Kinsey le había facilitado las órdenes presidenciales que usó

para tratar de llevarse a los Tollan con él, pero Maybourne no se involucraría

en la clase de asuntos que mencionaba esta chica.

—No soy un traidor, y el senador lo sabe —dijo Maybourne.

—Esa afirmación es debatible, pero en este contexto,

aceptable. El senador Kinsey no pensaba decirle el fin último de su

organización, con decirle que le apoyaría en conseguir tecnología alienígena

para la defensa de la tierra, y de este país, ya lo tendría a usted comiendo de

sus manos —explicó la chica con indiferencia y Maybourne apretó su pistola y la

guardó, para sentarse.

Con lo molesto que estaba, él sin duda aceptaría ese trato.

La chica asintió, quedándose a espaldas del senador.

—Puede llamarme 00, mi Creador cree que una alianza con su

agencia de inteligencia, podría ser beneficioso para todos los involucrados en

este conflicto, y nuestra ayuda puede darle grandes beneficios a su país.

»En primer lugar información vital, como que un señor del

sistema goa’uld ha liberado a dos de sus naves de servicio para enviarlas a la

tierra y en un par de meses a más tardar, estarán bombardeando este planeta

desde su órbita —explicó la chica. Maybourne se tensó. Si esa información era

cierta, la tierra estaba condenada—. No se alarme, todos los goa’uld padecen

una enfermedad mental grave, y desbaratar sus planes no es algo difícil,

incluso ustedes pueden encargarse de este ataque, si cuentan con la información

adecuada —agregó.

—¿Quiere decir que están dispuestos a ayudarnos? —preguntó

Maybourne, ignorando todo lo demás, de momento. 00 asintió.

—Cuando llegue el momento, mi Creador contactará con usted. Ahora,

no hay necesidad de preocuparse, le he revelado esta información para que

comprenda la importancia del trato que le ofrezco, porque llegado el momento, y

dependiendo de su forma de actuar y su sinceridad en nuestro posible acuerdo,

podríamos ayudarles, no solo a destruir la amenaza, sino a obtener un buen

botín.

»El ayudarles a capturar esas naves y dejarlas en sus manos

no está descartado —explicó 00, y el corazón de Maybourne se aceleró. A él no

le importó que esta chica continuara dándole información gota a gota, como si

disfrutara de verle desesperado, y se apresuró a hacer la siguiente pregunta.

—¿Qué tendría que hacer? —preguntó Maybourne.

—Nada más que su trabajo. No ser un gilipollas con los

miembros del SGC, vigilar que el SG-1 esté seguro, no acosarlos, no tratar de

matarlos por un pequeño beneficio, no formar agencias de inteligencia rebeldes

que podrían acabar convirtiéndose en grupos terroristas, y mantener la

seguridad del proyecto. ¿Cree usted que podrá lograrlo? —preguntó 00 levantando

una ceja. Maybourne debía confesar que se sintió algo avergonzado.

—¿Qué gana su Creador con esto? —preguntó Maybourne.

—Mi Creador es un ciudadano de su país, y se preocupa por su

futuro y el de la humanidad, porque disfruta de la paz y la libertad de su país

y del mundo, las grandes riquezas culturales que existen, así como de su forma

de vivir la vida con despreocupación.

»Coronel Maybourne, aunque no lo crea, este planeta es único

en toda la galaxia, y mi Creador lo considera un tesoro invaluable. Así que

mientras no se conviertan ustedes en criminales y dementes sin ley, él estará

feliz de ayudarles a mantener su seguridad —explicó 00.

Por sus palabras, Maybourne dedujo que el tipo de informe de

un aliado era un extraterrestre que había decidido residenciarse en la Tierra y

también había escogido su país. Eso podía ser bueno, como en este caso, pero

también algo terrible, considerando que este invitado no invitado, había

enviado a un esbirro a lobotomizar el cerebro de un senador.

—¿Qué harán si me niego a participar? —preguntó Maybourne. 00

siguió mostrando una expresión indiferente.

—Si eso decide, despertará mañana sin recordar nada de esta

conversación, nuestro encuentro o cualquier cosa sobre el senador Kinsey.

»Mi creador ya ha seleccionado a otro de sus compañeros que

es una basura humana para lobotomizar su cerebro y que él cumpla con el papel

que le estamos ofreciendo a usted. Sin embargo, mi Creador prefiere no recurrir

a medidas extremas a menos que sean absolutamente necesarias —explicó 00.

—Acepto —dijo Maybourne con un suspiro. Él no podía dejar

pasar información que atañía a la seguridad del planeta, ni las acusaciones de

traición que ahora pesaban sobre el senador Kinsey.

—Excelente, mi Creador le ha enviado algunos regalos que les

resultarán útiles en su trabajo —dijo 00 señalando al frente suyo, donde

después de un destello de luz blanca, aparecieron seis cajas de un metro de

largo y medio de ancho, con unos treinta centímetros de espesor.

—Es una computadora con tecnología goa’uld miles de veces más

potente que las que usan sus agencias de inteligencia, y con un sistema

operativo que por su complejidad y nivel tecnológico, será imposible de

infiltrar por su tecnología actual.

»Esta computadora tiene su propio manual de uso y funciona

con una interfaz que descubrirá es muy sencilla de usar. En su base de datos,

se incluyen las especificaciones técnicas de toda la tecnología goa’uld más

usada, así como un plano del diseño general de sus naves, con ubicaciones

importantes como motores, bahías de carga, el puente y demás.

»También incluimos seis artefactos detectores de mentiras,

cuyo uso y ejemplos de uso están en la base de datos de la computadora. Con

ellos podrá librarse de elementos indeseados o inestables que deseen entrar en

el proyecto Stargate. También podrá asegurar la discreción de colaboradores

privados, como empresas. Creo que una agencia de inteligencia sabrá apreciar

este artefacto —dijo 00.

Maybourne observaba las cajas con los ojos muy abiertos. Esto

superaba por mucho sus expectativas más locas, y 00 tenía el cien por ciento de

razón: cualquier agencia de inteligencia del mundo enviaría a la mitad de sus

agentes a morir si con ello conseguían esta tecnología.

—¿Hay alguna regla respecto al uso de esta tecnología? —preguntó

Maybourne con nerviosismo. Él ya quería saltar y revisar las cajas.

—Puede hacer lo que quiera con ellas, son suyas. Pero si las

estropean tratando de averiguar cómo crear unas iguales, tendrán que

arreglárselas por sí mismos en el futuro. Mi Creador no está aquí para limpiarles

la baba cada vez que hagan alguna tontería —dijo 00. Maybourne se apresuró a

asentir. Estos extraterrestres sí le agradaban—. Bien, entonces me despido.

»Espero que estudien la información sobre la tecnología

goa’uld a conciencia, les será útil más temprano que tarde. Tampoco está

permitido revelarle al SGC nuestro trato, solo es para el NID.

»Si ustedes cumplen su parte, mi creador esta dispuesto a

entregarles más tecnología de este tipo en el futuro, que facilitará sus

labores de inteligencia —concluyó 00 y desapareció en un as de luz blanca,

junto al senador Kinsey.

Maybourne saltó sobre las cajas y comenzó a abrirlas.

Korr

 

Korr leyó el informe de 00 sobre su encuentro con Maybourne.

Él había decidido no interferir hasta el momento, pero la creación de una

facción rebelde del NID era algo que no podía permitir, y había mantenido

vigilados tanto a Kinsey como a Maybourne para ver cuándo se empezaban a

relacionar.

A Kinsey lo puso bajo el control de sus bionanitos, y ahora

era como si fuera controlado por un goa’uld. Korr se había encargado de los

empresarios con los que trabajaba, y al día siguiente se levantarían y no

recordarían nada sobre el SGC o nada que tuviera que ver con él. Todo el dinero

que habían invertido en este proyecto de robo de tecnología extraterrestre ya

estaba en la cuenta de Korr, esperando para ser invertido en videojuegos.

Korr siguió mirando informes. El siguiente era de Jet, su

primado jaffa, para informarle sobre el estado de sus fuerzas de tierra, que

incluían más de veinte mil jaffas cuyos cuerpos fueron mejorados con bionanitos

y células wraith.

De los ocho planetas que su ejército había arrebatado a Mot,

que aún dormía en la bodega porque Korr aún no tenía un trabajo para él, Korr

les había dado uno a sus jaffas y también había construido dos grandes y

lujosas ciudades, con capacidad para un millón de habitantes cada una, para

ellos y sus familias, usando la tecnología avanzada del Leviatán y las bionaves

de sus enviados, 05 y 06, que ya habían sido completadas junto a la de 00.

Como agradecimiento por su regalo, los jaffas le habían

construido varios templos en las ciudades, haciendo uso de sus propias manos,

para demostrarle su lealtad a su pacto con él. Como eran su fuerza de ataque

terrestre y de asalto, Korr les había dado muchos privilegios, incluyendo el

uso de su tecnología en sus ciudades.

Korr no les había dado los conocimientos de cómo crearla,

solo podían usarla. Eran anillos de transporte, un escudo para su portal,

alumbrado público, electricidad para sus casas y un montón de

electrodomésticos, como neveras, cocinas, lavadoras, sistemas de aire

acondicionado, computadoras, celulares, máquinas para hacer su propia ropa y

cualquier artefacto moderno que se pudiera imaginar.

Para los jaffas y sus familias, Korr había establecido un

pago acorde con sus servicios, proveyéndoles de inmensas cantidades de comida y

diversión, como bebidas alcohólicas y demás. El trabajo de los jaffas era ser

su ejército de tierra, y Korr les pagaba acorde al riesgo que eso representaba

para sus vidas.

En su planeta, Korr había construido bases militares donde

los jaffas pudieran entrenar con tecnología de punta. Para su seguridad, de

entre ellos mismos, Korr había formado un cuerpo de seguridad que se encargara

de cualquier crimen cometido.

Para la seguridad externa contra otros goa’uld que trataran

de invadir su planeta, Jet lo había resguardado con tres naves ha’tak, una de

ellas la que Korr le dio a Jet, y dos ha’tak mejoradas con fuentes de energía

de naquadriah, y una guarnición permanente de cuatro mil jaffas. Sus naves eran

más de lo que poseían algunos goa’uld de rango medio, ya que estos solo tenían

como mucho dos ha’tak a su disposición. Además, se debía tener en cuenta que

los ha’tak que Korr había dado a los jaffas para su protección estaban

mejorados, tanto en su fuente de energía como en todos sus sistemas, armas y

sensores, lo que los convertía en algo muy superior a los antiguos.

Uno solo de los ha’tak mejorados con una fuente de energía de

naquadriah podía enfrentarse a dos ha’tak comunes y vencerlos sin sufrir daños,

o escapar de una flota enemiga sin ningún problema, gracias a su superior

velocidad. Si se tomaban en cuenta la nave de Jet mejorada con una fuente de

energía subespacial, los jaffas podían enfrentarse a los señores del sistema

que tenían al menos diez ha’tak a su servicio personal. Pero estos rara vez

abandonaban sus territorios. Si los señores del sistema se volvían demasiado

locos y dejaban sus territorios sin protección, lo pagaban caro cuando otros

goa'uld los invadían y robaban sus recursos.

Korr poseía nueve naves ha’tak. Dos que tenía antes y las

otras siete que arrebató en su reciente conquista. Seis de Mot y una de uno de

sus vasallos goa’uld menores. Dos de estas naves estaban con los jaffas y el

resto era su ejército personal. Los goa’uld menores que servían a Mot ahora le

servían a él, pero Korr no les había entregado una nave ha’tak porque él mismo

se encargaba de la seguridad de su territorio y, de momento, solo los

necesitaba como gobernadores de los planetas conquistados.

Korr no asignó naves ha’tak a los planetas conquistados. Él

no tenía la desventaja de no poder reunir su ejército porque había dispersado

satélites espías por todo su territorio y conocía en tiempo real todos los

movimientos de naves dentro y fuera de su territorio. Además de los nueve

planetas que arrebató a Mot, y que ahora eran su territorio, solo tres de ellos

estaban ocupados.

De los quinientos mil humanos que vivían en los territorios

de Mot, Korr llevó cien mil a su propio planeta y los demás los envió a otros

dos planetas bajo el gobierno de sus nuevos sirvientes goa’uld. Eso significaba

que, entre los goa’uld, él ya tenía una flota que rivalizaba con un señor del

sistema.

Los otros planetas fueron convertidos en planetas de cultivo,

solo unos quinientos kilómetros alrededor de donde estaban los Stargates, para

facilitar el transporte. En cada uno de ellos, Korr había plantado un árbol de

la vida que se aseguraba de mejorar la cosecha y espantar a las alimañas. La

siembra y la recolección las hacían sus sirvientes humanos mediante maquinaria

avanzada proporcionada por él.

Korr no concedía conocimientos tecnológicos a sus sirvientes

humanos o jaffas, pero tampoco evitaba que estos aprendieran a leer,

desarrollaran su propia escritura o trataran de desarrollar su propia

tecnología. Lo que sí había prohibido era usar la suya sin su permiso o tratar

de robarlas.

Los nueve planetas conquistados no eran los únicos en el

territorio de Mot. Había treinta planetas abandonados con pequeñas aldeas de

humanos, unos pocos miles, que él distribuyó entre sus tres planetas habitados.

También había miles de planetas cuyas atmósferas eran venenosas y no apropiadas

para sostener vida humana, y millones de planetas que eran rocas estériles,

pero todos estos planetas tenían recursos en mayor o menor medida, y Korr se

había fabricado minas dirigidas por los replicadores en los más ricos de ellos.

Los replicadores llevaban en esta empresa tres meses desde la

caída de Mot, y él ya contaba con millones de toneladas de recursos como

naquadah, trinium, neutronio y otros metales y minerales poco comunes.

Korr terminó de revisar los informes de los goa’uld menores

que le servían. Ya habían pasado seis meses desde que él llegó a este mundo,

pero no tenía ninguna prisa por resolver todos sus problemas. Para él, lo más

importante ahora que poseía toda la tecnología que quería, era disfrutar del

paisaje, divertirse, vivir de forma despreocupada y dar un bostezo perezoso de

vez en cuando.

Korr no era como otros transmigradores que parecían tener

algún tic nervioso, siempre desesperados por hacer las cosas y aumentando la

dificultad de sus tareas de forma artificial por andar apresurados, queriendo

resolver todo por su cuenta.

Korr se estiró en su trono y apartó los informes de su mente,

llamando a 00, que se presentó en forma de holograma porque estaba en la Tierra

en este momento.

—¿Dónde están las naves que Apophis envió a la Tierra en este

momento? —preguntó Korr.

—Si tenemos en cuenta que deben parar para repostar, recoger

algunos recursos y tropas, están a un par de meses de la tierra —respondió 00.

Korr asintió.

—Parece que no tenemos nada que hacer allí hasta entonces.

¿Has recuperado la tecnología de cambio de fase Tollan y plantado el rastreador

en los suyos? —preguntó Korr.

—Sí, creador, lo he hecho. La tecnología Tollan está por

detrás de la tecnología Asgard y Alteran e incluso es en parte más atrasada que

la de los goa’uld, porque sus capacidades espaciales están cientos de años por

detrás. Pero tienen un desarrollo tecnológico y aplicación de sus tecnologías

muy superior a los goa’uld —explicó 00.

Korr ya era consciente de eso y revisó la tecnología de

cambio de fase mientras esta llegaba a su mente. Korr sonrió. Esta sería otra

medida de seguridad para sus esferas guardianas, también para la Leviatán, e

incluso para el planeta de los jaffas y sus propios planetas capitales.

Los Tollan no podían desarrollar todo el potencial de su

tecnología debido a sus deficientes fuentes de energía y a su propio nivel

tecnológico, pero él sí podía sacarle el máximo provecho.

—00, has hecho un excelente trabajo. Regresa a casa. El señor

del sistema Olokun no está feliz porque me he apropiado de los territorios de

Mot, y no estoy dispuesto a servirle, por lo que ha enviado cinco de sus ha’tak

para destruir algunos de nuestros planetas. Como parece que tenemos tiempo

libre, me dispongo a aceptar su regalo de cinco ha’tak y a quedarme con sus

territorios y ejércitos jaffas —dijo Korr con una sonrisa.

—Creador, estaré allí en unos pocos minutos —respondió 00.

Ella usaría un portal en órbita de la Tierra dentro de una

nave utilitaria para regresar, porque su bionave se encontraba en órbita de su

planeta capital. Korr despidió a 00 y envió una comunicación a 05 y 06.

05 y 06 aparecieron ante él como hologramas de luz dura. 05

era una mujer rubia de cabello hasta su cintura y 06 parecía su hermana debido

a que también era una mujer rubia de cuerpo atlético y aparentes veinticinco

años.

—El señor del sistema Olokun ha enviado un ataque contra

nosotros. Debido a esto estaré fuera del planeta con 00 y la flota ha’tak.

Ustedes quedarán a cargo de la seguridad de este planeta —informó Korr.

—Así lo haremos, Emperador —dijo 05.

—Por supuesto, jefe —dijo 06.

Korr suspiró después de cortar la comunicación. Cada uno de

los replicadores mejorados se refería a él de forma diferente y Korr no

entendía por qué.

00 le llamaba Creador, 01 le llamaba Ser Supremo, aunque

también se llamaba a sí mismo Replicador Supremo, 02 le llamaba padre, 03 le

llamaba Dios, 04 era descarado y le llamaba Korr, 05 le llamaba Emperador y 06

le llamaba Jefe. Korr no sabía qué pensar. Estos replicadores humanos eran sus

más confiables aliados, debido a que eran parte de su propia mente, pero la

mayoría del tiempo no sabía en qué estaban pensando.

Korr sacudió la cabeza y se movió al puente de su nave

insignia. Esta nueva conquista no era algo simple y le tomaría años. El

territorio de un señor del sistema era extenso y Olokun tenía unos treinta

señores medios sirviéndole, además de docenas de señores menores. Los planetas

a conquistar eran más de quinientos, aunque le tomara un día capturar a cada

uno de ellos, eso sería más de medio año, lo que lo hacía inaceptable. Korr

debía usar una táctica diferente a llevar su flota de un planeta a otro. Era el

momento de convocar a Mot.

Con un pensamiento de Korr, un hombre de 1,90 metros de

altura, piel muy oscura, ojos dorados y cuerpo atlético que llevaba una

indumentaria parecida a la suya, fue transportado frente a él por un rayo de

transporte Asgard.

—Mi señor, yo Mot, acepto servirte —dijo Mot colocándose sobre

una rodilla apenas apareció, porque Korr había dejado información en su cabeza

sobre la situación actual, así como de la nueva fuente de energía de sus naves ha’tak.

Korr asintió.

—Mot, he nombrado a tus antiguos siervos como mis

gobernadores, pero a ti te tengo una misión diferente, pues necesito más

comandantes para mi flota y fuerzas —dijo Korr desplegando un holograma de la

galaxia entre él y Mot y haciendo que este abriera mucho los ojos, porque en él

se mostraba en tiempo real todas las fuerzas actuales de los señores del

sistema y todos sus planetas.

El mapa no era preciso, porque solo mostraba las naves en

órbita de los planetas y no las fuerzas terrestres. Aun así dejó a Mot con los

ojos muy abiertos.

Esta era su red de satélites distribuidos por la galaxia, y

las fuerzas goa’uld no eran lo único que habían encontrado, solo lo que Korr

estaba mostrando. Esta red de satélites estaba allí para monitorear la galaxia

a gran escala y que nada pudiera sorprenderle desprevenido, pero no era ni de cerca

lo que él quería, pues su objetivo era tener un satélite en cada planeta y así

tener una vista completa y absoluta de lo que pasaba en todo momento y en todas

partes, cuando le apeteciera.

El obstáculo para este plan, era que en la galaxia había

miles de millones de planetas, y él solo llevaba seis meses allí. Ni siquiera

había enviado un satélite a cada uno de los planetas de su propio territorio

actual, que eran millones, por lo que cubrir toda la galaxia con sus satélites le

tomaría años.

Korr centró el mapa en el territorio de Olokun.

—Mot, con la velocidad actual de mis ha’tak, podemos

atravesar el territorio de Olokun en dos días. Mi problema es que sus fuerzas

están distribuidas por cientos de planetas, y si atacamos uno por uno de ellos,

tardaremos en conquistar todo esto en un par de años —dijo Korr y Mot volvió a

mostrarse sorprendido, porque eso era muy loco para el estándar goa’uld actual,

y se necesitaba una tecnología superior como la de Anubis en su momento para

tener un avance tan rápido sobre los territorios goa’uld.

—Mot, mis ha’tak son muy superiores a los ha’tak de Olokun y

sus fuerzas, y pueden enfrentarse a dos de sus mejores modelos y ganar con

facilidad. Si se enfrentan a tres, recibirían daños, y si se enfrentan a

cuatro, aún podrían huir, por lo que no necesito nueve naves para conquistar un

planeta apenas defendido por un máximo de tres ha’tak.

»Por esto, he decidido dividir mis fuerzas, dándote dos ha’tak

para que ataques los planetas defendidos por los señores medios de Olokun,

conquistes sus fuerzas y a su vez las envíes a conquistar a otros señores

medios en mi nombre.

»Con nuestra arma para sobrecargar los escudos y destruir sus

generadores, no habrá problema en capturar las ha’tak enemigas y mis

replicadores se encargarán de actualizarlas y ponerlas en funcionamiento con

todas las mejoras actuales en medio día. Solo debes dejarlas en órbita de un

planeta con un Stargate, y yo me encargaré de todo, pues también tengo los

recursos para ello —explicó Korr.

—En verdad, mi señor es un dios —alabó Mot. Era un cumplido

falso y sus ojos brillaban de avaricia, como los de cualquier goa’uld, pero

Korr estaba satisfecho.

Siempre que Mot no se comportara demasiado traicionero, él pasaría

por alto sus tonterías, esa era la regla goa’uld.

En su tiempo, Ra sabía que los señores del sistema ignoraban

sus órdenes y tenían astilleros ocultos, pero no se molestaba mucho en

buscarlos. Él solo actuaría si uno de ellos se mostraba abiertamente hostil o

si era demasiado descarado.

Los goa’uld que ahora trabajaban para Korr se estaban robando

al menos un uno por ciento de los impuestos que debían enviarle, pero él no

decía nada, a pesar de que había un programa informático vigilándolos en todo

momento y sabía lo que hacían y cómo maquillaban sus informes.

Korr hizo desaparecer a uno que era demasiado ambicioso para

su propio bien, atreviéndose a tratar de capturar a un replicador para

estudiarlo, que era el máximo secreto de su tecnología. Korr lo envió a la

bodega sin hacer preguntas. Su desaparición no pasó desapercibida por los demás

goa’uld, pero ninguno de ellos se atrevió a preguntar que le había pasado al

tipo. Korr les informó de su crimen, pero no de su destino, pues quería que su

imaginación se encargara de meterles el miedo en el cuerpo.

—Mot, estoy más allá de tu simple imaginación. Ahora toma tus

ha’tak, y recuerda, los jaffas no son esclavos, todos ellos son mis guerreros,

y cada uno de ellos es valioso para mí. Intenta sacrificarlos y ya no me serás

útil —advirtió Korr y hizo un movimiento de su mano para hacer desaparecer a

Mot y enviarlo a un ha’tak, mientras transmitía sus órdenes a Jet, que era

millones de veces más confiable que cualquier goa’uld, y siempre sería quien

dirigiera su flota personal, solo sirviendo bajo sus órdenes.

La conquista del territorio de Olokun comenzó al siguiente

día. Korr atacó primero los planetas donde se encontraban las fuerzas de los

señores medios con el mayor número de ha’tak, dirigiendo su fuerza principal

por un lado y la de Mot por otro. Ellos se enfrentaban a planetas defendidos

por tres ha’tak, y su ataque sorpresa hizo que fueran capturados en pocos

minutos después de su llegada.

Los goa’uld y jaffas que los servían, así como sus naves,

fueron puestos al servicio de Mot, y en medio día, él ya tenía dos comandantes

más y seis ha’tak, por lo que le dio una más a Mot y dos a cada señor medio

capturado, tomando la que sobraba para su propia flota. Él también anexó los

jaffas que eran unos veinte mil.

Así, su flota creció, y al siguiente día, atacaron cuatro

planetas a la vez, aumentando sus fuerzas y flota por segunda vez.

Olokun se dio cuenta de inmediato de su ataque relámpago, y

no se quedó sin hacer nada, moviendo las fuerzas cercanas a su propio planeta

principal, ordenando a sus señores más cercanos replegarse y a sus fuerzas más

lejanas actuar como carne de cañón para retrasar a Korr en su avance.

Olokun trató de enviar bombas de naquadah a los planetas

capturados, usando el stargate, pero Korr ya conocía esta táctica goa’uld, y

colocó escudos en cada stargate capturado.

Olokun ordenó a sus naves comandadas por jaffas que se

estrellaran contra las suyas, pero tampoco funcionó, porque la movilidad de sus

ha’tak era demasiado superior a las de Olokun, y no podían darles alcance. Para

evitar tácticas similares, Korr bloqueó todas las comunicaciones en el

territorio de Olokun, usando sus satélites. Esto no le afectaba a él, porque

sus propias comunicaciones se basaban en una red psíquica.

Con las comunicaciones bloqueadas, una vez que atacaban, Korr

solo tenía que activar un stargate para dejar a las fuerzas de Olokun aisladas

y sin comunicaciones, por lo que la captura de su territorio avanzó a la

velocidad del rayo.

—¡Eres un rebelde y serás castigado por los señores del

sistema si no retiras tu asedio en este momento! —amenazó Olokun.

El anfitrión de Olokun era un hombre de piel oscura que

llevaba un traje con diseños tribales africanos que no tenían nada que ver con

los egipcios.

La flota ha’tak de Korr llegó al mundo capital de Olokun un

mes después de haber recibido su declaración de guerra. Durante este tiempo,

Olokun no pudo atacar ninguno de los planetas de Korr, mientras que él había

capturado todo su territorio usando sus propias fuerzas.

Olokun era un señor del sistema con fuerzas mayores que las

de un señor medio como Mot. Él poseía más de quinientos mundos, un ejército de

cientos de miles de jaffas y más de cien naves ha’tak, distribuidas entre sus

siervos menores y medios. La mayoría de estas ahora estaban bajo el servicio de

Korr.

Olokun contaba con su flota personal, reforzada por unos

pocos ha’tak que logró salvar del ataque relámpago de Korr, ordenándoles que se

retiraran y que ahora estaban en frente de su flota. Quince ha’tak más formaban

una flota de treinta ha’tak para Olokun, que se enfrentaban a la flota de Korr,

también de treinta ha’tak, pero mejoradas.

Korr no quería asustar a los demás señores del sistema y solo

trajo una flota igual a la de Olokun, liderada por la Leviatán. Según su

inteligencia, Olokun solo protegía su mundo capital con ocho naves, pero había

abandonado la protección de varios mundos y retirado los ha’tak del servicio de

goa’uld menores al ver que el avance de Korr era imparable, tratando de reunir

sus fuerzas para plantar batalla. Sin embargo, actuó tarde y sus territorios

ahora pertenecían a Korr, que lo había rodeado por todas partes, dejando su

mundo capital para el final.

—Olokun, los señores del sistema no van a salvarte. Si

deciden apoyarte, sus naves tardarán años en llegar a tu territorio, y ya he

asegurado todos los Chappa’ai de tus mundos, por lo cual no podrán enviar

tropas terrestres para retrasar tu conquista. Ríndete y prometo que no sufrirás

daño alguno. Puedes servirme… —Las naves de Olokun abrieron fuego contra su

flota. Korr sacudió la cabeza. Estos señores goa’uld eran demasiado orgullosos.

—A todas las naves, inutilicen sus escudos. Jet, prepara a

los jaffas para el transporte y captura —ordenó Korr, limitándose a observar la

batalla en una representación holográfica que se presentaba frente a él.

00 estaba de pie al lado de su trono, mirando todo con

indiferencia mientras transmitía órdenes estratégicas y corregía las tácticas

de las tropas jaffas que participaban en la batalla.

Esta batalla no fue igual a la que tuvo con Mot y otros

señores medios, porque Olokun había desplegado todas sus fuerzas y estaba

preparado para el asalto. Su flota presentaba una línea de batalla de treinta ha’tak,

reforzadas por más de cien Al’kesh, y sus ha’tak comenzaron a desplegar los

planeadores de la muerte en cuanto vieron a su flota entrar en su territorio.

Jet, que comandaba la batalla, tampoco ocultó sus fuerzas y

desplegó sus propios Al’kesh, además de los cazas. Las fuerzas chocaron

mientras Olokun se mantenía en la retaguardia.

Las fuerzas de Jet, que tomó el frente de la batalla, en su

ha’tak mejorado, atacaron a las naves de Olokun, disparando sus cañones de

sobrecarga, desactivando sus escudos para invadir sus naves, usando las

plataformas de anillo, porque esta vez, sus jaffas eran más que suficientes

para eso.

Olokun, al ver que las naves cuyos escudos iban cayendo

estaban siendo invadidas, ordenó dispararles para matar a sus propios jaffas,

junto con los de Korr.

Korr, cuya bionave se mantenía en la retaguardia dejando toda

la batalla a su flota, y recibiendo solo algún disparo perdido de vez en

cuando, apretó los dientes y usó el transportador asgard de la Leviatán para

llevar a todos los jaffas en peligro a una nave cercana.

Jet al ver la táctica de Olokun modificó sus propias tácticas

y en lugar de intentar invadir las naves de Olokun, desactivó sus armas, lo que

provocó que algunas ha’tak enemigas explotaran por los graves daños sufridos.

Korr llevó a los jaffas al planeta, pues serían sus futuros soldados.

Las naves de Korr tampoco salieron indemnes, pues al ver que

una nave no podía hacerle daño a sus escudos, Olokun concentró los disparos de

varias naves, lo que obligó a algunas de sus ha’tak a retirarse de la batalla

con daños graves, y algunos jaffas murieron en las explosiones sin que el rayo

transportador pudiera alcanzarlos.

La batalla duró tres horas, pero la superioridad de las ha’tak

de Korr fue algo que Olokun no pudo enfrentar, y diez de sus ha’tak fueron

destruidas, mientras que veinte sufrieron daños graves, sus Al’kesh estaban

inutilizados y sus planeadores destruidos.

—La nave insignia de Olokun ha perdido sus escudos, hemos

localizado sus signos vitales. Él está tratando de escapar… Ha sido capturado

por las fuerzas de Jet —informó 00.

—Envíalo a la bodega después de someterlo a tratamiento —ordenó

Korr.

—La nave insignia de Olokun ha sido capturada —informó Jet. La

batalla no duró más.

—Mi dios, hemos capturado el planeta —informó Jet una hora

después, enviando una imagen de un ejército de jaffas capturados que estaban de

rodillas en una especie de plaza que pertenecía a un palacio.

Korr no se molestó en hacer grabaciones reales esta vez, y

solo proyectó una simulación sobre él planeta, donde él mismo ejecutaba a

Olokun, y se nombraba amo de todo, por lo que los jaffas se rindieron al ver a

su dios caído.

—¿Bajas? —preguntó Korr.

—Mil jaffas muertos en la captura de las naves ha’tak, dos

mil en la captura del planeta, y doscientos desaparecidos —informó Jet, que ya

sabía que él preguntaría y por eso estaba preparado.

—Usa los sarcófagos para traerlos de vuelta, y también a los

jaffas que pertenecían a Olokun —ordenó Korr.

—Los jaffas que servían a Olokun y que murieron en batalla

desaparecieron en el espacio entre explosiones. En cuanto a los que lucharon en

nuestras batallas, mis jaffas solo usaron las pistolas zat, como ha ordenado mi

dios —informó Jet. Korr asintió y cortó la comunicación. Esta batalla había

cobrado una gran cantidad de bajas.

Los jaffas eran obstinados y la retirada no era una opción

para ellos. Sus ejércitos jaffas estaban obligados a avanzar, porque Korr no

podía librar una guerra de guerrillas. Por fortuna, Olokun se confió en su

flota y no decidió esconderse en el planeta, porque si se le hubiera ocurrido

atrincherarse, capturar el planeta habría tardado semanas o meses, y ese era un

tiempo que Korr no podía permitirse perder, porque no quería que los demás

señores del sistema vecinos intentaran robar sus planetas conquistados.

Los goa’uld eran oportunistas y cuando otros goa’uld se

enfrentaban, ellos siempre estaban rondando como buitres, a la espera de una

oportunidad para obtener algo gratis.

—00, envía a los otros goa’uld capturados directamente a la

enfermería y luego a la bodega de carga. Ya me encargaré de ellos después de

ocuparme de los jaffas y las naves capturadas —dijo Korr y 00 asintió con

indiferencia.

Korr abrió el mapa de la galaxia, marcando su nuevo

territorio. Los mundos bajo el control de Olokun eran quinientos, pero su

territorio era gigantesco.

Los planetas abandonados eran miles, ya que era un señor del

sistema y en teoría ocupaba casi el cinco por ciento de la galaxia. Sin

embargo, aún los planetas goa’uld ocupados apenas tenían población, y sus

territorios tenían millones de planetas que los señores del sistema ni siquiera

veían, ya que eran rocas estériles o tenían atmósferas tóxicas.

Korr no dejaría las poblaciones de humanos en los mundos

conquistados, sino que las redistribuiría a sus planetas más cercanos a su

mundo capital, dejando al menos un millón de habitantes por planeta. Olokun

tenía doscientos millones de esclavos humanos en todo su territorio, y eso

cumplía las cuotas para doscientos planetas. En cuanto a los jaffas y sus

familias, serían enviados al planeta jaffa…

—Creador, ¿te gusta mi apariencia? —preguntó la voz

indiferente de 00, sacándolo de sus pensamientos. Korr frunció el ceño y la

miró, preguntándose si había oído bien.

—Creador, me has dado esta apariencia. ¿Por qué lo has hecho?

¿Te gusta? —preguntó 00 con seriedad. Korr sonrió, no tenía idea de lo que

quería 00 al hacer esa pregunta, pero no era algo que él tuviera que esconder.

—En mi infancia, después de la escuela, mi pasatiempo era ver

anime, un tipo de animación de un país de la Tierra.

»Viendo estos animes, me encontré con el tipo de chica que me

gustaría en el futuro. Por alguna razón, ese personaje de anime siempre era

retratado de la misma forma en cualquier anime, con pequeñas variaciones de

personalidad, pero nada más. Con el tiempo, su imagen se convirtió en mi

primera ilusión, y cuando te estaba creando, el hecho de que fueras la primera

me hizo recordar esa parte de mi infancia, y ese sentimiento…

»Es difícil de describir, pero quise ver su apariencia una

vez más. Pero como te he dicho antes, no hay ningún problema en cambiarla si

eso es lo que quieres —explicó Korr.

00 mostró una leve sonrisa. Ella se acercó a él, se sentó en

sus piernas y se acurrucó en su pecho.

—Eso significa que me quieres más a mí que a los demás —dijo

00 con satisfacción—. Siempre supe que era especial para ti —agregó en un

susurro—. Por eso no cambié mi apariencia, creo que pude sentir esos

sentimientos, y eso me hace feliz —explicó 00. Korr sonrió y le acarició el

cabello.

—00, ¿por qué me llamas Creador? —preguntó Korr. 00 se

encogió de hombros.

—Somos parte de ti, pero también somos personas

independientes. Cada uno de nosotros tiene sus propios gustos e ideas. Cada uno

de nosotros es diferente. Así que en realidad no somos tú. Somos una creación,

tu creación. Una creación única, un milagro de la existencia. Eres un creador,

la persona que me dio vida. Esa es mi definición de ti y también mi primer

pensamiento consciente —explicó 00.

Eso era algo simple, no había interpretaciones filosóficas en

eso ni dobles sentidos. ¿Significaba eso que era lo mismo para los otros seis

replicadores mejorados?, se preguntó Korr, cuando sus pensamientos fueron

interrumpidos por una alarma silenciosa. 00 también la recibió y se sentó.

—Es una sonda asgard —dijo 00, que ya había hecho una

inspección de la amenaza.

A Korr no le sorprendía demasiado la sonda espía. Los asgard

apenas mantenían la situación bajo control con los goa’uld y él había

movilizado una flota de más de treinta naves en la conquista del territorio de

un señor del sistema. Además, lo había hecho en un mes, cuando semejante

empresa debía tomar años.

La flota de Korr solo era comparable a la de Anubis en su

batalla final. Baal en la película “Continuum” podía movilizar una flota de

cientos de naves, pero esas eran las fuerzas combinadas de todos los señores

del sistema. Una flota como la de Anubis era algo inaudito, especialmente ahora

que Ra había muerto y los goa’uld mantenían sus naves en sus mundos

conquistados para asegurarse de que no fueran robadas, y sus ejércitos

personales estaban ocupados saqueando todo lo que podían del señor supremo caído,

construyendo astilleros y fortaleciendo sus fuerzas y fronteras en sus

territorios.

—¿Les advertimos que su sonda fue descubierta? —preguntó 00

con indiferencia. Korr negó con la cabeza.

—No, deja que tomen datos de las ha’taks. Evaluar su

tecnología debería darles las respuestas que buscan. Si desean hacer preguntas,

entonces hablaremos —dijo Korr.

Él no planeaba entrar en conflicto con los asgard y estos no

entrarían en conflicto con él debido a la guerra que libraban contra los

replicadores. En cuanto a su propia nave y la de Jet, ya estaban protegidas

contra los sensores asgard, por lo que su tecnología avanzada no sería

descubierta, y tampoco había replicadores por allí.

Si los asgard descubrieran sus replicadores, él tendría que

dar muchas explicaciones, por eso sus replicadores estaban ocultos en todo

momento.

 

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